jueves, 15 de agosto de 2019

Domingo XX del Tiempo Ordinario (C)


18-8-2019                   DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía en vídeo.
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
            Seguimos otro día más hablando sobre el Símbolo de la Fe. Hemos terminado de profundizar en las afirmaciones sobre Dios Padre. Avanzamos un poco más y empezamos con Jesús y nos vamos a detener hoy a examinar los títulos de Jesús.
Artículo 2. “Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor”.
- “Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto I; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre” (n. 423).
“La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para conducir a la fe en Él. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: ‘Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo’ (1 Jn 1, 1-4)” (n. 425).
- JESÚS. Jesús quiere decir en hebreo: ‘Dios salva’. En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31)” (n. 430). Jesús es el único que trae la salvación de Dios: “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch. 4, 12). “El Nombre de Jesús está en el corazón de la plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se acaban con la fórmula Por nuestro Señor Jesucristo...’ El ‘Avemaría’ culmina en ‘y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús’. Numerosos cristianos mueren, como santa Juana de Arco, teniendo en sus labios una única palabra: ‘Jesús’” (n. 435).
- CRISTO. La palabra ‘Cristo’ viene de la traducción griega del término hebreo ‘Mesías’ que quiere decir ‘ungido’. Pasa a ser nombre propio de Jesús porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. El ungido era el llamado por Dios; el ungido era consagrado por Dios, lo cual llevaba una dedicación exclusiva o preferente para Dios y para la misión de Dios; el ungido tenía una tarea a realizar.
La misión de Cristo era ser mensajero de Dios Padre. Su misión era salvar a los hombres. Su misión consistía en asumir sobre sí las consecuencias negativas del pecado, es decir, cargar nuestros pecados sobre sí para que fueran retirados de nuestros hombros. Su misión era guiar a los hombres hasta el Reino de Dios. Su misión era mostrarnos la verdad, la luz, el amor, la esperanza, la vida eterna, la felicidad completa y permanente.
- HIJO ÚNICO DE DIOS. Cuando Pedro le dice a Jesús que Él es el Hijo de Dios, Jesús le contesta: no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt. 16, 17).
Del comportamiento de Jesús, los fariseos y sacerdotes judíos deducían que Jesús se tenía por el Hijo de Dios. Por eso le interrogaron así la noche del Jueves Santo: El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: ‘¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?’ Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: ‘Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios’. Jesús le respondió: ‘Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo’. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ‘Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?’ Ellos respondieron: ‘Merece la muerte’ (Mt. 26, 62-66; Mc. 14, 60-64; Lc. 22, 67-71).
Jesús se sabía también Hijo de su Padre Dios, pero distinguía su relación con Dios de la que tenemos nosotros, los hombres. Así en el evangelio de san Juan dice: “Subo a mi Padre y Padre vuestro, a mi Dios y Dios vuestro” (Jn. 20, 17).
Dentro de la doctrina cristiana se dice que todos los hombres somos hijos de Dios. También decimos que Jesús es Hijo de Dios. ¿Cuál es la diferencia entre su filiación y nuestra filiación? La respuesta correcta es que nosotros somos hijos por adopción y Jesús es Hijo por generación. Dios Padre ha engendrado a Jesús. A nosotros nos ha creado y luego nos ha adoptado como hijos suyos queridos. Hemos subido un peldaño: de simples criaturas fruto de un acto de creación a hijos.
- SEÑOR. Cuando los judíos que vivían en Alejandría (Egipto) tradujeron el Antiguo Testamento al griego, la palabra ‘Yahvé’, que era el nombre que Dios se había dado a sí mismo ante Moisés, la tradujeron por la palabra ‘Kyrios’, que significa ‘Señor’. Desde ese momento a Dios se le llamó Señor. Pero lo novedoso de los primeros discípulos de Jesús es que también llamaron Señor a Jesús y de este modo pasaron a reconocerlo como Dios. De hecho, “a lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina” (n. 447).
“Con mucha frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole ‘Señor’. Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). En el encuentro de Tomás con Jesús resucitado, se convierte en adoración: ‘Señor mío y Dios mío’ (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: ‘¡Es el Señor!’, dice Juan al ver a Jesús resucitado, cuando la pesca milagrosa (Jn 21, 7)” (n. 448).
De esta manera, las primeras confesiones de fe de la Iglesia, cuando se dice que Jesús es Señor (es decir, Dios) afirman desde el principio que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús. En efecto, Dios Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria.
Por todo ello, el cristiano reconoce que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal, sino solo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el ‘Señor’. Por esta convicción los primeros cristianos morían a manos de los emperadores romanos. Ahí tenemos el ejemplo de los cuarenta soldados cristianos martirizados[1] en tiempos del obispo san Blas.
Desde el inicio de la vida de la Iglesia, “la oración cristiana está marcada por el título ‘Señor’, ya sea en la invitación a la oración ‘el Señor esté con vosotros’, o en su conclusión ‘por Jesucristo nuestro Señor’ o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: ‘Marana tha’ (‘¡Ven, Señor!’) (1 Co 16, 22): ‘¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!’ (Ap 22, 20)”, que son las últimas palabras de la Biblia (n. 451). Y estas palabras santas las proclamamos en cada Misa, justo después de la consagración. Dice el sacerdote: “Este es el misterio de nuestra fe” y nosotros respondemos: “Anunciamos tú muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”

[1] Cuarenta soldados que habían confesado abiertamente su condición cristiana, fueron condenados por el prefecto a estar expuestos desnudos durante la noche sobre una laguna helada. Entre los confesores, uno cedió y, dejando a sus compañeros, buscó los baños calientes cerca del lago que habían sido preparados para quien quisiera renunciar. Uno de los guardias que vigilaba a los mártires vio en este momento un brillo sobrenatural sobre ellos. En ese momento se convirtió al cristianismo, y despojándose de sus vestiduras se unió a los otros treinta y nueve. Así, el número de cuarenta se mantuvo constante. Al amanecer, los cuerpos rígidos de los soldados, que aún mostraban señales de vida, fueron quemados y sus cenizas arrojadas a un río. Los cristianos, sin embargo, recogieron los preciosos restos que quedaban y las reliquias fueron distribuidas por muchas ciudades.

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