jueves, 1 de agosto de 2019

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (C)


4-8-2019                     DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO (C)
                                           Ecl.1,2; 2,21-23; Slm. 89; Col. 3,1-5.9-11; Lc. 12,13-21
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            Seguimos otro domingo más explicando el Símbolo de la Fe. Estamos aún con la primera verdad: “Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”.
            - El Catecismo de la Iglesia Católica dedica una serie de números a explicar el misterio de la creación:
            * En efecto, Dios ha creado el mundo por amor. El mundo no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. “Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad” (n. 295).
            * Dios creó el mundo de la nada. “Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear. La creación tampoco es una emanación necesaria de la substancia divina. Dios crea libremente ‘de la nada’ (Concilio de Letrán IV: DS 800; Concilio Vaticano I: ibíd., 3025): ‘¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere’ (San Teófilo de Antioquía)” (n. 296).
“La fe en la creación ‘de la nada’ está atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio: ‘Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes [...] Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia’ (2º M 7,22-23.28)” (n. 297).
            * Dios crea un mundo bueno. “Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad (‘Y vio Dios que era bueno [...] muy bueno’: Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación[1], comprendida la del mundo material” (n. 299).
            * Dios mantiene y conduce la creación. “Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No solo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza” (n. 301).
            - El escándalo del mal en la creación. Vemos cómo un poco más arriba se decía en el Génesis que Dios había hecho un mundo bueno, ‘muy bueno’ (Gn 1,4.10.12.18.21.31).
Si Dios Padre todopoderoso tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal[2]? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar” (n. 309).
Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo ‘en estado de vía’ hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección (n. 310).
Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien” (n. 311).
Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien” (n. 312). Escribió santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, en la prisión en la que lo tenía el rey Enrique VIII a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”.
“Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios ‘cara a cara’ (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra” (n. 314). 

[1] Caso del profesor de religión que decía que había miembros puros e impuros en el hombre.
[2] El 26 de julio me llamó un amigo de Oviedo, porque tenía el hombro mal y había ido al HUCA. Me decía que la consulta estaba llena de gente joven esperando a entrar y a uno le faltaba una pierna o dos, o… Y me decía este amigo: ‘Yo que me quejaba de mi mala suerte, ¡qué bien estoy en comparación con aquellos otros jóvenes que allí estaban!’

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