jueves, 5 de septiembre de 2019

Santina de Covadonga


8-9-2019                     SANTINA DE COVADONGA (C)
                           Cant. 2, 10-14; Lc. 1, 46-55; Ap. 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab; Lc. 1, 39-47
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Homilía de audio.
Queridos hermanos:
            Seguimos otro día más hablando sobre el Símbolo de la Fe. Dice el Credo: “Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato”. Entre una afirmación y otra hay 33 años de vida de Jesús. Es lo que se conoce como su vida oculta y su vida pública. Pues bien de eso vamos a hablar hoy un poco.
Párrafo 3º: Los misterios de la vida de Cristo.
- “Respecto a la vida de Cristo, el Símbolo de la Fe no habla más que de los misterios de la Encarnación (concepción y nacimiento) y de la Pascua (pasión, crucifixión, muerte, sepultura, descenso a los infiernos, resurrección, ascensión)” (n. 512).
“Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido ‘para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre’ (Jn 20, 31)” (n. 514). “Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros” (n. 515). El hombre de hoy busca en la vida de Jesús qué fue verdad y que fue inventado o exagerado. Al hombre le hubiera gustado saber más cosas de Jesús: qué ropa usaba, qué comidas le gustaban, qué horario tenía, quiénes fueron sus amigos en Nazaret, si se enamoró alguna vez antes de los 30 años, qué aficiones tenía, por qué no vino en pleno siglo XX o XXI cuando había más medios para anunciar mundialmente su mensaje… Pero los evangelistas escribieron otras cosas…
            - Los misterios de la infancia y la vida oculta de Jesús. Antes de la venida de Jesús, los profetas anunciaron su llegada. Todo Israel esperaba al salvador del mundo. “Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17)” (n. 524).
            Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20)[1] (n. 525).
            La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. La Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos ‘magos’ venidos de Oriente (Mt 2, 1) En estos ‘magos’, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación” (n. 528). En estos magos, en estos extranjeros al pueblo de Israel estábamos ya representados todos nosotros.
La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes (cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición de las tinieblas a la luz: ‘Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron’ (Jn 1, 11). Toda la vida de Cristo estará bajo el signo de la persecución. Los suyos la comparten con él (cf. Jn 15, 20)” (n. 530).
Vida oculta. “Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios, vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba ‘sometido’ a sus padres y que ‘progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres’ (Lc 2, 51-52). Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: ‘No se haga mi voluntad...’ (Lc 22, 42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido (cf. Rm 5, 19)(nn. 531-532). La obediencia de Jesús nos muestra el camino para una vida también de obediencia.
- Los misterios de la vida pública de Jesús.
El Bautismo de Jesús. El comienzo (cf. Lc 3, 23) de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán. “El bautismo de Jesús es la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12) […] El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a ‘posarse’ sobre él (Jn 1, 32-33). De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, ‘se abrieron los cielos’ (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado” (n. 536).
Las tentaciones de Jesús. “Los evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan. Jesús permanece allí durante cuarenta días. Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques” (n. 538). “La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás. Por eso Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: ‘Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado’ (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto” (n. 540).
El Reino de Dios. “‘Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva’ (Mc 1, 15). La voluntad del Padre es elevar a los hombres a la participación de la vida divina. Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra el germen y el comienzo de este Reino. Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como ‘familia de Dios’. Los convoca en torno a él por su palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres” (nn. 541-542).
En el Prefacio de la Misa de Jesucristo, Rey del Universo, se define y describe al Reino de Jesús como un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Un Reino que es eterno y universal, pero también un Reino que no es de este mundo. Este Reino es don de Dios, pero también tarea nuestra. Veamos esto último:
            * Reino de Verdad. No más mentiras, no más esconder lo que somos, en lo que creemos y en lo que ponemos nuestra esperanza. No más maquillajes ni pantallas. No más miedo a las consecuencias de la Verdad. No más vivir el reino de la mentira, el reino de Satanás y de la apariencia. Nosotros no somos, no sabemos, pero nosotros, los ignorantes, somos los que buscamos a Dios y su Reino de la Verdad. Hace poco me decía una persona que alguien, cuando hablaba con ella, siempre era para criticar, y esa persona le dijo que, por favor, dejase de hacerlo, que todos tenemos nuestros fallos y que hablando mal de los otros no se mejoraba nada ni se cambiaba nada. Esa persona que criticaba no volvió a criticar con la persona que me lo contaba, pero… tampoco le volvió a hablar más. Esto es una consecuencia de querer estar en este Reino de Verdad. He de practicar la verdad, decir la verdad y educar en la verdad a los que están a mi alrededor, a pesar de las consecuencias y precisamente asumiendo las consecuencias, como Cristo, que fue crucificado por decir la verdad[2].
            * Reino de Vida. Apoyando aquello que construye y hace bien a los demás; lo que sana y lo que cura. He de revisar si mi comportamiento en casa, en el trabajo, en la calle produce “muerte” o produce “Vida”. He de practicar la vida y educar en la vida a los que están a mi alrededor.
            * Reino de santidad y de gracia. Lucho por este Reino cuando me esfuerzo por acercarme a mi Señor Jesucristo, cuando dejo que la oración fluya en mí, cuando participo con frecuencia en los sacramentos: confesión, Santa Misa, Unción de los enfermos (debemos pedirla), Confirmación. Hace un tiempo estuve en un Cursillo de Cristiandad en Covadonga. Había allí varias personas, de diferentes edades (de 19 a 81 años) sin recibir este sacramento del Espíritu Santo. El encuentro con el Señor en el Cursillo posibilitó que estas personas sintieran aún más la necesidad de recibir este Santo Espíritu, que sana, que ayuda, que da vida, que perdona, que fortalece, que nos acerca a Dios… He de luchar por llegar a la santidad de vida, por estar en gracia el mayor tiempo posible, porque ello hace que el Reino esté más presente en esta sociedad tan necesitada de Dios.
* Reino de justicia, de amor y de paz.

[1] Aquí se narra la manifestación a los pastores del nacimiento de Jesús.
[2] Hemos de ser sinceros; sí, sinceros PARA DECIR, pero también sinceros PARA QUE TE DIGAN. Hace falta una sinceridad de ida, pero también de vuelta.

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