16-1-2022 DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO (C)
Is. 62, 1-5; Slm.95; 1ª Cor. 12, 4-11; Jn. 2, 1-12
Queridos hermanos:
1)
Hoy comenzaré la homilía con un cuento: “Hace
muchos años un ateo caminaba por un lugar peligroso y, habiendo resbalado, cayó
por un precipicio. Mientras caía, pudo agarrarse a una rama de un pequeño árbol
y quedó suspendido a trescientos metros de las rocas del fondo. Aquel hombre
sabía que no podría aguantar mucho tiempo en aquella situación. Entonces tuvo
una idea: ‘¡Dios!’, gritó con todas sus fuerzas. Pero solo le respondió el
silencio. ‘¡Dios!’, volvió a gritar. ‘¡Si existes, sálvame, y te prometo que
creeré en ti y enseñaré a otros a creer!’ ¡Más silencio! Pero, de pronto, una
poderosa voz, que hizo retumbar todo el cañón, casi le hace soltar la rama del
susto: ‘Eso es lo dicen todos cuando están en apuros’”.
Hay
un refrán muy castellano que dice así: “De
Santa Bárbara solo nos acordamos cuando truena”. El significado está
bastante claro: en tantas ocasiones los hombres andamos muy despreocupados y a
lo nuestro… hasta que un problema o un sufrimiento se nos viene encima, y
entonces sí que diligentemente nos ponemos a rezar, o a quejarnos, o a echar la
culpa a los otros, o a actuar, aunque a veces ya sea tarde para esto último.
Sin
embargo, este refrán tiene que ser matizado. En efecto, si truena para otros y
no para nosotros o para los nuestros, entonces no nos acordamos de Santa
Bárbara. Por ello, propiamente el refrán tendría que sonar algo así como “de Santa Bárbara solo nos acordamos cuando
nos truena a nosotros o a los nuestros”.
2)
Dicho esto vamos ya con el evangelio de hoy. Es el archiconocido texto de las
bodas de Caná y la conversión del agua en vino. En tiempos de Jesús, en los
pueblos de Israel la gente era muy pobre, casi no tenía dinero y no podía
encargar a un restaurante la comida de bodas. ¡No había dinero! Por ello, las
familias iban guardando parte de la cosecha de vino para cuando llegasen las
bodas de los hijos. También se hacía lo mismo con los animales que tenían, como
ovejas, cabras, etc. Las bodas se celebraban en las casas y duraban varios
días, en los cuales los invitados comían y bebían allí. Para la mayoría de los
invitados era la ocasión de quitar el hambre o, al menos, de comer unos
manjares que habitualmente no estaban en sus mesas. (En cierta ocasión me
contaba un minero muy mayor que se había casado hacia el año 1930 y que ‘la
boda se comió’ en casa. Me decía que, pasados dos o tres días de la ceremonia
en la iglesia, la gente aún no se marchaba de la casa y les estaban acabando
con todas las existencias, por lo que los novios se fueron unos días de luna de
miel a León y fue la forma de ‘echar de casa’ a todos aquellos invitados).
En esta boda de Caná, que
nos narra el evangelio, o los novios no calcularon bien la cantidad de vino que
deberían tener a su disposición, o hubo más gente de la esperada; el caso es
que el vino se acababa. Si esto sucedía, a los recién casados les iba a quedar
un estigma ante todo el pueblo y ante los conocidos que pasaría de padres a
hijos y a nietos. Para la gente serían siempre los novios a los cuales se les
acabó el vino. La Virgen María sabía lo que esos motes, esos sambenitos y esas
palabras hirientes suponían en un pueblo. Por eso, María avisó a Jesús y Él se
preocupó de ayudar a los recién casados. Se trataba de un problema poco
importante, y que no tenía relevancia en la historia de la salvación de la
humanidad. Pudiera parecer una broma de mal gusto que todo un Dios realizase
este primer milagro: convertir agua en vino para que la gente beba y se emborrache.
¡Fue un mal uso de un poder sagrado!
¿Por
qué hizo Jesús este milagro concreto, si no era un problema importante para la
salvación de la humanidad? Quizás otros tengan otras respuestas; la mía es la siguiente:
Jesús no hace milagros para que la gente crea en Él o en Dios. Jesús solo vino a ayudar a que la gente se
encuentre con Dios y con los demás hombres, y a mostrarles el amor de Dios. Por
ello, Jesús se preocupa de sus cosas más sencillas. ¡Lo que es importante para
los hombres, también es importante para Jesús, para Dios! En aquel momento
lo importante para los novios era que no tenían vino y que la gente se iba
burlar de ellos durante toda su vida e incluso en vida de sus hijos y nietos.
Jesús se preocupó de ellos.
Si examinamos otras partes
de los evangelios veremos cómo Jesús estuvo siempre pendiente de los hombres y
de sus circunstancias concretas: 1) estuvo pendiente de Zaqueo, de su soledad y
de su deseo de cambio; 2) estuvo pendiente de María Magdalena, una mujer
zarandeada por la vida y por los hombres, una mujer deseada, pero no amada; 3)
estuvo pendiente de la muerte de Lázaro, y de cómo quedaban sus hermanas y
lloró con ellas su ausencia; 4) estuvo pendiente de la viuda de Naín, que
perdió a su hijo único; 5) estuvo pendiente de la adúltera pillada ‘in
fraganti’ y la libró de morir lapidada; 6) estuvo pendiente de la samaritana y
de una búsqueda de sentido de vida que le hacía ‘peregrinar’ de hombre en
hombre sin encontrar más que vacío; 7) estuvo pendiente de abrazar y besar a
los niños que los apóstoles querían alejar de Él… Por esos detalles de Jesús
para con todos los hombres de todo lugar y condición se entienden perfectamente
aquellas palabras de Jesús llenas de ternura para Dios y para sus hijos, los
hombres: “hasta los pelos de la cabeza los tiene (Dios) contados” (Mt 10, 30). Si Dios se fija en un
cabello que cae de nuestra cabeza, cómo no va a darle Jesús importancia a unos
novios que iban a servir durante muchos años de mofa para toda la aldea y sus
contornos, porque se les acababa el vino de su boda. Sinceramente, a mí me enternece y hace más bien a mi fe el detalle
tierno de Jesús con estos recién casados para evitarles un ‘sambenito’ que el
mismo milagro de convertir agua en vino.
3) Decía el refrán
castellano: “De Santa Bárbara solo nos
acordamos cuando truena”. Es cierto,
cada uno se ocupa de sí cuando tiene algún problema, pero también es cierto que
Dios se ocupa de todos. En efecto, a Jesús siempre ‘le truena’. A nosotros nos
truena, si nos truena a nosotros o a los nuestros. Pero a Jesús –repito–,
siempre que nos truene a nosotros, siempre… le tronará a Él. Pienso que esta
es una de las muchas enseñanzas que se pueden sacar del evangelio de hoy.
¿Qué podemos hacer nosotros,
los que creemos en Jesús y queremos seguir sus pasos? La inmensa mayoría de
nosotros no podremos hacer milagros del estilo de convertir agua en vino, pero
sí que podemos hacer otros milagros: los de estar pendiente de los demás (cómo
Él nos enseñó) y que, cuando a los otros les truene, aunque no nos truene a
nosotros ni a los nuestros, por nuestra fe en Cristo Jesús, también el rayo que
cae sobre los otros nos queme como si cayera sobre nosotros mismos. Si hacemos
esto, siempre ‘nos acordaremos de Santa Bárbara’, es decir, de Dios y de sus
hijos.
¡QUE ASÍ SEA!
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