jueves, 17 de marzo de 2011

Domingo II de Cuaresma (A)

20-3-11 DOMINGO II CUARESMA (A)

DIA DEL SEMINARIO

Gn. 12, 1-4a; Slm. 32; 2 Tim. 1, 8b-10; Mt. 17, 1-9



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En el día de hoy se nos acumulan las celebraciones. Por una parte, conmemoramos el segundo domingo de Cuaresma con el evangelio de la narración de la Transfiguración del Señor; por otra parte, celebramos en toda la Iglesia española el día del Seminario.

En la homilía de hoy quisiera reflexionar sobre este segundo tema: sobre el Seminario, sobre los seminaristas, sobre las vocaciones al sacerdocio. El lema que este año se ha escogido es un poco atrevido, o quizás no. Juzgar por vosotros mismos: “Sacerdote, regalo de Dios para el mundo”. ¿Realmente un sacerdote, cada sacerdote es un regalo de Dios para nosotros, para todo el mundo?

- Empieza la primera lectura diciendo: “El Señor dijo a Abrahán: -‘Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré’ […] Abrahán marchó, como le había dicho el Señor”. Fijaros en cómo Abrahán por la fe salió de su tierra, de su familia, de sus amigos, de lo conocido, de sus seguridades y salió sin saber a dónde iba. Sí, él se fió de Dios y de su promesa. Y lo hizo, no a los 20 años, sino a los 75 años. Hay una pregunta que me hago en muchas ocasiones desde que era seminarista, en este caso y en otros: ¿Qué sabemos de los que se quedaron en Ur de los caldeos, la tierra que vio nacer a Abrahán? Nada, no sabemos nada. Pero lo más importante es ¿qué sabe Dios de ellos? Quien sigue la voluntad de Dios, permanece; quien no la sigue, ¿dónde está? ¿Cómo está?

Si me lo permitís voy a hablaros un poco ahora de mi vocación, de cómo sentí yo la llamada. Comprobaréis que no tiene nada de extraordinario: Cuando tenía 10 años, salía un día al recreo en la escuela. Cursaba de aquella 5º de la EGB. Salía del aula y el maestro le dijo sobre mí a una persona con la que estaba hablando: ‘Éste es Andrés. Es tan bueno que va a ser cura’. Pero yo me volví y repliqué de modo inmediato: ‘No, yo voy a ser ingeniero’. Tiempo después, a los 12 años, cursando 2º de bachiller, un sacerdote que nos daba clase de religión en el Instituto habló del sacramento del orden sacerdotal. Yo escuchaba y, al salir de aquella clase, me dije a mí mismo que quería ser sacerdote. Sin saberlo, yo estaba siendo llamado por Dios. Aquel sacerdote hoy está secularizado. Después de diversos avatares, entré en el Seminario de Oviedo con 17 años para cursar el COU. Recuerdo aquellas tardes lluviosas y frías de otoño e invierno, cuando mis amigos se iban para Avilés a divertirse, mientras yo cogía el ALSA de paradas para venirme al Seminario de Oviedo. Sí, yo entonces salía de mi tierra de Las Vegas (mi barrio y casi lo único que conocía), salía de la casa de mi padre tras esa llamada de Dios. Yo quería ser sacerdote.

Al llegar al Seminario todo era nuevo: lugar, personas, circunstancias, estudios largos y a veces tediosos. Sabía del esfuerzo económico que mis padres realizaban para pagarme los estudios. Tuve que dejar muchas cosas conocidas y seguras. Aprendí mucho… en los estudios y de la vida, y maduré rápidamente. Dios me acompañaba… directamente y a través de otras personas que fue poniendo a mi lado, como D. Laurentino, el párroco de La Corte.

Sé que para otros seminaristas o novicios fue mucho más doloroso que para mí ese salir de lo conocido, de lo seguro…, pero todos, de una forma u otra tuvimos de cumplir el mandato de Dios a Abrahán: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré”. Por otra parte, cuando yo me fui de mi casa para el Seminario (en 1976), el sacerdote gozaba aún de un cierto prestigio social. Hoy ocurre todo lo contrario, al menos, a nivel general. Hoy y siempre, pero sobre todo más hoy quien opta por el camino sacerdotal ha de saber que no hay prestigio social alguno en ello; todo lo contrario. Hoy y siempre quien sigue el camino del sacerdocio debe hacerlo por seguir esa llamada de Dios, que le invita a salir de su tierra, de su familia, de sus seguridades… para ir hacia la tierra de Dios.

Sólo puede dar este paso quien ha tenido una experiencia personal con Jesús. De lo contrario no se entiende que se deje familia, casa, amigos… para ser cura, para ser de Dios.

- En la segunda lectura le dice San Pablo a su discípulo Timoteo: “Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé”. En estos días estoy leyendo de modo repetido en los medios de comunicación social que ha habido dos sucesos muy desagradables en dos universidades españolas: una en Madrid y la otra en Barcelona. En Madrid, en la capilla de una universidad se estaba celebrando una Misa para los estudiantes católicos y, de repente, un grupo de chicas de ideología radical entraron de mala manera: dando voces e insultando a la Iglesia católica y al Papa. Rodearon el altar las chicas y varias de ellas se han quitado la ropa de la cintura para arriba. Se hicieron varias fotos que colgaron en Internet para mostrar al mundo su “hazaña”. Parece que el rector de la universidad de Madrid no está haciendo demasiado, a pesar de que esto no es un hecho aislado. Igualmente, en una universidad de Barcelona la capilla católica estuvo cerrada durante un mes por las agresiones y pintadas de jóvenes radicales. Este lunes se abrió de nuevo la capilla y se han repetido las agresiones verbales. Leo: “Minutos antes de que comenzara la misa en la capilla un grupo de estudiantes católicos ultimaba una campaña de recogida de alimentos para los más desfavorecidos. En ese momento, un grupo de alumnos laicistas llegó a las puertas de la capilla para volver a provocar a sus compañeros. Para ello, trajeron una pancarta en la que se podía leer ‘No pasarás sin carné de cristiano’. Ésta iba ilustrada con una imagen que quería representar a un dios que tenía el brazo elevado en actitud fascista mientras sostenía una cruz con la otra mano”.

Nunca fue fácil anunciar a Jesucristo y su evangelio. Hoy menos aún. Por eso se entienden muy bien las palabras de San Pablo a Timoteo y eso que están dichas hace 20 siglos. Sólo desde la fe pueden vivirse estas dos palabras de la primera y de la segunda lectura. Así, desde la fe lo vivió Van Thuan, cardenal vietnamita. Él fue encerrado por los comunistas en 1975 y estuvo en la cárcel muchos años. Le hicieron la vida muy difícil, pero él se mantuvo fiel a su fe. El 7 de octubre de 1976 escribía esto: “Amadísimo Jesús, esta noche, en el fondo de mi celda, sin luz, sin ventana, calentísima, pienso con intensa nostalgia en mi vida pastoral. Antes celebraba con patena y cáliz dorados; ahora tu sangre está en la palma de mi mano. Antes recorría el mundo dando conferencias y reuniones; ahora estoy recluido en una celda estrecha, sin ventana. Antes iba a visitarte al sagrario; ahora te llevo conmigo día y noche, en mi bolsillo. Antes celebraba la Misa ante miles de fieles; ahora, en la oscuridad de la noche, dando la comunión por debajo de los mosquiteros. Antes predicaba ejercicios espirituales a sacerdotes, a religiosos, a laicos…; ahora un sacerdote, también él prisionero, me predica los ejercicios a través de las grietas de la madera. Antes daba la bendición solemne con el Santísimo en la catedral; ahora hago la adoración eucarística cada noche a las 9, en silencio, cantando en voz baja el Tantum Ergo, la Salve Regina, y concluyendo con esta breve oración: ‘Señor, ahora soy feliz de aceptar todo de tus manos: todas las tristezas, los sufrimientos, las angustias, hasta mi misma muerte. Amén’. Soy feliz aquí, en esta celda donde crecen hongos blancos sobre mi estera de paja enmohecida, porque Tú estás conmigo, porque Tú quieres que viva contigo. He hablado mucho de mi vida; ahora ya no hablo. Es tu turno, Jesús, de hablarme. Te escucho: ¿qué me has susurrado? ¿Es un sueño? Tú no me hablas del pasado, del presente; no me hablas de mis sufrimientos, angustias… Tú me hablas de tus proyectos, de mi misión. Acepto tu cruz y la planto, con las dos manos, en mi corazón. Si me permitieras elegir, no cambiaría ¡porque Tú estás conmigo! Ya no tengo miedo: he comprendido, te sigo en tu pasión y en tu resurrección”.

viernes, 11 de marzo de 2011

Domingo I de Cuaresma (A)

13-3-11 DOMINGO I CUARESMA (A)

Gn. 2, 7-9; 3, 1-7; Slm. 50; Rm. 5, 12-19; Mt. 4, 1-11



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- Comenzó el miércoles pasado el tiempo de Cuaresma y ésta se prolongará hasta la Pascua del Señor. Este tiempo de Cuaresma hace referencia a los cuarenta años que estuvieron los israelitas en el desierto del Sinaí, a los cuarenta días que estuvo Jesús en el desierto siendo tentado por Satanás. La Iglesia nos presenta estos cuarenta días como tiempo personal y comunitario de conversión, de purificación y de caminar hacia Dios. En este tiempo de Cuaresma Jesús nos pide que dejemos de lado todo lo que no es Dios o de Dios, y que volvamos nuestro rostro hacia Dios.

La Iglesia nos exhorta a los cristianos para que en este tiempo de Cuaresma recobremos la gracia del Bautismo. Esto se logra con nuestro esfuerzo personal y con la acción misericordiosa de Dios, que nos da su fuerza y su santidad. En cuanto al esfuerzo personal, la Iglesia nos pide que hagamos ayuno tan solo dos días: miércoles de ceniza y viernes santo. Además, nos pide que nos abstengamos de comer carne todos los viernes de la Cuaresma e igualmente el miércoles de ceniza. A través de las lecturas de la Biblia y de la predicación, la Iglesia igualmente nos anima a intensificar la oración personal, la confesión sacramental de nuestros pecados, la lectura de la Palabra de Dios, a compartir nuestros bienes por medio de la limosna… Y muchos fieles añaden ellos mismos otras exigencias o mortificaciones que duran todo el tiempo cuaresmal. Aquí “cada uno sabe dónde le aprieta el zapato” y hace un plan cuaresmal a su medida. Por ejemplo, una persona se ha propuesto lo siguiente: - Esforzarme en la oración. - Ayunar un día cada semana, además del Miércoles de Ceniza y del Viernes Santo. - Rezar el Vía Crucis los martes y los jueves. - Acompañar más tiempo a mi tía. - Caminar 2 Km diarios. Esto es porque hay días que no salgo ni a la puerta de casa”.

- Propio de este tiempo de Cuaresma es el salmo 50. Hemos leído un trozo de dicho salmo hace un momento. Sería importante que en algún momento de estos cuarenta días oráramos sobre el salmo 50 completo. A este salmo se le conoce como el “Miserere”. Es la primera palabra que inicia la oración: “Misericordia…” Se dice que este salmo lo compuso el rey David tras la denuncia que le hizo el profeta Natán, de parte de Dios, por haber mandado asesinar a Urías, con cuya mujer, Betsabé, se había acostado David. Dios hizo ver a David toda la profundidad y la maldad de su pecado. Fruto de esta gracia de Dios y de su arrepentimiento David compuso este salmo.

Por la lectura de esta oración se ve que hay dos grandes pilares en los que David se apoya: 1) la culpa y responsabilidad del pecador; 2) la bondad de Dios, que perdona. A Él se le súplica, pues sólo de Él puede proceder la salvación y la transformación del hombre pecador en un hombre santo.

1) David, el pecador, no echa la culpa a otros de su maldad, ni se escuda en su propia debilidad e igualmente tampoco David se justifica diciendo que fue más grande la tentación que su fuerza. No. Dice y ora David: “Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces”. Aquí resalta David que fue él quien pecó y no otro. Es cierto que a Urías lo mataron los soldados enemigos y que fue su general Joab quien lo puso en primera línea, donde más peligro había, pero también es cierto que fue el rey David quien envió una carta por medio del mismo Urías para el general Joab. En esa carta, que era su sentencia de muerte, se daban órdenes precisas para que a Urías se le pusiera en lo peor del combate y muriera, y de este modo se taparía el embarazo adúltero de su mujer por la violación de David. Sólo David violó a una mujer casada. Sólo David engañó a Urías. Sólo David firmó su sentencia de muerte en la carta que le entregó. Sólo David puso a Urías a la muerte. Su pecado contaminó a Betsabé, la mujer de Urías. Contaminó a éste por el engaño de que fue objeto y que le llevó a la muerte. Contaminó a Joab, al que le hizo cómplice de su asesinato. Pero también contaminó al mismo Dios. Nuestro pecado contamina y mancha y destroza al mismo Dios. Por eso, David escribió: “Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces”.

2) David apela a la misericordia de Dios (Miserére mei, Deus…). “Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado”. ¿Podrán ser lavados y arrancados para siempre del corazón de David todos los horribles pecados cometidos por él? El hombre pecador sabe en lo más íntimo de su ser que sólo Dios puede hacer esto. Por muy grande que sea el pecado del hombre, más grande es la misericordia y el perdón de Dios. Por eso, David se acerca humillado, con dolor de corazón, arrepentido y le muestra a Dios, sin disimulo alguno, sus pecados y le pide su perdón. La respuesta de Dios, como bien nos dice el profeta Isaías, no se hace esperar: “Aunque vuestros pecados sean como escarlata, blanquearán como la nieve; aunque sean rojos como púrpura, quedarán como lana” (Is. 1, 18). ¿Recordáis el caso que os conté hace unos meses de un jugador italiano? Os lo voy a repetir, porque ilumina muy bien todo esto: En el 2004 hubo un campeonato de fútbol europeo. En uno de los partidos jugaba Italia contra Dinamarca. En un momento del encuentro Francesco Totti, jugador italiano, escupió sobre el danés Poulsen. Por este hecho, Totti fue descalificado y se le prohibió jugar durante 3 partidos. Al llegar a Italia, a su casa, descalificado y no pudo seguir jugando con su equipo. Totti cogió un papel y escribió: “Santísima Virgen del Divino Amor (nombre de la devoción de un santuario mariano muy famoso en Italia), te pido perdón y te ruego que nunca me abandones. Tu Francesco”. Este papel lo envolvió en su camisa de la selección y lo entregó al santuario a través de un sacerdote, al que conocía desde niño. Totti ha elegido el camino de la fe para borrar su feo gesto con otro jugador. Decía Totti: El modo más hermoso para pedir perdón es dirigirse al único que sabe perdonar. Y por eso he sentido la exigencia de regalarle a la Virgen del Divino Amor mi camiseta. En ella confío y me siento en paz con Dios y con los hombres”.

En efecto, sólo de Dios procede el perdón y la transformación del hombre pecador en santo. “¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme […] Devuélveme la alegría de tu salvación”. Si Dios únicamente nos perdonara, pero no nos transformara interiormente, volveríamos a la misma situación de antes. No basta el mero perdón, que es mucho. Es necesario que Cristo Jesús nos arranque el corazón de piedra y nos ponga uno de carne. Esta carne debe ser extraída del mismo corazón de Jesús: corazón puro, corazón que comprende y que espera pacientemente, corazón que perdona a los otros y a uno mismo…

El camino que aquí se ha trazado de la mano del salmo 50 es el siguiente: 1) existe un pecado del hombre que hiere y daña a otro hombre y a Dios mismo; 2) el hombre tiene luz para ver su pecado, pero únicamente puede verlo con los ojos de Dios; 3) ver el propio pecado así lleva a uno a un auténtico dolor de corazón y a un arrepentimiento total; 4) el hombre pecador y con luz para ver su pecado suplica a Dios su perdón; 5) el pecador humillado y suplicante es escuchado y perdonado por Dios; 6) Dios transforma a ese hombre y le da un corazón nuevo, un espíritu nuevo; 7) esta nueva situación produce en el hombre alegría. No cualquier alegría, sino la de Dios, la que sólo Dios puede dar.

Este es el itinerario que la Iglesia nos marca para esta Cuaresma… y para toda la vida.

¡Que así sea!

viernes, 4 de marzo de 2011

Domingo IX del Tiempo Ordinario (A)

6-3-11 DOMINGO IX TIEMPO ORDINARIO (A)

Dt. 11, 18.26-28; Slm. 30; Rm. 3, 21-25.28; Mt. 7, 21-27



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- Hace unos años, teniendo yo unos 35 años, salía por la mañana de mi casa y me encuentro con un señor de unos 55 años en el portal. Como yo no lo conocía de nada, hice ademán de seguir mi camino, pero él me habló y me llamó por mi nombre. Yo me fije más en él: tenía bigote y éste estaba muy sucio por el tabaco; los dedos de una mano también tenían ese color marrón consecuencia de fumar mucho; los ojos inyectados en sangre y los carrillos muy colorados, como de haber bebido, no en ese momento, pero sí de modo habitual. A pesar de fijarme bastante en él hice un gesto con mi rostro de no reconocerle. Entonces él me dijo que era fulano, y que habíamos ido juntos al instituto de La Luz (Avilés) allá por 1975. Realmente era imposible, al menos para mí, identificar a aquel señor “de unos 55 años” con el compañero mío de un curso del instituto y que en realidad tenía 35 años como yo.

Creo que me lo habéis oído contar en alguna ocasión: en una de mis primeras parroquias había una chica de unos 16 años que, con frecuencia, me decía que no estaba de acuerdo con la Iglesia al impedir ésta las relaciones prematrimoniales. Yo trataba de argumentarle para darle a conocer las razones de todo ello, pero esta chica me decía que no quedaba para nada convencida. Recuerdo que muy poco tiempo después de una de estas “disputas” vinieron sus padres a verme, pues ella se había quedado embarazada de un chico y “había que casarlos”. Yo les di mi opinión y finalmente la pareja, que tenían una edad parecida, se casaron en otra parroquia distinta de las que me correspondía a mí. La chica tuvo que dejar de estudiar; no pudo acabar el bachiller. El chico tuvo que ponerse a trabajar y los padres de ambos les buscaron un piso de alquiler y para allá se fueron los tres. Digo los tres, porque el hijo nació enseguida. Muy poco tiempo después supe que había problemas en el matrimonio… y se separaron casi inmediatamente. Dos inmaduros asumieron (o quisieron asumir, o les hicieron asumir) de repente una serie de obligaciones para las que no estaban preparados ni por supuesto convencidos de ello: tuvieron que asumir la atención de un bebé, las tareas de un hogar, el trabajo fuera de casa, la administración del sueldo, la convivencia conyugal… Luego yo me marché para Roma a estudiar y, al cabo de unos años, regresé por allí; me encontré con la madre de esta chica, y me contó que ésta andaba mucho de discoteca hasta altas horas de la madrugada. Ella, tras la separación, se había ido a vivir con sus padres y eran estos, es decir, los abuelos del niño quienes tuvieron que asumir toda la atención y educación del niño, pues la madre de éste quería vivir la juventud en la que aún estaba.

¿A qué vienen estos ejemplos y muchos más que se pueden poner? Como digo muchas veces, hay acciones del hombre que no traen ninguna consecuencia al mismo: por ejemplo, ponerse una chaqueta u otra, decidir si de postre se come un plátano o una manzana… Pero sí es cierto que otras acciones del hombre sí que traen consecuencias… para sí mismo y para otros. En efecto, el compañero mío de instituto ha ido tomando una serie de decisiones que lo llevaron a un deterioro físico muy importante. En efecto, la chica de antes, la que no veía problemas en tener relaciones sexuales a los 16 años…; pues bien, su decisión y su acción de mantener dichas relaciones le llevaron a elegir inmaduramente a un chico que era tan inmaduro como ella, a un embarazo no deseado, a un matrimonio no conveniente, a un truncar su vida en cuanto a estudios y preparación, a un no asumir su maternidad… y su hijo tuvo que pagar las consecuencias de todo esto. Como dice el refrán: “De aquellos polvos, vienen estos lodos”.

Estos dos ejemplos, y otros muchos que se puede poner, vienen a iluminar y a corroborar las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “…aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”. Pero si os fijáis bien, los dos ejemplos que acabo de narrar son casos de la vida corriente y pueden ser contados y/o escuchados por personas sin fe. Y es que con esta primera parte de la homilía quiero hablar simplemente a nivel humano. O sea, lo dicho hasta ahora vale para creyentes y para no creyentes. Y la moraleja es: Nuestras palabras, nuestros actos tienen consecuencias. Y las consecuencias son para nosotros y para los demás. Una buena elección y decisión mía afecta positivamente a los que me rodean, pero al revés también sucede, es decir, mi mala cabeza puede afectar negativamente a los que me rodean. El escoger determinadas compañías, el no fomentar y esforzarme por valores humanos correctos, etc., me va a afectar inexorablemente a mí y a los míos. Un señor juega a las máquinas de modo desorbitado y las consecuencias son: pierde dinero, pierde el trabajo, pierde la vivienda, pierde la familia y, además, la destroza. Cualquier acto, cualquier palabra nuestra puede tener consecuencias para mí y para los demás. “…aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”.

- Repito: Todo esto que he dicho en un sentido negativo, también sucede en un sentido positivo. Todo lo bueno que siembro en mí, en los míos, en los que me rodean… dará su fruto en algún momento. A este respecto recuerdo que en 1984, en mi primera parroquia había un hombre de unos 84 años de edad. Hacía mucho tiempo que no iba por la iglesia y empezó a acudir a mi llegada. Se empezó a confesar conmigo y me dijo que debía su fe a… (pensé que iba a decirme que a mí) a un sacerdote que hubo en la parroquia, cuando él tenía 14 años. Aquel sacerdote se había marchado y él había abandonado la práctica de la fe, pero ahí estuvo sembrada y 70 años después (sin saber cómo; Dios lo sabrá) salió a la luz. Las semillas buenas que se siembran están ahí… “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca”.

- Ya pasando ahora de un modo más explícito al aspecto religioso vemos que Jesús parte de una premisa: “El que escucha estas palabras mías…”. Y a partir de esta escucha se pueden seguir, fundamentalmente, dos posturas diversas: ponerlas en práctica o no. Quien las pone en práctica es un hombre prudente. Quien no las pone en práctica es un hombre necio. El resultado no se ve de modo inmediato, ya que ambos hombres construyen una casa, una vida. Si se mira superficialmente las dos casas, las dos vidas… podemos concluir que las casas se pueden parecer entre sí, aunque la del hombre necio es más barata, ya que no ha tenido que gastar en cimientos. Se ha ahorrado una buena “pasta” en cimientos. En cambio, la casa del hombre prudente es más cara y le ha costado más tiempo, esfuerzo y dinero levantarla. Pero una casa y una vida quedan acreditadas sólo en las pruebas. La casa y la vida del hombre necio –dice Jesús- sucumben ante las pruebas. La casa y la vida del hombre prudente –dice Jesús- resisten ante las pruebas.

Pienso que todos los hombres, de un modo u otro, escuchamos las palabras de Dios, de Jesús. Puede que lleguen a nuestros oídos. Puede que lleguen a nuestro entendimiento. Puede que lleguen al sentimiento. Puede que llegue a nuestra voluntad. Puede que llegue a nuestro corazón, el núcleo íntimo de todo el ser. Muchas palabras nos resbalan, es cierto, pero muchas nos iluminan y nos emocionan. No muchas son las que realmente nos cambian y transforman.

¿Escucho las palabras de Jesús? ¿Cuánto tiempo a la semana dedico a esto? ¿Las pongo en práctica? ¿Mi casa, mi vida está asentada sobre roca o sobre arena?

jueves, 24 de febrero de 2011

Domingo VIII del Tiempo Ordinario (A)

27-2-11 DOMINGO VIII TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 49, 14-15; Slm. 61; 1 Cor. 4, 1-5; Mt. 6, 24-34


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- Confianza absoluta en Dios. El evangelio de hoy es precioso. Sólo puede decir este evangelio un lunático o un enamorado de Dios, pero, en este último caso, tiene que ser una persona que haya experimentado en su propio ser el cuidado y la ternura de ese Dios del que habla. Dice Jesús en esta parte del sermón de la montaña: “No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el vestido pensando con qué os vais a vestir […] No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos”. Pero ¡qué difícil es vivir así cuando todo el mundo que nos rodea y toda la experiencia de vida nos indica que hay que ser previsores! ¡Qué difícil es vivir así cuando va faltando el trabajo, van cerrando empresa tras empresa, no se llega a final de mes, no se puede pagar la letra de la hipoteca, has conseguido ahorrar 150 € en un mes y se te estropea la lavadora y, al comprarla te gastas, 500 €…! ¡Qué difícil es vivir fiándose de Dios cuando Él no parece tener prisa o, al menos, no tiene la misma prisa que nosotros p0r arreglar las cosas! Y, sin embargo, Jesús y los santos que han experimentado a Dios en sus vidas nos dicen y nos repiten: “Mirad a los pájaros: ni siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? […] Fijaros cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?”

Haríamos muy mal si, al ver a un persona que practica este modo de vida y esta confianza, nos fijáramos en dicha persona y la admiráramos como a un ser extraordinario. Lo extraordinario no es que una persona viva así. NO. Lo extraordinario es comprobar cómo Dios cumple esa Palabra que acabamos de escuchar: realmente Dios alimenta a los pájaros, pero mucho más a nosotros sus hijos. Realmente Dios viste de belleza a los lirios y a las hierbas del campo, pero nos cubre mucho más a nosotros. Y, cuando esto no sucede en el mundo, no es por culpa de Dios, sino del hombre que roba al otro hombre.

El otro día me decía un hombre que vino a hacer dirección espiritual que le había llamado mucho la atención una entrevista que hicieron a Mourihno, entrenador del Real Madrid. Decía él que era muy creyente, que Dios era muy importante para él, que él debía ser un buen tipo, ya que Dios le regalaba tantas cosas: una familia, unos amigos, un trabajo que le gustaba, una salud, unos bienes materiales para cubrir sus necesidades y las de los suyos. Y, al hilo de esta entrevista, me decía el hombre que vino a hacer dirección espiritual que él se sentía también como Mourihno: un privilegiado, pues Dios le regalaba tantas cosas y eso a pesar de que tenía tantos problemas en su trabajo, en su familia, en su entorno…, pero él era capaz de ver la mano providente y misericordiosa de Dios.

Voy a contaros un relato de indios americanos, que enlaza muy bien con todo lo que os estoy contando aquí. Leo: “¿Conoces la historia del rito en el paso de la infancia a la juventud de los indios Cherokee? Cuando el niño empieza su adolescencia, su padre le lleva al bosque, le venda los ojos y se va dejándolo solo. Él tiene la obligación de sentarse en un tronco toda la noche y no puede quitarse la venda hasta que los rayos del sol brillan de nuevo en la mañana. Él no puede pedir auxilio a nadie. Una vez que sobrevive esa noche, él ya es un hombre. El niño está, naturalmente, aterrorizado. Él puede oír toda clase de ruidos: Bestias salvajes que rondan a su alrededor, lobos que aúllan... Quizás algún humano puede hacerle daño. Escucha el viento soplar y la hierba crujir, sentado estoicamente en el tronco, sin quitarse la venda; ya que es la única manera en que puede llegar a ser un hombre. Por último, después de esa horrible noche, aparece el sol y el niño se quita la venda… Es entonces cuando descubre a su padre sentado junto a él. Su padre no se ha ido, ha velado toda la noche en silencio, sentado en un tronco para proteger a su hijo del peligro sin que él se dé cuenta. Cuando vienen los problemas y la oscuridad en nuestra vida, lo único que tenemos que hacer es confiar en Él. Algún día vendrá el amanecer y lo veremos cara a cara tal cual es. En la noche más negra, recordemos quién es nuestro Padre. Esto mismo nos es recordado por el profeta Isaías con unas palabras bellísimas, que acabamos de escuchar en la primera lectura: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. O también las palabras del Salmo 61: “Sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré. Descansa sólo en Dios, alma mía, porque Él es mi esperanza; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré […] Pueblo suyo, confiad en Él, desahogad ante Él vuestro corazón”.

- “Nadie puede estar al servicio de dos amos […] No podéis servir a Dios y al dinero”. Quien no confía y se abandona en Dios como se ha dicho hasta ahora en la homilía, entonces es que confía y se apoya en el dinero, en el mundo, en su fuerza, en sus miedos, en sus títulos, en sus posesiones, en su salud… Y uno que quiere seguir de verdad a Cristo Jesús se apoya y está al servicio sólo de Dios. Para conseguir esto es necesario morir a un mismo y a las propias seguridades.

- “A cada día le bastan sus disgustos”. También dice Jesús en el Padre nuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Vivamos el hoy…, con sus cosas buenas y con sus cosas malas. Si abrimos de verdad los ojos, veremos y percibiremos la presencia de Dios junto a nosotros, como el niño Cherokee. Tantas veces no somos capaces de reconocerlo por la venda que tenemos, por la oscuridad que nos rodea o por nuestros propios miedos y terrores, que nos impiden sentir la cercanía del Padre.

Ya para terminar quisiera aquí leeros algunos trozos compuestos por el Papa Juan XXIII, ya que, como os decía el domingo pasado, vivir así es sobre todo un don y un regalo de Dios, pero también en una pequeña parte un esfuerzo y una tarea nuestra. Veamos ahora cómo Juan XXIII se esforzaba en vivir en el día a día en total confianza con Dios:

“Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida en un momento.

Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten a mis deseos.

Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

Sólo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer, y si me sintiera ofendido en mis sentimientos procuraré que nadie se entere.

Sólo por hoy creeré firmemente –aunque las circunstancias demuestren lo contrario- que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie existiera en el mundo.

Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedos de gozar de lo que es bello y de crecer en la bondad”.

viernes, 18 de febrero de 2011

Domingo VII Tiempo Ordinario (A)

20-2-11 DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (A)

Lv. 19, 1-2.17-18; Slm. 102; 1 Cor. 3, 16-23; Mt. 5, 38-48



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- En la primera lectura se dice: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”. Y a continuación se señalan algunas acciones que han de realizar los santos como, por ejemplo, no odiar de corazón al prójimo, aconsejar y reprender al que se equivoca, no vengarse ni guardar rencor, y amar al prójimo como a uno mismo.

En el evangelio, que acabamos de escuchar es todo muy parecido: Jesús nos dice que no hagamos frente al que nos hiere de algún modo. También nos dice que hemos de amar al prójimo, pero no basta con esto: además, hemos de amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian y rezar por los que nos persiguen o calumnian. Y termina Jesús el evangelio como empieza la primera lectura: “Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Años atrás se hablaba más de santidad que ahora. Podría parecer que tener fe puede ser cosa de muchos, pero ser santos es sólo para algunos privilegiados, escogidos o ya predestinados a ello. Sin embargo, esto no es así. La santidad es una tarea de todo cristiano, de todo bautizado y a la vez es un don y regalo, que Dios quiere entregarnos a cada uno de nosotros. Tarea y don: regalo de Dios y esfuerzo nuestro. Así se nos dice en las lecturas que acabamos de escuchar, pero también en el concilio Vaticano II se nos dice: “Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (Lumen Gentium 11).

Es muy importante lo que se nos dice en el concilio: 1) La santidad es para todos, y no sólo para unos pocos. 2) La santidad ha de ser buscada por todos los discípulos de Jesús, independientemente de su estado: casado, soltero, célibe, viudo, divorciado. Igualmente da igual que uno sea viejo o joven, esté sano o enfermo, sea rico o pobre, listo o tonto, viva solo o acompañado… 3) No hay 2, 4 ó 10 caminos de santidad. NO. Hay tantos caminos y modelos de santidad como discípulos de Jesús hay en el mundo. No tenemos que imitar a nadie, no tenemos que ir a ningún sitio. NO. Sólo tenemos que dejar que Dios nos muestre cuál es nuestro propio camino de santidad y ser fiel a él. 4) La santidad consiste en ser… como Dios: santo como Dios es santo, puro como Dios es puro, perfecto como Dios es perfecto. 5) Recordad: la santidad es tarea nuestra y don de Dios. Uno no tiene que hacer todo; sólo ha de empezar a caminar y enseguida se encontrará en ese camino con Dios, que le acompaña, que le guía y que le lleva en sus brazos amorosos.

- Sí, pero (insistiréis vosotros)… ¿es difícil ser santo? ¿Es algo irrealizable para la mayoría de nosotros? En el cielo sólo entrarán los que hayan alcanzado la santidad, pues al lado de Dios no puede haber nada oscuro ni impuro. Si esto es así, parece que el cielo es algo inalcanzable para la inmensa mayoría de los que estamos aquí.

Venía yo desde Alemania el lunes pasado y en el avión coincidí con los seguidores de un equipo de fútbol alemán, en el que juega ahora Raúl (exjugador del Real Madrid). Aquellos aficionados venían a ver cómo jugaba su equipo en Valencia. Dejaron su casa, su comodidad, cogieron días de sus vacaciones, se gastaron un dinero, pasaron apuros por no poder entender el español, malcomieron o “maldurmieron”… y todo esto para ver a su equipo favorito durante 90 minutos… y luego vuelta para casa. Podían haber visto el partido de fútbol cómodamente desde sus casas y sin tanto gasto de tiempo, de dinero y de energías.

Algunos de vosotros me diréis: ¿A qué viene este ejemplo de los aficionados alemanes? Pues a que…, si buscáramos y procurásemos nosotros de este modo la santidad de vida, ¡cuán pronto la hallaríamos! “Si buscáis la virtud y la perfección, que es la verdadera sabiduría, con la diligencia y el cuidado que los hombres del mundo buscan el dinero y cavan las minas y tesoros, sin duda las encontraréis” (Prov. 2, 4). ¿Quiénes de nosotros deja unos días libres al año para estar a solas con Dios, para hacer unos ejercicios espirituales? ¿Cuántos de nosotros dejamos un tiempo al día para estar a solas con Dios y con su Palabra sagrada? ¿Cuántos de nosotros tratan de cumplir el evangelio de hoy? Hace ya muchos siglos el abad de un convento en Egipto llegó hasta la ciudad de Alejandría y se encontró con una prostituta. “El abad vio que esta mujer iba muy compuesta y aderezada, y comenzó a llorar y a gemir: ‘¡Ay de mí! ¡Ay miserable de mí!’ Le preguntaron los discípulos: ‘Padre, ¿por qué lloras?’ Y él les contestó: ‘¿No queréis que llore, que veo a esta mujer que pone más cuidado en componerse para agradar a los hombres, que yo para agradar a Dios; veo que trabaja más ella para enredar a los hombres y llevarlos al infierno, que yo para llevarlos al cielo?’” (P. Alonso Rodríguez, Virtudes cristianas, Ed. Testimonio, 51-52). Asimismo se cuenta de San Francisco Javier “que se avergonzaba de ver que primero habían ido los mercaderes al Japón a llevar sus mercancías caducas y perecederas que él a llevar los tesoros y riquezas del Evangelio para dilatar la fe y ensanchar y amplificar el reino de los cielos. Pues confundámonos y avergoncémonos nosotros que los ‘hijos de este mundo son más prudentes y diligentes en las cosas del mundo’ que nosotros en las de Dios” (P. Alonso Rodríguez, Virtudes cristianas, Ed. Testimonio, 52).

- Termino esta homilía con un acto concreto de santidad. Yo he aprendido mucho leyendo a los santos. Ellos me han enseñado, me ha enfervorizado en amor a Dios y a los hombres. Voy a narraros un caso que recuerdo haber leído siendo seminarista, y que me hizo mucho bien. Éste y otros muchos me hicieron anhelar y buscar a Dios y la santidad de vida. Ahí os va el hecho: En la vida de San Juan de la Cruz se nos cuenta que a éste no le importaba humillarse, siendo él el superior del convento, ante un religioso rebelde o desobediente con tal de ganarle para Dios. “Un día reprende (San Juan de la Cruz) a un religioso mozo, ya sacerdote. El reprendido se encoleriza, responde agriamente al prior (a San Juan de la Cruz) y le dice que es un ignorante. Fray Juan se quita humildemente la capilla, se postra, pone la boca en el suelo y permanece así hasta que el exaltado jovenzuelo deja de hablar. Cuando el Prior se levanta del suelo y besa su escapulario, diciendo: ‘Sea por amor de Dios’, el religioso está ya confuso, avergonzado y arrepentido”.

¡Señor, concédeme, por amor a tu Hijo Jesucristo, el don de la humildad para contigo y para con mis hermanos! ¡Concédeme el don de la mansedumbre ante la violencia de los hombres y también ante mi propia violencia e ira! ¡Concédeme el don de la santidad, porque Tú eres santo, y dámela en la misma medida que Tú la tienes, ya que, si Tú no me la das, yo nunca la podré alcanzar!

AMEN

martes, 8 de febrero de 2011

Domingo VI del Tiempo Ordinario

Este domingo que viene estaré en Alemania, por lo que no publicaré la homilía. Si Dios quiere, nos volveremos a "ver" al domingo siguiente.
Andrés Pérez

viernes, 4 de febrero de 2011

Domingo V Tiempo Ordinario (A)

6-2-11 DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 58, 7-10; Slm. 111; 1 Cor. 2, 1-5; Mt. 5, 13-16



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En el evangelio de hoy Jesús nos muestra qué es ser cristiano y lo hace utilizando tres parábolas: sal de la tierra, luz del mundo y ciudad visible en lo alto de un monte.

- Voy a basar la homilía sobre la imagen primera usada por Jesús. La sal es un elemento muy familiar a cualquier cultura. Se ha empleado desde siempre para dar sabor a la comida y, hasta la aparición del frío industrial, era prácticamente el único medio para preservar a los alimentos de la corrupción, especialmente la carne. Además, en la cultura judía y bíblica la sal significaba también la sabiduría. De hecho en las lenguas que se derivan del latín los vocablos sabor, saber y sabiduría pertenecen a la misma raíz semántica. Con lo dicho hasta ahora y comúnmente sabido por todos los israelitas, era normal que las palabras de Jesús fueran enseguida comprendidas por todos los que le escucharon. Releemos las palabras del evangelio: “Dijo Jesús a sus discípulos: vosotros sois la sal de la tierra”. Por todo ello, la sal tiene una gran fuerza significativa para expresar la tarea del discípulo de Cristo dentro de la sociedad:

* La sal es sabor. La presencia discreta de la sal en la comida no se detecta; en cambio su ausencia no puede disimularse. La sal se disuelve por completo en los alimentos y se pierde en sabor agradable. Ésta es la condición de la sal: pasar desapercibida, pero actuar eficazmente. Así ha de ser la tarea de un cristiano en el mundo: ser sal de la tierra, sal humilde, fundida, sabrosa, que actúa desde dentro, que no se nota, pero que es indispensable.

* La sal conserva. Sí, la sal preserva los alimentos y evita que se pudran, ya que la sal mata a los gérmenes que pueden dañar tales alimentos. ¡Cuánta hambre ha quitado la sal al haber conservado tantos comestibles, como el pescado o la carne! Así ha de ser el cristiano, como esa sal pletórica de capacidades para conservar la comida para los otros; igualmente el cristiano ha de ser como esa sal pletórica de capacidades para identificar los gérmenes y acabar con ellos, antes de que ellos acaben las semillas de Dios en los hombres.

* La sal significa sabiduría. Antes de la reforma del rito del bautismo auspiciada bajo el Concilio Vaticano II se ponía al recién bautizado un poco de sal en la boca. Con esto se quería significar que el sacramento del bautismo otorgaba el gusto por las cosas de Dios. Sólo gusta de las cosas de Jesús el que es sabio ante Dios.

Es Jesús la verdadera sal de Israel, de toda la tierra, de todo el universo, del pasado, del presente y del futuro. Es Jesús verdadera sal, ya que Él es quien da verdadero sabor a todos los hombres. Suavemente se va introduciendo en el corazón de los hombres y da sentido a sus vidas.

Jesús es verdadera sal, puesto que Él conserva al hombre por entero y no deja que los gérmenes del pecado le destruyan.

Jesús es verdadera sal, que nos da sabiduría eterna y nos da el gusto por las cosas de Dios. Jesús nos da la verdadera sabiduría, nos hace distinguir lo que vale de lo que no vale, lo bueno de lo malo.

- ¿Qué sucede cuando la sal se vuelve sosa y se estropea? Si la sal se volviera sosa, no serviría de nada. La sal… sirve o no sirve. No admite términos medios. Las palabras de Jesús en el evangelio son terribles: “Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente”.

- ¿Soy yo sal de la tierra? Es decir, ¿cumplo con la tarea que Jesús me encomendó de ser sal: dar sabor en los hombres, de preservar y de conservar a los hombres alejándoles del mal, de darles la sabiduría auténtica y eterna?

El otro día me decía un seminarista que le gusta mucho hablar con la gente, escuchar a la gente. Me decía este seminarista que la Iglesia tenía que cambiar en muchas cosas, que la Iglesia no estaba con los tiempos actuales. Me decía este seminarista que, al hablar con la gente y escucharla, le daba la razón a esta gente en muchas cosas, aunque ello fuese en contra del criterio y de la doctrina de la Iglesia. Entonces esta gente aplaudía al seminarista, porque era moderno y tenía realmente los pies en el suelo.

Cuando una persona creyente, sea seminarista, seglar, religiosa o sacerdote, escucha a la gente, a la sociedad que nos rodea, la televisión, la radio o lee los periódicos y sus opiniones son directamente contrarias a la doctrina de la Iglesia… ¿A quién tiene que hacer caso y seguir el creyente: a la gente o a la Iglesia, a la sociedad o a la Iglesia? Esta misma pregunta se la hice al seminarista y le contesté yo mismo la pregunta: le dije que el hombre de fe debía de escuchar a la gente, pero, antes de responder o de tomar partido, tenía que escuchar a Dios. La gente espera de nosotros respuestas de Dios, no respuestas que nos hacen quedar bien con ellos o respuestas que son una repetición de lo que ellos ya piensan.

Hace años leí un libro de una mujer española: Lilí Alvarez. Ella fue una famosa deportista española allá en la primera mitad del siglo XX. Ella era una mujer de fe. Escribió un libro y en una de sus páginas decía que iba a distintos templos a escuchar a los sacerdotes y, cuando no le daban “sal auténtica”: sal de sabor de Cristo, sal de conservación del alimento de Dios y preservación del mal, sal de sabiduría divina, decía ella: “nada, aquí no hay nada”, y se marchaba.

¿Soy sal de la tierra, soy sal de Jesucristo para los demás? Lo seré cuando se cumpla en mí el salmo 111 y la profecía de Isaías que acabamos de escuchar:

- Repartir limosnas y compartir los bienes. Partir el pan con el hambriento.

- Tener caridad para con todos en las palabras, en los gestos, en las acciones.

- No temer las malas noticias, pues nuestro corazón está firme en el Señor.

- Desterrar de mi vida la opresión hacia los otros, las malas palabras hacia los otros.

- Vestir al desnudo…

Que así sea