jueves, 10 de octubre de 2024

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (B)

13-10-2024                 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (B)

Sb.7, 7-11; Sal. 89; Hb. 4,12-13; Mc. 10, 17-30

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            En el día de hoy quisiera predicar dos ideas y las dos sacadas del evangelio.

            - La primera dice así: ¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!

Dice Jesús en el evangelio: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Por si acaso nosotros pensa­mos: ‘Pues que les sea difícil. Yo como no soy rico, esto que dice Jesús no va conmigo’. Pero es que a continuación añade Cristo: “¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!” Y, ¡ay, amigos!, aquí ya entramos nosotros: los ‘pobres’. Voy a poner varios ejemplos de esto, es decir, que muchos de nosotros entramos en esta segunda frase, en querer poner nuestra confianza en el dinero: 1º El timo de la estampita se basa en la avaricia de la persona timada. 2º Lo que muchos gastan en juegos a lo largo del año. 3º La máxima aspira­ción hoy es sacar una oposición en una administración pública, tener 8 horas de trabajo, un mes de vacaciones y 14 mensualida­des, si pueden ser de 1.200 o 1.500 euros mensuales y aún me quedo corto. 4º Discusiones en casa de los padres con los hijos por la paga semanal, o por la compra de determinadas cosas. 5º Cuántos pequeños y grandes robos en las empresas de destornilladores, papel, bolígrafos, tijeras, etc.; en HUNOSA cuántos se jubilaron con pagas abultadas. (Caso de la Hella en Madrid con los faros con peque­ños fallos que se vendían como chatarra y luego, a su vez, se revendían como buenos). Y todo por conseguir dinero, por ahorrar del propio dinero a costa del dinero de los demás. ¿Para qué seguir?

            Jesús nos hace una llamada de atención a todos los hombres. Nues­tro ‘dinero’ debe ser sólo Dios. Únicamente a Él hemos de tener por nuestra riqueza. Toda nuestra vida debe mirar a Dios, a hacer su voluntad, a que se cumpla su voluntad en nosotros. Él debe ser nuestro amor, nuestro esposo, esposa, hijo, hija, novio, novia, amigo, amiga. Debo amarlo a Él más que a cualquiera de mi familia, más que a mí mismo.

            Como consecuencia de este amor a Dios, yo debo comportarme como si mi dinero no fuera mío; que… no lo es; es de Dios. Pues bien, sólo lo puedo usar en lo que Dios quiere, es decir, en el sostenimiento de la familia, en la salvaguardia de posi­bles baches que puedan surgir, y en compartir con otras personas y sus necesidades. Además, ser cristiano y tener a Dios como centro de nuestras vidas significa ser austero: en la comida, en el vestir, en las diversiones…

            Por todo lo dicho hasta ahora, se entiende mucho mejor lo que Jesús le dijo al joven rico: “Ah, ¿que quieres ir al Cielo? Ah, ¿que quieres ser perfecto? Ah, ¿que quieres agradar a Dios y no sabes bien cómo hacerlo? Pues tranquilo, que yo te lo digo: “Anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y luego sígueme”’. Quien hace esto, quien comparte sus bienes, su tiempo, sus cualidades, su afecto, sus virtudes, su persona… con los otros, esta persona sí que está vendiendo todo lo que tiene y se lo está dando a los otros, Y SÍ QUE ESTÁ SIGUIENDO DE VERDAD A JESÚS.

            - La segunda idea es ésta: Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.

            El otro día me decía una madre de familia que, entre sus amigos de la infancia,  de los estudios universitarios y de ahora, sólo ella, su marido y sus hijos iban a Misa los domingos. Me decía que su hija de 12 años le había preguntado por qué sólo ellos iban a Misa. En su clase sólo su hija iba a Misa. Me decía que incluso entre sus cuñados y sobrinos, los cuales estudiaban en colegios religiosos, sólo ella, su marido y sus hijos iban a Misa. ¿Por qué? Me preguntaba: ‘¿Qué está haciendo mal la Iglesia? Quizás era que la Iglesia no había evolucionado con los tiempos’.

            Las preguntas son sencillas de hacer. Las respuestas son complejas de dar. Una de estas respuestas está en estas palabras de Jesús y vale para las gentes de ahora, de antes y de después. El hombre tiende a acaparar, a retener, a acumular, a proteger lo que tiene, y le cuesta trabajo desprenderse, no coger lo que se le ofrece, compartir, dejar la preferencia en primeros puestos, en mejores situaciones, en tener más cosas… a los otros. Sí, el hombre es ‘EGO_ISTA’ por naturaleza y quiere llenar su EGO de todo. Por ello, estas palabras de Jesús, cuando se oyen con atención, cuando se comprenden en toda su amplitud, provocan un rechazo interior: “…quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el EvangelioNinguno de nosotros queremos dejar nuestras casas y pisos. No queremos abandonar la familia ni que nos abandone. No queremos perder a nuestros hijos. No queremos perder tierras, posesiones, dineros, coches, joyas, pensiones, móviles, ordenadores, ropas…, NI POR JESÚS NI POR EL EVANGELIO. Queremos tener a Jesús y queremos tener su Evangelio, y a la vez nuestras casas, nuestras familias, y nuestras posesiones. Si alguna vez Dios nos pone en la tesitura de tener que abandonar una cosa o la otra, de tener que elegir entre Dios mismo y nuestras cosas, nuestras familias y nuestros EGOS, entonces (creo que) las respuestas mayoritarias es que nos quedamos con lo segundo y rechazamos lo primero. Y la Misa está entre lo primero, es decir, en lo de Dios.

            Sí, ésta es una (entre otras muchas) de las respuestas complejas a las preguntas sencillas de más arriba: estamos tan llenos de cosas materiales, estamos tan materializados… que dentro de nosotros, que dentro de nuestras vidas… no cabe ya NI DIOS.

            Sigamos no obstante con la última parte de la frase de Jesús. Él nos da una respuesta sorprendente a esta situación, tanto a la nuestra de ahora, como a la que se daba en tiempos de los apóstoles. Y es que Jesús dice con toda seguridad y con toda rotundidad que, quien abandone posesiones y familias por amor a Él, para su asombro comprobará que ya aquí, en vida y en la tierra, recibirá eso mismo que ha abandonado, pero cien veces más. Esto significa que recibirá mucho más de lo que abandonó, pero sobre todo que lo recibirá mucho mejor: más puro, más noble y más bueno, que lo que tenía anteriormente. Y, además, después de su muerte, recibirá VIDA ETERNA.

            Sólo hay un problema. El problema es que hay que creérselo y hay que probarlo. Muy pocos, en la práctica y en la realidad, están dispuestos a esto. Ánimo con ello.

jueves, 3 de octubre de 2024

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (B)

6-10-2024                               DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (B)

Gen.2, 18-24; Salm. 127; Heb. 2, 9-11; Mc. 10, 2-16

Homilía de vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

            Hace un tiempo me reuní con una pareja que deseaba contraer matrimonio y quería que yo asistiese al mismo. Resulta que la chica era creyente y practicante, pero el chico no creía, aunque estaba bautizado. A él le bastaría casarse ‘por lo civil’, pero ella quería hacerlo ‘por la Iglesia’ y él consentía en ello. En esa reunión que tuvimos para preparar la boda cogí el libro del ritual del matrimonio y leímos juntos lo que iban a decir; yo procuraba explicarles lo que significaba cada frase. Esto siempre lo hago al preparar a las parejas ‘a las que voy a casar’. Pues bien, con aquella pareja, creyente ella y él no, llegamos a un punto del ritual de bodas en donde se lee la siguiente pregunta: “¿Estáis dispuestos a amaros y respetaros mutuamente, siguiendo el modo de vida propio del matrimonio, durante toda la vida?” El chico no creyente, de pronto, me interrogó: “Andrés, ¿qué quiere decir eso de ‘siguiendo el modo de vida propio del matrimonio’?”

            Era y es una buena pregunta. Ante todo se ha de decir que hay muchas clases de amor entre las personas: 1) Amor entre padres e hijos. 2) Amor entre hermanos. 3) Amor entre amigos. 4) Amor entre párroco y feligreses. 5) Amor entre Dios y cada persona. Etc. Pero la pregunta del ritual litúrgico (‘amarse y respetarse siguiendo el modo de vida propio del matrimonio’) se está refiriendo al amor peculiar en la vida matrimonial cristiana, es decir, entre un hombre una mujer. Este amor se denomina amor esponsal. Como sabéis, estuve trabajando en el Tribunal eclesiástico del arzobispado de Oviedo y hasta allí llegan únicamente los matrimonios rotos y deshechos. Al confesionario, a la parroquia… llegan principalmente matrimonios con dificultades, pero –repito– al Tribunal los únicos matrimonios que llegan son los rotos. Allí he visto y aprendido lo que no debe ser un matrimonio y lo que no debe ser un amor esponsal y, viendo y percibiendo claramente lo que no deben ser, me he convencido de lo que deben ser un matrimonio y un amor esponsal, los cuales conllevan algunos de estos aspectos:

- Igual dignidad. Ésta es una premisa previa a cualquier cosa en el matrimonio y en el noviazgo. Si no existe la conciencia y el convencimiento por parte del novio y de la novia, y por parte del marido y de la mujer, que ambos son fundamentalmente iguales en dignidad humana, lo cual significa e implica: respeto mutuo, aceptación de la otra persona tal y como es, el no considerarse superior al otro bajo ningún concepto…; si no se está dispuesto a vivir así en el noviazgo y en el matrimonio, entonces es mejor no engañar y decirlo claramente antes de la boda. Voy a poner algunos ejemplos, que es como mejor se entiende todo esto: hace un tiempo en un matrimonio en donde el marido trabajaba fuera de casa y traía el sueldo a casa y ella atendía las tareas del hogar, él, que siempre estaba tirando puyas contra su mujer, le dijo esta lindeza y este piropo: ‘¡Anda, cállate tú, que eres una mantenida!’ Otro ‘piropo’ se da cuando uno de los dos tiene un carrera universitaria y el otro no, y el que la tiene le echa en cara al otro ante los demás que es un analfabeto o un inculto o se ríe de sus expresiones ‘poco cultas’. Esto no se puede dar nunca en una relación matrimonial, si existe verdadero amor esponsal entre el marido y la mujer, pues el ganar dinero o el tener títulos universitarios o cualquier otra cosa no hace que uno esté por encima del otro. En un matrimonio ambos cónyuges son iguales. La boda se celebra en una radical igualdad entre los esposos.

- Complementariedad, no clones. ¿Qué quiere decir esto? El hecho de que los esposos sean iguales en dignidad no quiere decir que sean fotocopias el uno del otro, o que sean clones, o que tengan que pensar y sentir exactamente lo mismo. NO. Los esposos son iguales en dignidad, pero dentro de la legítima diversidad de caracteres, la diversidad de formas de ver la vida, la diversidad de ideas, la diversidad de experiencias. Pues la riqueza del matrimonio consiste, en tantas ocasiones, en la unión de dos personas tan distintas, pero que son complementarias entre sí. Pues uno tiene unos valores y virtudes… y otro otros, y así, cada uno, siendo como es, forma con el otro un todo mucho más perfecto que cada uno por su lado.

- Exclusividad y fidelidad. Estás características significan que en un matrimonio sólo él ama de ese modo (esponsal) a ella, y ella a él. No puede haber terceras personas en ese mismo tipo de amor y entre esas dos personas. Cuando está bien asentando el amor esponsal, surge inmediatamente la confianza; una confianza que es mutua. Atenta contra la fidelidad y contra la exclusividad del matrimonio, no sólo la traición y los ‘cuernos’, sino también la desconfianza y los celos. ¡Cuánto sufrimiento hay por estas dos últimas cosas en tantas parejas!

Indisolubilidad. Los esposos se deciden a amarse y unirse entre sí para siempre (‘hasta que la muerte los separe’), independientemente de los avatares de la vida: ya sea en el trabajo, en la enfermedad, en las alegrías, en las pruebas. Recuerdo que hace un tiempo una señora me invitó a ver la casa que estaba construyendo su hijo, al cual después yo asistí en su celebración del matrimonio. Al ver la casa estaba allí trabajando un albañil y la mujer me presentó como el cura que iba a casar al hijo y el albañil me dijo. ‘¡Qué sea por unos cuantos años!’ ¿Cuánto tiempo va a durar el matrimonio de Fulano y de Mengana? No lo saben ellos, ni nosotros. Sólo Dios lo sabe. Lo que ellos pueden decir el día que contraen matrimonio es que se aman hoy, y mañana otra vez y así siempre. Hay que decirlo y hacerlo cada día.

Ayuda mutua, en donde él está para ella y ella para él, en donde hay diálogo mutuo y constante, en donde las decisiones importantes se toman de modo compartido. Voy a contaros un hecho real para aclarar esto: (Caso de Laurentino y ‘yo no hago feliz a éste, a ésta’). En el matrimonio se ha de olvidar uno de sí mismo para que sólo el otro esté en el centro. Así no hay matrimonio que falle. Claro que tiene que este amor ha de ser mutuo, pues en caso contrario uno se convierte en una especie de esclavo del otro. El amor hacia los hijos puede funcionar en una dirección (de los padres a los hijos), pero, para que funcione el amor matrimonial, tiene que actuar en las dos direcciones.

Sexualidad (genitalidad); es importante esto en el matrimonio. Es como el termómetro de una vida conyugal. A veces sucede que, de solteros, ‘se hace’ frecuentemente y, de casados, se distancia dicha frecuencia. Siempre digo que tan pecado es hacerlo antes de la boda como no hacerlo después. Normalmente se denomina a esto ‘hacer el amor’. Yo distingo entre ‘hacer el acto sexual’ (entre novios y casados que buscan más su placer físico, el cual predomina sobre el cariño y el afecto), y ‘hacer el amor’ (donde el detalle, el cariño se manifiestan en todos los momentos, y el coito es el culmen de ese amor esponsal).

- Hijos. Los hijos forman parte del amor esponsal, pues son la consecuencia lógica, salvo problemas particulares y graves en los cónyuges. Este tema de la descendencia tiene una doble vertiente: la generación de la prole y la educación de los hijos. En cuanto al primer punto, en el amor esponsal, si no es egoísta, surge uno de sus mejores frutos: los hijos. Y, una vez que los hijos están aquí, los esposos deben continuar con su tarea, es decir, su amor esponsal, de uno para el otro, se abre a la paternidad – maternidad, que debe explayarse en la atención, cuidado y educación de la prole.

Para nosotros, que somos hombres de fe, sabemos que el origen, medio y meta de este amor esponsal es Dios. Cuando los esposos basan este amor mutuo en la mera atracción física, en la mutua simpatía y en las aficiones comunes, en el pensar igual…, llega un día que esto se acaba, o llega un día en que este amor por sí solo no basta para alimentar y sostener el matrimonio, o llega un día en que otra persona cumple mejor estas expectativas que quien se tiene al lado. Por eso, nosotros sabemos que es Dios quien nos enseña cómo amar esponsalmente y quien alimenta continuamente este mutuo cariño. Ante él os casáis y ante él dais la promesa de matrimonio, y así queréis pedir su ayuda.

¡¡¡Dios ayude a todos los matrimonios a vivir este amor esponsal!!!