miércoles, 16 de agosto de 2023

Domingo XX del Tiempo Ordinario (A)

20-8-2023                   DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (A)

                                                  Is. 56,1.6-7; Slm. 66; Rm. 11,13-15.29-32; Mt. 15,21-28

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Queridos hermanos:

            El amor…

9.- Alegrarse con los demás.

Uno “se alegra con el bien del otro, cuando se reconoce su dignidad, cuando se valoran sus capacidades y sus buenas obras. Eso es imposible para quien necesita estar siempre comparándose o compitiendo, incluso con el propio cónyuge, hasta el punto de alegrarse secretamente por sus fracasos” (n. 109).

10.- Disculpa todo.

Disculpar todo “puede significar ‘guardar silencio’ sobre lo malo que puede haber en otra persona. Implica limitar el juicio, contener la inclinación a lanzar una condena dura e implacable: ‘No condenéis y no seréis condenados’ (Lc 6,37) […] Muchas veces se olvida de que la difamación puede ser un gran pecado, una seria ofensa a Dios, cuando afecta gravemente la buena fama de los demás, ocasionándoles daños muy difíciles de reparar” (n. 112).

Quienes se aman “hablan bien el uno del otro, intentan mostrar el lado bueno del cónyuge más allá de sus debilidades y errores. En todo caso, guardan silencio para no dañar su imagen. Pero no es sólo un gesto externo, sino que brota de una actitud interna. Tampoco es la ingenuidad de quien pretende no ver las dificultades y los puntos débiles del otro, sino la amplitud de miras de quien coloca esas debilidades y errores en su contexto. Recuerda que esos defectos son sólo una parte, no son la totalidad del ser del otro[1]. Un hecho desagradable en la relación no es la totalidad de esa relación […] El amor convive con la imperfección, la disculpa, y sabe guardar silencio ante los límites del ser amado (n. 113).

11.- Confía.

La “confianza hace posible una (1) relación de libertad. No es necesario controlar al otro, seguir minuciosamente sus pasos, para evitar que escape de nuestros brazos. El amor confía, deja en libertad, renuncia a controlarlo todo, a poseer, a dominar. Esa libertad, que hace posible (2) espacios de autonomía, apertura al mundo y nuevas experiencias, permite que la relación se enriquezca y no se convierta en un círculo cerrado sin horizontes […] Al mismo tiempo, hace posible la (3) sinceridad y la transparencia, porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica de su ser, entonces sí se muestra tal cual es, sin ocultamientos. Alguien que sabe que siempre sospechan de él, que lo juzgan sin compasión, que no lo aman de manera incondicional, preferirá guardar sus secretos, esconder sus caídas y debilidades, fingir lo que no es. En cambio, donde reina una básica y cariñosa confianza, y donde siempre se vuelve a confiar a pesar de todo, permite que brote la (4) verdadera identidad de sus miembros, y hace que espontáneamente se rechacen el engaño, la falsedad o la mentira” (n. 115).


[1] Ya se sabe aquel hecho del novio que veía el lunar en el rostro de su novia y, al pasar el tiempo, decía que lo que su mujer tenía era una verruga. O también aquel cuento que decía así: “El rey estaba enamorado de Sabrina, una mujer de baja condición a la que había convertido en su última esposa. Una tarde, mientras el rey estaba de cacería, llegó un mensajero para avisar de que la madre de Sabrina estaba enferma. Pese a que estaba prohibido usar el carruaje personal del rey, infracción que se pagaba con la cabeza, Sabrina subió al coche y corrió junto a su madre. A su regreso, el rey fue informado de la situación. –¿No es maravillosa? –dijo-. Esto es verdadero amor filial. No le ha importado jugarse la vida para cuidar de su madre. ¡Es maravillosa! Otro día, mientras Sabrina estaba sentada en el jardín del palacio comiendo fruta, llegó el rey. La esposa lo saludó y después le dio un mordisco al último melocotón que le quedaba en la cesta. -¡Parecen buenos! –dijo el rey. –Lo son –dijo la esposa. Y, alargando la mano, le cedió a su amado el último melocotón. -¡Cuánto me ama! –comentó el rey-. Renunció a su propio placer para darme el último melocotón de la cesta. ¿No es fantástica? Pasaron los años y, a saber por qué, el amor y la pasión desaparecieron del corazón del rey. Sentado junto a su amigo más íntimo, le decía: ‘Jamás se comportó como una reina. ¿Acaso no desafió mi prohibición utilizando mi carruaje? Es más, recuerdo que una vez me dio a comer una fruta mordida’”.

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