22-3-2009 DOMINGO IV CUARESMA (B)
2 Cro. 36, 14-16.19-23; Sal. 136; Ef. 2, 4-10; Jn. 3, 14-21
Siento mucho no poder ofreceros en esta ocasión en formato audio la homilía, pero, al comenzar a predicarla, me di cuenta que tenía la batería gastada el aparato. No queda más remedio que escucharla a través del video, que sí ha sido grabada.
Queridos hermanos:
- ¿Tienen perdón nuestros pecados? ¿De verdad creéis que Dios puede perdonarnos una y otra vez, a pesar de que nosotros le fallamos una y otra vez? Hay un pueblo en España en donde vive una mujer relativamente joven. Vive sola y trabajaba cuidando a gente mayor. Vive en una casa de alquiler y paga unos 150 € al mes. Pero lo que le pagan por su trabajo no le da para llegar a final del mes. ¿Sabéis lo que hace para completar el dinero que le falta? Pues se prostituye. ¿Sabéis de dónde vienen los hombres para estar con ella? Pues de las aldeas y pueblos de alrededor. Pero ella sólo se acuesta con los hombres necesarios para pagar todos sus gastos mensuales. Más no quiere. ¿Podrá Dios perdonar a esos hombres que dejan sus mujeres e hijos un rato en el día para irse con esta mujer? ¿Podrá Dios perdonar a estos hombres que utilizan la necesidad de esta mujer para acostarse con ella? Creo que una vez ya os lo había contado, había un hombre casado que estuvo en una ocasión con una brasileña en una casa de citas. Volvió a casa hacia las 10,30 de la noche. Al llegar su hija de 6 años, que se iba a acostar, se lanzó al cuello de su padre para besarlo y desearle las buenas noches. Aquel beso le ardió al hombre: con los mismos labios que había hecho “cosas” a la brasileña, con esos mismos labios media hora después besaba a su hija. ¿Tienen perdón nuestros pecados?
Esta semana estuve en Salamanca haciendo ejercicios espirituales. También coincidí con otras religiosas que los hacían. Y una de ellas me confió que se dedicaba a atender a adolescentes rotas de familias rotas: * Una niña de unos 12 años, que fue adoptada y el padre adoptivo se aprovechó, sexualmente hablando, de ella. La niña tuvo que salir de aquella casa, y ahora está en manos de psicólogos y terapeutas. No se sabe si se podrá recuperar del trauma. Ha tenido, por lo menos, dos fracasos grandes en su vida ya a tan corta edad: unos padres que la abandonaron y otros que han abusado de ella. ¿Tendrán perdón estos pecados? * Otra niña, cuyos padres se separaron. La madre se casó ahora con otro hombre y tiene un hijo de éste. La niña, que tiene 14 años, ve como un intruso a su hermanastro y al padrastro, y reacciona con mucha violencia. No la pueden tener en casa, pues las arma tan gordas que tiene que venir la guardia civil a sacarla de casa. Entonces la mandaron a los servicios de la Comunidad Autónoma, que la remitió a estas religiosas. En la casa de las religiosas arma mucho follón también y ya la han amenazado los responsables de la Comunidad Autónoma con enviarla a un reformatorio. ¿Tienen perdón nuestros pecados? * Finalmente, me contaba esta religiosa el caso de otra niña que llegó al centro de ellas y se le dio mucho cariño por parte de una de las religiosas. Con esto la niña estaba muy contenta, pero enseguida hubo problemas: porque si esta religiosa tenía atenciones también con otros adolescentes, entonces la chica se volvía violenta y pegaba a los demás. Si la religiosa atendía especialmente a esta chica, entonces los demás se celaban y armaban lío. Y todo esto por la falta de cariño de los padres entre sí y hacia sus hijos, que han originado unos niños y adolescentes totalmente rotos por dentro. ¿Tienen perdón nuestros pecados?
Podía seguir. Estos son los ejemplos más recientes que he tenido ante mí, pero vosotros me podéis decir cientos más. Por tanto, repito las preguntas del principio: ¿Tienen perdón nuestros pecados? ¿De verdad creéis que Dios puede perdonarnos una y otra vez, a pesar de que nosotros le fallamos una y otra vez? Veamos lo que nos dice el evangelio de hoy: “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Y también: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. El amor de Dios a los hombres es incondicional. No depende de nuestro comportamiento el que Dios nos ame o no. Dios nos ama desde siempre, nos ama y nos perdona siempre, y Dios nos ama y nos perdona para siempre. Por ello mandó a su Hijo entre nosotros, para nuestra salvación. Veamos a continuación una historia de amor, que demuestra lo que nos dice el evangelio de hoy.
- Y es que el jueves fue 19 de marzo, día de San José. En ese día se celebra habitualmente el día del Seminario, pero en España se ha trasladado la celebración al domingo de hoy. Voy a leeros sin más preámbulos una historia de amor, una historia de una vocación sacerdotal. La acabo de leer hace una semana. Me hizo bien y creo que a vosotros también os hará bien:
“Fue jefe de ‘bateadores’ en su barrio; hoy es cura en una iglesia de pueblo. De ultra y violento… a pacífico y sacerdote. Una chica, de la que estuvo enamorado, tuvo mucho que ver en su cambio de vida
Teniendo 11 años, una tarde, al salir de clase, otros chicos de 16 y 17 años le llevaron frente a un cajero automático y le dieron un bate de béisbol. No era un rito de iniciación. O no sólo. Era un test de patrioterismo callejero. Lo pasó con nota: en pocos minutos, donde antes había habido una máquina expendedora de billetes, sólo quedaba un hueco. Lo siguiente fue el adiestramiento en técnicas de lucha. Una noche lo llevaron a los bajos de plaza de España. Comenzaban a llegar a nuestro país los primeros inmigrantes y los negros que allí acampaban, envueltos en mantas y cartones, se prestaban a la metáfora racista: sanguijuelas pegadas a la piel hermosa de la madre patria. ¡Afuera con ellos! Una empresa de tales magnitudes -limpiar España- necesitaba un plan pegado a la realidad: había que ir barrio por barrio. A él lo encuadraron en la patrulla que vigilaba las calles del suyo, Argüelles, donde vivía con sus padres. No era ésta la única partida de la porra que operaba en Madrid. La misión de éstas era doble: reclutar cruzados para la causa y mantener la ‘chusma’ a raya. Para lo primero, se exigía diplomacia, don de gentes, capacidad de liderazgo; para lo segundo, un manejo del bate propio de un jugador de béisbol. Nuestro protagonista enseguida marcó estilo. Antes de cumplir los trece, era un mago de la persuasión y la violencia, lo que le hizo ir subiendo puestos en el escalafón, hasta ocupar la jefatura de la patrulla de su barrio. Entonces supo que aquello no era un juego. Le habían avisado de que no era fácil llegar hasta allí. Lo que nunca nadie le había dicho -ya lo comprobaría él- es que más difícil era salir.
Si le preguntas en cuántas peleas estuvo metido los años -seis, casi siete- que duró su aventura ultra, te dice que perdió la cuenta. Sólo sabe que no mató a nadie y que siempre corrió más que la Policía. Sí recuerda que la violencia era adictiva y le generaba ansiedad, que él paliaba a base de remedios seculares: sexo, drogas, alcohol… También recuerda broncas en las que pensó si no sería otro el que pegaba. Cada vez le costaba más llegar a casa, reconocerse en el espejo, dormir de un tirón.
Sus padres nunca le preguntaron en qué líos andaba, quizás por lo evidente de la respuesta: su cuarto se había convertido en un búnker y él ya no era un ángel. Como trataran de imponerle su autoridad, era capaz de levantar la voz. O la mano. Ellos, lejos de amilanarse, decidieron actuar. Y lo hicieron siguiendo una política de hechos consumados: por su cuenta, sin consultarle nada. El colegio al que había ido desde niño se había convertido en el cuartel general de la patrulla, así que lo llevaron a un instituto a las afueras de Madrid. Para asegurarse de que iría a clase, al cambio de centro siguió uno de domicilio. No se lo perdonó, al menos durante el año que estuvo sin dirigirles la palabra.
La idea que de nuestro protagonista se hicieron sus camaradas fue letal: ya no era él quien llevaba los pantalones en casa. Luego era débil. Merecía el mismo trato que un inmigrante, que un yonqui, que un travesti. O uno peor, pues sabía demasiado. Que se cuidara mucho de dejarse caer por ciertas calles. Ahora sí que no entendía nada. Su aterrizaje en el instituto, con el curso ya empezado, no ayudó a que se le aclararan las ideas. Aquello le pareció un nido de hippies y de rojos. Allí nadie se atrevía a mantener su mirada. Salvo esa chica que, cada mañana, le saludaba con una sonrisa de oreja a oreja. El detalle le enamoró. ¡A él, para quien las mujeres habían sido carnaza!
Ella se lo dejó claro desde el minuto cero: quería su amistad, nada más. Él, con tal de que fuera suya, se pegó a sus amigos, un grupo de parroquia. Estaba dispuesto a casi todo. Una vez ella le pidió que la acompañara a una pascua juvenil y él, queriéndola mucho, le dijo que no. A cambio, ella le hizo dibujar a Jesús en Getsemaní. Mientras lo dibujaba, se encontró con un hombre solo, al que traicionaban sus amigos, pero que moría por amor. A él también le habían dado de lado, pero, a diferencia de Cristo, seguía lleno de odio. Allí, en la soledad de su cuarto, por primera vez en años, rompió a llorar. No sería la última vez.
En otra ocasión ella y sus amigos le pidieron que les acompañara a la parroquia a echar una mano con unas cajas. En esas estaba cuando reparó en un cartel mal colgado en el tablón. Al ir a colocarlo, pudo leer: “Confesiones los miércoles después de misa”. Y pensó: “A mí es imposible que me perdonen”. Días después, y con la misma decisión con que había liderado tantísimas acciones de comando, fue a ver al cura. Quería pedirle que dejara de colgar cartelitos para engañar a los incautos, no fuera a ser que alguno se lo creyese y se hiciera ilusiones. El sacerdote, lejos de echarle con cajas destempladas, le oyó en confesión. ¿Cuándo había sido la última vez? ¡Ni se acordaba! Los pecados no los dijo, los vomitó. Llevaban ahí tantísimo tiempo pudriéndose, pudriéndole, que vaciarse de ellos fue un alivio. Mientras el cura le daba la absolución, quiso haberle dicho: “Pero ¿qué hace? ¿No ve que doy asco?”. Aunque sólo acertó a llorar. Quizás porque empezaba a entender algo: había sido salvado. Salió de allí con la expresión que era otra. ¡Por fin podían mirarle a la cara!
El encuentro con Jesús le cambió la vida. El ya no era algo que tirar a la basura, sino que proclamaba la grandeza de Dios. Dos mil años después, Cristo seguía operando milagros. Tras una adolescencia de odios y violencias, nuestro protagonista se apuntó a un curso de confirmación y comenzó a ir a misa; un verano volvió de las misiones con un montón de fotos en las que salía jugando con niños negros (¡qué hubieran dicho los camaradas!); su búsqueda de la belleza hizo que se matriculara en Historia del Arte; al acabar la carrera, entró de profesor en un colegio; años atrás, la chica de la sonrisa había terminado cediendo; sonaban campanas de boda… Pero oyendo Misa en la catedral de Santiago, supo que el Evangelio seguía hablando. Aquella peregrinación había sido accidentada. En un alto en el camino, ya en el tramo final, cuando se duchaba, le robaron todo. Y allí estaba él, en la cripta, con ropa prestada, atento a la lectura del día. “No llevéis bolsa, ni morral, ni sandalias…”. Dios le pedía más. ¿Qué? De momento, cortar la relación con su novia.
Sentía que su corazón estaba hecho para amar a más personas, le iba la vida de parroquia más que la del hogar, un amigo suyo acababa de ordenarse sacerdote… Decidió entrar en el Seminario y sus padres no estuvieron de acuerdo. En cinco años fueron a verlo dos veces al seminario. Una cosa es que su hijo fuera a Misa todos los días -ellos, encantados- y otra que se metiera a cura. Sin embargo, hoy no quieren otra cosa para su hijo: lo ven tan feliz, tan en su sitio… Así también debieron de verlo los dos energúmenos que se colaron en su ordenación. Fueron a reventársela… y salieron hechos un lío” (De la revista http://www.albadigital.es/, de marzo de 2009).
Sacerdote de la Archidiócesis de Oviedo (España) Párroco de la UP de san Lázaro del Camino (Oviedo)
viernes, 20 de marzo de 2009
Domingo IV de Cuaresma (B)
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Querido D. Andrés y demás hermanos:
ResponderEliminarDespués de haber leído estas sobrecogedoras historias, cabe preguntarse ¿Si nosotros ocuparamos el lugar de Dios, que haríamos? Seríamos capaces de perdonar pecados e injusticias tan graves.
Por suerte El Señor no es como nosotros y siempre está dispuesto a perdonar. El siempre esperará a sus hijos y saldrá como el Padre del Hijo Pródigo al medio del camino a recogerle y perdonarle, aunque esté hecho un veradadero asco, como el ultra que se hizo cura, como nosotros mismos tantas veces.
Un abrazo a todos.
Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera (San Juan 6, 37)
Yo necesito creer siempre en la Misericordia del Señor a pesar de todo lo que acontece a mi alrededor. Los hechos que nos cuenta D. Andrés, que son estremecedores, me demuestran que el comportamiento humano no tiene límites para el mal, pero tampoco los tiene para el bien, y tengo la seguridad de que el Señor, conserva como un tesoro las pocas buenas acciones que podamos hacer cada uno de nosotros,y porque es Generoso olvida aquellas otras que nos ensucian a lo largo de nuestra vida. Su Misericordia de Padre es tan grande, que siempre está dispuesto a perdonar, hasta en el último instante de nuestra existencia, solo existe una condición, querer ser perdonados, reconocer con humildad nuestros pecados, y este hecho tan simple, sigue siendo la gran barrera que nos separa de Dios. El nos dió a su Hijo, nos regaló la salvación, y nosotros solamente tenemos que dejarnos salvar, ¡ Cuánto nos cuesta !
ResponderEliminarPrecioso el testimonio del joven Sacerdote. Dios es así, imprevisible, pero siempre extraordinario.
Gracias D. Andrés por esta preciosa Homilía, muy dura pero esclerecedora de la Misericordia del Señor, y llena de esperanza para los que somos pecadores.
Un abrazo a los hermanos del blog.
Sí, creo que los pecados son
ResponderEliminarperdonados. Lo supe, cuando pude perdonarme a mí misma, cuando
en tu vida, no sólo está Dios, sino la ayuda de los hermanos y la
gracia de la Iglesia, que hace, que lento y aveces penoso, tú
pases a la vida de El. y así experimentas, que, efectivamente, no viene a juzgarte, sino a amarte a muerte y hasta la muerte.
Soy la abuela del quinto nieto.Un abrazo.Paz
Felicidades Paz por ese quinto nieto al que llevarás a misa los domingos y le explicarás, como tu sabes, lo bueno que es Papá Dios y con el que nengociarás alguna trastada a cambio de que pase por taquilla.
ResponderEliminarEl que nos quiere como Padre y como Madre, sin reservas, tal y como somos. Sin embargo, nos empeñamos en destruir su obra y en perder el tiempo en bobadinas.
Un abrazo y feliz semana para todos.
Soco
Hoy la homilía me ha hecho reflexionar sobre ¡cuánto daño hacemos a los demás con nuestros pecados! No dudo en ningún momento que Dios me perdona y me amará siempre como si fuera la más perfecta de sus hijas, pero...es que mis pecados no selen "gratis" al mundo; es que cuando yo peco con mi egoismo, con mi soberbia, con mi faltade caridad...¡El daño está hecho! y en muchas ocasiones, como nos relata el padre Andrés en su homilía, es irrepareble.
ResponderEliminarMuy difícil será poder hacer realidad ese "venga a nosotros tu Reino" del Padrenuestro si no somos capaces de ir "limpiando nuestros corazones" y conformándolos según su palabra.
¡Que nunca dejemos de caminar hacia Él!
Que historia mas llenas de amor ... y de Dios ¡¡¡que me estremecen al leerlas.. de niña siempre me decian que el ERRAR ES HUMANO Y EL PERDON ES DIVINO .... pero que todo aquel que lleva a Dios en su corazon debe tener perdon en el mismo . y no juzgar a nadie ...lo cual muchas veces es dificil .. pero quizas uno lo entienda mas con los hijos poruqe como padres que somos ¡¡ no esta siempre el perdon en nosotros para con ellos ¡¡¡¡ Entonces cuanto mas el Padre para con nosotros ¡¡ con su gran misericorida .. aunque no esperando siempre su perdon andemos de bardo en bardo .... sino lo importante es llevar limpia el alma
ResponderEliminarHermanos gracias ¡¡¡ por tan bellos escritos ¡¡ Buena y anta semana para todos
Querido Don Andrés y hermanos del blog. Como siempre estas maravillosas homilías me ratifican la grandeza del Señor. Yo creo que nuestros pecados si son perdonados, porque creo en la grandeza y misericordia de Dios. Tengo que reconocer que conmigo tiene mucho más trabajo que con otros y sobre todo en esta cuaresma, que soy tentado continuamente, aunque me revelo ante estas tentaciones no siempre consigo vencerlas, pero se que sin la ayuda de Dios no podría vencer ninguna.
ResponderEliminarCuanta misericordia tiene Dios conmigo, porque caigo una y otra vez, y gracias a la confesión recupero la fuerza para seguir adelante, ¿Cuánto me cuesta a mi perdonar a un hermano? mucho…y… ¿Cuánto le cuesta a Dios perdonarnos?...poco...porque nos quiere con amor puro e incondicional.
Gracias Don Andrés por sus homilías y que Dios le bendiga. Buena semana para todos y abrazo profundo.
Estuve unos dias de retiro y ¡cuántas cosas nos revela Dios en el Silencio!...Sigo dándole gracias aún, pues en un momento en que me planteaba ese tema que tanto preocupa a nuestro Blog, como es el del pecado, el Señor lo convirtió en el mas hermoso de estos dias.Su Gracia me hizo verme pecadora y al mismo tiempo y a la vez que unas lágrimas de arrepentimiento me venían a los ojos, proporcionándome un gran alivio, Su Paz se hizo presente. ¡¡Cuántos sentimientos juntos en un momento!!, porque Él estaba allí, cubriendo mis infidelidades con Su Amor.
ResponderEliminarEste año he estado mucho con S. Pablo, por eso de ser "su año", y me va enseñando tanto sobre ese Cristo de quien estaba ¡tan enamorado!...que es como un virus que acaba contagiándote su gran conocimiento sobre Él. Pero mi gran sorpresa amigos- ¡¡!!- de repente leo, "que en sus escritos encontramos, ¡¡12 listas de pecados!!"; como comprendereis me acordé de todos vosotros, también de nuestro amigo anónimo -el de la confitería-.., va a tener que enfrentarse a San Pablo, porque el P. Andrés se queda "chiquitito", como dirían en mi tierra.(soy de Puerto Rico)
Desde estos testimonios tan crudos que nos habla la homilía, he vuelto la mirada a los que somos padres; niños y jóvenes rotos en sus distintas situaciones; que acertada P. Andrés la palabra "rotos" para describir el dolor ante tales situaciones, pero detrás de todas ellas hemos visto la figura de unos padres:unos abandonaban a los hijos, otros abusaban de ellos, y otros los salvaban de sus propias caídas y pecados...como en el caso del chico que luego se convirtió en sacerdote. Estos padres supieron estar a la altura, tomando decisiones que imagino drásticas para ellos, llegando a cambiar de domicilio por el bien del hijo.En estos tiempos en que podemos caer en la "permisividad" a la que nos invita la sociedad y el mundo en que vivimos, creo que debemos fijarnos en estos ejemplos..."¡¡que haberlos hailos!!, aunque (como decía un cura amigo de mi familia) habrá que dar con ellos."
Os he recordado a todos ante la Santina.
Santa Semana amigos,Jerusalén ya se ve a lo lejos..
Hola D.Andrés y hermaninos del Bloc,a veces es triste tener que esperar, hasta llegar a sentirse vacío casi de todo, para poder encontrarse con Jesús, pero lo positivo de eso, es recompensado por el Señor, una vez que confías y te acercas a Dios, te va poniendo en el camino como si fueran unas escaleras, que según las vas subiendo, vas haciéndote con un corazón de carne, el cual necesitas compartir con los demás, y intentas dar a conocer la experiencia de lo que es vivir cerca de Dios, lo reconfortante que es orar y contarle tus cosas.
ResponderEliminarEn fin que tenemos que dar gracias todos los días, por poder estar aquí compartiendo este Bloc y poder escuchar la palabra de Dios a través de D. Andrés.
Os quiero dar las gracias a todo@s por vuestras oraciones, ya que físicamente estoy muy bien y me siento en Paz.
Saludos de José
¡DE COLORES!