jueves, 11 de julio de 2019

Domingo XV del Tiempo Ordinario (C)


14-7-2019                   DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO (C)
                                                          Dt. 30, 10-14; Slm. 68; Col. 1, 15-20; Lc. 10, 25-37
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Queridos hermanos:
            La pregunta que hoy le hacen a Jesús es muy importante y se la tenemos que hacer también nosotros:
            “¿Qué tenemos que hacer para heredar la vida eterna, para ir al cielo?” La contestación que Jesús nos da es esta: amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas, con todo el ser y al prójimo como a noso­tros mismos.
            - Primero, y por encima de todo, amar a Dios. Amar a Jesu­cristo con toda nuestra alma. Que nuestro primer pensamiento al despertarnos sea para Él y, antes de dormirnos, también, y durante el día. Que al leer cómo fue maltratado antes de morir, se nos llenen los ojos de lágrimas. Que prefiramos mil veces la muerte, antes que perderle. Voy a poneros un ejemplo ya conocido: Niña salvadoreña que besó la cruz escupida.
            Todo esto significa el amor a Dios, donde yo siempre busco más hacer su voluntad que la mía, aunque hacer la voluntad de Dios signifique mi muerte: Leyenda del “Quo vadis, Domine?”
            - Pero, ¿cuándo sé yo que amo a Dios con todas mis fuerzas? ¿Si me salen lágrimas al pensar en Él? ¿Si digo que prefiero la muerte antes que vivir sin Él? No. Sabemos que amamos a Dios con todas las fuerzas cuando amamos a los hombres que nos rodean. Dice san Juan, el evangelista: “Si no amamos a los hombres que vemos, cómo vamos a amar a Dios a quien no vemos” (1ª Jn. 4, 20).
En el evangelio de hoy nos pone Jesús el ejemplo del buen samaritano. El samaritano era para los judíos como hoy para algunos de nosotros puede ser un ser despreciable y/o dañino. Alguien del que no se espera que nos pueda ayudar; al contrario, alguien del que se puede esperar cualquier daño[1]. Pues bien, a aquel samaritano, al ver al malherido, -dice la traducción- que “le dio lástima”. Esto está mal traducido. Yo tengo lástima cuando veo un gato pillado por un coche o una paloma coja. Pero es muy distinto el ‘tener lástima’ a lo que dice realmente el verbo en griego. El verbo griego dice que al samaritano se le removieron las entrañas. Cuando a una madre le muere un hijo, a esa sí que se le remueven las entrañas y no siente simplemente lástima. Otro ejemplo puede ser el de aquella mujer alemana en la segunda guerra mundial que tenía a un hijo en el ejército alemán del frente ruso. En el año 1944, durante la retirada de los alemanes, los rusos penetraron en Alemania y un soldado ruso entró a pasar la noche en la casa de aquella señora. Ella se le tiró al cuello, lo besó, le quitó las botas y los calcetines, le curó las llagas de los pies, le preparó el baño, le dio de comer y le puso para dormir sábanas limpias. Al día siguiente, después de desayunar, al marchar el soldado ruso le preguntó que por qué hacía todo eso por él si era su enemigo, y la señora le contestó que solo esperaba que, si su propio hijo se encontraba con su madre en Rusia, esta le atendiera como ella le había atendido a él. La madre alemana, al atender al soldado ruso, estaba cuidando a su hijo. Se le conmovieron las entrañas por puro amor de madre.
Desde esta perspectiva podemos entender mucho mejor los sentimientos y la reacción del samaritano: atendió al herido, lo llevó sobre su cabalgadura, mientras él iba de pie, y lo llevó a una posada en donde lo cuidó toda la noche. Al tener que marchar al día siguiente, pidió al posadero que lo cuidara y le dio dos denarios como pago. El jornal entonces de un obrero era de un denario al día. Más o menos como hoy pueden ser 50 €, o 60 €. Vamos a poner que el samaritano entregó al posadero unos 120 € por un hombre que ni conocía. Eso hizo el samaritano.
            Cuanto más amemos a Dios, cuanto más venimos a Misa, cuanto más rezamos…, más tenemos que amar a las personas que nos rodean. En caso contrario, seremos unos farsantes. Dios quiere el bien de todos los hombres y ama a todos los hombres, por tanto, si yo amo a Dios, inmediatamente amo a los hombres, porque son hijos de Dios y hermanos míos.
            Amar al prójimo como a uno mismo significa:
            - No tener envidia del bien de los demás.
            - No murmurar de los demás…, aunque sea verdad.
            - Perdonar TODO el mal que nos hayan hecho.
            - Orar por todos, incluso por los enemigos.
            - Ayudar con nuestras limosnas.
            - Disculpar siempre los fallos de los otros.
            - Sonreír a quien no te sonríe. Saludar a quien no te salu­da.
            Recordar la pregunta: “¿Qué tenemos que hacer para entrar en el cielo?” Jesús nos contesta de modo bien claro en el evangelio de hoy: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

[1] En algunas partes de Oviedo la gente pasa con un cierto temor, porque en aquellos lugares existen centros de acogida de inmigrantes menores de 18 años, que son muy conflictivos y que causan problemas a los educadores, a los policías, a los vecinos, a los transeúntes.

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