jueves, 10 de agosto de 2023

Domingo XIX del Tiempo Ordinario (A)

13-8-2023                   DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                           1Re 19,9a.11-13a; Slm. 84; Rm 9,1-5; Mt 14,22-33

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            El amor…

7.- No se irrita (sin violencia interior).

“Si la primera expresión del himno nos invitaba a la paciencia que evita reaccionar bruscamente ante las debilidades o errores de los demás, ahora aparece otra palabra, que se refiere a una reacción interior de indignación provocada por algo externo. Se trata de una violencia interna, de una irritación no manifiesta que nos coloca a la defensiva ante los otros, como si fueran enemigos molestos que hay que evitar. Alimentar esa agresividad íntima no sirve para nada. Sólo nos enferma y termina aislándonos. La indignación es sana cuando nos lleva a reaccionar ante una grave injusticia, pero es dañina cuando tiende a impregnar todas nuestras actitudes ante los otros” (n. 103).

“Los cristianos no podemos ignorar la constante invitación de la Palabra de Dios a no alimentar la ira: ‘No te dejes vencer por el mal’ (Rm 12,21). ‘No nos cansemos de hacer el bien’ (Ga 6,9). Una cosa es sentir la fuerza de la agresividad que brota y otra es consentirla, dejar que se convierta en una actitud permanente: ‘Si os indignáis, no llegareis a pecar; que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo’ (Ef 4,26) […] Si tenemos que luchar contra un mal, hagámoslo, pero siempre digamos ‘no’ a la violencia interior” (n. 104).

8.- No lleva cuentas del mal (perdón).

Lo contrario de llevar cuentas del mal y de ser rencoroso “es el perdón[1], un perdón que se fundamenta en una actitud positiva, que intenta comprender la debilidad ajena y trata de buscarle excusas a la otra persona” (n. 105). “Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil […] El egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar” (n. 106). Cuando no eres capaz de perdonar, cuando sacas siempre la ‘lista de los reyes godos’ (todo lo malo que te han hecho o te han dicho) no amas, o si te lo hacen a ti, no te quiere. Al menos, al modo de Dios. Imaginaros que Cristo llevara siempre ante sí la ‘lista de los reyes godos’ nuestra. ¿Quién podría salvarse? Tengo que perdonar, tengo que ser perdonado, y tengo que perdonarme.

Para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos. Tantas veces nuestros errores, o la mirada crítica de las personas que amamos, nos han llevado a perder el cariño hacia nosotros mismos. Eso hace que terminemos guardándonos de los otros, escapando del afecto, llenándonos de temores en las relaciones interpersonales. Entonces, poder culpar a otros se convierte en un falso alivio. Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás (n. 107).


[1] Cursillo prematrimonial de Laurentino.

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