3-11-2024 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (B)
Dt. 6, 2-6; Sal. 17; Hb. 7,23-28; Mc. 12, 28-34
Queridos hermanos:
Con el mes de Noviembre la Iglesia termina normalmente el año litúrgico. Estos últimos evangelios de San Marcos que vamos a escuchar son como un recordatorio de las cosas más básicas de nuestra religión cristiana.
- Jesús en el evangelio de san Marcos hoy nos propone lo siguiente para vivir y meditar: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.... Amarás al prójimo como a ti mismo”. Como decía San Juan de la Cruz: “En la tarde de la vida seremos examinados en el amor”. Como decía San Juan, quien había reclinado su cabeza sobre el pecho de Jesús, al final de su vida: “Hijitos míos, amaos”, o también: “Dios es amor”.
Un día de invierno, hace ya más de 30 años, fui al colegio de Taramundi, en donde daba clase de religión. En medio de la clase pregunté a los niños: “Vosotros, ¿a quién queréis más a Dios o a este lápiz?” Sostenía entre mis manos un lápiz que cogí de uno de los pupitres. Todos los niños se rieron pensando que ese día el cura estaba muy gracioso y gritaron al unísono: “¡A Dios! ¡A Dios!” Entonces cogí un balón que tenían allí para jugar en el recreo y pregunté de nuevo: “Vosotros, ¿a quién queréis más a Dios o a este balón?” Las carcajadas fueron aún más fuertes y las respuestas también: “¡A Dios! ¡A Dios!” Por tercera vez pregunté (como sabía que casi todos tenían ganado en sus casas): “Vosotros, ¿a quién queréis más a Dios o a una vaca?” Aquí las carcajadas fueron mayúsculas, pensaban que el cura estaba graciosísimo y de nuevo gritaron: “¡A Dios! ¡A Dios!” Por última vez les pregunté: “Vosotros, ¿a quién queréis más a Dios o a vuestros padres?” Aquí ya no hubo risas. Un silencio total cayó sobre la clase y sobre aquellos niños, y el chico mayor, de 12 años, muy serio respondió: “Don Andrés, yo quiero más a mis padres que a Dios”. Los demás niños, medio asentían, medio se sentían culpables por decirle al cura que querían más a sus padres que a Dios.
El creyente es aquél que vive radicalmente y con toda intensidad el tener a Dios como lo único absoluto en su vida, por encima de las cosas, por encima de la naturaleza, por encima de las personas que le rodean. Y a la vez, ese amor a Dios, lo concreta en el amor a las personas que le rodean, en el amor a la naturaleza; porque todo le habla de Dios, porque en todo ello está Dios. En efecto, no se trata si queremos más a ‘mamá’ o a ‘papá’. El amor, tal y como nos lo presenta Jesús en el evangelio de hoy, no es excluyente (o éste o aquél), sino que es incluyente (éste y aquél). Jesús lo pone al mismo nivel: amar a Dios es amar al prójimo, amar al prójimo es amar a Dios.
AMAR A DIOS es sentir primero que Él nos ama sin merecerlo por nuestra parte; que nos ama, no para que seamos buenos o porque somos buenos, sino... porque nos ama, igual que una madre ama a su hijo… porque lo ama.
AMAR A DIOS es sentir que nos falta el aire cuando Él no está cerca de nosotros (caso de discípulo de la India que le preguntaba a su maestro cómo haría para encontrar a Dios y no le contestaba, hasta que un día lo sumergió en el agua y le dijo: ‘Cuando desees a Dios como el aire lo hallarás’).
AMAR A DIOS es desear ardientemente que llegue el momento de hacer la oración para poder hablar con Él, o desear que llegue la misa dominical para poder comerlo.
AMAR A DIOS es desear la muerte física, porque tras ella nos encontramos con nuestro Dios. Recordad lo de Santa Teresa de Jesús: “Y tan alta vida espero, que muero porque no muero”.
AMAR A LOS DEMÁS. Un sacerdote que da bastantes cursillos prematrimoniales dice con pena que muchas veces los novios que se van a casar no saben lo que es el amor. Cuando les pregunta qué es el amor, ellos contestan que es pasarlo bien, no aburrirse juntos, hacer el amor, etc. Y cuando el sacerdote les dicen que amor es limpiar el culo al hijo, o tirar por una silla de ruedas (caso de la novia en accidente que el novio la abandonó), o soportar sus defectos…; en esto abren los ojos como platos y no lo entienden. (Una vez una chica dijo que le aguantaría todo a su novio, pero si un día, cuando le pusiese las lentejas delante, dijese el chico que las hacía mejor su madre, entonces le pondría las lentejas de sombrero).
AMAR A LOS DEMÁS es dejar de lado sus ideas, sus defectos y sus virtudes, si tiene razón o no, y quererlo por sí mismo, y no por lo que dice, o por lo que tiene, o...
AMAR A LOS DEMÁS es decírselo. ¿Le decimos: Te quiero, a la mujer, al marido, a los hijos, a los padres? ¿Decimos: Te quiero, con una sonrisa, con unos “buenos días”, a la gente con que nos cruzamos cada día?
AMAR A LOS DEMÁS es no enfadarme cuando estoy al volante de mi coche, cuando estoy en una cola.
AMAR A LOS DEMÁS es hacerles a ellos lo que nos gustaría que nos hiciesen a nosotros.
AMAR A LOS DEMÁS de verdad sólo es posible si amamos a Dios, si Dios nos da su amor para que amemos a los que nos rodean.
Como dice Jesús en el evangelio: “No hay mandamiento mayor que estos dos”.
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