1-1-2026 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (A)
Núm. 6, 22-27; Slm. 66; Gal. 4,4-7; Lc. 2, 16-21
Queridos hermanos:
- Coinciden en el día de hoy dos celebraciones. La primera es la de Sta. María, Madre de Dios. Sabéis que algunos cristianos no creen en Jesús como Dios, sino sólo como hombre. También los Testigos de Jehová dicen que Jesús es hombre, pero no Dios. Desde esta perspectiva, María sería la madre de un hombre muy bueno, pero hombre solamente. Sin embargo, para nosotros los católicos Jesús es, tanto hombre como Dios; es la segunda persona de la Santísima Trinidad, y como María es la madre de ese Jesús, Dios y hombre, afirmamos que es la madre de Dios. Esto ya se cree desde los primeros siglos de la Iglesia Católica y por eso en la oración del Ave María decimos: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros¼”
- La segunda celebración que hacemos en el día de hoy es la Jornada de la Paz. El Papa Juan Pablo II, recordando el mensaje de 1997 para este mismo día, cuyo lema era: “Ofrece el perdón, recibe la paz”, asegura que existe una estrecha vinculación entre ambas cosas. Cuantas veces alguien que se recomía por dentro con deseos de venganza, no podía ni conciliar el sueño y se veía atacado por todos lados por la persona odiada. Pero después de que, por gracia de Dios, pudo perdonar, enseguida recibió en sus carnes la paz. Recuerdo que en la guerra civil española mataron a un seminarista de Luanco y, antes de que lo prendieran, el seminarista viendo que lo iban a matar, dijo a sus padres que tenían que perdonar. Por fin, lo mataron y el padre nunca podía perdonar a aquellos hombres que le habían arrebatado a su hijo. Cuenta una hermana del seminarista lo siguiente: "Una vez, tendría yo unos 12 años, oí una conversación a mis padres. Resulta que mi padre había ido a confesar con D. Faustino, que estaba de sacerdote en Luanco, y D. Faustino, que era el párroco, le decía que tenía que perdonar, y él que no podía. Y que pegara un puñetazo en la mesa del despacho de D. Faustino. Que él quería perdonar, pero que no podía. Estuvieron algo distanciados, pero después rehicieron las amistades.
Yo creo que mi padre nunca los perdonó, pero sí cuando murió. Porque mi padre, cuando él ya se vio que iba a menos y antes de no poder hablar, él dijo a mi madre que quería confesar, que quería hacer una confesión general. Yo fui a buscar el sacerdote. Tendría yo unos 25 años. Yo sé que mi padre hizo una buena confesión, porque, cuando el sacerdote marchó, yo estaba preocupada. Me preguntaba si mi padre los habría perdonado, porque su obsesión era ésa. Él le decía a mi madre que él que quería, pero que no podía, que se le revolvía algo. Que no podía perdonar, porque se acordaba de las puñaladas que le habían dado al hijo. Y entonces cuando marchó el sacerdote, yo hablé con el sacerdote y le dije: "-Oiga, mi padre siempre dijo que no perdonaba. Iba a misa, iba a todo, pero siempre dijo que no perdonaba a los mataron al hijo". Dijo: "-Tú estate tranquila, Covadonga. Tu padre ha hecho una buena confesión. Tu padre ha perdonado a todo el mundo". Entonces yo ya quedé tranquila y entré en la habitación y vi a mis padres abrazados los dos y llorando y me di cuenta de que mi padre quedara con mucha tranquilidad. Entonces yo pensé que sería mi hermano el que le diría: "-Vas a morirte. Confiésate y perdona, porque, si no perdonas tú, cómo va a perdonarte Dios"".
En el mundo de hoy en el que se dan tantos enfrentamientos a nivel personal, a nivel familiar, a nivel del trabajo, a nivel de la sociedad, a nivel de diversos países. Frente a todo esto, los cristianos debemos descubrir esta gran verdad: somos mensajeros de paz y constructores de paz con las obras del amor.
El Papa Juan Pablo II dijo en un mensaje un día como hoy:
“En realidad, el perdón es ante todo una decisión personal, una opción del corazón que va contra el instinto espontáneo de devolver mal por mal. Dicha opción tiene su punto de referencia en el amor de Dios, que nos acoge a pesar de nuestro pecado y, como modelo supremo, el perdón de Cristo, el cual invocó desde la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Así pues, el perdón tiene una raíz y una dimensión divinas.
La propuesta del perdón no se comprende de inmediato ni se acepta fácilmente; es un mensaje en cierto modo paradójico. En efecto, el perdón comporta siempre a corto plazo una aparente pérdida, mientras que, a la larga, asegura un provecho real. La violencia es exactamente lo opuesto: opta por un beneficio sin demora, pero, a largo plazo, produce perjuicios reales y permanentes. El perdón podría parecer una debilidad; en realidad, tanto para concederlo como para aceptarlo, hace falta una gran fuerza espiritual y una valentía moral a toda prueba. Lejos de ser menoscabo para la persona, el perdón la lleva hacia una humanidad más plena y más rica, capaz de reflejar en sí misma un rayo del esplendor del Creador.” (Juan Pablo II, Mensaje de la Jornada por la Paz, 1 enero de 2002).
Recuerdo que en el siglo XIX hubo una especie de enfrentamiento en una zona de Cataluña: pueblos contra pueblos, familias contra familias. Después de diversas muertes, se llegó a una tregua y a una paz de cementerio, pero con los odios encerrados en los corazones de todos. Llegó por allí un fraile dominico, Francisco Coll (fundador de las Dominicas de la Anunciata), y tenía que predicar una misión popular. La iglesia estaba llena de gente con los ojos atentos a lo que dijera el fraile; la tensión se cortaba con un cuchillo. Entonces él empezó diciendo: "Pobres madres..., pobres hijos....., pobres esposas..." Y siguió así de tal manera que en seguida toda la iglesia se llenó de lágrimas y suspiros, y comenzó a predicar sobre el perdón mutuo. Al final del sermón todos se abrazaban y hubo un perdón general de unos para otros y en aquel pueblo se pudo vivir en paz. Sólo el perdón trae la paz verdadera. Cuando no hay muertes, pero hay odio, no es la paz de Dios, es la paz de los cementerios.
¡Que el Señor nos conceda el perdón por nuestros pecados, el poder perdonar a los que nos han ofendido, y así alcancemos la paz de Jesucristo, según se nos dice en la primera lectura!
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