miércoles, 11 de diciembre de 2024

Domingo III de Adviento (C)

15-12-2018                             DOMINGO III DE ADVIENTO (C)

Sof. 3, 14-18a; Is. 12; Flp. 4, 4-7; Lc. 3, 10-18

Queridos hermanos:

            * Celebramos hoy el tercer domingo de Adviento. Este domingo se llama “gaudete” (alégrate). Y las lecturas nos hablan de la alegría que debemos sentir los creyentes en Dios. Repasemos estas lecturas:

            - “Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén”.

            - “Gritad jubilosos: ¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!”

            - “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres”.

            Pero la alegría de que se nos habla aquí no está relacionada con las cosas. Estas no son duraderas ni estables. Las cosas causan placer, mas no alegría.

La alegría de que aquí se nos habla no está relacionada con la diversión. Esta es conveniente, necesaria como descanso y como tonificante, pero uno no puede vivir eternamente “divertido”.

La alegría de que aquí se nos habla no está relacionada con el éxito. Este es inseguro y fugaz. Si sólo sirve para agrandar mi ego, entonces me distancia de los demás.

La alegría de que aquí se nos habla no está relacionada con el poder. Este endurece el corazón y teme ser arrebatado.

            Entonces, si la alegría no se consigue con las cosas, ni con la diversión, ni con el éxito, ni con el poder, ¿dónde está, y qué y cómo es la alegría de que se nos habla en las lecturas de hoy? Ante todo esta alegría es un don (regalo) de Dios:

- Alegría, porque el Señor ha cancelado nuestra condena (nuestros pecados). Hace un tiempo daba un retiro en Mieres, en la capilla del colegio de las Dominicas, y en el frente del altar estaba escrito: “el justo por los injustos”, es decir, Jesús, que es el JUSTO, ha muerto en la cruz y muere cada día en el altar y en todas las circunstancias de la vida por nosotros, que somos los injustos (por nuestros pecados). Este perdón de Dios hacia nosotros es causa de alegría.

- Alegría porque Dios se complace en nosotros y nos ama. Esta es la razón fundamental de la alegría: el sabernos profundamente amados por Dios, sin ningún mérito por nuestra parte. Voy a poneros dos ejemplos sencillos de esto: 1) Hace poco me decía una madre que su hija pequeña había ido al catecismo y un día vino comentando asombrada: “Mamá, yo sabía que Dios me conocía. Lo que no sabía es que Dios sabía que me llamaba Beatriz”. Sí, Dios me conoce, sabe mi nombre de pila y esto es porque me ama. Porque me ama…, me conoce. Porque me ama…, sabe mi nombre. Distinto de todos los nombres iguales del mundo y de todos los tiempos. (La verdad es que una cosa es decir esto, y otra muy distinta es sentirlo en tu espíritu). 2) El otro día me decía una persona que en una charla espiritual veía el rostro de una mujer, bastante fea. Pero esta mujer fea fue transformando su rostro en belleza ante el Dios que la iba transformando en su interior por lo que se decía en la charla. ¡Cuántas veces veo al empezar la homilía, o la Misa, o la confesión, o en ejercicios espirituales, o en Cursillos de Cristiandad, o en convivencias de fe, o en otras charlas… rostros crispados y… cómo veo después que Dios va transformando (pacificando, serenando, dulcificando) esos rostros por el amor!

Sí, la alegría es un don de Dios, un regalo de Dios. Pero podemos hacernos ahora la misma pregunta que le hicieron los publicanos, los soldados y otra gente a  Juan Bautista: “¿Qué hacemos para que nos sea dada ese don, ese regalo de la alegría?” Juan Bautista nos da algunas orientaciones para disponernos a recibir ese don: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo [...] (a los militares) No hagáis extorsión a nadie ni os aprove­chéis con denuncias, sino contentaos con la paga”. Porque hay más alegría en dar que en recibir.

            Y esto no son sólo palabras bonitas; hay gente que las está viviendo ahora mismo y en muy distintas circunstancias. En 1998 llegó a mis manos una historia terrible. Quizás la cosa sucedió hacia 1996 o 1995. Voy a leeros un trozo de una carta de una monja violada por los serbios en Bosnia a la superiora general: "Soy Lucía Vetru­se, una de las novicias que han sido violadas por los serbios. Permítame que no le dé detalles. Hay en la vida experiencias tan atroces que no pueden contarse a nadie más que a Dios, a cuyo servicio, hace apenas un año, me consagré.

            Mi drama no es tanto la humillación que padecí como mujer, ni la ofensa incurable hecha a mi vocación de consagrada, sino la dificultad de incorporar a mi fe un acontecimiento que cierta­mente forma parte de la misteriosa voluntad de Aquel, a quien siempre consideraré mi esposo divino [...]

            Le escribo, madre, no para recibir consuelo, sino para que me ayude a dar gracias a Dios por haberme asociado a millares de compatriotas mías ofendidas en el honor y obligadas a una mater­nidad no deseada. Mi humillación se suma a la de ellas y sólo puedo ofrecerla por la expiación de los pecados cometidos por los anónimos violadores y por la reconciliación entre los dos pueblos opuestos, aceptando la deshonra sufrida y entregándola a la misericordia de Dios.

            La noche, en que por horas y horas fui violada por los serbios, me repetía unos versos ('Tú no debes morir, porque has elegido estar de la parte del día'), que los sentía como un bálsamo para el alma, enloquecida ya casi por la desesperación [...] En su llamada telefónica, después de decirme palabras de consuelo que le agradeceré toda mi vida, me hizo una pregunta: '¿Qué harás de la vida que te ha sido impuesta en tu vientre?' Lo he decidido ya: seré madre, el niño será mío y de nadie más. Lo podría confiar a otras personas, pero él tiene el derecho a mi amor de madre, aunque no haya sido deseado ni querido. No se puede arrancar una planta de sus raíces. Realizaré mi vocación religiosa de otro modo. Me iré con mi hijo [...] Retomaré el viejo delantal y me pondré los zuecos que usan las mujeres en los días de trabajo e iré con mi madre a recoger resina de los pinos de nuestros grandes bosques. Alguien tiene que empezar a romper la cadena de odio que destruye desde siempre nuestro país. Por eso, al hijo que vendrá le enseñaré solamente el amor. Mi hijo, nacido de la violencia, testimoniará junto a mí que la única grandeza que honra al ser humano es la del perdón.

            Y yo me pregunto tantas veces en todos estos años: qué será ahora de esta mujer, qué ahora será de su hijo, qué será ahora de sus violadores. Y los encomiendo a Dios.

Ésta es la alegría de Dios: saberse conocido personalmente por Dios, saberse perdonado por Dios, saberse amado por Dios. Se capaz, como Él, de no dejarse arrastrar por ese torbellino de odio, de egoísmo, de tristeza profunda, de desesperanza…, sino llenarnos de la confianza de Dios y entregar confianza, llenarnos del perdón de Dios y entregar perdón, llenarnos de esperanza y entregar esperanza, llenarnos de la alegría de Dios y entregar esa misma alegría. ¿Alegría? ¿Por qué? No por lo bueno que nos sucede, por lo que tenemos, o por lo que sabemos. Alegría porque Dios viene a nosotros y está con nosotros ahora y por los siglos de los siglos.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Homilías semanales EN AUDIO: semana I de Adviento

Isaías 2, 1-5; Salmo 121; Mateo 8, 5-11

Homilía lunes I de Adviento



Isaías 11, 1-10; Salmo 71; Lucas 10, 21-24

Homilía martes I de Adviento



Isaías 25, 6-10a; Salmo 22; Mateo 15, 29-37

Homilía miércoles I de Adviento



Isaías 26, 1-6; Salmo 117; Mateo 7, 21.24-27

Homilía jueves I de Adviento

Inmaculada Concepción (C)

8-12-2024                               INMACULADA CONCEPCIÓN (C)

Gn.3, 9-15.20; Slm. 97; Ef. 1, 3-6, 11-12; Lc. 1, 26-38

Homilía en audio

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            - En este día dedicado a la Virgen María querría contaros un cuento. Escuchad atentamente, porque lo uniré con la festividad de María y con el tiempo de Adviento.

            Una vez, un miembro de una tribu se presentó furioso ante su jefe para hacerle saber que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo, que lo había ofendido gravemente. ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad! El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero que antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo. El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo, pero que sí le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa. Nuevamente, el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que, ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y estuvo media hora meditando. Después regresó a donde estaba el jefe y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos. Como siempre, fue escuchado con bondad, pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación, como lo había hecho las veces anteriores. El hombre, medio molesto, pero ya mucho más sereno, se dirigió al árbol sagrado, y allí, sentado, fue convirtiendo en humo su tabaco y su bronca. Cuando terminó volvió al jefe y le dijo: ‘Pensándolo mejor, veo que la cosa no es para tanto. Iré adonde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré a un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho’. El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: ‘Eso es precisamente lo que pensaba yo desde el principio que tenías que hacer, pero no podía decírtelo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo’”.

            Vemos que el jefe saca la moraleja de todo lo acaecido y dicha moraleja es muy importante: “Eso es precisamente lo que pensaba yo desde el principio que tenías que hacer, pero no podía decírtelo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo”.

Vamos nosotros a profundizar un poco más en algún aspecto del cuento:

1) Por mucho que el jefe viera que el deseo del hombre de su tribu de matar a su “enemigo” fuera desorbitado, no podía decírselo. ¿Por qué? Pues porque el otro no le hubiera escuchado y hubiera pensado que el jefe estaba de parte del otro. Se puede pensar que el jefe actuó de un modo fariseo e hipócrita al no decirle abiertamente lo que pensaba, pero el jefe sabía que, si se lo decía abiertamente, entonces cortaría todos los puentes de comunicación que tenía con el “ofendido”.

2) Hay cosas que, aunque se las digan claramente a uno, éste no puede verlas y comprenderlas de un modo inmediato. Necesita de un tiempo. Debemos dejar que el tiempo, que Dios haga su labor en las personas. Podemos argumentar, razonar, intentar convencer, pero cada uno tiene su momento. Hay que tener paciencia y saber esperar.

3) El jefe, que sabía todo lo anterior, tuvo la sagacidad de darle los instrumentos para que el miembro de su tribu pudiera reflexionar y ver las cosas desde la serenidad. Por ello el jefe le ofreció una pipa, un poco de tabaco y el árbol sagrado para que meditase sobre lo que iba a hacer, el por qué lo iba a hacer, el para qué lo iba a hacer y las consecuencias para el otro y para él mismo. Para nosotros “ese tabaco, esa pipa y ese árbol sagrado” son el sagrario, la oración, la Sagrada Escritura…

4) El cambio en el ofendido fue gradual. Pasó de querer darle muerte a… querer darle una paliza; pasó de querer darle una paliza a… echarle en cara todo y dejarle en evidencia; pasó de querer dejarle en evidencia ante los demás a… darle un abrazo y a considerarle su amigo.

- El evangelio de hoy nos expone cómo Dios, como el jefe de la tribu, fue enseñando a la Virgen María con infinita paciencia.

1) Dios fue disponiendo toda la genealogía de antepasados hasta que llegó a San Joaquín y Santa Ana, los padres de María.

2) Al ser concebida la Virgen María en el seno de su madre fue preservada del pecado original. En María no hubo ninguna mancha de pecado, ni siquiera al nacer.

3) María llevó una vida completamente normal. En nada se diferenciaba de los otros habitantes del pueblo ni de las otras niñas de la aldea.

4) Después el Señor se le muestra, a través del arcángel Gabriel, y tiene lugar el maravilloso diálogo que acabamos de escuchar. A María se le comunica que va a ser la madre del Mesías, el Hijo de Dios.

5) Finalmente, después de toda la preparación que tuvo, María contesta: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Ésta es la moraleja del evangelio de hoy: María quiere ser dócil a la voluntad de Dios. Ella no piensa en sí misma y en todo el honor y gloria que se le puede tributar por ser la Madre de Dios. Ella sólo piensa y desea ser fiel a ese Dios que la fue preparando y amando desde el inicio de los tiempos.

            - Estamos en el tiempo de Adviento. Tiempo de preparación para recibir al Señor. También el Señor nos va ayudando con paciencia para que preparemos nuestro ser y nuestro espíritu para recibir a su Hijo y para que en nosotros se cumpla la voluntad de Dios. Tenemos muchas cosas y acontecimientos que nos pueden distraer de lo fundamental. Si aquel miembro de la tribu se hubiera dejado llevar de su irritación e impulsividad, hubiera acabado de mala manera con su “enemigo”. Tambiénmbigo"ulsividad, hubiera acabado de mala manera con su "u irritamental. e el inicio de los tiempos. otras niñas de la aldea.  hoy día tenemos tantos acontecimientos y prisas que nos empujan a matar al “enemigo”: vas a los supermercados y ya están desde hace más de 15 días los productos navideños por todas partes con villancicos incluidos; las prisas, las impaciencias y las voces en el trato con los demás; el escaso tiempo para pararnos “ante el árbol sagrado y fumar la pipa” (oración y lectura de la Palabra de Dios); la política partidista, que nos hace estar unos contra otros… NO. Parémonos a escuchar al Señor y a desear su venida a nosotros y entre nosotros.

            María lo supo hacer. Pidámosle ayuda a ella para que nos ayude. Digamos, junto con María: “Hágase en nosotros según tu palabra”.