miércoles, 14 de febrero de 2024

Domingo I de Cuaresma (B)

18-2-2024                              DOMINGO I CUARESMA (B)

Gn.9, 8-15; Sal. 24; 1 Pe. 3, 18-22; Mc. 1, 12-15

Homilía en vídeo

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            - Estamos en los inicios de la Cuaresma del Señor. ¿Cuál es el objetivo de la Cuaresma? Cuarenta años estuvo el pueblo de Israel por el desierto del Sinaí purificándose y preparándose para entrar en la tierra prometida. Preparándose porque Dios iba a cumplir con ellos las promesas hechas a Abrahán. “Yo te haré padre de un gran pueblo y te daré una tierra que mana leche y miel”.

            Cuarenta días estuvo Jesús retirado en el desierto preparán­dose para anunciar el evangelio de Dios. El desierto fue para Él lugar de oración y de encuentro con el Padre, lugar donde fue tentado para que no predicase el mensaje de Dios y para que llevase una vida cómoda o para que utilizase el mensaje de Dios en provecho propio.

            Cuarenta días vamos a estar nosotros preparándonos para el misterio más grande de nuestra fe: la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios. Y, como es un misterio, nunca podremos agotarlo con nuestra oración, con nuestra reflexión, con nuestra forma de vida. Sin embargo, podemos sentir la tentación de pensar: ‘Bah, todos los años lo mismo, con uno ya es bastante; vamos a «pasar» de la Cuaresma’. Otra tentación que podemos tener es limitarnos a asistir a los actos de culto, cumplir la abstinencia de los viernes y ya está; enton­ces sí es cuando se tratará de una Cuaresma más. Pero, esta Cuaresma no es la misma que la del año pasado, ni la de hace dos años. Siempre es distinta, porque nosotros somos distintos y cada año cambiamos un poco: somos más viejos, hemos tenido dolorosas experiencias como enfermedades, muerte de un ser querido, hemos tenido alegrías, nuevos amigos, algunos se han casado, el nacimiento de algún hijo, sobrino o nieto. Nuestra situación no es la misma. Por todo esto, esta Cuaresma no es la misma que otras. El misterio de Dios es muy grande, como si fuese una montaña que cada vez que vamos subiendo la vemos de distinta forma. A quienes os gusta la montaña entenderéis bien esto: una cima podemos verla desde abajo, desde arriba, desde el oeste o desde el sur; es la misma montaña, pero la visión que tenemos de ella es muy distinta según el punto en el que nos encontremos. Así es de alguna manera el misterio de Dios, siempre tiene algo nuevo.

            - El inicio del evangelio que acabamos de escuchar dice así: “el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían”. En este pequeño y bello texto están contenidos los significados fundamentales del tiempo de Cuaresma que hemos iniciado el Miércoles de Ceniza. Hemos de mirarnos en el espejo de Jesús para transitar por su camino, para pisar sus mismas huellas.

            En efecto, es el Espíritu de Dios quien nos empuja amablemente hacia el desierto, hacia este tiempo de Cuaresma. Ésta no es creación de hombres, sino de Dios. El desierto es visto habitualmente como un lugar inhóspito, peligroso, con temperaturas extremas, tanto de día como de noche. Es un lugar en el que uno se puede morir de sed, de hambre, devorado por alimañas, un lugar en el que perderse al estar uno totalmente desorientado, también uno puede ser asaltado por bandidos y no tiene a quien recurrir. Al pensar en el desierto me he acordado de esta historia, que algunos de vosotros ya conoceréis: Un hombre muy rico llevó a su hijo a un viaje al campo para mostrarle cómo era la experiencia de ser pobre. Pasaron unos cuantos días en una granja perteneciente a una familia muy pobre.

Cuando regresaron a casa, el padre se acercó al hijo para preguntarle qué le había parecido el viaje. ‘Fue genial papá’, respondió el hijo. ‘¿Has visto lo pobre que puede llegar a ser la gente?’, preguntó nuevamente el padre. ‘Sí, lo he visto muy claro’, respondió el hijo. El padre quiso saber lo que su hijo había aprendido aquellos días. Su hijo le respondió: ‘Me he dado cuenta de que nosotros tenemos un perro y ellos cuatro. Tenemos una piscina que llega hasta la mitad de nuestro patio y ellos un arroyo que no tiene fin. Nuestro jardín está iluminado con lámparas importadas, mientras que ellos tienen las estrellas durante la noche. Nuestro patio llega hasta la pared que separa nuestra casa de la calle y ellos tienen todo el horizonte. Nosotros tenemos un pedazo de tierra para vivir y ellos tienen campos que van más allá de nuestra vista. Tenemos sirvientes que trabajan para nosotros, pero ellos sirven a otros. Compramos nuestra comida, pero ellos cultivan la suya propia. Tenemos murallas que protegen nuestra propiedad y ellos tienen amigos para proteger la suya’.

El padre quedó sin palabras ante la respuesta de su hijo, quien agregó después: ‘Gracias papá, me has mostrado lo pobre que somos nosotros’.

A veces no somos conscientes de lo que tenemos, pero sí de lo que carecemos. Lo que no tiene valor para una persona, puede ser un gran premio para otra. Todo dependerá de la perspectiva que lo miremos. A veces se necesita la perspectiva de un niño para recordarnos lo que verdaderamente es importante”.

Lo mismo puede suceder con el desierto: podemos verlo como un lugar terrible o también como una oportunidad para crecer, madurar, purificarnos de nuestros egoísmos y acercarnos a Dios. El desierto, es decir, el dolor, el esfuerzo, las pruebas, los trabajos, los momentos duros de la vida, los desengaños y desilusiones… nos pueden hacer unos resentidos y unos amargados, nos pueden matar, hacer unos temerosos, unos acomplejados…, pero también el desierto nos puede hacer más humildes, nos puede fortalecer por dentro, nos puede hacer más comprensivos con los sufrimientos y necesidades de los demás[1]. Hay gente que puede ver el desierto como un castigo, pero también se puede ver como una gracia y un regalo de Dios. Podemos tener los ojos y el corazón del padre del cuento que acabamos de escuchar, y entonces el desierto será un castigo. Pero también podemos tener los ojos y el corazón del niño, y entonces el desierto será una ocasión maravillosa. Para Jesús fue lo segundo, aunque eso no quiere decir que Jesús no lo pasara mal en el desierto. Sin embargo, a Jesús sí que le mereció la pena su estancia en el desierto.

El Espíritu nos empuja durante estos cuarenta días hacia el desierto, hacia la Cuaresma:

a) que es tiempo de abrir todas nuestras casas sucias y oscuras, dejando pasar al viento del Espíritu para que las limpie y que entre todo el sol de Dios.

b) La Cuaresma-desierto es tiempo para escuchar la Palabra poderosa de Dios, que rasgue los escudos y castillos que nos aíslan de Dios y de nuestros hermanos.

c) La Cuaresma-desierto es invitación al silencio de los ruidos exteriores e interiores para escuchar al único que tiene Palabras de Vida y Palabras Eternas.

d) La Cuaresma-desierto es dejarse penetrar por el Jesús manso y humilde de corazón para que nos contagie y nuestras entrañas sean de piedad y de misericordia para con los demás.

e) La Cuaresma-desierto es salir al encuentro del hermano y ponernos a su servicio enseguida, pues en él descubrimos el rostro de Cristo.

f) La Cuaresma-desierto es aprender a vivir despojado de tantas cosas superfluas, que nos pesan y nos hacen daño y, además, así podremos compartirlas con otros hermanos nuestros.

g) La Cuaresma-desierto es aceptar al otro, con sus valores y limitaciones y, aceptándolo, aprender a amarlo, pero no desde el corazón (pues esto es tantas veces imposible), sino desde la fe y desde Dios.

h) La Cuaresma-desierto es aceptarnos a nosotros mismos, con nuestros valores y limitaciones, y con nuestra historia personal, pasada y presente.

i) La Cuaresma-desierto es aceptar los acontecimientos de cada día, lo bello y lo feo, lo bueno y lo desagradable, lo fácil y lo difícil, los éxitos y los fracasos, las alabanzas y los insultos, la consolación espiritual y la sequedad.

j) La Cuaresma-desierto es vivificar, no matar, llenar la vida de frutos de justicia y caridad.

k) En definitiva, la Cuaresma-desierto es convertirnos, de un hombre pecador, en un hombre santo.


[1] Episodio de compartir un filete de carne en la playa: “Más vale dar que pedir”.

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