jueves, 12 de enero de 2023

Domingo II del Tiempo Ordinario (A)

15-1-2023                              DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

BAUTISMO II

Is. 49, 3.5-6;Slm. 39; 1 Cor. 1, 1-3; Jn. 1, 29-34

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Queridos hermanos:

(Debemos repasar un poco lo dicho en la homilía anterior).

Una vez que tenemos claras estas cosas y estos presupuestos, ya podemos contestar más directa y claramente a las preguntas que hacía esa persona:

¿Cuál es el efecto que produce en nosotros el bautismo después de esta edad de pureza, si luego actuamos como cualquier hombre no bautizado, si nada se ve en nuestra actuar el efecto de este bautismo liberador que nos anticipó en esta vida la resurrección eterna?

¿Por qué no actúa con todo su poder sobre nuestras vidas liberándonos en la plena libertad de Dios?

¿En qué se nota en nuestra vida el bautismo?

¿Cómo actúa a día de hoy el bautismo en nuestra vida?

Según lo que se ha explicado más arriba, entre nosotros estamos haciendo la cosa al revés. Es decir, primero nos bautizamos y luego si acaso bien la fe, o no. Luego la conversión y el apartamiento de nuestros pecados, o no. Luego la comunión total con Cristo Jesús en nuestras vidas, o no. En efecto, la acción primordial del sacramento del Bautismo, de todo sacramento, procede de Dios, pero puede quedar sin fruto alguno si los hombres no ponemos de nuestra parte, o no dejamos que el Espíritu actúe en nuestro interior. Como bien decía san Agustín más arriba: Dios “no te salvará a ti sin ti”. Nuestra libertad, la que Dios nos ha regalado a todos nosotros, también a nuestros primeros padres, sirve para acoger la Gracia de Dios o también para rechazarla. Si rechazamos a Dios y la Gracia del Bautismo, tiene toda la razón esa persona cuando dice que nuestra vida no se diferencia en nada de la vida de otra persona no bautizada. Como en el caso del joven rico (Mt. 19, 16-22)[1], Cristo nos ofrece la salvación, pero nosotros podemos rechazarla sin más, aunque sea el mismo Dios (y no un sacerdote o un seglar) quien nos interpele.

Pero vamos a tratar ahora un poco la situación de los padres que piden el sacramento del Bautismo para sus hijos (bebés o niños de muy corta edad). En muchos de los casos se trata de padres que dicen tener fe en Dios, pero que no están casados por la Iglesia[2], aunque no tienen ningún impedimento para ello. Por otra parte, muchos de estos padres, estén casados o no por la Iglesia, resulta que no viven su fe en Dios eclesialmente, es decir, con asistencia regular a la Eucaristía de los domingos, con la confesión sacramental de sus pecados, con la participación en actividades de la parroquia y/o de otros movimientos eclesiales, con la lectura frecuente de la Biblia... Muchos de estos padres viven una fe… un poco por libre.

Y podemos decir que los padrinos, que con frecuencia traen los padres para sus hijos, están en la misma línea. ¿Quiénes son o quiénes deben de ser los padrinos de aquellos que van a ser bautizados? Los padrinos no son ni deben de ser simplemente los que traen regalos a sus ahijados, los que se ocupan de ellos en caso de fallecimiento de los padres, los más amigos o familiares más queridos de los padres… Los padrinos tienen que ser aquellos que han de procurar que sus ahijados lleven una vida lo más coherente posible con el evangelio (Directorio de Iniciación Cristiana de Adultos, canon 872 del Código de Derecho Canónico). Por eso, no vale cualquiera para padrino. La Iglesia pide, no de ahora, sino de siempre, una serie de requisitos para que alguien pueda asumir el papel de padrino: que tenga capacidad para esta misión e intención de desempeñarla; haya cumplido dieciséis años; que sea católico, que esté confirmado, que haya recibido ya el santísimo sacramento de la Eucaristía y que lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con la misión que va a asumir; que no esté excomulgado (Directorio de Iniciación Cristiana de Adultos, canon 874 § 1 del Código de Derecho Canónico).

Asimismo, es muy corriente el comentario entre los párrocos y los catequistas de cómo se nota en los niños que acuden al catecismo cuando los padres o abuelos o familiares muy cercanos viven la fe con los niños. 

Por lo tanto, con los niños pasa igual que con los adultos: si no se practica esa fe, aunque esté el sacramento del Bautismo de por medio, no hay diferencia externa en la vida de un niño bautizado y la de otro niño no bautizado. El sacramento puede quedar sin fruto por el rechazo, desidia, pereza o indiferencia de los bautizados respecto a Jesús, su evangelio y toda la vida de fe.

Todo esto nos debe hacer reflexionar cómo se vive en nuestro entorno este sacramento recibido y la fe, y cómo vivimos nosotros nuestra fe y la Gracia de Dios que hemos recibido y que recibimos constantemente.

Habiendo ‘colgado’ esta homilía en mi blog, desde Argentina, Ana ha comentado lo siguiente: “¡Buenos días! ¡Mucho que pensar!... En junio bautizaron a mi nieto... Hacía mucho que no iba a un bautismo lo cual para mí era muy especial más que mi nieto formaba parte de ello... Mayor desilusión fue la mía al ver que de los seis niños que fueron bautizados ni los padres incluyendo a mi hijo y su señora ni los padrinos de todos ellos ni las familias estaban atentos a la palabra del sacerdote que tenía que pedir silencio a cada rato... Reían y sacaban fotos... Todo fue tan light..., tan frío que en ese momento le dije a mi hija y a mi esposo: ‘¡Esto es un fraude! ¿Para qué lo bautizan? Para la foto... Para la fiesta... Por las dudas por temor... ¡No lo sé!’ Lamentablemente no creo que estos niños reciban la educación cristiana que guíe su camino... Fue como presenciar una puesta en escena...

Pido a Dios la fe llegue en algún momento para estos pequeños..., pues el vacío que provoca la falta de ella es tremendo.


[1] Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes”.

[2] Con esta expresión nos referimos a haber celebrado sacramentalmente su unión.

 

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