miércoles, 8 de mayo de 2024

Ascensión del Señor (B)

12-5-2024                              DOMINGO DE LA ASCENSION (B)

                                                           Hch. 1, 1-11; Sal. 46; Ef. 1, 17-23; Mc. 16, 15-20

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Queridos hermanos:

Dice la segunda lectura de hoy: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo […] ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama. En efecto, hoy celebramos la fiesta de la Ascensión de Jesús a los cielos, y en esta frase se nos dice claramente que nosotros, los hombres, también estamos llamados a subir al cielo. Nuestra estancia en la tierra, en esta vida es algo meramente temporal. Aquí estamos de paso. Esto es como un hotel o una vivienda de alquiler. Nuestra casa permanente no es ésta; es la que está al lado de Dios y de su Hijo Jesús.

            En la homilía de la Ascensión de hoy quiero hablar de los peldaños que nos han de llevar al cielo, al Reino de Dios.

            Hace poco en una conversación de cosas espirituales con una persona, ésta me comentaba su situación personal y yo, queriendo ilustrar cómo veía su vida, le hice una comparación muy gráfica para que fuera consciente de dónde estaba y de cómo vivía. Le decía que él subía las escaleras del bloque en donde tenía su casa. No utilizaba el ascensor, sino las escaleras. Su vivienda estaba, por ejemplo, en el tercero, pero él, subiendo las escaleras, se había instalado en uno de los peldaños de la escalera. Allí había puesto su cama, su ordenador, su cocina, su baño, su sala de estar. Allí dormía, comía y recibía a sus amigos y familiares. Teniendo su vivienda en el tercero, sin embargo, se había instalado en un peldaño entre el primer y el segundo piso y se había quedado a vivir allí.

            Esto que acabo de contar puede parecer una tontería, pero es tan real como el suelo que pisamos o el aire que respiramos o las paredes de esta iglesia o un brazo nuestro… En tantas ocasiones tenemos una vida por delante y nos detenemos en un trozo de terreno, en una afición cualquiera, como si nos fuera la vida en ello. Nos detenemos en unas metas y en unos objetivos planos y parciales. Estamos llamados a vivir en una casa y nos quedamos a vivir en un peldaño de la escalera de la casa. Estamos llamados al vuelo del águila y tenemos alas para ello y, no obstante, quedamos de gallinas escarbando el suelo con nuestros picos y teniendo las alas de adorno. Voy a contaros un cuento que viene de África, concretamente de Ghana. Quizás lo conozcáis ya. Dice así:

“Un día, paseando, un granjero se encontró un huevo de águila y lo llevó a su corral de gallinas. Lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos. Y, aunque era un águila real, vivió así…, como si fuera una gallina más del corral. Durante este tiempo, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos para comer, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos y gallinas. Después de todo, ¿No es así como había de volar un polluelo? En la granja recibió calor y cariño…

Un día el aguilucho divisó muy por encima de él, en el limpio cielo, a una magnífica ave que volaba, elegante y majestuosamente, por entre las corrientes de aire, como flotando entre las nubes del cielo, moviendo apenas sus poderosas alas doradas… La cría de águila la miraba asombrada hacia arriba… ¡le parecía algo tan espléndido aquello de volar…! Y preguntó a una gallina que estaba junto a ella:

– ¿Qué es?

– Es el águila, el rey de las aves, respondió la gallina.

– ¡Qué belleza! ¡Cómo me gustaría a mí volar así…!

– No pienses en ello, le dijo la gallina. Añadiendo: Tú y yo somos diferentes de ella.

De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y siguió creyendo que era una gallina de corral. Un día una pareja de ecologistas visitó al granjero, y al ver a los animales de la granja descubrieron entre las gallinas al aguilucho:

– Tienes un águila entre las gallinas, le dijo la licenciada en ecología al granjero.

– Si, respondió éste, pero es como si fuese una gallina; come, vive como una gallina. Apenas sabe volar”.

Es una pena que Dios nos haya creado con ojos de águila, con alas de águila, con corazón de águila y nos conformemos con vivir a ras de suelo como las gallinas y que llevemos nuestras alas de adorno.

Es una pena que Dios nos dé una casa magnífica para vivir y nos conformemos con estar en el peldaño de una escalera.

Es una pena que Dios nos haya dado un corazón grande para amar y nos conformemos con el peldaño o la gallina de un equipo de fútbol, de un juego de ordenador, de unas fincas, de unos trozos de papel pintados de números, de unos trozos de metal y de caucho (llamados coches)…

Es una pena que tengamos un alma inmortal y creamos cuando nos dicen que la vida se acaba aquí, que muerto el perro, se acabó la rabia. En la segunda guerra mundial, en el desembarco del norte de África de 1943, murió un soldado americano que murió. En un bolsillo de su guerrera se encontró una carta que decía así: “¡Escúchame, Dios mío!, nunca te había hablado; pero ahora quiero decirte: ‘¿Cómo te encuentras? Escucha, Dios mío; me dijeron que no existías y como un tonto me lo creí. La otra tarde, desde el fondo de un agujero hecho por una bomba, vi tu cielo… De pronto me di cuenta de que me habían engañado. Si me hubiera tomado tiempo para ver las cosas que Tú has hecho, me habría dado cuenta de que esas gentes no consentían en llamar al pan, pan y al vino, vino. Me pregunto, Dios, si Tú consentirás en estrecharme la mano… Y, sin embargo, siento que Tú vas a comprender. Es curioso que haya tenido que venir a este sitio infernal antes de tener tiempo de ver tu rostro. Te quiero terriblemente; quiero que lo sepas. Ahora se va a dar un combate terrible. ¿Quién sabe? Puede ser que llegue yo a tu casa esta misma tarde… Hasta ahora nunca habíamos sido camaradas, y me pregunto, Dios mío, si Tú me vas a estar esperando a la puerta. Mira, ¡estoy llorando! ¡Yo, derramando lágrimas! ¡Ah, si te hubiera conocido antes…! ¡Bueno, tengo que irme! Es extraño, pero desde que te he encontrado ya no tengo miedo a morir. ¡Hasta la vista!”

            La Ascensión de Jesús nos invita a levantar los ojos, no sólo de nuestra cara, sino y sobre todo de nuestro corazón y de nuestro espíritu. Puede ser duro y difícil. Quizás nos seamos comprendidos y, en tantas ocasiones, nosotros mismos no nos entenderemos, pero no dejemos que los demás nos convenzan de habitar toda nuestra vida en un peldaño de escalera, de vivir como gallinas (escarbando en el suelo y sin volar). Vivamos como águilas, que es lo que somos, y elevemos nuestras vidas hasta el cielo, hasta Dios, como hizo hoy Jesús hace muchos, muchos años. Él nos espera allí.

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