14-11-2010 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (C)
Mlq. 4, 1-2a; 3, 19-20; Slm. 97; 2 Ts. 3, 7-12; Lc. 21, 5-19
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
- En la segunda lectura San Pablo habla así a los cristianos de Tesalónica: “No viví entre vosotros sin trabajar, nadie me dio de balde el pan que comí, sino que trabajé y me cansé día y noche, a fin de no ser una carga para nadie […] Cuando viví entre vosotros os lo dije: el que no trabaja, que no coma. Porque me he enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a ésos les digo y les recomiendo, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan”. La primera vez que leí estas palabras me llamaron mucho la atención, pues siempre había pensado que los primeros cristianos eran todos santos y muy fieles a Jesús, pero aquí se traslucía otra cosa. En efecto, al estudiar
- Con esta introducción quisiera dedicar hoy algunas palabras al trabajo. No pretendo aquí agotar este tema en una simple homilía de varios minutos de duración. Sólo intento hacer un resumen de lo que la doctrina cristiana, extraída de
El trabajo del que aquí se hablará ha de ser entendido en el más amplio sentido, es decir, cualquier actividad humana que transforma el mundo, nuestro entorno. No quiero ceñirme exclusivamente al trabajo remunerado o que conlleva un fruto dinerario. En el término trabajo se ha englobar el manual y el intelectual. Por lo tanto, el trabajo es propio, no sólo de los adultos, sino también de los niños, de los adolescentes, de los jóvenes, de los jubilados… Todos estamos llamados a trabajar, según nuestras capacidades y nuestras circunstancias.
Muy unido al trabajo se encuentra la pereza. En el mundo occidental y, por supuesto, también en España contamos con un número creciente de generación “ni-ni” (ni estudia ni trabaja). El resultado ya es catastrófico, pero lo será aún más: graves problemas psiquiátricos, pérdidas inútiles de capacidades y de talentos, aumentos de delitos contra las personas y con las propiedades y un largo etcétera. Y es que la pereza destruye al ser humano. Decía Casiano, un padre del desierto: “El monje que trabaja no tiene más que un demonio para tentarle, mientras que al ocioso y holgazán lo tortura una legión de espíritus malvados”. Igualmente decía San Juan Crisóstomo hablando de la pereza y en un texto muy bello: “El agua estancada se corrompe, mas la que corre y se derrama por mil arroyos conserva su propia virtud. El hierro que yace ocioso, consumido por la herrumbre, se torna blando e inútil, mas si se lo emplea en el trabajo, es mucho más útil y hermoso y apenas sí le va en zaga por su brillo a la misma plata. La tierra que se deja baldía no se ve que produzca nada sano, sino malas hierbas, cardos y espinas y árboles infructuosos; mas la que goza de cultivo se corona de suaves frutos. Y, para decirlo en una palabra, todo ser se corrompe por la ociosidad y se mejora por la operación que le es propia. Ya, pues, que sabemos cuánto sea el daño de la ociosidad y el provecho del trabajo, huyamos de aquélla y démonos a éste”.
Asimismo unido al trabajo se halla el descanso y que no debe ser confundido con la pereza. El descanso es necesario para reponer fuerzas, fomentar las relaciones familiares, practicar la fe en comunidad e individualmente, ejercitar la convivencia cívica, elevar el nivel de conocimientos culturales y cultivar los valores artísticos y deportivos (cfr. GS 67c).
La fe cristiana tiene una visión positiva del trabajo. Por tanto,
1) El trabajo no debe verse como una equivalencia salarial y menos aún como un castigo[1] o una fatalidad, sino como una bendición de Dios para la realización personal. Así lo dice Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens: el ser humano, al trabajar, transforma la naturaleza y se realiza a sí mismo como persona. En la misma línea se pronuncia el Concilio Vaticano II: el hombre “con su acción no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo […] El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene” (GS 35a). Al final de nuestra vida no vamos a tener la mayoría de nosotros que ofrecer a Dios y a la sociedad sino una vida corriente llena de labor, como la tuvo Jesús la mayor parte de su existencia. De hecho, Jesús, que vivió 33 años, se pasó 30 de ellos en una vida ordinaria de trabajo. En efecto, Jesús conocía muy bien el mundo del trabajo y en su predicación utilizó frecuentemente imágenes de las diversas tareas de los hombres: pescar, sembrar, atender una viña o una piara de cerdos o un rebaño de ovejas, construir una casa, barrer una casa, segar, comerciar…
2) El trabajo humano significa colaboración y participación en la actividad creadora de Dios[2], el cual ha entregado su obra al hombre para que la continúe en provecho de la humanidad. Por eso, todo hombre trabajador es un creador. Así, el trabajo es una vocación de Dios para el hombre, pero también es un bien personal y social. “La conciencia de que el trabajo humano es una participación en la obra de Dios debe llegar, como enseña el Concilio, incluso a ‘los quehaceres más ordinarios. Porque los hombres y mujeres […] con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia’” (Laborem exercens 25d; GS 34b). En efecto, la fe cristiana no aparta al creyente de la edificación de este mundo ni le inducen a despreocuparse de los demás y del progreso humano, sino que, muy al contrario, le imponen el deber de hacerlo (cfr. GS 34c).
3) El sudor y la fatiga del trabajo están unidos inevitablemente al trabajo, pero de este modo participamos de la pasión y muerte de Cristo en la cruz, y colaboramos con Él en la salvación de los hombres (Laborem exercens 27c). Efectivamente, con el trabajo se contribuye al provecho de los hombres, por eso el trabajo humano tiene un fin claramente social (GS 38).
4) Para Pablo VI, “el trabajo no puede ser un fin en sí mismo”. Por ello, Juan Pablo II decía en 1979, al inicio de su pontificado: “Cristo no aprobará jamás que el hombre sea considerado o se considere a sí mismo solamente como un instrumento de producción; que sea apreciado, estimado y valorado según ese principio. ¡Cristo no lo aprobará jamás! Por eso se ha hecho clavar en la cruz, como sobre el frontispicio de la gran historia espiritual del hombre, para oponerse a cualquier degradación del hombre, también a la degradación mediante el trabajo […] De esto deben acordarse tanto los trabajadores como los que proporcionan trabajo; tanto el sistema laboral, como el de retribución. Lo deben recordar el Estado,
5) El trabajo del hombre busca la mejora de este mundo, pero sin perder de vista que buscamos el Reino de Dios, que es el fin último de toda la creación. Así, hemos de tener muy en cuenta las máximas de Jesús, el cual nos dice que hemos de trabajar, no por el alimento que perece, sino el que perdura para la vida eterna; y también que hemos de almacenar tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roan, ni ladrones que abran boquetes y roben (Jn 6, 27; Mt 6, 20).
[1] El trabajo ha sido visto en ocasiones como un castigo divino. Esta visión se “apoyaría”
[2] Los hombres mediante el trabajo se asocian a la propia obra creadora y redentora de Dios. “De aquí se deriva para todo hombre el deber de trabajar fielmente, así como también el derecho al trabajo. Y es deber de la sociedad, por su parte, ayudar, según sus propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente. Por último, la remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común” (GS 67).
Importante y difícil de comentar el tema del trabajo.Y que bien lo ha hecho el P. Andrés. ¡Qué poco se escucha a la Iglesia y cuánto tiene que decir! porque realmente estas características del trabajo que nos presenta el P. Andrés -como voz de la Iglesia-, si fueran una realidad...todo sería distinto; nos ayudaría a vivir el mundo del trabajo con gusto y dándole el sentido de colaborar con un mundo mejor.
ResponderEliminarHe tenido un hijo, casado con dos niños, en paro; ahora lo tiene, pero no cobra todos los meses.
Tengo otro, esperando su primer hijo, preocupado por su horario de 8:30am-10:30pm, en que regresa a su casa; ¿cuándo veré a mi hijo?¿a mi familia?¿cómo construir así un hogar, sin poder dedicarle tiempo y mi persona? Y no lo puede dejar, ni exigir derechos humanos...Es un grave problema el cuál la crisis ha aumentado gravemente.
La falta de trabajo ha hecho que mucha gente/familias, acudan a Cáritas y por tanto parece ser (ayer lo escuché) que la ayuda que esta entidad dan a Alcólicos anónimos se va a suprimir...más problemas. Esa labor de rehabilitación se suspenderá, y habrá más sufrimiento.
Además de "actuar" desde donde podamos,
necesitamos encontrar la respuesta desde el evangelio a todas estas situaciones.. Así como San Juan y San Mateo, dan respuesta, en la homilía, a trabajar en el mundo sin perder de vista el Reino de Dios, quizás las palabras de Malaquias nos traigan la Esperanza de que mejoren estas situaciones de sufrimiento alrededor del tema del trabajo, que agobian a tantas personas hoy día. Dice el profeta: "Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas. Palabra de Dios". Creo en esa Palabra de Dios.
Buena semana amigos.
El trabajo ha sido desde el inicio de la creación parte de la dignidad del hombre, y es el camino a su realización como ser Humano.
ResponderEliminarEn el libro del Gén 1, el relato de la creación nos muestra Claramente como Dios al crear al hombre le encomienda continuar la tarea y pone a su servicio la creación entera: “que manden en los peces del mar y las aves del cielo…” (v.26), y además bendice Dios al hombre y la mujer diciéndoles “Sean fecundos y multiplíquense, cubran la tierra y sométanla”. Y es así como desde el inicio está a nuestro servicio la creación. Es voluntad de Dios el que continuemos su tarea, es parte de la vida humana y una forma de realizarnos como personas. Para poder conseguir el sustento, para el progreso de los pueblos y naciones, es necesario y es desarrollo de la creación, el trabajo, y todos debemos contribuir y hacerlo con: amor, responsabilidad, justicia, solidaridad… de tal forma que se pueda decir de nosotros lo que nos dice el relato de la creación “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien”
TODOS SOMOS RESPONSABLES DEL PROGRESO DE LA CREACIÓN CON NUESTRO TRABAJO.
En la Liturgia de las Horas, concretamente en la oración final de Laúdes de ayer lunes rezábamos:
“Tu gracia, Señor, inspire nuestras obras, las sostenga y acompañe; para que todo nuestro trabajo brote de ti, como de su fuente, y tienda a ti, como a su fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Que el Señor nos ayude a todos a ser conscientes de la importancia que tiene nuestro trabajo y lo realicemos con AMOR
Feliz semana para todos.
Olga