jueves, 18 de julio de 2019

Domingo XVI Tiempo Ordinario (C)


21-7-2019                   DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (C)
                                                          Gn. 18, 1-10a; Slm. 14; Col. 1, 24-28; Lc. 10, 38-42

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Queridos hermanos:
            Ya sabéis que utilizo las homilías de los domingos del verano para dar una catequesis sobre diversos temas importantes y/o de actualidad en nuestra fe cristiana. Para este año se me ha ocurrido tratar EL CREDO APOSTÓLICO. Utilizaré para ello el Catecismo de la Iglesia Católica.
            Cuando estuve en Roma para licenciarme en Derecho Canónico, en los años 1988-1990, sucedió la caída del Muro de Berlín y del comunismo en los países del Este. Nos contaron el caso de los católicos de Checoslovaquia, que no podían salir de su país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945). Con la caída del comunismo los últimos gobiernos de este signo político tuvieron que levantar un poco la mano y permitieron que los católicos hicieran una peregrinación en tren hasta Roma. Entre los viajeros había infiltrados muchos agentes del gobierno que espiaban a los peregrinos, a fin de reconocer a los líderes y luego actuar contra ellos a su vuelta a Checoslovaquia. Sin embargo, todos los agentes fueron reconocidos, porque, a las personas desconocidas para los peregrinos y que se hacían pasar por católicos, se les hacía recitar el Credo en latín. Por supuesto que los agentes no lo sabían y enseguida quedaban señalados y aislados, por lo que tenían que bajar del tren inmediatamente.
            El Credo ha sido (y es) señal de identidad de los cristianos desde los primeros años de existencia de la Iglesia. Esta “quiso recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y articulados destinados sobre todo a los candidatos al bautismo […] ‘Este resumen de la fe encierra en pocas palabras todo el conocimiento de la verdadera piedad contenida en el Antiguo y el Nuevo Testamento’ (San Cirilo de Jerusalén)” (n. 186 del Catecismo).
            El Credo resume la fe que profesamos los cristianos. El Credo “es la recopilación de las principales verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva de punto de referencia primero y fundamental de la catequesis” (n. 188). Este Credo lo recitamos en las Misas más importantes, en las celebraciones del Bautismo, de la 1ª Comunión y de la Confirmación.
Párrafo 1º: “Creo en Dios”.
- Creer en Dios es el fundamento de nuestra fe. Creemos en un solo Dios, ya que no adoramos a otros dioses. No adoramos, ni nos salvarán, ni nos perdonarán otros dioses distintos del único Dios. No creemos ni adoramos a las cosas materiales (joyas, oro, casas, coches, tierras…). No creemos ni adoramos a otras personas humanas, por muy fuertes, grandes, bellas, sanas, jóvenes o por muchas capacidades que tengan (jugadores de fútbol, cantantes, amigos, familiares…). No creemos ni adoramos ideologías, doctrinas, por muy bellas que sean. No creemos ni adoramos nuestro EGO... Solo creemos y adoramos a Dios, el único Dios. A Él lo amamos con todas nuestras fuerzas, porque ‘creer’ en Él supone amar a este Dios (nn. 199-201).
- ¿Cómo y por qué podemos conocer, adorar, creer y amar a Dios? No porque seamos inteligentes, no porque lo hayamos encontrado por casualidad, sino porque ha sido el mismo Dios el que se ha revelado a nosotros. ‘Revelar’ significa que Dios se ha mostrado al hombre, se ha acercado al hombre, se ha abajado al hombre. Y de este modo el hombre ha podido conocerlo, adorarlo, creer en Él y amarlo (nn. 206-207).
- El hombre creyente (y no creyente) es pequeño ante Dios. “Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la santidad divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: ‘¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!’ (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’ (Lc 5,8)” (n. 208).
- Dios es. Esta es una experiencia extraordinaria: cuando un hombre siente y percibe a Dios, exclama maravillado: ‘Dios es’. Es una sorpresa absoluta. El hombre que tiene una experiencia de Dios se da cuenta que conocía a Dios de oídas, de libro, en teoría, pero ahora sabe que ES verdad, siente que ES verdad. Pero Dios es tan grande, pertenece a otra dimensión de tal manera que no puede ser aprehendido, ni comprendido. Se sabe de Él y se le percibe como Alguien que ha sido desde siempre, y que será para siempre. Dice el salmo 102: “Ellos[1] perecen, mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan [...] pero tú siempre el mismo, no tienen fin tus años”.
- Desde esta perspectiva se comprende perfectamente que santa Teresa de Jesús haya compuesta esta poesía: “Nada te turbe, / Nada te espante. Todo se pasa, / Dios no se muda. La paciencia,  / Todo lo alcanza; Quien a Dios tiene, / Nada le falta: Sólo Dios basta (n. 227).
Párrafo 2º: El Padre.
- Hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina […] Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo” (n. 234). “La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto […] La intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo” (n. 237).
- Al designar a Dios con el nombre de ‘Padre’, el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: 1) que Dios es el origen primero de todo y 2) que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Nadie es padre como lo es Dios (cf. n. 239). 

[1] Los hombres, los reinos, los imperios, las ciudades, las cosas…

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