miércoles, 27 de octubre de 2021

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (B)

31-10-2021                 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (B)

Dt. 6, 2-6;Sal. 17; Hb. 7,23-28; Mc. 12, 28-34

SANTA JOSEFINA BAKHITA (II)

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Homilía en audio.

Queridos hermanos:

            Continuamos en el día de hoy conociendo más cosas de la vida de santa Josefina Bakhita.

 

En libertad, hacia la fe

Con las religiosas de la congregación de las Hijas de la Caridad de santa Magdalena de Canosa, conoció al Dios de los cristianos y fue así como supo que Dios había permanecido en su corazón, porque le había dado fuerza para poder soportar la esclavitud. Y a Aquel que no sabía quién era, a partir de entonces comenzó a conocerle. Bakhita había iniciado su encuentro con la fe cristiana y con la libertad. Esta la obtuvo, pues el gobierno italiano no reconocía la esclavitud.

Después de algunos meses de catecumenado, y tras haber obtenido la libertad según la ley italiana, el 9 de enero de 1890 Bakhita fue bautizada (recibió en la pila bautismal los nombres de Josefina Margarita Fortunata, junto al de Bakhita) y fue confirmada por el cardenal patriarca de Venecia, e hizo la primera comunión. “Aquí llego a convertirme en una de las hijas de Dios”, fue lo que manifestó en el momento de recibir las aguas bautismales. Aquel día en que recibió los sacramentos de la iniciación cristiana no sabía cómo expresar su alegría. Sus grandes ojos brillaban, revelando una intensa conmoción. Desde entonces se le vio besar frecuentemente la fuente bautismal y decir: “¡Aquí me hice hija de Dios!”

Ella misma contó en su biografía que cada día que pasaba se convencía más de que ese Dios, que ahora conocía y amaba, la había atraído hacia Sí por caminos misteriosos, conduciéndola de la mano. Cuando la señora de Michieli volvió de Sudán para llevarse a su hija Minnina y a Bakhita, esta, con una decisión, coraje y valentía inusuales, manifestó su voluntad de quedarse con las religiosas hijas de santa Magdalena de Canosa. Como la esclavitud era ilegal en Italia, Turina Michieli no pudo forzar a Bakhita. Esta se quedó en el Instituto de las Canosianas.

 

Religiosa canosiana

Desde el día de su bautismo, en el corazón de Bakhita iba fraguándose un nuevo deseo, el de convertirse religiosa canosiana y servir a aquel Dios que le había dado tantas pruebas de su amor. Y siendo libre escogió, de nuevo, ser esclava, pero su nuevo dueño -el Señor- no andaba con el látigo en la mano, como los antiguos dueños esclavistas. Su nuevo Señor se llamaba Jesucristo, Aquel que murió y resucitó para ofrecerle la verdadera libertad y salvación. Es Él quien le da fuerza, valor y alegría para seguirlo y hacer su voluntad, entrando en la Congregación de las Hermanas Canosianas.
Y así fue como en el año 1893, entró como novicia en la congregación. Como Magdalena de Canosa, ella también quería vivir sólo para Dios, y con constancia heroica emprendió humilde y confiadamente el camino de la fidelidad al amor más grande. Su fe era firme, transparente, fervorosa. “Sabéis qué gran alegría da conocer a Dios”, solía repetir.

El día de la Inmaculada Concepción -8 de diciembre- de 1896, en la casa madre de las Canossianas de Verona, a los 38 años de edad, hizo la profesión religiosa, se consagró para siempre a su Dios al que ella llamaba, con dulce expresión, mi Patrón. Como estaba prescrito, la aspirante a los votos religiosos debía ser examinada por un representante de la Iglesia; y fue el cardenal José Sarto, a la  sazón Patriarca de Venecia, futuro papa san Pío X, quien examinó a Josefina Bakhita. El Patriarca la despidió con estas palabras: “Pronunciad los santos votos sin temor. Jesús os quiere, Jesús os ama. Ámelo y sírvalo así”.

 

En Schio

Durante más de cincuenta años, Bakhita, dejándose guiar por la obediencia en un compromiso cotidiano, humilde y escondido, pero rico de genuina caridad y de oración, fue un verdadero testigo del amor de Dios y de servicio a los demás. Trasladada en 1902 a Schio (Vicenza), donde las canosianas estaban desde 1886 con varias obras educativas y de caridad, vivió entregándose en distintos quehaceres de la casa de Schio: fue cocinera, responsable del guardarropa y de la sacristía, costurera y portera. Cuando se dedicó a esta última tarea, ponía sus manos, dulces y cariñosas, sobre las cabezas de los niños que cada día frecuentaban los colegios del Instituto. Su voz amable, que tenía el tono de las canciones de cuna, llegaba grata a los pequeños, confortable a los pobres y a los que sufrían, animando a cuantos llamaban a la puerta del Instituto. Su humildad y sencillez, su constante sonrisa y su celo infatigable le conquistaron el afecto de todo Schio, donde se la conocía -y aún se la recuerda- como la “nostra Madre Moretta”, nuestra Madre Negrita. Las hermanas canosianas la apreciaban por su dulzura inalterable, por su exquisita bondad y por su profundo deseo de dar a conocer al Señor. Solía decir: “Que seáis buenos, que améis al Señor, que recéis por los que no le conocen. ¡Si supierais qué gran gracia es conocer a Dios!”

 

Pasión misionera

En 1910, a petición de su superiora, contó su historia y comenzó a escribir su autobiografía. Fue algo que le costó mucho trabajo. Rememorando su infancia y juventud, Josefina Bakhita decía: “Si me encontrase con aquellos negreros que me raptaron e incluso aquellos que me torturaron, me pondría de rodillas y besaría sus manos, porque, si no hubiese sucedido aquello, no sería ahora cristiana y religiosa”.
Conocida las vicisitudes de su vida, en 1929, Bakhita fue llamada a Venecia por sus superiores para dar a conocer su historia al mayor número de personas posibles, lo que aceptó con prontitud y docilidad. “Como quiera el Patrón”, era su frase habitual. En 1930 se publicó sus Memorias. Entre 1933 y 1935, a petición de la Superiora de las Canosianas, Bakhita visitó todas las casas de la Congregación, para aportar su propio testimonio a favor de las misiones.

En 1935 inició, junto con sor Leopolda Benedetti, que había estado durante 36 años en la misión de Shensi (China), una serie de viajes de animación misionera por toda Italia. Se convirtió en un gran personaje, viajando por toda la península Itálica dando conferencias y recolectando dinero para las obras educativas, misioneras y caritativas de la Congregación canosiana. Reservada por naturaleza y esquiva, sin embargo, conseguía dar testimonio de su pasión misionera con simplicidad y sabiduría. Durante este período de su vida religiosa, dedicado a la animación misionera, sor Josefina residió en la casa del noviciado de las misioneras canosianas que se encontraba en Vimercate (Milán) desempeñando el oficio de portera. Era ella la primera persona que encontraban los padres que, con el lógico dolor de la separación, dejaban a sus hijas en el convento, y todos ellos recibían de Bakhita palabras de consuelo.

 

Los últimos años

Vino la vejez. La salud de Bakhita fue debilitándose en sus últimos años. Sufrió una enfermedad larga y dolorosa, y tuvo que postrarse en silla de ruedas. A pesar de sus limitaciones, continuó viajando. A todos ofrecía su testimonio de fe, de bondad y de esperanza cristiana. A los que la visitaban y le preguntaban cómo estaba, respondía
sonriendo: “Como quiere mi Patrón”.

Cuando ya era anciana, el obispo de la diócesis visitó su convento y no la conocía. Al ver el prelado a la pequeña religiosa africana, ya encorvada por el peso de los años, le dijo: “Pero, ¿qué hace usted, hermana?” Bakhita le respondió: “Yo hago lo mismo que usted, excelencia”. El obispo, admirado, preguntó: “¿Qué cosa?” Y Bakhita le contestó: “Excelencia, los dos hacemos lo mismo, la voluntad de Dios”.

En la agonía revivió los terribles días de su esclavitud y muchas veces suplicó a la enfermera que le asistía: “Por favor, desatadme las cadenas… es demasiado. Aflójeme las cadenas… ¡pesan!”. Poco antes de morir, Josefina dijo: “No, no se entristezcan, aún estaré con ustedes. Si el Señor me lo permite, mandaré muchas gracias del cielo para la salvación de las almas”. “Le he dado todo a mi Señor: Él me cuidará… Lo mejor para nosotros no es lo que nosotros consideramos, sino lo que el Señor quiere de nosotros”. “Cuando una persona ama a otra con mucho cariño, desea con fuerza estar cerca de ella: por tanto, ¿por qué temer la muerte? ¡La muerte nos lleva a Dios!”. Murió el 8 de febrero de 1947 en la casa de Schio, rodeada de su Comunidad en oración. Refiriéndose a su muerte, Juan Pablo II, momentos antes de rezar el Regina Coeli el día de la beatificación, dijo: “Las últimas palabras de sor Bakhita fueron una invocación estática a la Virgen: ‘¡La Virgen! ¡La Virgen!’, exclamó, mientras la sonrisa le iluminaba el rostro”.

Una multitud acudió enseguida a la casa del Instituto canosiano para ver por última vez a su Santa Madre Morenita y pedir su protección desde el Cielo. Durante tres días fue velada, en los cuales, cuenta la gente, sus articulaciones aún permanecían calientes. Las madres cogían su mano para colocarla sobre la cabeza de sus hijos, como ella hacía en vida, para que les otorgase la salvación.

 

Glorificación

La fama de santidad de Bakhita se difundió rápidamente por todas partes. Y según fueron pasando los años, su reputación como santa fue consolidándose. Nunca realizó milagros ni tuvo fenómenos sobrenaturales, pero fue considerada ya en vida como santa. Siempre fue modesta y humilde, con una fe firme en su interior. Y cumplió con mucho amor de Dios sus obligaciones diarias. Fueron muchos los favores conseguidos y las gracias  obtenidas a través de su intercesión en los años que siguieron a su muerte.

Fue beatificada el 17 de mayo de 1992 por el Papa Juan Pablo II, junto con el fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá. Durante la celebración del Gran Jubileo del Año Santo 2000, Juan Pablo II la canonizó el 1 de octubre de 2000. Lo cual, para los católicos africanos es un gran símbolo que era necesario, para que así los cristianos y mujeres de África sean honrados por lo que sufrieron en momentos de esclavitud.

Verdaderamente, santa Josefina Bakhita es la santa africana y la historia de su vida es la historia de un continente, válida para los católicos, protestantes, musulmanes o seguidores de cualquier otro tipo de religión tradicional. Su espiritualidad y fuerza la han convertido en Nuestra Hermana Universal, como la llamó el papa Juan Pablo II.
Su fiesta se celebra el 8 de febrero.

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