miércoles, 2 de marzo de 2022

Domingo I de Cuaresma (C)

6-3-2022                                DOMINGO I CUARESMA (C)

Dt. 26, 4-10; Slm. 90; Rm. 10,8-13; Lc. 4, 1-13

Homilía en vídeo

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            Celebramos hoy el primer domingo de Cuaresma. Este tiempo es (y debe de ser) tiempo de penitencia y de conversión, lo cual significa apartar de nosotros aquello que no es de Dios y que nos impide llegar a Dios, y hacer lo que Dios quiere de nosotros, es decir, su voluntad. Lo primero es lo negativo: NO HACER, QUITAR. Lo segundo es lo positivo: SÍ HACER.

            - En el evangelio de hoy se nos presentan las tentaciones que sufrió Jesús a manos del Diablo. También nosotros, seamos conscientes o no, estamos sujetos a estas tentaciones, de un modo u otro.

La primera tentación que sufrió Jesús al sentir hambre fue esta: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. ¿Es la tentación de la gula, de comer mucho…? NO, es la tentación de usar los dones que Dios me ha dado, de usar los bienes que tengo EN BENEFICIO PROPIO. Y aquí Jesús se niega a usar sus dones, su poder en beneficio propio. Jesús mira el beneficio de los demás y mira cuál es la voluntad de Dios para esos dones y carismas que Dios le ha dado. ¿Es legítimo que yo use mi sabiduría, mis cosas… para mí? Puede ser legítimo, pero la pregunta correcta no es esa, sino ¿qué es lo que Dios quiere que yo haga?

            La segunda tentación es: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Es decir, el fin justifica los medios: con tal de lograr lo que yo deseo o lo que me gusta, soy capaz de pasar por encima de quien sea y de arrodillarme ante quien sea. He de renunciar a mi egoísmo, si con ello contravengo la voluntad de Dios o hiero a las personas que me rodean.

            La tercera tentación es: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: ‘Encargará a los ángeles que cuiden de ti’”. No podemos estar tentando a Dios continuamente. Hacer lo que queremos y, cuando nos vemos en peligro, ir corriendo a refugiarnos bajo sus faldas, para dejarlo otra vez abandonado cuando vemos que ha pasado el peligro. Así, muchos hacemos magia con Dios en vez de tener fe en Dios. Queremos que Él haga lo que nosotros queremos y cuando nosotros queremos y, si no nos obedece, entonces nos enfadamos y decimos que dejamos de creer en Él.

            - He recibido un correo electrónico de una persona que, antes de la Cuaresma, me escribía lo siguiente: “Oye, te agradecería me dieses una pista sobre qué debo hacer en Cuaresma o qué ‘sacrificio’ me propongo. Gracias”. No tuve que pensar mucho. Le dije: “Es muy sencillo. El Papa nos propuso hace un tiempo la práctica de las obras de misericordia. Yo te propongo para este año que escojas una o dos y las vivas en esta Cuaresma”.

Además, al hilo de este correo electrónico y la respuesta que di a esta persona, he pensado en este primer domingo de Cuaresma exponeros este bello texto del Papa Francisco sobre las obras de misericordia… para vivirlas en esta Cuaresma, y toda nuestra vida.

            En la Bula del Papa Francisco sobre la Misericordia (Misericordiae Vultus), y concretamente en su número 15 dice lo siguiente: En este tiempo, “podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz, porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.

Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: DAR DE COMER AL HAMBRIENTO, DAR DE BEBER AL SEDIENTO, VESTIR AL DESNUDO, ACOGER AL FORASTERO, ASISTIR LOS ENFERMOS, VISITAR A LOS PRESOS, ENTERRAR A LOS MUERTOS. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: DAR CONSEJO AL QUE LO NECESITA, ENSEÑAR AL QUE NO SABE, CORREGIR AL QUE YERRA, CONSOLAR AL TRISTE, PERDONAR LAS OFENSAS, SOPORTAR CON PACIENCIA LAS PERSONAS MOLESTAS, ROGAR A  DIOS POR LOS VIVOS Y POR LOS DIFUNTOS.

No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr. Mt. 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos ‘más pequeños’ está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: ‘En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor’.

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