jueves, 1 de julio de 2021

Domingo XIV del Tiempo Ordinario (B)

4-7-2021                     DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO (B)

Ez. 2,2-5; Sal. 122; 2 Co. 12, 7b-10; Mc. 6, 1-6

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Parece que hoy estamos en unos tiempos muy duros para predicar el evangelio, para hablar sobre Dios y de parte de Dios. Pero esto también ocurría durante el tiempo del Antiguo Testamento e igualmente en los tiempos de Jesús. En efecto, en la 1ª lectura se nos dice cómo Dios enviaba al profeta Ezequiel (unos 500 años antes de Cristo) a predicar a un pueblo rebelde contra Dios. Era un pueblo de gente testaruda y obstinada, nos dice la lectura.

Asimismo, en el evangelio de hoy se nos cuenta el caso de Jesús, cuando fue a predicar a su pueblo y la gente murmuraba de Él. El evangelio nos dice que “desconfiaban de él”. Y Jesús, al contar el suceso, dice que “lo despreciaban”, “y se extrañó de su falta de fe” (Mc. 6, 6). Jesús tuvo que marcharse de Nazaret con un rotundo fracaso en su predicación. No, no le fue fácil a Él hablar de Dios y de las cosas de Dios. 

 Podemos hablar desde el punto de vista de aquel que anuncia la Palabra o del que la escucha. En la homilía de hoy hablaremos desde el punto de vista de quien escucha el anuncio de Dios.

Cinco son las características de las gentes que no quieren escuchar el evangelio de Dios, según nos dicen estas lecturas: 1) Son rebeldes, 2) ofenden a Dios con sus palabras, obras, pensamientos y omisiones, 3) son testarudos, 4) son obstinados y 5) desprecian al que habla de parte de Dios o lo que dice sobre Dios. Y estas características las tenemos todos los que nos cerramos a Dios y a sus palabras. Es lo mismo que sean gentes de 500 años antes de Cristo, que sean gentes del tiempo de Cristo o que seamos gentes de 2021 años después de Cristo.

1) Somos rebeldes cuando renegamos de Aquel que nos dio la vida y nos alejamos de Él. Somos rebeldes cuando echamos las culpas de todo a los demás, y a Dios, y nunca nos preguntamos qué parte de culpa tenemos nosotros en lo que sucede a nuestro alrededor. Voy a leeros un episodio que llegó a mis manos hace ya algún tiempo: “Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos entabló una amena conversación con la persona que le atendía. Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas. De pronto, tocaron el tema de Dios. El barbero dijo:

- Fíjese, caballero, que yo no creo que Dios exista, como usted dice.

- Pero, ¿por qué dice usted eso? -pregunta el cliente.

- Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O... dígame, acaso si Dios existiera, ¿habría tantos enfermos? ¿Habría niños abandonados? Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.

El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión. El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Recién abandonaba la barbería, vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo; al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado. Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero:

- ¿Sabe una cosa? Los barberos no existen.

- ¿Cómo que no existen? -pregunta el barbero- Si aquí estoy yo y soy barbero.

- ¡No! -dijo el cliente- no existen, porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.

- Ah, los barberos si existen, lo que pasa es que esas personas no vienen a mí.

- ¡Exacto! -dijo el cliente- Ese es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no van hacia Él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria.

2) Ofendemos a Dios cuando seguimos los impulsos de nuestro egoísmo, de nuestra comodidad, de nuestra ira, de nuestras apetencias y pasamos por encima de los demás y de Dios.

3-4) Somos testarudos y obstinados cuando Dios nos da miles de oportunidades y de gracias y nosotros las desaprovechamos una y mil veces. Me contaban hace un tiempo el caso de una mujer de unos 58 años, que fue a hacer una prueba al hospital y en medio de ella, por el contraste que le inyectaron, cayó redonda y estuvo en coma varios días. ¡Casi se muere! ¡La sacaron adelante de milagro! Esta señora tenía una fe mediocre y, al despertar del coma, vino un familiar cercano y que era carpintero a visitarla y lo primero que la enferma le preguntó al familiar fue cómo iban unos armarios que le había encargado. Como se ve, ¡no aprendemos ni al mismo borde de la muerte!

5) Despreciamos a Dios, sus mensajes y sus mensajeros cuando nos burlamos, cuando hacemos caricatura de ellos y cuando no les damos importancia. Hace unos días hablaba con una chica que está casada civilmente y que no tiene a su hijo bautizado. El niño va a la escuela y ve que otros niños acuden al catecismo para hacer la 1ª Comunión. Este niño quiere también hacer la 1ª Comunión, quiere ir al catecismo y quiere bautizarse. Se le pregunta que por qué y contesta que para ser bueno como Jesús. La madre le dijo que si quiere puede bautizarse, puede ir al catecismo y puede después hacer la 1ª Comunión y, si más adelante, lo quiere dejar, pues que lo deje: ‘Total, la religión católica es tan floja, que uno puede pensar una cosa y hacer otra’. ¡Esta es la idea que tiene mucha gente, fuera y dentro de la Iglesia, de la fe católica!

            ¿Qué hemos de hacer ante tanta gente que no quiere escuchar, ante tanta gente que pasa de la fe, de la Iglesia, de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María? Dios le dice al profeta que les hable de su parte, “te hagan caso o no te hagan caso” (Ez. 2, 5). Y eso mismo nos lo dice a nosotros. Lo mismo que Dios no se cansa de intervenir cerca de sus hijos y de hablarles al corazón y de hacerles el bien, nosotros (sacerdotes y seglares, es decir, creyentes en Dios) hemos de seguir hablando de Dios con nuestras palabras y con nuestras obras, nos hagan caso o no nos hagan caso.

            Pero también es verdad que no solo los que no creen en Dios o los que no vienen a la Misa pueden ser rebeldes, pueden ofender a Dios, pueden ser tercos y obstinados, puede despreciar a Dios y a su mensaje. También nosotros, los sacerdotes, los seglares, los creyentes y practicantes podemos ser y somos rebeldes, ofendemos a Dios, somos tercos y obstinados, y despreciamos a Dios y su mensaje.

            ¿Qué hemos de hacer para no caer en ello? Pues, lo contrario, es decir, ser dóciles a la acción del Espíritu Santo en nosotros, ser obradores del bien en todo momento, estar abiertos a la escucha de Dios y de los demás, y no burlarnos de Dios y de su mensaje, sino acogerlo con alegría, prontitud y pureza de corazón.

            Termino con una frase que leí hace muy poco y que me pareció estupenda y con una gran riqueza y verdad. Ahí os va:

¡ALIMENTA TU FE Y LA DUDA MORIRA DE HAMBRE!

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