jueves, 8 de agosto de 2019

Domingo XIX del Tiempo Ordinario (C)


11-8-2019                   DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía en vídeo
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
            Seguimos otro domingo más explicando el Símbolo de la Fe. Continuamos con la primera verdad del Credo: “Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”.
Párrafo 5º: El Cielo y la Tierra.
- El Credo nos dice que Dios es Creador del cielo y de la tierra. Con esta expresión se quiere indicar que Dios es el autor de la creación entera. No hay nada existente que no proceda de Dios. La tierra es el lugar de los hombres. El cielo es el lugar propio de Dios.
- Al decir que Dios es creador del cielo y de la tierra, también se indica la existencia de la gloria escatológica y el lugar de las criaturas espirituales, de los ángeles. Estos son criaturas espirituales, son criaturas personales (uno es distinto del otro), tienen inteligencia y voluntad, y son inmortales (Lc. 20, 36[1]). Además, superan en perfección a las criaturas terrestres.
- Los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. En la Biblia aparecen en muchas ocasiones, por ejemplo, Gabriel con la Virgen María, Rafael con Tobías, etc. Asimismo los ángeles acompañan a Jesús: “Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando Él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53). Son también los ángeles quienes ‘evangelizan’ (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo” (n. 333).
“Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). ‘Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida’ (San Basilio Magno)” (n. 336).
Párrafo 6º: El hombre.
- “‘Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó’ (Gn 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: ‘está hecho a imagen de Dios’; en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material; es creado ‘hombre y mujer’; Dios lo estableció en la amistad con él” (n. 355).
“De todas las criaturas visibles solo el hombre es ‘capaz de conocer y amar a su Creador’ (GS 12,3); solo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y esta es la razón fundamental de su dignidad” (n. 356). “Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar” (n. 357).
- El género humano forma una unidad. “Esta ley de solidaridad humana y de caridad, sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos” (n. 361).
- Hombre y mujer los creó. “El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. ‘Ser hombre’, ‘ser mujer’ es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, ‘imagen de Dios’. En su ‘ser-hombre’ y su ‘ser-mujer’ reflejan la sabiduría y la bondad del Creador” (n. 369).
“Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las ‘perfecciones’ del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios” (n. 370).
- El hombre en el paraíso. “El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo” (n. 374).
“Por la irradiación de gracia (de Dios), todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cf. Gn 2,17; 3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer (cf. Gn 2,25), y, por último, la armonía entre la primera pareja y toda la creación constituía el estado llamado ‘justicia original’” (n. 376).
“Toda esta armonía de la justicia original, prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado de nuestros primeros padres” (n. 379).
Párrafo 7º: La caída.
Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres.
“La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, solo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que esta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Solo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente” (n. 387).
“El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres” (n. 390).

[1] “Ya no pueden morir, pues son como ángeles”.

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