miércoles, 19 de diciembre de 2018

Domingo IV de Adviento (C)


23-12-2018                            DOMINGO IV DE ADVIENTO (C)

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Queridos hermanos:
            Estamos ya en el 4º domingo de Adviento. El martes será ya Navidad y celebraremos la venida de Jesucristo, el Niño Dios.
            - La figura que hoy la Iglesia nos propone para refle­xionar es la de la Virgen María. Se destacan en ella varios aspectos:
            * María es la mujer servicial: “María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá”. Iba a cuidar a su prima Isabel. Cuando una persona se encuentra con Dios, ineludi­blemente se hace más comprensiva con los demás, más pendiente de los demás, más servicial con los demás. María ‘debía’ ayudar a su prima ya anciana.
            * María es la mujer creyente: “¡Dichosa tú que has creí­do!” Severo Ochoa tenía una mujer muy creyente y él la envidia­ba por su creencia. Yo me encontrado con jóvenes que envidian la fe de los cristianos. Ellos no pueden creer. ¡Dichosos no­sotros que aceptamos la existencia de todo un Dios en nuestra vidas! María siempre ha creído (que es lo mismo que confiar o fiarse) en que dentro de ella, sin haber hecho el acto sexual con un hombre, había un niño; ha creído en Dios a pesar de ser perseguida por Herodes, a pesar de ser abandonado por su Hijo Jesús cuando él tenía 30 años, a pesar de ver morir a su Hijo en la cruz a los 33 años. Siempre se ha fiado de su Dios. Por eso es modelo de creyente para todos nosotros.
            * María es la mujer madre. “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” Los hombres es una expe­riencia que nos perdemos: llevar 9 meses una criatura en el vientre. Me comentaba una mujer que ser madre era impresionan­te. Me decía que antes de serlo pensaba que no podía amar a sus hijos más de lo que ya quería a sus sobrinos; después se dio cuenta que a sus hijos era con otro amor distinto. ¿Qué experiencia tendría María de llevar a un hijo que era Dios?
            * María es la mujer fecundada por el Espíritu Santo. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”. Pudo entrar en ella sin en­con­trar ninguna traba. Estaba sin pecado. Es verdad que le preguntó, porque Dios respeta siempre nuestra libertad. Siem­pre pregunta, siempre pide permiso. María le dijo sí y El en­tró a raudales y la llenó: con un esperma que fecundó su óvu­lo, con un amor que la hizo más amante, con una humildad con la que se abajó aún más ante Dios. Por eso decimos que el Es­píritu Santo es el esposo de María. Ella se le entregó total­mente.
            Estas notas de María estamos nosotros llamados a reprodu­cir en nuestra vida: ser serviciales, creyentes y fiarnos de Dios en todo momento y circunstancia de nuestra vida, tener a Jesús (no en nuestro vientre, pero sí en nuestro corazón), y dejarnos guiar constantemente por el Espíritu Santo.
            - La última idea que quiero hoy comunicaros es muy sencilla y a la vez muy importante, pero la voy a ilustrar con un cuen­to. Se titula ‘el zapatero al que Jesús visitó tres veces’:
“Martín era un humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años que había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de trabajo.
Martín, cada noche, antes de ir a dormir leía un trozo de los evangelios frente al fuego del hogar. Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído claramente una voz que le decía. ‘Martín, mañana Dios vendrá a verte’. Se levantó, pero no había nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche...
Martín se levantó muy temprano, barrió y adecentó su taller de zapatería. Dios debía encontrarlo todo perfecto. Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver quién pasaba por la calle.
Al cabo de un rato vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo. Compadecido, se levantó inmediatamente y lo hizo entrar en su casa para que se calentara un rato junto al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó un paquete con pan, queso y fruta para el camino, y le regaló unos zapatos.
Llevaba otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos de frío. También los hizo pasar.
Como ya era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa que había preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además, fue a buscar un abrigo de su mujer y otro de uno de sus hijos y se los dio para que no pasaran más frío.
Pasó la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con algo de violencia y entró dando tumbos el borracho del pueblo.
– ¡Sólo faltaba este! Mira, que si ahora llega Dios... (se dijo el zapatero)
– Tengo sed (exclamó el borracho)
Y Martín acomodándolo en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él un plato con los restos de la sopa del mediodía.
Cuando el borracho marchó ya era muy de noche. Y Martín estaba muy triste. Dios no había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó los evangelios y aquel día los abrió al azar. Y leyó: ‘Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste... Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste...’ Se le iluminó el rostro al pobre zapatero. ¡Claro que Dios le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín, aquella noche, se durmió pensando que era el hombre más feliz del mundo...”
            MORALEJA DEL CUENTO: Dice Jesús: “Si acogéis a cualquiera de estos mis hermanos, por pequeño que sea, me acogéis a mí”.
Esto no es un cuen­to. En estas Navida­des yo os anuncio que vais a recibir la visita de Jesús, estad atentos y no le despachéis de mala ma­nera o le dejéis de lado.

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