jueves, 8 de julio de 2021

Domingo XV del Tiempo Ordinario (B)

11-7-2021                              DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO (B)

Amós 7, 12-15; Sal. 84; Ef. 1,3-14; Mc. 6, 7-13

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Queridos hermanos:

            El domingo anterior hablaban las lecturas de lo difícil que resulta predicar el evangelio y la Palabra de Dios. En el día de hoy siguen las lecturas insistiendo en la predicación de la Palabra de Dios. Pero hoy las lecturas tocan el tema de los predicadores y les ponen una serie de condiciones que tienen que cumplir:

            1) En la primera lectura se indica claramente que un predicador no lo es (no lo debe de ser) por decisión propia, por tener cualidades como orador… El origen del predicador debe de ser y es… la llamada de Dios para que realice esta tarea: “El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo de Israel’”.

            ¿Está llamado un sacerdote a predicar la Palabra de Dios? Por supuesto que sí. Un sacerdote entrega a los fieles el Pan de la Eucaristía y de los sacramentos, pero también el Pan de la Palabra. Un sacerdote, que no escucha ni prepara la Palabra para predicarla, está faltando gravemente a una de las misiones fundamentales que Dios le ha encargado.

            ¿Está llamado un seglar católico a predicar la Palabra de Dios? Por supuesto que sí. Ya en el mismo momento de recibir el sacramento del Bautismo cada uno de nosotros recibimos esta misión y tarea. Sobre todo hay dos momentos en el ritual donde esto queda perfectamente establecido: el primero sucede inmediatamente después de haber recibido las aguas bautismales, cuando el párroco unge nuestra cabeza con el crisma bendecido por el Obispo en la Misa Crismal. Al ungirnos el párroco nos dice que formamos parte del pueblo de Dios, que somos miembros del Cuerpo de Cristo y que nos convertimos en sacerdotes, profetas y reyes. Sacerdotes, porque podemos dirigirnos a Dios y entrar en comunión con Él; reyes, porque estamos destinados a su Reino; y profetas, porque estamos llamados a hablar de Él a todos los hombres. El segundo momento acontece casi al final del ritual del Bautismo, cuando se nos hace el rito del ‘effetá’. Se trata de una palabra aramea que significa ‘ábrete’. Jesús la usó al curar a los sordomudos y, tocándoles los oídos y la boca, les decía: ‘effetà’: ‘¡Ábrete, oído, y escucha! ¡Ábrete, boca, y habla!’ Así, durante el rito del Bautismo, el sacerdote toca los oídos y la boca del recién bautizado y le dice: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre”. Es decir, se nos da una doble tarea a los cristianos, a todos los cristianos: leer, escuchar y acoger la Palabra de Dios con nuestros oídos, con nuestra mente y con nuestro corazón, y proclamar-predicar la Palabra de Dios con nuestras palabras y con nuestra vida.

            Por todo esto, ningún bautizado puede decir que no esté llamado por Dios a predicar su evangelio. Hacia 1994 hubo las tristemente famosas matanzas de Ruanda. Un millón de personas masacradas por odios tribales. Fue una auténtica orgía de sangre. En Oviedo por aquella época había una señora que regentaba un negocio y fue a cambiar algo de dinero a un bar. En la televisión estaban echando un reportaje sobre los muertos en Ruanda y un señor blasfemaba contra Dios porque permitía esas muertes. La señora supo que no podía permanecer callada, no podía no dar la cara por Dios, ya que Él tantas veces la había dado por ella. Y entonces públicamente en un bar lleno de hombres y roja como un tomate se puso a decir en voz alta que aquello no era culpa de Dios, sino de los hombres que se mataban, que Dios nos quería a todos, etc.

            En efecto, para hablar de Dios no hace falta ser cura o monja. En Asturias tenemos un santo (el proceso de canonización está en Roma), Isaac, que murió en 1970 de cáncer. La enfermedad la llevó sin quejas, sin calmantes; quería estar lúcido cuando llegase la muerte. Hablaba de ella con naturalidad; iban los sacerdotes a su casa para animarlo y salían ellos animados. Isaac estaba casado y con familia. Su mujer escribió un libro y en él se nos cuenta que Isaac siempre estaba dispuesto a hablar de Dios: “Era apóstol las 24 horas del día. El coche de línea que le llevaba un día a una villa asturiana, le deparó un particular compañero de viaje, un minero que había pasado su fin de semana en Oviedo y que, entre fanfarrón y sincero, le contó sus ‘aventuras’ por la capital. Isaac, no de maestro a alumno, no de ‘bueno’ a ‘malo’, sino de igual a igual como era habitual en él, le dijo al minero muchas cosas: la fidelidad a la familia, la honradez, la transcendencia de las acciones… Callaba el minero. Llegado al lugar donde tenía que apearse se despidió de Isaac que continuaba su viaje; sin más, pero ya en la calle se acercó a la ventanilla y le dijo: ‘Oiga, paisano, de lo que usted me habló, nunca se lo oí a nadie, y no lo olvidaré. Gracias’”[1].

            2) Cuando Jesús envió a sus discípulos a predicar, les dio estas instrucciones: “Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto”. Sí, les dijo que llevasen bastón y sandalias para CAMINAR, pero que prescindiesen del pan, de alforjas con cosas para el viaje, que no llevasen dinero ni tarjetas para sus necesidades, que no llevasen ropa de repuesto. ¿Por qué? Porque Jesús quería que se fiasen totalmente de Dios. Dios sería su pan para el hambre; Dios sería las cosas necesarias para el viaje; Dios sería su dinero para comprar o para tener seguridad; Dios sería su ropa y su vestido. Cuando un predicador busca quedar bien al hablar de Dios, que se lo reconozcan, tener éxito, que la gente se convierta con sus palabras…, entonces ese predicador se busca a sí mismo y le está robando la gloria a Dios.

            Conclusiones:

- Nadie puede hablar de Dios, si antes no ha escuchado a Dios.

- Nadie puede dar a Dios, si antes no ha recibido a Dios.

- No tengamos miedo a la burla, al ridículo, a la murmuración. No vamos en nombre propio, sino en nombre de Él.

            - Cuando un predicador cumple todo lo que Dios le pidió y dijimos más arriba y tiene éxito, entonces el éxito es de Dios. Cuando un predicador cumple todo lo que Dios le pidió y dijimos más arriba y fracasa, el fracaso es de Dios.

- Un predicador debe de ser un mero instrumento y no debe de apropiarse de nada. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os mande, decid: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’ (Lc. 17, 10).


[1] CARMENCHU SANCHEZ ALVAREZ, Isaac. Caminante con Cristo, Oviedo 1983, 83s.

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