miércoles, 9 de febrero de 2022

Domingo VI del Tiempo Ordinario (C)

13-2-2022                              DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO (C)

Jr. 17, 5-8; Slm. 1; 1ª Cor. 15, 12.16-20; Lc. 6, 17.20-26

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            En muchas ocasiones se piensa que la Iglesia no sirve para nada y que es algo pasado de moda. ¿Para qué sirve la Iglesia? Para muchas cosas, y en el día de hoy voy a mostraros algunas de ellas.

En el  día de hoy, dedicado a la Campaña contra el Hambre, querría predicar tres ideas:

            1) Vamos a tratar de reflexionar sobre el cartel que este año nos propone Manos Unidas en la Campaña contra el Hambre. Nos dicen en la revista de este año:

“La pandemia del coronavirus ha agravado la desigualdad y el número de personas con hambre aguda se duplicará. Pero, por desgracia, estas cifras esconden rostros de seres humanos que no tenemos tiempo ni de mirar ni de tener presentes. Con el lema: ‘Nuestra indiferencia los condena al olvido’, queremos alzar la voz ante la creciente indiferencia que se está instaurando en nuestro mundo. Si no reaccionamos, sin nuestra mirada, atención y apoyo, los más pobres del planeta serán olvidados y se harán invisibles. Que la pobreza y el hambre no sean invisibles depende de ti. La fotografía del cártel muestra el rostro de la pobreza de una mujer africana, que poco a poco se diluye y se va borrando representando la invisibilidad y el olvido de los más necesitados por parte de las sociedades de los países ricos. El cartel nos invita a tomar partido para afrontar un problema, y que reflejamos en la llamada a la acción: ‘Contra el hambre, actúa’. Queremos despertar conciencias anestesiadas para que nadie se quede atrás, porque no es posible construir un mundo diferente con gente indiferente”.

 

2) Este año, a los arciprestazgos de El Fresno, Oviedo y Siero se nos propone el siguiente proyecto: la mejora del acceso al agua y saneamiento en la región de Kara, en Togo (un país de África Oeste). En aquella zona el acceso al agua potable es su principal problema. En la época seca, que dura desde noviembre hasta abril, los riachuelos desaparecen, en los pozos el nivel del agua desciende tanto que llega a agotarse, y las mujeres deben recorrer largas distancias para poder abastecerse de agua. Además, esta está muchas veces contaminada por la falta de higiene en el entorno y es la causa de muchas enfermedades infecciosas. Un 70 % de la población no tiene acceso al agua potable y un 90% no cuenta con estructuras sanitarias básicas. Por ello, la diócesis de Kara propone un programa para perforar 10 pozos en 10 comunidades distintas. Estas perforaciones estarán rodeadas de un perímetro cimentado y cerradas con un muro para favorecer la limpieza y evitar el acceso de animales domésticos, para que no lo ensucien. Además, se formarán a gente de las comunidades a fin de que mantengan los pozos y sus entornos limpios y en buen uso. Estos 10 pozos beneficiará directamente a unas 5.700 personas, que viven en aquellas 10 poblaciones, pero también a transeúntes, pastores y viajeros.

Asimismo se construirán algunas letrinas familiares, lo cual favorece el cambio de hábitos de higiene, que mejorará la salud de las poblaciones. Esto último se ha realizado en otros lugares y el éxito está asegurado, pues las gentes se conciencian enseguida y ello repercute inmediatamente en la salud de las familias. Las letrinas familiares beneficiarán a 124 personas de modo directo.

El coste de todo el proyecto alcanza los 113.869 €.

 

3) Finalmente, quisiera presentaros otro proyecto de Manos Unidas. Este ya está funcionando y se desarrolla en la India. Sandhya es una mujer viuda desde los 25 años. Y ser viuda en India es poco menos que una condena. A Sandhya la casaron con solo 13 años. A partir de entonces pasó a formar parte de la familia de su marido y, mientras este vivió, todo fue bien. Pero, cuando falleció, nunca volvieron a tratarla con el mismo respeto. Las lágrimas vuelven a sus ojos cuando relata qué supuso para ella la muerte de su esposo: «Me quedé viuda con 25 años, sin ingresos y a cargo de mis hijos y de la deuda que contrajimos al arrendar unos terrenos. Y la familia de mi marido me rechazó, porque decían que yo era la culpable de su muerte», relata Sandhya. Decía su familia política: «¿Por qué tenemos que verle la cara todas las mañanas?» La discriminación por razón de género que impregna muchas de las estructuras socioeconómicas en India es especialmente sangrante con las viudas. «Un viudo de 60 años puede volver a casarse sin problema, mientras que una joven viuda de 20 años no puede hacerlo sin sufrir la difamación o escuchar las burlas deshumanizadas de la comunidad».

Sandhya vivió en primera persona la marginación y el desprecio de sus vecinos: «Estuve tres meses sin salir a la calle y, cuando lo hice, oía a mis vecinos comentar: “Si se ha quedado viuda, ¿por qué tenemos que verle la cara todas las mañanas?”». La tradición impide invitar a las viudas a las celebraciones por estar consideradas un mal presagio. «Tampoco se les permite bendecir a sus propios hijos en sus bodas. Un viudo puede ir donde quiera, bendecir a quien quiera, llevar la ropa que desee». Por ello, desde Manos Unidas se promovió una iniciativa que trataba de impulsar el empoderamiento de las viudas, ayudándolas a «reajustar sus vidas», a superar el trauma y a aprender nuevas habilidades para ganar confianza en sí mismas, vivir con esperanza y ser autosuficientes.

«Así fue como empezó a cambiar mi vida» Este proyecto ha cambiado la vida de Sandhya y la de otras 220 mujeres viudas. «A los tres meses de enviudar, los de Bala Vikasa vinieron a mi pueblo. Y mi vecina les habló de mí: joven viuda y con hijos que no se atrevía ni a salir de casa... Vinieron a verme, me explicaron lo que hacían y me invitaron a sus reuniones. Me convencieron para salir y me dijeron que estaría mejor si acudía a alguna de sus charlas», relata Sandhya. «Cuando asistí a la primera reunión estuve llorando todo el día, porque mis problemas, al lado de los que contaban las demás mujeres, me parecieron insignificantes. Así fue como empezó a cambiar mi vida». Meses después, cuando volvía de uno de estos encuentros, Sandhya vio a unas mujeres que trabajaban en una gasolinera y la preocupación por el futuro de sus hijos y lo aprendido en las charlas fueron el acicate que le permitió «armarse de valor» y preguntar si había alguna vacante. «Por suerte había un puesto y acepté el trabajo sin pensarlo». «Durante casi un año la gente habló a mis espaldas. Yo salía de casa antes de las ocho de la mañana y regresaba a las ocho de la tarde... Todos los días. Y la gente murmuraba sin cesar, hasta que un grupo de personas de mi comunidad pasó un día por la gasolinera y me vieron allí. Contaron a la gente del pueblo que trabajaba “como un hombre”, de manera muy eficiente y, a partir de entonces, me gané su respeto».

Las reuniones fueron abriendo nuevos caminos en la vida de Sandhya. «Gracias a un abogado que vino a una charla, ahora soy capaz de hablar con seguridad con mi familia política y exigir mis derechos».

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