domingo, 29 de octubre de 2023

Todos los Santos (A)

1-XI-23                                       TODOS LOS SANTOS (A)

Ap. 7,2-4.9-14; Sal.23,1-2.3-4ab.5-6; 1ª Jn. 3,1-3; Mt. 5,1-12

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            El día de hoy no es agradable. Nos acordamos de nuestros difuntos. Y surgen sentimientos de vacío, de soledad, de culpa, de no haber aprovechado el tiempo cuando estábamos con ellos, de orfandad. Pero en la homilía de hoy no quiero hablar sobre esto, sino sobre nuestra propia muerte. ¿Cuál será nuestro último pensamiento o nuestra última frase? (Escuchar esto y al final de la homilía en audio. Está más desarrollado).

            * En el día de hoy, en que estamos visitando los cementerios y acordándonos de los difuntos, deseo hablar de muertos, de la muerte. Y quiero fijarme en lo que dijeron algunas personas al morir, es decir, sus últimas palabras.

“Das ist absurd! Das ist absurd!" (‘¡Es absurdo!... ¡Esto es absurdo!), Sigmund Freud, famoso psiquiatra y fundador del método del psicoanálisis.

“Oh my God” (¡Dios mío!), Diana Spencer, princesa de Gales.

"El dinero no puede comprar la vida", Bob Marley.

"No quiero morir, por favor, no me dejen morir", Hugo Chávez, tras un infarto fulminante.

“Todas mis posesiones por un momento de tiempo", Isabel I de Inglaterra.

* Y ahora quiero reseñar hablar no de cualquier muerto ni de cualquier muerte, sino de aquellos que mueren con fe en Dios, con la fe de que su vida no se acaba aquí para siempre, sino que continúa en una vida sin fin. A mí las palabras de estas personas, de estos difuntos me han ayudado y ahora os las repito a vosotros por si a alguno de vosotros le pueden ayudar. Por lo tanto, la homilía de hoy será una homilía de testimonios.

            - “Gracias, Dios mío, por haberme creado”, Santa Clara de Asís.

- “Dejadme ir a la casa del Padre", Juan Pablo II.

            - En una carta que me escribió una monja, me relataba los últimos momentos de otra monja de la comunidad. La carta la recibí el 19-X-08, y decía así: “También quiero decirle que el día 14 de este mes falleció la hermana del cáncer, de la cual ya le hablé cuando estuvo aquí en el verano. ¡Qué muerte más envidiable, D. Andrés! El Señor se volcó espiritualmente en ella los últimos días. Sólo puedo decir: ¡Qué bueno es el Señor! ¡Cuánto nos ama! Sólo desea nuestro bien y nos espera siempre con una paciencia infinita. Si algo hubo de asperezas en su vida, el Señor le dio cita en la encrucijada de una plena y dolorosa purificación. Esta última temporada, cuando iba a visitarla y le preguntaba qué tal se encontraba, me contestaba: ‘Mal, muy mal’; pero inmediatamente añadía: ‘Sólo quiero la voluntad de Dios. Deseo que mi vida sea una expresión de su voluntad’. Y, efectivamente, mientras su cuerpo se iba deshaciendo a causa de un cáncer de lo más agresivo, su alma se iba hermoseando y su ser dulcificando. Una noche, poco antes de morir, me quedé a velarla junto con otras cuatro hermanas; sólo quería que le habláramos de cosas espirituales y que de vez en cuando le mojáramos los labios con un poco de agua. Sólo despedía paz, placidez; estaba a la espera de la llegada del Esposo. La recomendación del alma sonaba en la noche, como un canto de desposorios eternos. Así continuó otros dos días. La noche en que falleció su rostro adquirió una dulzura especial; todo él despedía serenidad y pureza. El funeral fue solemnísimo. Era día de bodas. Ahora su cuerpo espera tranquilo el momento de la resurrección. Tenía 84 años y era una de las fundadoras de la comunidad. La encomiendo a sus oraciones. Ella que ya se ha sumergido como pequeña llama en la infinita hoguera del amor divino nos espera, pues su vida no se ha terminado, se ha transformado, vive en la alegría más pura de los que han triunfado en el estadio. En las horas de la noche que pasé junto a ella le pedía al Señor que, cuando me llegue ese momento, todo en mí sea serenidad, placidez del enamorado que sale en busca de su Dios. Para Él anhelo vivir, por Él me quiero entregar minuto a minuto, por Él deseo morir un poco todos los días; y en la hora de la gran verdad entregarle lo último que me quede. Esta misma gracia la deseo para Vd.”.

            - Y ahora os transcribo el testamento espiritual de José Luis Martín Vigil, exjesuita, y fallecido a principios de 2012: “Bueno, al fin muero cristiano como empecé. Creo en Dios. Amo a Dios. Espero en Dios. No conozco el odio, no necesito perdonar a nadie. Pero sí que me perdonen cuantos se sientan acreedores míos con razón, que serán más de los que están en mi memoria. Amé al prójimo. No tanto como a mí mismo, aunque intenté acercarme muchas veces. No haré un discurso sobre mi paso por la vida. Cuanto hay que saber de mí lo sabe Dios. En cuanto a mis restos, sólo deseo la cremación y consiguiente devolución de las cenizas a la tierra, en la forma más simple, sencilla y menos molesta y onerosa. Pasad pues de flores, esquelas, recordatorios y similares. Todo eso es humo: Sólo deseo oraciones. De este mundo sólo me llevo lo que me traje, mi alma. Consignado todo lo cual, agradecido a todos, deseo causar las mínimas molestias. Dios os lo pague”.

            Este tipo de muerte no se improvisa. Normalmente uno muere como ha vivido. Estemos preparados para el día de nuestra muerte en el ámbito de las finanzas, de las relaciones con los otros y, sobre todo, en la relación con Dios.

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