miércoles, 16 de marzo de 2022

Domingo III de Cuaresma (C)

20-3-2022                              DOMINGO III CUARESMA (C)

Ex. 3, 1-8a.13-15; Slm. 102; 1ª Cor. 10, 1-6.10-12; Lc. 13, 1-9

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Queridos hermanos:

            En este tercer domingo de Cuaresma me gustaría comentar el SALMO 102 que acabamos de escuchar. Los salmos de la Biblia pertenecen a las joyas de la literatura universal. En ellos se expresan los más nobles sentimientos de los hombres: sus ilusiones, sus temores, sus debilidades, su confianza… Con los salmos han llorado, reído y se han alegrado millones y millones de hombres de todas las razas, de todos los tiempos, de todas las creencias. Con los salmos ha orado Jesús y se ha comunicado con su ‘Papá’ Dios. Por todo esto y por mucho más, es conveniente que nosotros, los cristianos de este tiempo, también oremos y reflexionemos sobre los salmos. Como os decía, en el día de hoy quiero hacerlo sobre este Salmo 102. Vamos allá.

Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre.

            Así empieza este salmo. Con estas palabras se invita el salmista a sí mismo a alabar a Dios. Hay dos expresiones muy ricas referidas al hombre que aparecen claramente en este texto: “alma” y “todo mi ser”.

- El “alma” sería el núcleo de todo ser humano. En el alma está la conciencia o lugar en el que Dios nos habla, y también la realidad que nos avisa de lo que está bien y está mal; en el alma están los sentimientos más nobles: el cariño, la ternura, la piedad, la compasión, la necesidad de Dios… Con ello el salmista indica que, al dirigirse a Dios, hay que hacerlo con el alma y desde el alma, es decir, desde lo más profundo del ser humano, que no se ve ni se toca. Fijaros, por favor, en otra cosa de no menos importancia. El salmista dice “alma mía”. Es un recurso literario, como si dentro del salmista hubiera dos entes o seres, y uno hablara al otro, uno invitara al otro. El salmista invita a su alma a dirigirse a Dios y lo hace de un modo apremiante, pero a la vez cariñoso: “Bendice, alma mía, al Señor”.

- Asimismo el salmista se dirige a Dios con “todo mi ser”, o sea, no solo con una parte de él, sino con todas las partes de su persona: las corporales (brazos, piernas, rostro, labios, garganta…), las mentales (recuerdos, sabiduría humana, experiencias, razón…), y las espirituales, que ya expliqué al hablar del alma. En varias ocasiones he comprobado cómo en los funerales, al predicar la homilía o al manifestar las peticiones, si hago mención a alguna cualidad del difunto o de algún hecho de su vida, los familiares y algunas otras personas se conmueven y lloran. ¿Por qué? Pues porque con mis palabras he debido tocar su ‘alma’, es decir, lo más íntimo de su ser, se han removido sentimientos, recuerdos y experiencias y todo ello repercute en ‘todo su ser’: con lágrimas, suspiros, estremecimientos de hombros y de todo el cuerpo…

            Por estas razones, el salmista nos invita a alabar a Dios, a bendecirlo, a orar a Dios, a comunicarnos con Él, pero no solo con la cabeza o de modo distraído, sino con toda nuestra ‘alma’ y con ‘todo nuestro ser’.

Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios.

            Repite el salmista nuevamente la invitación de bendecir y alabar a Dios con lo más íntimo de nuestra persona, con nuestra alma. Pero en esta ocasión añade un elemento nuevo: no olvidar los beneficios que Dios le ha dado. Sin embargo, aquí no se quiere hacer referencia simplemente a que se ejercite la memoria sobre el pasado. No. ¡Esto es muy pobre! ‘No olvidar’ aquí es una invitación que se hace el salmista a sí mismo para que haga memoria activa y reviva en su ser todos los dones que Dios le ha dado a lo largo de su existencia. El salmista quiere volver a sentir el amor de Dios, el cuidado de Dios, cómo Dios lo ha creado y cuidado siempre, cómo le ha dado salud, familia, alimento, ropa, inteligencia, habilidades, amistades… También quiere que reviva y experimente de nuevo hechos y momentos en los que sintió vibrar en él la fe, el perdón, la luz de las cosas de Dios. Cada uno de nosotros tenemos o hemos de tener siempre presentes esos “beneficios” de Dios: yo recuerdo la primera vez que Dios se me presentó de modo sensible a los 19 años, mis largas horas de oración ante distintos sagrarios por varios países, las experiencias de salvación y de encuentro de Dios que viví con otras personas y de las que fui testigo, mis caídas y la misericordia de Dios…

Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

Él rescata tu vida de la fosa

y te colma de gracia y de ternura.

            - El salmista ahora nos escribe todos los “beneficios” que él ha recibido de Dios, y los reseña en general. Dios a él le ha perdonado todas sus culpas, de todos sus pecados. El término que usa el salmista es ‘avón’, que indica todas las posibilidades del pecado: contra Dios, contra los hombres, contra uno mismo. El salmista tiene experiencia de que Dios le ha perdonado todos y cada uno de sus pecados. Los ha ido repasando uno a uno, y ha comprobado cómo Dios le ha perdonado uno a uno.

            - Igualmente el salmista recuerda las enfermedades que ha tenido y cómo Dios le ha ido sanando de ellas, le ha ido dando fuerzas y ánimo para sobrellevarlas, le ha preservado de otras enfermedades y accidentes. Sí, Dios nos cura de estos tres modos: dándonos salud cuando estamos enfermos, dándonos ánimo para sobrellevar las enfermedades e impidiendo que tengamos otras. ¿Por qué? No lo sabemos. Lo sabe Él y eso basta al salmista y debe bastar a todo creyente. “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt. 6, 10), “no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” (Lc. 22, 42), “sí, Padre, así lo has querido (o así te ha parecido mejor)” (Mt. 11, 26). O nos fiamos de Dios o no nos fiamos de Él.

            - Del mismo modo, el salmista evoca y vuelve a experimentar en su ser otro “beneficio” de Dios: Él lo ha salvado de la muerte en varias ocasiones (enfermedades, posibles accidentes mortales, acontecimientos que lo hubiera llevado a la muerte o al desastre [lo guardó de vicios, de amistades peligrosas…]). Pero es que, además, nosotros los cristianos sabemos que Dios, a través de la muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo, nos salva de la desaparición eterna, porque, tras nuestra muerte, vamos a resucitar a una Vida Nueva, que no se acabará nunca y que será sin comparación muchísimo mejor que esta.

            - Y lo más importante de todo, el mejor de los “beneficios”: Dios llenó y llena al salmista de gracia, de ternura, de amor, de presencia de Dios, de cuidados, de mimos, de abrazos, de besos, de fidelidad, de paciencia, de compasión, de libertad… De todo lo bueno y en grado superlativo Dios llena al salmista…, y a todos nosotros.

            Sí, en el salmista estamos representados todos los hombres de todos los tiempos y lugares. Por eso, decía al inicio de esta homilía que los salmos manifiestan los sentimientos y las experiencias de todos los hombres con Dios, y nos sentimos perfectamente identificados con sus palabras. En una ocasión con un salmo y en otra ocasión con otro salmo. Pero siempre hay alguno que nos viene de perillas para el momento que estamos viviendo. Os animo a leerlos y saborearlos en muchas ocasiones.

            Termino con las palabras que hemos repetido al inicio del salmo 102, en cada estrofa y al final. Que estas palabras resuman hoy todo lo que vivimos o hemos de vivir:

El Señor es compasivo y misericordioso.

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