miércoles, 29 de octubre de 2025

Todos los Santos (difuntos) (C)

1-11-2025                               TODOS LOS SANTOS (C)

                                                              Ap. 7, 2-4.9-14; Slm. 24; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12

Queridos hermanos:

            Cada año por estas fechas nos aproximamos a los cementerios, los limpiamos un poco, depositamos unas flores sobre las tumbas o al lado de los nichos, mandamos decir unas Misas. ¿Es simple­mente una tradición o una venerable costumbre? ¿Lo hacemos porque tenemos miedo de sus espíritus, que nos pidan cuentas por no preocuparnos de ellos o es por amor y respeto hacia ellos? ¿Lo hacemos porque, en definitiva, nos sentimos atemorizados ante el hecho de la muerte, que nos ha de llegar a todos, o porque quere­mos pedir a Dios que no les tenga en cuenta sus pecados y los admita en su seno? Todas éstas son preguntas que tenemos que hacernos y respondernos a nosotros mismos.

            ¿Cuál es el sentido de la muerte? Algunos hombres han dicho que el hombre es un absurdo[1], que es un ser para la muerte, que es como una cerilla que se enciende y enseguida se apaga: bien porque se consume rápidamente, bien porque una corriente de aire lo apaga.

            Vamos a hacernos algunas preguntas nosotros. (Yo las digo en alto, vosotros las contestáis en vuestro interior):

Sobre el sentido de la vida:

- ¿Cuál es el sentido de la vida?

- ¿Cómo encontrar el propósito de la vida?

            - ¿Qué es lo primordial para ti en la vida?

- ¿Qué hace que una vida merezca la pena?

- ¿Qué cosas valorarías si supieras que tu vida está por terminar en uno o dos meses? 

Sobre la muerte

- ¿De qué hablamos cuando hablamos de la muerte?

- ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de la muerte?

- ¿Somos conscientes de que vamos a morir?

- ¿Qué es lo que más te atemoriza de la muerte?

- ¿Cómo reaccionarías o has reaccionado ante una enfermedad grave o terminal?

- ¿Dónde está mi madre, mi padre, mi hijo, mi amigo…?

- ¿Volveré a verlos?

Sobre la vida y la muerte

- ¿Cómo se vive mejor, eludiendo la muerte o confrontándola?

- ¿Por qué y para qué estamos aquí?

- ¿Hay vida después de la muerte?

- ¿Qué legado queremos dejar en este mundo? 

            El hombre piensa que el tiempo va en su contra; corre rápidamente hacia la vejez, hacia la muerte. Por eso trata de parar el tiempo y estar en la eterna juventud. (Cfr. crecepelos para la calvicie; a las mujeres: que si las patas de gallo, que si cremas, que si el cutis, que si cirugía estética). Se intenta ser y estar siempre joven. Se envidia a las artistas que parece que no pasa la edad por ellas, pero… tienen peluca, patas de gallo, ojo de cristal…

            Vamos a mirar esta realidad, no solo desde el punto de vista personal, desde el punto de vista humano, desde la sola razón, sino también desde la fe en Jesús:

¿Qué nos dice Jesucristo, el Hijo de Dios? “Yo soy la resu­rrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivi­rá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 26). Por eso, para el cristiano la realidad de la vida y de la muerte es y tiene que ser diferente que para las personas que no tienen fe.

- El cristiano tiene una dialéctica de vida y muerte. El cristiano no tiene que esconder la cabeza bajo el ala, sino que ha de coger el toro por los cuernos. Todos deberemos hacerlo, antes o después.

- El hombre ha de pensar sobre su fallecimiento, sobre su desaparición. Es necesario. Pero también es bueno y necesario que podamos hablar de ello con otras personas, con nuestros seres queridos. Me ha tocado ser testigo de la soledad de los enfermos graves, que no pueden hablar de su futuro y de la muerte con sus seres queridos. Y viven esos instantes en la soledad. “No digas eso. Te vas a poner bien…” Tiene un cáncer terminal y se le dice que son gases o achuchones, pero que se va a poner bien.

- El cristiano, a medida que pasa la vida, ha de morir, pero al egoísmo, a su odio, a sus intereses, a su pecado. En definitiva, como dice S. Pablo, al hombre viejo. Y ha de nacer a la misericordia, al amor, a la generosidad, al preocuparse de los demás, al hombre nuevo. Así S. Pablo dice que no vive él, sino Cristo en él. Y Jesucristo dice “vivirá”, “no morirá para siempre”.

            - El hombre no es un absurdo, no es un ser para la muerte. Somos seres para la vida, para una VIDA CON DIOS, una vida que durará por siempre, una vida que la que todos seremos felices, pero una vida que hay que comenzar a construir aquí. Empezaremos a vivir cuando muramos, cuando muramos al pecado que nos esclavi­za, que no hace temer la muerte. Empezaremos a vivir cuando caminemos hacia Dios por el camino de la santidad de que os hablaba ayer.

            - El cristiano nunca ha de temer la muerte. Cristo es la resurrección y la vida, y Él está con nosotros hasta el fin del mundo. Él ha resucitado y por eso nosotros también resucitaremos.



[1] El famoso filósofo francés Sartre ve como un gran absurdo de la existencia humana, y dice: “Es absurdo que hayamos nacido, es absurdo que muramos”.

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