viernes, 21 de marzo de 2008

Viernes Santo

21-3-08 VIERNES SANTO (A)

Is 52, 13-53, 12; Slm. 30; Heb. 4, 14-16; 5, 7-9; Jn. 18, 1-19, 42



Queridos hermanos:
Cuando nos detenemos ante un crucifijo y contemplamos pausadamente aquellos que está ante nuestros ojos...; cuando leemos el Evangelio y tratamos de profundizar en qué sucedió a Jesús, sobre todo durante su pasión, nos podemos dar cuenta de que los sufrimientos de Jesús en la cruz fueron de tres tipos:
1) De tipo físico. Al introducirle tres clavos. Dos en las manos/muñecas otro clavo en los pies superpuestos.
La muerte de un crucificado se produce no por dolores..., no por la pérdida de sangre..., sino por asfixia. El cuerpo que cuelga de la cruz, con los brazos estirados, ejerce una presión sobre la caja torácica de tal modo que impide la respiración del crucificado, por lo que éste debe empinar­se sobre sus pies ayudándose del clavo que tiene en ellos. Así levantándose un poco puede tomar aire, pero esto le causa tal dolor en los pies que debe dejarse caer. En este momento los pulmones quedan nuevamente "aprisionados", por así decirlo, y vuelve a faltarle el aire y se ha de repetir la operación: alzarse sobre los pies, dolor extremo y dejarse caer. Esta agonía puede durar de 3 a 4 horas, depende de la fortaleza del crucificado. Además, enseguida todo se agrava con calambres en los brazos, la angustia de quedar sin aire en los pulmones con la consiguien­te sensación de ahogo y la pérdida de sangre a través de las heridas que hace sufrir una sed atroz a los que padecen tal muer­te. De ahí que era normal tener algunas sustancias, como vinagre, que empapadas en una esponja servían en cierta medida para calmar y al mismo tiempo "anestesiar" o adormecer al reo.
A veces, como una medida de gracia, para acortar el sufri­miento y la agonía, se les partía los huesos de las piernas con unas mazas de hierro o madera de tal modo que, al no poder empinarse sobre los pies, la asfixia total llegase en breves minutos y, por tanto, la muerte. Esto fue lo que hicieron con los dos ladrones crucifica­dos a los lados de Jesús.
Se nos puede ocurrir una pregunta: ¿por qué Jesús murió antes que los otros que tenía a su izquierda y a su derecho? ¿Tal vez era menos resistente que ellos? No. Seguramente se debió al hecho de que Jesús había tenido el fenómeno de sudar sangre en el día anterior por la angustia y el terror ante lo que se le venía encima. Además, le había golpeado muy duramente los judíos en el Sanedrín. Y, por último, le había dado los 39 latigazos. Por todo ello, cuando Jesús llega a la cruz, estaba ya muy debilitado.
2) De tipo psicológico y afectivo. Jesús vio cómo sus discípulos amados lo negaban, lo traicionaban, lo abandonaban. Jesús vio cómo la gente a la que él había curado, predicado, dado de comer, querido... ahora se volvían contra él y pedían su crucifixión o simplemente se volvían a sus casas desilusionados. Salvo Juan, los demás apóstoles no estuvieron con él a la hora de su muerte. Aquellos apóstoles a los que había escogido, enseñado, querido y mimado durante tres años, ahora no estaban.
3) De tipo espiritual. Toda la obra de su vida se veía derrumbada. ¿Mereció la pena abandonar su Nazaret de la infancia para... nada? ¿Mereció la pena vivir en la incomprensión y remando contra corriente: contra su propia familia, contra sus conocidos, contra los apóstoles, contra toda la gente que le rodeó para... nada? Todo aquello por lo que había luchado desapareció en un instante.
En la cruz Jesús grita: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Jesús experimentó el abandono de Dios. Dios se sintió abandonado por Dios. Jesús experimentó el silencio de Dios ante el sufrimiento de los hombres. ¿Dónde estaba el Dios del monte Tabor? ¿Dónde?
Jesús cargó sobre sí con todos nuestros pecados, con los pecados y dolores de todos los hombres y de todos los tiem­pos. Los pecados de las guerras, de los niños con hambre o maltratados, de los exterminios nazis y otros a lo largo de la historia; toda esa podredumbre la tomó sobre sí. Todo el odio de los hombres, todas las injusticias, las calum­nias, avaricias, egoísmos, soberbias, etc. de los hombres se cargaron sobre Jesús en este momento. Este sufrimiento es algo totalmente misterioso para nosotros y sólo sabemos de él por algunos trozos de la Escritura como cuando Isaías dice "traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes... tomó el pecado de todos..." (Isaías 53 5.8b).
Sin embargo, las lecturas bíblicas nos traen una frase de sentido a su pasión y muerte, de esperanza, de resurrección: "Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el 'Nombre-sobre-todo-nombre'; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la tierra, en el abismo-, y toda lengua proclame: 'Jesucristo es el Señor', para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 9-11).

3 comentarios:

  1. Estimado Don Andrés y demás hermanos:

    Humildemente me gustaría también comentar un aspecto que suele pasar desapercibido en medio de tanto sufrimiento por Jesucristo.

    Como Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, hubo de vencer la peor de las tentaciones. El no descender de la cruz. Si a Cristo podemos considerarlo como hombre no conviene aquí ante el sufrimiento despojarle de su poder:

    ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?
    Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?»
    (San mateo 26, 53-54)


    Cuando los fariseos le gritan: "Si eres el hijo de Dios desciende de la cruz para que creamos en ti", Jesús además de los aspectos consabidos sufre la peor de las tentaciones, soportar aquellos insultos e increpaciones.

    Ser Dios y soportar aquello ¿habríamos resistido nosotros a la tentación de bajar de la cruz y darles su merecido a aquella gente?

    Quizás hubieramos soportado antes todo lo demás pero esto lo dudo, colmaría el vaso de alguien que antes ha soportado lo indecible.

    Y todo por amor a su Padre y a nosotros, pobres pecadores.

    José Manuel

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  2. Estiamdo Don Andrés y demás hermanos:

    Entre tanto sufrimiento que hubo de soportar Jesús, hay un hecho que siempre me ha llamado la atención:

    Cuando Jesucristo en la cruz, recibe la increpación de los fariseos, que por fin creen verle vencido y le gritan: "Si eres el hijo de Dios desciende de la cruz para que creamos en ti". Ante tanto dolor y desesperación Cristo hombre, pero también, 2ª Persona de la Santísima Trinidad y revestido de poder, recibe otra tentación más. Lleno de sufrimiento y paciencia le añaden a su vaso ya rebosante otra gota más.

    Anteriormente en el huerto corta de raiz la agresión de Pedro a los que vienen a apresarle:

    ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?
    Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?»
    (San mateo 26, 53-54)

    ¿Que hubieramos hecho nosotros de haber logrado llegar a este punto donde llegó Jesús? De seguro habríamos bajado de la cruz para darle su merecido a aquellos desalmados.

    Y todo por amor a su Padre y a nosotros, pobres pecadores.

    ¡Bendito sea Jesucristo!

    José Manuel

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  3. Esta Homilía enlaza con la anterior del vaciamiento. Jesús con su actitud pasiva ante el sufrimiento, y la afrenta, dejándose crucificar, nos deja el testimonio de su humildad y acato a la voluntad del Padre, no se queda con nada, ni tan siquiera con la rabia de haber perdido, de sentirse fracasado, ¡ Padre, perdónales, no saben lo que hacen !
    Tanto ese terrible dolor físico al que fue sometido, como el profundo abatimiento del espíritu ante su fracaso, me hacen sentir una profunda vergüenza, y horror, porque aunque yo personalmente no estuve allí, si estaban allí mis pecados, y los de mis hermanos, y TODOS, fuimos y somos culpables de esta debacle. Mereció la pena tanto dolor, aunque sea cruel decirlo, incluso egoista por mi parte, con el dolor de Jesús, vino la Resurrección gloriosa, vino para todos nosotros, la certeza de una vida mejor, la vida eterna. Su sacrificio, fue el más bello gesto de amor, que nadie puede hacer, sufrir, y morir por quienes te han ofendido, por quienes te ignoran, por quienes de matarían una y mil veces, por toda la humanidad, por mí, y por tí querido hermano del blog.
    ¡ Bendito sea el Cordero de Dios !
    Gracias D. Andrés por tanto trabajo y esmero, para que pueda disfrutar y aprender más sobre mi pobre condición de ser humano, para que pueda valorar cada día más, el sacrificio maravilloso de Jesús por todos nosotros.
    Un abrazo para todos los hermanos del blog.

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