25-6-17 DOMINGO
XII TIEMPO ORDINARIO (A)
*
En la homilía de hoy quisiera hablar un poco del MIEDO. Deseo escoger este
tema, porque el mismo Jesús en el
evangelio que acabamos de escuchar nos
dice por tres veces que no tengamos miedo, pero también en este mismo
evangelio nos dice una vez que sí
debemos tener miedo.
El
miedo o temor es una emoción caracterizada por una intensa
sensación desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o
supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Existen diversas clases de miedos:
Miedo
a los cambios.
Tanto las personas adultas como los niños pueden sufrir este pavor a modificar
no sólo su rutina sino también su entorno. Esto se puede producir por culpa de
un cambio de colegio, de trabajo, de ciudad, de amigos…
Miedo
a la oscuridad. Si
hay un pavor que sea muy propio de los más pequeños es este que puede
producirse a raíz de pesadillas, de situaciones que se imaginen o de cuentos
que les hayan asustado. En este caso, es habitual que los niños tengan que
dormir con alguna luz encendida en su habitación.
Miedo
a los animales.
Todos podemos sufrir este miedo a los animales en general o a alguno en
concreto: serpientes, ratas, arañas...
Miedo
a las tormentas.
En la etapa infantil es cuando se produce más frecuentemente este pavor; no
obstante, existen muchos adultos que siguen sufriéndolo y en concreto tanto a
las citadas tormentas como a los propios truenos.
Además de estas distintas clases de
miedo, también podemos subrayar que existen otros tales como el miedo a la separación, los llamados ‘escolares’
que son aquellos en los que se tiene pavor ante el fracaso o ante las actividades
públicas, o bien los nocturnos.
Asimismo
están los miedos provocados en los maltratos de género, que tan de moda están
ahora en los medios de comunicación. Es decir, la ejercida por los hombres
sobre las mujeres. Yo creo que esto es una gran verdad, pero creo que es más
verdad que la violencia, física y/o psicológica, se ejerce por personas humanas
sobre personas humanas: hombres sobre mujeres, mujeres sobre hombres (caso de
señora en Covadonga), adultos sobre niños, niños sobre niños, niños sobre
adultos y ancianos (caso de Vegadeo: niño que va a comprar cosas e insulta y
desprecia a su abuela, o casos de agresiones por parte de los hijos a sus
padres). Voy a leeros ahora cómo son algunos de los efectos que se producen en
las personas sobre las que se ejerce esta violencia (sentimientos de culpa,
baja autoestima, destrucción interior de la persona…). En este caso se trata de
una mujer sobre la que sus padres, marido, suegra, amigos… ejercen dicha
violencia. Lo relata ella misma en una carta: “Siento mucho el haber nacido y que, por mi culpa, mi padre tuviese que darme malos tratos. Siento haberme metido en tu vida y ser tu
problema siempre. Siento haberme
casado y que, ¡ay mis hijos! vivan las
penas de mi vida, de las que yo sola soy la culpable de sus miserables
vidas. Siento el haber nacido. A veces pienso
que tienen razón y que la culpable soy yo. Pero lo único que deseaba es ser
feliz y entregarles cariño y amor, pero a lo mejor me equivoqué y ellos no deseaban cambiar sus vidas y eran felices
con las que tenían. Bueno, sólo te diré que los niños están bien, y yo un poco
mejor, pero el domingo he tenido que estar casi todo el día acostada, ya que no me sostenía en pie”. Una persona
así tiene miedo de vivir, miedo de hablar, miedo de actuar, miedo de callar,
miedo de no hacer, miedo de no cumplir las expectativas de los demás, miedo a
fracasar, miedo a no saber, miedo a entablar relaciones con otras personas,
MIEDO a…
*
Ante todo esto, ¿qué nos dice la Escritura? Jesús en el Evangelio de hoy nos
dice:
- “No
tengáis miedo a los hombres”. Nadie es más que tú, nadie es mejor que
tú (todos somos diversos y con cualidades y defectos diferentes), nadie tiene
derecho a despreciarte o a no valorarte, nadie tiene derecho a vejarte. Dios te
dice que tú tienes tu propia dignidad. No la tienes por lo que sabes, ni por lo
que tienes, ni porque los demás te la den o te la reconozcan… Tú eres
importante por ti mismo, porque Dios te creó. Esa dignidad que Dios te dio te
acompaña todos los días de tu vida: en la salud y en la enfermedad, en la
pobreza y en la riqueza, en la juventud y en la vejez, en el pecado y en la
gracia. Siempre. Los hombres sólo te
pueden hacer el daño que tú les dejes que te hagan. No quiero decir que seas
insensible, sino que lo que te dicen de malo o te hacen de malo, no cambia en
nada lo bueno que Dios te dio.
-
“No
tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”.
Jesús nos dice que no temamos las enfermedades, ni los golpes, ni los disparos,
ni los accidentes… Todo ello afecta y destroza o hiere nuestro cuerpo. Un
cuerpo que se va desmoronando día a día, pero “nuestro hombre interior se va renovando día a día. Nuestra angustia,
que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida.
Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las
invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno” (2ª
Cor. 4, 16-18). Esto lo sabían bien los mártires, que dieron su cuerpo y su
sangre por amor a Jesús. Esto lo saben bien tantos cristianos de Egipto, Irak,
Siria y de tantos sitios que prefieren morir en su cuerpo antes que renunciar a
su fe en Jesús, el cual salva sus almas. Esto lo saben bien tantos hombres de
fe que no se desmoronan ante la enfermedad o la vejez, ya que confían en la
Vida Eterna.
- “No
tengáis miedo”. Dice Jesús esta última frase ante las preocupaciones de
la vida: la falta de trabajo, de ropa para vestirse, de comida para
alimentarse, de casa para habitar, ante los problemas de todo tipo, problemas
en las relaciones familiares, perder amistades, o tu fama, o tu hijo, o tu padre
por muerte. Te pide Jesús que confíes en su Padre Dios. Él vela sobre ti y no
dejará que todo eso te destroce. Confía en Él.
- Cuando uno
deshecha el miedo, viene la confianza, la paz, la libertad de actuar, de decir,
y de pensar. Los santos son los hombres y mujeres más libres, porque sólo están
pendientes de Dios, sólo a Él obedecen, sólo ante Él se postran, sólo a Él
entregan su vida entera con sus preocupaciones, dolores, angustias, alegrías e
ilusiones. Porque así lo hacía Jesús, y así debemos hacerlo nosotros. Quien ama
a Dios, no tiene miedo de nada ni de nadie. Porque pueden a un santo quitarle
la fama, la salud, la riqueza, la compañía, la vida, pero nunca podrán quitarle
la fe y el amor a Dios. De este modo pensaba S. Pablo cuando decía: “¿Quién nos
separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el
hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... Pero Dios, que nos ama, hará que
salgamos victoriosos de todas esas pruebas. Y estoy seguro de que ni muerte, ni
vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo
futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni
cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Jesús, Señor Nuestro” (Rm. 8, 35-39).
- ¿Debemos los cristianos tener miedo a algo o a alguien
en este mundo? ¡Claro que sí! También nos lo dice Cristo: “Temed al que puede destruir con
el fuego alma y cuerpo”. ¿Quién
puede hacer esto, quién puede matar alma y cuerpo, en definitiva, quién puede apartarnos
de verdad de Dios, nuestro Amor? Sólo el pecado, el pecado que nosotros podemos
cometer y cometemos.
¡Qué Dios nos
ayude a no separarnos nunca de Él y así no tendremos miedo a cosas y
situaciones que no son importantes, ni eternas, ni absolutas!
Yo tengo miedo a muchas cosas, a las que no puedo controlar,como la tormenta, los sufrimientos de mi familia,al rechazo,a decir la verdad muchas veces de lo que yo pienso,. Tengo miedo a no ser la persona que Jesús quiere.Y lo peor es que no lo soy,tengo muchos fallos. Pero Jesús me da una fuerza interior,de felicidad,de alegría y de esperanza.Hago por hacer cosas que Él, me pone en mi corazón,y muchas veces me llevo decepciones,pero mi corazón está alegre y sigue luchando.Tengo la suerte de tener a un padre que es D. Andrés, enseguida me orienta.Gracias Dios mio por haberte conocido.Te amo.Un abrazo amig@s. Creo que todos tenemos algún miedo.
ResponderEliminarPreciosa homilia, que nos da paz. Estoy totalmente de acuerdo con todo,lo,dicho,por el,padre Andrés. Yo también tengo alguna experiencia de ello. En algún momento estaba preocupado o "tenía miedo" de ir al trabajo por los problemas con los que podría encontrarme, y tengo,la experiencia de que al ir, después de hacer mis oraciones, iba con toda la seguridad de que el Señor me acompañaba, y con su presencia me aconsejaba de lo que debería de hacer. Me daba cuenta que el miedo en mi desaparecía, siendo una sensación de lo más grata, pues iba acompañado de mi señor Jesus. Y con esa experiencia he continuado en todos,los acontecer es de mi vida. El Señor es mi amigo, consejero, y sintiendo su compañía voy tranquilo,por el mundo, aunque pase por problemas. La oración es importantísima, hablar con El de mis problemas, pedirle consejo, ayuda, etc. ¡Y qué feliz se siente uno en esa compañía!. Y después tenemos a María, madre de Jesus y de todos nosotros. Ella camina a nuestro lado para llevarnos a su hijo. Bendito sea Dios.
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