20-10-2024 DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (B)
Is. 53, 10-11; Sal. 32; Hb.4,14-16; Mc. 10, 35-45
Queridos hermanos:
1) Vamos qué nos dice el cartel de este año sobre el Domund: “ID E INVITAD A TODOS AL BANQUETE”. El lema de este Domund se inspira en la parábola del banquete de bodas (Mt 22,1-14). Vamos a profundizar un poco en estas ideas del lema:
Los dos verbos que expresan el núcleo de la misión –“id” “invitad”- están colocados al comienzo del mandato del rey a sus siervos. Respecto al primero, hay que recordar que anteriormente los siervos habían sido ya enviados a transmitir el mensaje del rey a los invitados (cf. vv. 3-4). Esto nos dice que la misión es un INCANSABLE ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios. ¡Incansable! Dios, grande en el amor y rico en misericordia, está siempre en salida al encuentro de todo hombre para llamarlo a la felicidad de su Reino, a pesar de la indiferencia o el rechazo. Así, Jesucristo, buen pastor y enviado del Padre, iba en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel y deseaba ir más allá para llegar también a las ovejas más lejanas (cf. Jn 10,16). Por esto, la Iglesia seguirá saliendo una y otra vez sin cansarse o desanimarse ante las dificultades y los obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida del Señor.
Por otra parte, el ir es inseparable del invitar: “Venid a las bodas” (Mt 22,4). Esto deja entrever otro aspecto no menos importante de la misión confiada por Dios. Esos siervos-mensajeros transmitían la invitación del soberano con urgencia, pero también con gran respeto y amabilidad. De igual modo, la misión de llevar el Evangelio a toda criatura debe tener necesariamente el mismo estilo de Aquel a quien se anuncia. Al proclamar al mundo “la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado”, los discípulos-misioneros lo realizan con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto del Espíritu Santo en ellos; sin forzamiento o coacción; siempre con cercanía, compasión y ternura, aspectos que reflejan el modo de ser y de actuar de Dios.
En la parábola, el rey pide a los siervos que lleven la invitación para el banquete de bodas de su hijo. Este banquete es imagen de la salvación final en el Reino de Dios, y simbolizada por la mesa llena “de manjares suculentos, [...] de vinos añejados”, cuando Dios “destruirá la Muerte para siempre” (Is 25,6-8). Mientras el mundo propone los distintos “banquetes” del consumismo, del bienestar egoísta, de la acumulación, del individualismo, el Evangelio, en cambio, llama a todos al banquete divino donde, en la comunión con Dios y con los demás, reinan el gozo, el compartir, la justicia y la fraternidad.
La invitación a este banquete, que llevamos a todos a través de la misión evangelizadora, está intrínsecamente vinculada a la invitación a la mesa eucarística, donde el Señor nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y su Sangre. Como enseñaba Benedicto XVI, “el banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final, anunciado por los profetas (cf. Is 25,6-9) y descrito en el Nuevo Testamento como «las bodas del cordero» (Ap 19,7-9), que se ha de celebrar en la alegría de la comunión de los santos”.
La última reflexión se refiere a los destinatarios de la invitación del rey, “todos”. “Esto está en el corazón de la misión, ese «todos», sin excluir a nadie. Todos. Aún hoy, en un mundo desgarrado por divisiones y conflictos, el Evangelio de Cristo es la voz dulce y fuerte que llama a los hombres a encontrarse, a reconocerse hermanos y a gozar de la armonía en medio de las diferencias. Dios quiere que “todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).
2) Finalmente, deseo traer aquí dos experiencias misioneras, como hago cada año, que nos acerquen a la tarea dura y preciosa que hacen nuestros misioneros a lo largo de toda la historia y de todo el mundo:
En 1946 el misionero dominico José Aldámiz llegó a Puerto Maldonado, en la selva amazónica de Perú. Viendo las grandes distancias, que provocaban el aislamiento de las comunidades indígenas, decidió hacer dos cosas: aprendió a pilotar avionetas y fundó la Radio Madre de Dios. Esta emisora ha estado funcionando desde entonces, y ha ofrecido un medio estupendo para la evangelización y el bien común de los pueblos indígenas. Al frente de la radio está en la actualidad un misionero laico dominico, que dejó su Burgos natal para ponerse al servicio de la misión y modernizar esta emisora. La radio juega un papel esencial en la evangelización, debido a esas enormes distancias y a las dificultades de comunicación. Además de informar, se emiten programas pastorales y se retransmite la eucaristía en directo. También, en la pandemia, se ofrecieron clases para los niños indígenas, que no podían asistir a ellas.
Recojo ahora otra experiencia misionera de un religioso del Corazón de María: Me quedo con lo que me ocurrió al poco de llegar a la misión en donde venía destinado, en África: cuando fui a pasar el Triduo Pascual a Zhomba. Yo iba a quedarme en la residencia de la comunidad, pero al llegar uno de los misioneros me invitó a ir con él a uno de los centros de la misión. Pensaba que íbamos a ir en coche. Y así hubiera sido, si no fuera por la lluvia que hizo impracticable el camino. Fuimos caminando, unas cuatro horas, y llegamos antes de comer a nuestro destino. Nos aseamos, comimos algo y nos preparamos para celebrar el Jueves Santo. He de decir que estuve muy a gusto, pero que me llamó la atención la poca gente que había en la celebración. Y me pregunté, con mi mentalidad utilitarista, si merecía la pena esa caminata e ir tan lejos para “cuatro gatos”... Tras la misa, el misionero me fue presentando a la gente. “Este es de aquí..., se llama así..., es catequista..., etc.”. Y me presentó a un señor, tendría unos setenta o más, que había andado más de 25 km para venir a la celebración. Entonces me dio vergüenza haber tenido esos pensamientos y me quedé maravillado ante la fe de aquel hombre. A veces decimos que ese tiene mucha fe o poca. ¿Cómo se mide la fe? Resulta difícil decirlo, pues solo Dios puede juzgar el corazón de cada uno. Pero, si pudiera medir con precisión, para mí está claro que la fe se mediría en kilómetros. ¿Tendría yo esa fe para caminar tantos kilómetros para celebrar la eucaristía?
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