martes, 29 de octubre de 2019

Todos los Santos (difuntos)


1-XI-19                                  TODOS LOS SANTOS (C)
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
            Quisiera que reflexionásemos sobre LA MUERTE, algo que nos recuerda el día de hoy con la visita a los cementerios donde están nuestros seres queridos ya fallecidos.
            - La muerte es una realidad que alcanza a todas las criaturas que existen sobre la tierra, también a los hombres. En la Biblia se nos presentan posturas muy encontradas ante la muerte:
a) La de aquellos que la temen y le suplican a Dios que la aleje de sí: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado [...] Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa [...] A ti, Señor, llamé, supliqué a mi Dios: ‘¿Qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la fosa?’ [...] Cam­biaste mi luto en danzas” (Slm 29).
b) Otros piden a Dios la muerte a gritos: “¡Maldito el día en que nací, el día que me dio a luz mi madre no sea bendito! ¡Maldito el que dio la noticia a mi padre: ‘Te ha nacido un hijo’, dándole una alegría! […] ¿Por qué no me mató en el vientre? Habría sido mi madre mi sepulcro; su vientre me habría llevado por siempre. ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotados?” (Jer. 20, 14-18). O este otro texto: “Muera el día en que nací […] ¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar? Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz [...] Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la luz” (Job 3, 3. 11-13).
            Esto mismo nos pasa a nosotros, unos deseamos la muerte ante los graves problemas que padecemos, ante grandes dolores, ante la soledad y la incomprensión…, y otros la tememos como lo más horrible.
            ¿Qué es la muerte? Es el fin de nuestra vida terrena. Nacemos, crecemos, envejecemos y un día, por enfermedad o accidente, dejamos de exis­tir, dejamos de respirar y nuestro cuerpo se va descomponiendo hasta quedar reducido a cenizas.
            ¿De dónde viene la muerte? La muerte no es obra de Dios. “Dios no hizo la muerte, no goza destruyendo a los seres vivos” (Sb. 1, 13). Según nuestra fe iluminada por la Biblia, la muerte procede del pecado del hombre. Dios nos había creado para no morir, pero el pecado nos acarreó la muerte. Y esta muerte es el último enemigo del hombre que ha de ser vencido por Jesucristo (cfr. Rm. 5, 19-21).
            - Cristo también murió. Él era hombre como nosotros y, por eso, murió como todos los demás hombres. También nosotros moriremos un día. Pero, desde que Él murió, la muerte para los cristianos tiene otro sentido, que voy a tratar de explicar ahora:
            a) Desde Cristo la muerte ya no tiene un sentido negativo, no es simplemente algo destructivo. Por eso oímos en los santos frases como éstas: * “Para mí, la vida es Cristo, y morir una ganancia... Deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1, 21. 23). * “Hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí ‘ven al Padre’” (S. Ignacio de Antioquía, Rom 7, 2). * “Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir” (Sta. Teresa de Jesús). * “Yo no muero, entro en la vida” (Sta. Teresi­ta del Niño Jesús). * “Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!” (S. Francisco de Asís).
            b) La muerte, por tanto, para los cristianos llenos de fe es solo la puerta que nos lleva al Padre Dios; no es algo horrible que nos destruye, que nos lleva a la nada y a la desaparición para siempre. La muerte es el paso para una nueva vida con Dios donde ya no existirá ni el sufrimiento, ni las enfermeda­des, ni las lágrimas, ni el hambre, ni la maldad. Solo existirá el amor de Dios para nosotros y de nosotros para Dios, el amor de los demás hombres para nosotros y de nosotros para los otros.
            c) La muerte es el fin de nuestra vida terrena, esta vida que Dios nos ha dado para llegar con entera libertad a Él, que es el fin último de nuestra existencia. El hombre solo vivirá una vez y, por ello, solo morirá una vez (Hb 9, 27). No existe reencarna­ción después de la muerte.
            d) La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte. Nunca digamos ¡qué suerte tuvo aquel que se acostó y murió durmiendo, qué muerte más feliz sin sufrimiento alguno! Y ¿si murió sin tiempo de arrepentirse? y ¿si murió con pecados graves? Por eso se dice: * “De la muerte repentina e impre­vista, líbranos Señor”. * “Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muer­te. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?” (Kempis 1, 23, 1). * “Ningún viviente escapa de su persecución (de la muerte); ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!” (S. Francisco de Asís).

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