miércoles, 19 de septiembre de 2018

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (B)


23-9-2012                               DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía de vídeo
Homilía en audio
Queridos hermanos:
            En el día de hoy quisiera predicar dos ideas:
            - En el evangelio de hoy decía Jesús a sus apóstoles: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”. Jesús anunciaba aquí a sus discípulos que iba a ser entregado en mano de sus enemigos. Pero, ¿tenía Jesús enemigos? ¿Quién quería hacerle daño? ¿Por qué querían hacerle daño?
            Sí, resulta muy extraño, a primera vista, que alguien quisiera hacer daño a Jesús. Jesús era el Hijo de Dios, y fue enviado por el Padre a la tierra para perdonar a los hombres, para salvar a los hombres. Si Jesús venía a la tierra para hacer el bien a los hombres, ¿por qué iban estos hombres querer hacerle daño?
            También resulta muy extraño que alguien quisiera matar a Jesús a las pocas horas de haber nacido, y que tuviera que vivir exiliado en un país extranjero durante años.
            Resulta extraño que Jesús haya predicado amor, paz, perdón, misericordia, y que lo quisieran quitar de en medio.
            Resulta extraño que Jesús haya hablado de Dios como Padre, como Alguien cercano y paciente, y que le tuvieran tanto odio.
            Resulta extraño que Jesús hubiera hecho tanto bien a tantas personas: dio de comer a hambrientos, curó a enfermos, resucitó muertos, se preocupó de los niños, de los recién casados, de escuchar a quien lo necesitara, de perdonar a los pecadores, y que, sin embargo, muchos hombres no lo soportaran.
            Resulta extraño que Jesús tuviera una sabiduría grandísima y orientara a tanta gente perdida, enseñara con tanta sencillez y a la vez con tanta profundidad, y, no obstante, quisieran matarlo.
            Pilato consideró a Jesús como un hombre inofensivo. Por ello quería soltarlo. Herodes consideró a Jesús como un loco, pero también inofensivo y, por ello, se burló de él y le puso un vestido blando, como de loco, y le dejó irse sin más.
            Más arriba preguntaba: ¿TENÍA JESÚS ENEMIGOS? Pues sí. Jesús tenía enemigos. Quisieron desprestigiarle, encerrarle, lapidarle, despeñarle, matarle…
¿QUIÉN QUERÍA HACERLE DAÑO? Las clases dirigentes de Israel, los poderosos de Israel, los hombres ricos, sus propios vecinos y familiares en Nazaret, pero también algunos de sus discípulos, porque Jesús iba por otro camino del que a ellos les convenía.
¿POR QUÉ QUERÍAN HACERLE DAÑO?
Porque Jesús quitaba la autoridad de Dios a aquellos que se habían arrogado y apropiado de ella, a aquellos que decían hablar en nombre de Dios y sencillamente hablaban en nombre propio y para su propio provecho.
Porque a los ricos Jesús les decía que su oro estaba manchado de sangre y había sido robado a las gentes sencillas de Israel.
Porque algunos de sus discípulos querían marcar el camino a Dios y daban la espalda al mismo Dios cuando Éste no iba a donde ellos quería, por donde ellos querían y al ritmo que ellos querían.
Jesús era un peligro para todos ellos, pues les había quitado la máscara y decía en alto lo que otros pensaban para sí mismos, pero no se atrevían a proclamar ante los demás por miedo a las consecuencias.
Por todo esto, Jesús en el evangelio de hoy decía a sus discípulos: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán”.
Sin embargo, las palabras de Jesús acaban en esperanza: después de muerto, a los tres días resucitará. ¿Qué significa esto?
Pues significa que merece la pena hacer el bien, aunque te devuelvan mal por ello.
Merece la pena dar de comer, aunque te quedes tú con menos cosas materiales.
Merece la pena, dar salud y atender a los enfermos y ancianos, aunque pierdas tu tiempo y tantas veces tu paciencia.
Merece la pena perdonar y no dejar que te carcoma la rabia y el resentimiento.
Merece la pena decir la verdad, aunque te crees enemigos que desean seguir viviendo en la mentira o en sus intereses.
Merece la pena estar a bien con tu conciencia, aunque tengas luchas y burlas a tu alrededor.
Merece la pena ser valiente y no vivir en la cobardía (ya sabéis aquella famosa frase histórica dicha por la madre de Boadil el Chico, la sultana Aixa, a éste cuando entregó las llaves de Granada a los Reyes Católicos en 2 de enero de 1492: Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre).
Merece la pena quedar bien ante Dios, aunque quedes mal ante los hombres, para los que unas veces estarás arriba y otras abajo, ya que somos así de cambiantes.
Merece la pena pasar algunas penas por cumplir la voluntad de Dios, si sabes que luego te espera una recompensa eterna y llena de gozo.
Jesús hizo vida todo esto y nos sirve a todos nosotros de modelo y de guía. Y así, a los tres días el Padre lo resucitó y ahora está sentado a su derecha por los siglos de los siglos.
            - Dice Santiago en la segunda lectura: “Donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba, ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justi­cia”. Aquí se nos dicen varias cosas muy importantes:
Primero, no se trata de que uno haga cosas u obras buenas: damos una limosna, leemos en la Misa, no reñimos en casa, venimos a Misa, somos afables y serviciales con los demás, no somos rencorosos... La cosa es más profun­da. Se trata de las actitudes nuestras. Debemos ser amantes de la paz y transmisores de la paz allí donde nos hallemos. Si tenemos paz en nuestro interior, lo transmitiremos al exterior.
Segundo, pero esta paz no es fruto de un autodominio o una técnica psicológica. Como nos dice Santiago, nos viene de arriba. De dónde si no creéis que venga la contesta­ción de Jesús al criado: “¿Por qué me pegas?”, o cuando es detenido en el Huerto de los Olivos, o ante Pilatos o ante el Sanedrín. Tenía la paz que procede de Dios. Él estaba en manos de Dios.
            Si nosotros perdemos la paz, la paciencia, los nervios con facilidad es que no confiamos en Dios; es que Él no habita dema­siado en nosotros. En cambio, si confiamos enteramente en Dios, la paz estará con nosotros en todo momento y en toda circunstancia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario