jueves, 11 de marzo de 2021

Domingo IV de Cuaresma (B)

14-3-2021                              DOMINGO IV CUARESMA (B)

2 Cro. 36, 14-16.19-23; Sal. 136;Ef. 2, 4-10; Jn. 3, 14-21

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            El otro domingo titulaba la predicación como ‘homilía de la ESPERANZA’. Hoy, sin embargo, voy a titular esta homilía ‘de la LUZ’. Lo haré en base a las últimas palabras del evangelio que acabamos de escuchar: “Todo el que obra perversamente detesta la LUZ y no se acerca a la LUZ, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la LUZ, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

            - Hace 790.000 años el hombre ya tenía un alto control del FUEGO. El hombre lo conocía de los fenómenos naturales: los rayos u otros fenómenos de la naturaleza incendiaban árboles, ramas o praderas, pero con el tiempo el hombre aprendió a controlarlo: es decir, pudo generar por sí mismo el fuego sin depender de los fenómenos naturales. Éste fue un gran paso. Anteriormente el hombre tenía que recogerlo de un árbol o de una rama que ardían. Después debía de transportarlo en una rama o en una tea y, además, debía procurar que no se le apagara. Sin embargo, en cuanto pudieron encender el fuego mediante diversos sistemas (por ejemplo, frotación de rocas o de maderas), esto permitió que los hombres tuvieran una cierta independencia y autonomía, que a su vez contribuyó a la migración desde África hacia Europa, para luego poder expandirse por todo el mundo. Con el fuego, el hombre ha podido protegerse contra animales feroces, cocinar y hacer herramientas y armas; ya que el fuego es símbolo de luz y calor. El tener armas con las que defenderse e iluminación durante las noches permitió a los humanos sentir menos miedo a lo desconocido, al tiempo que el calor brindado por este elemento les permitió viajar a sitios fríos. Sin duda alguna, el fuego fue un gran aliado de los hombres durante la antigüedad y hasta la actualidad. En cierta forma, el fuego ha cambiado nuestras formas -por ejemplo, somos el único animal que cocina sus alimentos, en lugar de comerlos crudos- y nos ha hecho ser quienes somos.

            El siguiente gran paso de la humanidad que quiero hoy analizar es el descubrimiento y el uso de la ELECTRICIDAD. Aunque los científicos ya la conocían desde hacía años, fue Edison quien en 1878 construyó la primera lámpara incandescente. A partir de aquí la electricidad empezó a ser dominada y usada en beneficio del hombre. Ya conocemos fotografías de la tierra iluminada eléctricamente por la noche, y la verdad es que es algo impresionante.

La luz eléctrica es desde hace un par de siglos y en la actualidad algo indispensable para los seres humanos; a diario las industrias, los hospitales, las ciudades, las escuelas y casi todo lo que hace que el mundo muestre signos de civilización depende de la electricidad. Sin ella no podríamos trabajar ni tener una vida ‘normal’ en nuestras casas ni en nuestras actividades más cotidianas: trabajar con el ordenador, tomar un café, hablar y manejar el móvil, poner una lavadora, ver la televisión, pasar la aspiradora…

- Pues lo mismo que la luz producida por el fuego y por la electricidad nos es tan necesaria para nuestra vida de cada día, también y mucho más necesitamos la LUZ que nos da Cristo Jesús.

La LUZ de Cristo, a semejanza del fuego y de la electricidad, nos da calor en medio de un mundo egoísta y frío, que mira principalmente para sí.

La LUZ de Cristo nos aporta la visión en la noche y en la oscuridad. Nos permite ver nuestros pecados (que tantas veces decimos no tener), nos permite ver nuestras intenciones más escondidas a la hora de actuar o de hablar, nos permite reconocer el buen camino (en cierta ocasión un grupo de senderistas se perdió en las montañas; se hizo de noche y no veían el camino. Podían seguir desviándose de su meta salvadora; podían caer por un precipicio…, pero, de repente, la luz de la luna brilló y pudieron ver el camino de regreso). Esta LUZ aporta seguridad.

La LUZ de Cristo nos hace ver la verdad sobre nosotros mismos. Nos hace ver que no somos los mejores, ni los más fuertes, ni los más sabios, ni los más torpes, ni los más feos... La LUZ de Cristo nos hace ver que otros nos aceptan por lo que tenemos o por lo que damos, pero no por lo que somos. La LUZ de Cristo nos hace ver que, para Dios, somos sus hijos, y nos acepta y ama tal y como somos. La LUZ de Cristo nos lleva a la Verdad.

La LUZ de Cristo nos conduce a la libertad verdadera, porque nos quita complejos, miedos, delirios de grandeza, agresividades, cobardías… Cuando todo esto desaparece de nosotros, entonces somos libres para actuar como somos, para mostrarnos como somos, para no buscar aplausos, para no temer las críticas ni los sambenitos. Ya decía el general norteamericano Mc. Arthur en una famosa oración: “Dadme, ¡oh Señor!, un hijo y que sea lo bastante fuerte para saber cuándo es débil y lo bastante valeroso para enfrentarse consigo mismo cuando sienta miedo”.

La LUZ de Cristo nos hace luchar y vencer contra las fieras que nos acechan a lo largo de nuestra vida. ¿Quiénes son esas ‘fieras’? Esas fieras no son los otros, los demás, nuestros enemigos. No. Esas fieras son nuestro orgullo, nuestra ira, nuestro resentimiento, nuestra avaricia… La LUZ de Cristo nos ayuda a enfrentarnos a ellas. Sigue diciendo el general Mc. Arthur en su oración: “Dadme un hijo, cuyo corazón sea claro, cuyos ideales sean altos, un hijo que se domine a sí mismo, antes que pretenda dominar a los demás”. El mundo, la oscuridad y la noche nos engañan. Nos dicen que el enemigo, que las fieras están fuera. No. Están dentro de nosotros. Por eso, el general dice muy sabiamente en su oración que su hijo sea dominarse a sí mismo, antes que a los demás. Si nos vencemos a nosotros mismos, si somos peleles de nuestras pasiones y deseos, cómo vamos a poder ayudar y construir a los demás, a nuestras familias, amigos, a nuestro pueblo.

Quien no se deje iluminar por la LUZ de Cristo, entonces estará frío y sin calor, esclavo y lleno de miedos, sin sabiduría y preso de la mentira, vencido siempre por las fieras.

¡Un hombre sin la LUZ de Cristo es un hombre CIEGO!

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