miércoles, 10 de octubre de 2018

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (B)


14-10-2018                 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            En el día de hoy quisiera predicar dos ideas y las dos sacadas del evangelio.
          - La primera dice así: ¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!
Dice Jesús en el evangelio: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Por si acaso nosotros pensa­mos: ‘Pues que les sea difícil. Yo como no soy rico, esto que dice Jesús no va conmigo’. Pero es que a continuación añade Cristo: “¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!” Y, ¡ay amigos!, aquí ya entramos nosotros: los ‘pobres’. Voy a poner varios ejemplos de esto, es decir, que muchos de nosotros entramos en esta segunda frase, en querer poner nuestra confianza en el dinero: 1º El timo de la estampita se basa en la avaricia de la persona timada. 2º Lo que muchos gastan en juegos a lo largo del año. 3º La máxima aspira­ción hoy es sacar una oposición en una administración pública, tener 8 horas de trabajo, un mes de vacaciones y 14 mensualida­des, si pueden ser de 1.200 o 1.500 euros mensuales y aún me quedo corto. 4º Discusiones en casa de los padres con los hijos por la paga semanal, o por la compra de determinadas cosas. 5º Cuántos pequeños y grandes robos en las empresas de destornilladores, papel, bolígrafos, tijeras, etc.; en HUNOSA cuántos se jubilaron con pagas abultadas. (Caso de la Hella en Madrid con los faros con peque­ños fallos que se vendían como chatarra y luego, a su vez, se revendían como buenos). Y todo por conseguir dinero, por ahorrar del propio dinero a costa del dinero de los demás. ¿Para qué seguir?
            Jesús nos hace una llamada de atención a todos los hombres. Nues­tro ‘dinero’ debe ser sólo Dios. Únicamente a Él hemos de tener por nuestra riqueza. Toda nuestra vida debe mirar a Dios, a hacer su voluntad, a que se cumpla su voluntad en nosotros. Él debe ser nuestro amor, nuestro esposo, esposa, hijo, hija, novio, novia, amigo, amiga. Debo amarlo a Él más que a cualquiera de mi familia, más que a mí mismo.
            Como consecuencia de este amor a Dios, yo debo comportarme como si mi dinero no fuera mío; que… no lo es; es de Dios. Pues bien, sólo lo puedo usar en lo que Dios quiere, es decir, en el sostenimiento de la familia, en la salvaguardia de posi­bles baches que puedan surgir, y en compartir con otras personas y sus necesidades. Además, ser cristiano y tener a Dios como centro de nuestras vidas significa ser austero: en la comida, en el vestir, en las diversiones…
            Por todo lo dicho hasta ahora, se entiende mucho mejor lo que Jesús le dijo al joven rico: “Ah, ¿que quieres ir al Cielo? Ah, ¿que quieres ser perfecto? Ah, ¿que quieres agradar a Dios y no sabes bien cómo hacerlo? Pues tranquilo, que yo te lo digo: “Anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y luego sígueme”’. Quien hace esto, quien comparte sus bienes, su tiempo, sus cualidades, su afecto, sus virtudes, su persona… con los otros, esta persona sí que está vendiendo todo lo que tiene y se lo está dando a los otros, Y SÍ QUE ESTÁ SIGUIENDO DE VERDAD A JESÚS.
            - La segunda idea es ésta: Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.
            El otro día me decía una madre de familia que, entre sus amigos de la infancia,  de los estudios universitarios y de ahora, sólo ella, su marido y sus hijos iban a Misa los domingos. Me decía que el otro día su hija de 12 años le preguntó por qué sólo ellos iban a Misa. En su clase sólo su hija iba a Misa. Me decía que incluso entre sus cuñados y sobrinos, los cuales estudiaban en colegios religiosos, sólo ella, su marido y sus hijos iban a Misa. ¿Por qué? Me preguntaba: ‘¿Qué está haciendo mal la Iglesia? Quizás era que la Iglesia no había evolucionado con los tiempos’.
            Las preguntas son sencillas de hacer. Las respuestas son complejas de dar. Una de estas respuestas está en estas palabras de Jesús y vale para las gentes de ahora, de antes y de después. El hombre tiende a acaparar, a retener, a acumular, a proteger lo que tiene, y le cuesta trabajo desprenderse, no coger lo que se le ofrece, compartir, dejar la preferencia en primeros puestos, en mejores situaciones, en tener más cosas… a los otros. Sí, el hombre es ‘EGO_ISTA’ por naturaleza y quiere llenar su EGO de todo. Por ello, estas palabras de Jesús, cuando se oyen con atención, cuando se comprenden en toda su amplitud, provocan un rechazo interior: “…quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el EvangelioNinguno de nosotros queremos dejar nuestras casas y pisos. No queremos abandonar la familia ni que nos abandone. No queremos perder a nuestros hijos. No queremos perder tierras, posesiones, dineros, coches, joyas, pensiones, móviles, ordenadores, ropas…, NI POR JESÚS NI POR EL EVANGELIO. Queremos tener a Jesús y queremos tener su Evangelio, y a la vez nuestras casas, nuestras familias, y nuestras posesiones. Si alguna vez Dios nos pone en la tesitura de tener que abandonar una cosa o la otra, de tener que elegir entre Dios mismo y nuestras cosas, nuestras familias y nuestros EGOS, entonces (creo que) las respuestas mayoritarias es que nos quedamos con lo segundo y rechazamos lo primero. Y la Misa está entre lo primero, es decir, en lo de Dios.
            Sí, ésta es una (entre otras muchas) de las respuestas complejas a las preguntas sencillas de más arriba: estamos tan llenos de cosas materiales, estamos tan materializados… que dentro de nosotros, que dentro de nuestras vidas… no cabe ya NI DIOS.
         Sigamos no obstante con la última parte de la frase de Jesús. Él nos da una respuesta sorprendente a esta situación, tanto a la nuestra de ahora, como a la que se daba en tiempos de los apóstoles. Y es que Jesús dice con toda seguridad y con toda rotundidad que, quien abandone posesiones y familias por amor a Él, para su asombro comprobará que ya aquí, en vida y en la tierra, recibirá eso mismo que ha abandonado, pero cien veces más. Esto significa que recibirá mucho más de lo que abandonó, pero sobre todo que lo recibirá mucho mejor: más puro, más noble y más bueno, que lo que tenía anteriormente. Y, además, después de su muerte, recibirá VIDA ETERNA.
            Sólo hay un problema. El problema es que hay que creérselo y hay que probarlo. Muy pocos, en la práctica y en la realidad, están dispuestos a esto. Ánimo con ello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario