jueves, 14 de octubre de 2021

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (B)

17-10-2021                 DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (B)

Is. 53, 10-11; Sal. 32; Hb.4,14-16; Mc. 10, 35-45

SANTA JOSEFINA BAKHITA (I)

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Homilía en audio

Queridos hermanos:

Cuando estaba ejerciendo como sacerdote en la catedral de Oviedo y llegaban estas fechas de ‘Todos los Santos ‘y de ‘Todos los difuntos’, muchos de los feligreses, que acudían a la catedral de Oviedo a Misa, iban a su pueblos y a donde tenían enterrados a sus seres queridos. Yo aprovechaba para predicar en el día de ‘Todos los Santos’ sobre la vida y las palabras de los santos. Quería dar a conocer aquellos santos de mi especial devoción y que tanto bien me hicieron en mi juventud. En el día de hoy quisiera hablar de santa Josefina Bakhita. No sé si habéis oído hablar de ella. Vamos allá:

 

Infancia

Bakhita, que significa ‘afortunada’, es el nombre que se le puso cuando fue secuestrada, ya que por la fuerte impresión, nunca llegó a recordar su verdadero nombre. Josefina es el nombre que recibió en el bautismo.

No se conocen datos exactos sobre su vida, se dice que podría ser del pueblo de Olgossa en Darfur (Sudán), y que 1869 podría ser el año de su nacimiento. Pertenecía a la tribu nubia. Sus padres eran paganos, y es de suponer que practicaban las religiones tradicionales en las que el culto a los antepasados, estrechamente unidos a su familia terrena, era el centro de toda la vida religiosa y social de la tribu. Creció junto con sus padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas su gemela. Por las poblaciones de la región de Darfur, árabes dedicados a la trata de esclavos hacían incursiones periódicas entre las tribus negras de África Central y especialmente entre los nubios del oeste para someterlos a la esclavitud. La tribu de Bakhita, con frecuencia, era cruelmente sorprendida por estas incursiones de negreros esclavistas. Cuando tenía unos siete años, contempló impotente cómo raptaban a su hermana mayor y a otros miembros de su aldea, para venderlos como esclavos. La captura de su hermana por unos negreros que llegaron al pueblo de Olgossa, marcó mucho en el resto de la vida de Bakhita, tanto así que más adelante en su biografía escribiría: “Recuerdo cuánto lloró mamá y cuánto lloramos todos”.

En su biografía Bakhita cuenta su propia experiencia al encontrarse con los buscadores de esclavos. “Cuando aproximadamente tenía nueve años, paseaba con una amiga por el campo y vimos de pronto aparecer a dos extranjeros, de los cuales uno le dijo a mi amiga: ‘Deja a la niña pequeña ir al bosque a buscarme alguna fruta. Mientras, tú puedes continuar tu camino, te alcanzaremos dentro de poco’. El objetivo de ellos era capturarme, por lo que tenían que alejar a mi amiga para que no pudiera dar la alarma. Sin sospechar nada obedecí, como siempre hacía. Cuando estaba en el bosque, me percate que las dos personas estaban detrás de mí, y fue cuando uno de ellos me agarró fuertemente y el otro sacó un cuchillo con el cual me amenazó diciéndome: 'Si gritas, ¡morirás! ¡Síguenos!’”. Los mismos secuestradores fueron quienes le pusieron Bakhita. El cambio de nombre, por parte de los comerciantes de esclavos, era una estrategia de uso común y tenía sin duda una lógica: La intención era llevar a la víctima a olvidar sus raíces y el ambiente de la propia familia. Era un triunfo más en la mano de los raptores: quien da el nombre a alguien, se vuelve su dueño.

 

 En esclavitud

En el año 1873 fue prohibida oficialmente la trata de esclavos en Sudán, que por entonces se encontraba bajo el dominio turco-egipcio. Pero aquella ley prohibitiva de la esclavitud era letra muerta, siendo violada por las mismas autoridades locales. Por aquellos años, para liberar a los nativos de las atrocidades de la esclavitud, Daniel Comboni, sacerdote italiano y decidido luchador contra la trata de esclavos, fundó una misión y estableció una colonia antiesclavista en El Obeid, emporio de los negreros. A pesar de estos intentos, la esclavitud era una triste realidad aceptada en Sudán. En los mercados esclavistas, que continuaban funcionando sin ninguna traba, se comerciaba con la mercancía humana. Bakhita, raptada por negreros cuando aún era niña y vendida varias veces en los mercados africanos, conoció las atrocidades de una esclavitud que dejó en su cuerpo señales profundas de la crueldad humana.

Luego de ser capturada, Bakhita fue llevada a la ciudad de El Obeid, donde fue vendida a cinco distintos amos en el mercado de esclavos. Nunca consiguió escapar, a pesar de intentarlo varias veces. Siempre recordará el extenuante viaje de ocho días hacia esa ciudad, su intento de fuga, que duró un día y una noche, con una joven compañera de huida. Las dos niñas no distinguían el norte del sur, pero no pararon; vencieron el miedo, el hambre, la sed, el cansancio y los animales salvajes. Pero no escaparon a la red traicionera de un pastor que encontraron en el camino. Las dos niñas le habían pedido ayuda, y aquel hombre en quien las inocentes niñas confiaron, prometiéndolas que las llevarían a casa de sus padres, las condujo a un mercado de esclavos donde fueron vendidas a otro patrón por parte del pastor.

En varios momentos, además del ya narrado, intentó escapar. En otra ocasión, en el largo camino hacia los mercados de Norte, estuvo a punto de conseguirlo. Bakhita pudo escapar de la caravana de esclavos y vagó por el desierto, con gran peligro de perecer por las fieras. Capturada por otros mercaderes, fue vendida cuando tenía 13 años a un oficial del ejército turco (su cuarto amo), que la sometió a durísimos castigos morales y corporales. Este general de la armada turca acampada en El Obeid destinó a Bakhita al servicio de su madre y su mujer. Este fue para ella un periodo de torturas y sufrimientos atroces. Las dos mujeres, como contará la misma Bakhita, no le concedieron un momento de paz y no hubo ni un solo día que no la flagelasen hasta hacerle sangre.  Todo su cuerpo quedó surcado por las cicatrices, y llegaron a contarse unas 144. Todos los esclavos del patrón turco dormían en una habitación común, se les encargaban trabajos agotadores y eran tratados y alimentados malamente. Además, Bakhita fue tatuada. El cruel y sádico tatuaje fue para Bakhita una de las peores torturas, pues consistía en una verdadera operación a sangre fría, realizándose sobre su piel infinidad de incisiones (en total 114), que dejaron visibles en el cuerpo de la joven cicatrices que no desaparecieron en toda su vida. Y para evitar infecciones le colocaron sal durante un mes. Narra ella misma: “Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal y me restregaban las heridas en carne viva. Literalmente bañada en mi sangre, me colocaron en una estera de paja, donde quedé varias horas, totalmente inconsciente. Cuando desperté, vi a mi lado dos compañeras de destino que también terminaron siendo tatuadas. Durante más de un mes estuvimos condenadas a estar echadas, sin movernos, sin ni siquiera un paño para limpiar el pus y la sangre de las heridas. Puedo decir realmente que fue un milagro de Dios que yo no muriese, porque Él me tenía destinada para ‘cosas mejores’”, contó en su biografía.

En 1882, el patrón turco de Bakhita tuvo que volver a Turquía. Y la joven esclava, junto con otros esclavos, en el mercado de la capital de Sudán fue puesta en venta una vez más (su quinta y última compra-venta). Fue adquirida por un comerciante italiano que también era cónsul de Italia en aquel país de África Central. El agente consular, Calixto Legnani, fue su quinto amo. Por primer vez desde el día del secuestro, Bakhita notó con grata sorpresa que nadie, al darle órdenes, usaba ya la fusta; al contrario, la trataban de manera afable y cordial. El trato que recibía era humanitario y de afecto. “Esta vez fui realmente afortunada - escribe Bakhita - porque el nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui maltratada ni humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad”. En la casa del Cónsul Bakhita conoció la serenidad, el cariño y momentos de alegría, aunque siempre velados por la nostalgia de una familia propia, perdida quizá para siempre. Permaneció en aquella casa hasta 1884.

En aquel año, acontecimientos políticos provocaron la salida de los europeos residentes en Jartum de Sudán. Legnani, ante el avance de los rebeldes mahditas y la posterior llegada de las tropas de Mahdi a la capital, que fue conquistada y arrasada en 1885, volvió a Italia. Bakhita se negó a dejar a su amo europeo y consiguió viajar a Italia con él y con un amigo del cónsul, llamado Augusto Michieli y que tenía importantes negocios en África.

 

En Italia

En Génova los esperaba la esposa de Michieli, de nombre Turina. Esta, al enterarse de la llegada de varios esclavos, pidió que se le entregase uno. Legnani, urgido por las peticiones de Turina, aceptó que Bakhita se quedase con los Michieli. Con sus nuevos amos, Bakhita vivió tres años en la casa de su nueva familia, en Zianigo (en la zona de Mirano Veneto-norte de Italia). Cuando nació la hija del matrimonio Michieli, Mimmina, Bakhita se convirtió en su niñera y amiga. Bakhita regresó posteriormente a Sudán, donde Michieli compró un gran hotel, en Suakin, en el Mar Rojo. Teniendo que regresar Turina Michieli a Italia, Bakhita tuvo que acompañarla. “Entonces dije en mi corazón un eterno adiós a África”, escribió en sus memorias.

Con su regreso a Italia, comenzó un camino hacia la libertad que no estuvo exento de problemas y dificultades. De hecho, en 1889, la gestión del hotel en Suakin obligó a la señora de Michieli trasladarse a aquel lugar para ayudar a su marido en la marcha del negocio, e intentó de nuevo llevarse a la esclava, pero esta se negó. Entonces tuvo que intervenir el procurador del rey. La señora de Michieli se negaba a perderla y siguiendo el consejo de su administrador, Illuminato Checchini, Turina decidió confiar su hija a las Monjas Canosianas del Instituto de los Catecúmenos de Venecia, y que Bakhita permaneciese como nodriza de Mimmina. Y es aquí donde Bakhita conoció a aquel Dios que ya desde niña sentía en su corazón sin saber quién era. Más tarde escribió: “Viendo el sol, la luna y las estrellas, decía dentro de mí: ¿Quién será el Dueño de estas bellas cosas? Y sentía grandes deseos de verle, de conocerle y de rendirle homenaje”.

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