miércoles, 30 de julio de 2025

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (C)

3-8-2025                     DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO (C)

                                           Ecl. 1,2; 2,21-23; Slm. 89; Col. 3,1-5.9-11; Lc. 12,13-21

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

Jesús se fue convirtiendo, con el paso del tiempo, en un hombre, en un profeta y en un maestro que era referente para toda la gente de Israel: le presentaban enfermos para que los curase, escuchaban sus palabras, le preguntaban todas las dudas, le pedían que les enseñase a orar, y también (como hoy) le pedían que intermediara en problemas de familiares (Marta y María, y en casos de herencias). Como veis, estos problemas de las herencias no suceden sólo ahora, sino que ya hace 2000 años también estaban presentes. Vamos a analizar el caso y veremos las enseñanzas que Jesús deseaba que aprendieran los que le escucharon entonces, pero que igualmente nosotros hoy día podemos y debemos aprender de Él.

            Por lo visto, unos padres murieron. Estos padres tenían dos hijos y ambos debían heredar, bien fuera mitad por mitad, bien fuera un porcentaje uno y otro porcentaje distinto el otro hijo. Pero parecer ser que uno de los hijos se quedó con toda la herencia y no quería dar nada a su hermano. Por eso, el hermano al que no se le había dado su parte se quejó a Jesús diciendo: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Jesús, al conocer el caso, podía haber adoptado dos posiciones: 1) ‘¡Qué razón tiene este hombre y tengo que hacer lo posible para que el hermano le entregue, en justicia, lo que es suyo y lo que los padres les dejaron para ambos’. Esto es lo que todos esperábamos que hiciera Jesús: que diera a cada uno lo suyo, pues eso era lo justo. 2) También es cierto que Jesús podía haber dicho: ‘¡Ay, ay, ay! A mí no me metáis en líos de dinero. Yo sólo estoy para las cosas espirituales y de Dios. Paisano, vete al juzgado y denuncia los hechos, y que el juez te dé lo que te corresponde por testamento (si lo hay) o por ley’. Bueno, en este caso podríamos haber dicho que Jesús se había lavado las manos, aunque era correcto el consejo que le daba.

Sin embargo, Jesús no dijo ni lo primero ni lo segundo. Jesús dijo otra cosa que desconcertó entonces al que pedía su parte de la herencia y a los que escucharon sus palabras. En efecto, dijo Jesús: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?” Ésta parece que es la segunda respuesta, es decir, que Jesús se desentendía de aquel lío, pero, y aquí está lo importante, añadió: Guardaros de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y Jesús termina el evangelio diciendo que no hay que amasar riquezas para sí, sino ser rico ante Dios. Vamos a profundizar en estas palabras de Jesús:

            1) Lo peor del caso que presentan a Jesús no es que un hermano robe a otro lo que en justicia le debe. NO. Lo peor es que el hermano, que se quedó con toda la herencia, puso por encima del amor a su hermano, por encima de la voluntad de sus padres, por encima de lo que era justo…, puso su codicia y su amor y su apego a las cosas materiales por encima de todo lo demás: Para este hombre eran más importante las cosas materiales que su hermano, las cosas materiales que sus padres, las cosas materiales que la justicia, las cosas materiales que la mala fama que pudiera tener por su comportamiento ante sus vecinos y conocidos, las cosas materiales que la voluntad de Dios.

            2) Pero Jesús también vio en el hermano que se había quedado sin nada, además de la injusticia que le había hecho su hermano de sangre, que en su corazón también había: a) codicia de las cosas materiales, b) rencor y odio contra su hermano, y c) un deseo de utilizar lo más sagrado (la mediación de Jesús y de Dios) para conseguir sus fines y objetivos. Y sus fines eran recobrar las cosas que eran suyas, acrecentar la mala fama de su hermano, y vencer a su hermano y humillarlo cuando tuviera que repartir a la fuerza con él la herencia. Todo esto lo observó Jesús. Por eso dijo refiriéndose a los dos hermanos (al que se había quedado con todo y al que se había quedado sin nada), pero también refiriéndose a todos los que escuchaban sus palabras: “Guardaros de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.

            3) Todos hemos nacido desnudos y sin poseer nada. Todos moriremos desnudos (bien porque al incinerarnos nos quemen la ropa o mortaja que nos pongan al morir, bien porque esa ropa no nos sirva de nada en la sepultura) y sin podernos llevar nada para allá. Mirad el ejemplo de los faraones: Amontonaban riquezas, se las metían todas en sus tumbas y pirámides hasta que, con el paso del tiempo, se las fueron robando. Por eso, dice la primera lectura: “Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado”. Tantas veces he sido testigo de dinero y bienes logrados por una familia o unos padres, para que los descendientes lo dilapiden en unos pocos años. Por ello, no nos agotemos en ganar y acaparar bienes materiales, pues nuestra vida eterna no depende de nuestros bienes y lo que importa es ser rico ante Dios y no ante los demás.

Hace unos años hubo un accidente ferroviario en Santiago de Compostela; murieron 79 personas. Cada uno tenía sus estudios, sus ilusiones, sus bienes materiales…, pero nada de eso les sirve ahora. Fueron llamados por la muerte cuando menos lo esperaban. Ahora sólo les importa si eran ricos ante Dios y no ante sí mismos o ante los demás. Por eso, en la segunda lectura se nos dice a todos: “Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra […] No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo”.

4) La codicia es el deseo obsesivo e irrefrenable de tener cosas materiales y que éstas sean lo principal en la vida. Se aman las cosas con todo el corazón, con toda la mente, con todo el ser y con toda el alma. Por eso, la codicia, como dice la segunda lectura, es una idolatría, o sea, un falso Dios, que produce frutos terribles:

* ira y rencillas entre los hombres: Necesitamos comer, vestidos, vivienda, descanso, cultura, etc., pero muchas veces queremos más cosas y por las cosas nos peleamos: recuerdo que supe el caso de una mujer que hace unos años se enfadó porque se repartió un plus de productividad en su empresa y a otros se lo dieron y a ella no. Tenía toda la razón, humanamente hablando, pero la codicia le hizo mirar mal, a partir de entonces, a los compañeros, a los jefes, no dormir, murmurar, trabajar a disgusto, etc. O también tenemos ejemplos de tantas familias rotas por las herencias.

* Envidia: la persona que es poseída por la codicia siente envidia de otras personas que tienen cosas materiales, o se enfadan con otras personas que se las pueden quitar.

* Ansiedad, nerviosismo y falta de paz: Se desea un coche mejor, una casa mejor, un abrigo mejor, una bicicleta mejor. Se desea más dinero, por eso se trabaja más horas, se juega a juegos de azar y se procura no gastar y que otros gasten para uno (caso de mi prima y su pretendido novio). El corazón de uno lo ocupan las cosas, nunca se tiene bastante y roban la paz de nuestro ser.

* Afecta a las relaciones familiares y a la educación de los hijos: Por ejemplo, la codicia produce que un padre o una madre no puedan tratar mucho con sus hijos ni los eduquen por estar más pendientes de sus trabajos, de sus éxitos profesionales, de conseguir más bienes materiales que… de sus hijos. Supe de un caso en que un padre reñía a su hijo en medio de una discusión: ‘Todo el día traba­jando para traerte cosas y así me lo pagas’. Y el hijo contestaba: ‘Eso; tú me has dado cosas: ropas, moto, viajes, etc., pero no me has dado cariño. Cuando yo tenía problemas o quería jugar contigo, tú nunca tenías tiempo’.

* La codicia endurece el corazón del hombre contra el hombre.

* La codicia también produce alejamiento de Dios: ‘Trabajo toda la semana y, para un día que puedo dormir, no voy a ir a Misa; además, para ser un buen cristiano no hace falta ir a Misa’. Y éste, que es ‘buen cristiano’, no tiene tiempo para Dios, para escuchar su Pala­bra, para rezarle, para estar con otros cristianos. Ya lo dice Jesús: "No se puede servir a Dios y al dinero. Porque se aborre­cerá a uno y se amará al otro". Dice Jesús: Quien ama al dinero, a las cosas, aborrece a Dios.

            Para terminar os voy a dar dos buenos remedios contra la codicia, son unos remedios infalibles: * Haced pocos gastos superfluos y evitaréis rodearos de tantos ‘cacharritos’: cosas innecesarias. * Dad limosnas y así seréis ricos para Dios, aunque al final de la vida tengáis menos cosas materiales de vuestra propiedad.

jueves, 24 de julio de 2025

Domingo XVII del Tiempo Ordinario (C)

27-7-2025                   DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                          Gn. 18, 1-10a; Slm. 14; Col. 1, 24-28; Lc. 10, 38-42

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            La primera lectura que acabamos de escuchar nos habla de la INTERCESIÓN. Intercede Abraham por los malvados habitantes de Sodoma y Gomorra: “Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay en él?, ¿cuarenta, treinta…?” Intercedió asimismo Moisés por el pueblo de Israel ante Dios cuando fabricó un becerro de oro diciendo: Este es tu dios, Israel, que te ha sacado de la tierra de Egipto. Intercedió María ante Jesús en las bodas de Caná por los recién casados: No tienen vino […] Haced todo lo que Él os diga. Intercedió Jesús ante el Padre por sus discípulos, por todos los hombres: “Mas no ruego solamente por estos, sino por los que han de creer en mí por la palabra de estos […] He rogado por ti para que tu fe no desfallezca (a Pedro) […] Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

            La oración de petición se divide en dos grandes grupos: 1) Petición por uno mismo. 2) Petición por los demás. Esta oración es la que se conoce como la oración de INTERCESIÓN, la cual cuenta con las siguientes características:

            A) Como cristianos, estamos llamados a imitar a Cristo en este acto de amor. La intercesión no es una opción, sino una parte esencial de nuestra vida de fe. Cuando intercedemos, nos unimos a la obra de Cristo, extendiendo su amor y su gracia a aquellos que lo necesitan.

            B) En efecto, el amor por los demás forma parte de la intercesión, pues destruye o arrincona un poco nuestro egoísmo. No miro para otro lado, no me pongo de perfil, no me digo a mí mismo que no es mi problema, sino que, ante la conmoción interior que experimento por la angustia o el sufrimiento de otras personas, soy llamado a intervenir, a interceder.

C) Cuando intercedo ante otros por las penalidades de las personas que me rodean, estoy confesando mi impotencia para poder ayudar, aliviar o solucionar el problema, el dolor desgarrador del otro. Yo no puedo hacer nada; no puedo solucionar nada…

D) Cuando ejercito la intercesión, estoy buscando el modo y la manera de ayudar a la persona doliente, y encuentro la solución en una tercera persona que interviene para que el necesitado encuentre un trabajo, o que se hable con su hijo problemático o su pariente, o se intercede para que el médico conocido por mí mire con atención a un paciente…, y en muchas ocasiones solo me queda Dios, ante quien intercedo por las personas que sufren.

E) La intercesión no siempre se realiza con palabras. En muchas ocasiones la intercesión consiste simplemente en una vela encendida, en unas lágrimas, en un silencio... En la Misa de 10 de san Lázaro, en ocasiones, viene una mujer que ha perdido a su joven hija. Asiste a la Misa con la foto enmarcada de su hija y abrazándola todo lo que dura la celebración.

F) La intercesión nos transforma en hermanos de todos; nos ablanda el corazón; nos hace solidarios; nos hace ‘perder’ nuestro tiempo  con los otros; nos hace mejores personas; nos hace compasivos con los otros y servidores de los otros.

G) En la intercesión se pide, se suplica, pero nunca se exige, pues la intercesión supone fiarse de Dios. Sí, interceder significa confiar. Yo pido, no exijo, lo que creo que es mejor para un necesitado. Pero Él lo dará si conviene y cuando convenga y a quien convenga. En efecto, la intercesión debe de estar inserta en la fe y no en la magia. La magia conlleva el intento de querer manipular a Dios para que haga lo que yo quiero y cuando yo quiero. La fe pone todo en las manos de Dios, porque Él sabe lo que más nos conviene. ¿Cómo sé yo si practico magia o fe en la intercesión? Por la reacción que tenga ante los resultados: Si no sale o no se me da lo que yo quiero o pido, y me enfado, eso es magia. Si me quedo en paz, eso es fe. La fe alimenta la auténtica intercesión.

miércoles, 16 de julio de 2025

Domingo XVI del Tiempo Ordinario (C)

20-7-2025                   DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                          Gn. 18, 1-10a; Slm. 14; Col. 1, 24-28; Lc. 10, 38-42

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            Vamos a reflexionar sobre el evangelio que acabamos de escuchar para sacar algunas conclusiones que nos puedan ayudar en nuestra vida de fe, en nuestra vida de cada día:

- En el evangelio hoy se dice: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?” Marta estaba queriendo dar de comer a Jesús, a los apóstoles, y María, su hermana, estaba sentada a los pies de Jesús escuchándolo.  “¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?” Jesús, ¿no te importa que yo me esté muriendo de cáncer? ¿No te importa que yo no tenga trabajo? ¿No te importa que haya guerra por el mundo? ¿No te importa que haya hambre por el mundo? ¿No te importa que aquel pegue a la mujer o a los hijos o al marido? ¿No te importa…? Podemos poner la frase que queramos…

Tengo un amigo. Es algo mayor que yo. Me comentaba que, cuando era joven salía a divertirse con sus amigos. Se llevaba en aquel tiempo beber algo, como ahora, y entonces lo que se llevaba beber era ginebra, y el que no bebía ginebra no se divertía; no era buen paisano, no era un macho. Este amigo mío podía beber de cualquier cosa, pero la ginebra era olerla o beber un traguín y se ponía malísimo, pero malísimo que casi tenían que llevarle para el hospital. Total, sirvió de mofa; se rieron de él y, poco a poco, como no podía beber ginebra, que era lo que se llevaba, pues él tuvo que aislarse del grupo de jóvenes; tuvo que irse para otro lado, y seguramente le preguntó al Señor: ‘¿Señor, no te importa que no pueda estar con mis amigos? ¿No te importa que me señalen con el dedo? ¿No te importa que se rían de mí? ¿Te importa o no te importa?’ Hoy muchos de esos amigos jóvenes de su pandilla tienen su historia: algunos están muertos por alcoholismo, otros tienen la familia destrozada, y él, sin embargo, salió de ese ambiente, y encontró otro ambiente mucho más sano; donde ya encontró a su mujer y dice: ‘¿Qué hubiera sido de mi vida, si no me hubiera hecho daño la ginebra?’ Por eso, cuando en aquel momento le dijo al Señor: ‘¿No te importa….?’, hoy se da cuenta de que sí le importaba. Por eso, ese ‘¿no te importa….?’ es ver las cosas con ojos distintos a los de Dios. ¿Qué distinto es ver las cosas con los ojos de Dios, a ver las cosas con los ojos del mundo? Es tan distinto.

- Un día llegó un hermano nueva a un monasterio. El aval era el anciano Silvano. Cuando este hermano llegó allá, vio a los demás hermanos del monasterio trabajar, y entonces le dijo el recién llegado al abad: “No trabajéis por un sustento que perece”. Estaba citando este texto de Juan 6,27 y, a continuación, citó otro texto del evangelio, el que acabamos de escuchar ahora, que María escogió la mejor parte (Lucas 10, 42). Entonces el abad Silvano sin responder nada, para no entrar en discusión, habló con un discípulo suyo llamado Zacarías y le dijo: “Hermano Zacarías, por favor, traiga un libro a este hermano nuestro que acaba de llegar, que vaya a una celda donde no tenga ninguna cosa más”. Así se hizo y, cuando dieron las nueve de la noche, el hermano nuevo que estaba en aquella celda, con aquel libro, miró a la puerta para ver si enviaban a alguien que lo llamara para la cena. Como nadie iba a buscarlo, se puso de pie, se fue al anciano abad y le preguntó: “¿Es que los hermanos no han comido hoy?” El abad Silvano respondió que por supuesto que sí. Y volvió a preguntar el nuevo hermano: “Entonces, ¿por qué no me habéis llamado a mí?” Y el abad replicó: “Es que como eres un hombre espiritual y no necesitas ese alimento, por eso no ha sido llamado. En cambio nosotros, hombres carnales, tenemos que comer y por eso trabajamos. Pero tú has elegido la mejor parte al pasarte todo el día leyendo sin querer comer ningún alimento material”. Al oír esto el hermano nuevo cayó a los pies del abad y dijo: “Perdóname, padre”. Y así el abad le dio una lección al joven hermano. María necesita absolutamente de Marta, pues, a causa de Marta, es también celebrada María.

Y hasta aquí la narración de los hechos. Vamos a reflexionar sobre este episodio y sacar algunas enseñanzas:

* Tras haber criticado el monje a sus hermanos que estaban trabajando, el abad, de una manera sencilla, le pone en la tesitura de vivir una experiencia esencial: ni la quietud, ni la actividad pueden existir unilateralmente, ni tampoco se pueden exagerar fanáticamente. Ninguno de los dos extremos puede subsistir solo.

* El abad Silvano utilizó un sencillo método: no llama al hermano a la comida común, sino que, por su desmedido talante contemplativo y por sus juicios negativos hacia los otros, por su soberbia de creerse superior a los otros, el abad hace caso omiso de él. Entonces, nuestro monje echa de menos a la comunidad con sus hermanos y la comida.

* Ser católico no consiste en hacer esto o lo otro. No se puede caer en los dos extremos, como la ley del péndulo. Cada uno tiene su propio carisma, su propia vocación. Valora los dones que Dios te ha dado y valora igualmente los dones que Dios ha dado al otro. Hagamos nuestras tareas para cumplir la voluntad de Dios y para edificación de la Iglesia de Cristo.

* En definitiva, el hombre es lo uno y lo otro. Hacen falta Martas, hacen falta Marías. Tú mira cuál es tú carisma, lo que Dios te ha dado, pero no desprecies al otro hermano porque tenga otro carisma distinto a ti. No juzgues que su carisma es menor que el tuyo. Todo es necesario dentro de la Iglesia y dentro del plan de Dios y de la voluntad de Dios. Así se nos dice en la primera carta los Corintios, capítulo 12: san Pablo dice el cuerpo es uno, con diferentes miembros. Ni todos somos ojos, ni todos somos manos, ni todos somos pies, ni todos somos corazón. Todos necesitamos absolutamente de todos. Cuando un miembro de nuestro cuerpo se alegra, todo se alegra; cuando un miembro de nuestro cuerpo sufre, todo sufre. Pues de la misma manera, cuando tú ves que tú hermano trabaja materialmente y eso te sustenta, alégrate; cuando tú tienes la espiritualidad de la oración, de la contemplación, utiliza ese carisma para ayudar a ese hermano tuyo que trabaja materialmente, y así, de la mano Marta y de la mano de María, caminaremos hacía el Señor.

domingo, 13 de julio de 2025

Domingo XV del Tiempo Ordinario (C)

13-7-2025                   DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                          Dt. 30, 10-14; Slm. 68; Col. 1, 15-20; Lc. 10, 25-37

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            La pregunta que hoy le hacen a Jesús es muy importante y se la tenemos que hacer también nosotros:

            “¿Qué tenemos que hacer para heredar la vida eterna, para ir al cielo?” La contestación que Jesús nos da es esta: amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas, con todo el ser y al prójimo como a noso­tros mismos.

            - Primero, y por encima de todo, amar a Dios. Amar a Jesu­cristo con toda nuestra alma. Que nuestro primer pensamiento al despertarnos sea para Él y, antes de dormirnos, también, y durante el día. Que al leer cómo fue maltratado antes de morir, se nos llenen los ojos de lágrimas. Que prefiramos mil veces la muerte, antes que perderle. Voy a poneros un ejemplo ya conocido: Niña salvadoreña que besó la cruz escupida.

            Todo esto significa el amor a Dios, donde yo siempre busco más hacer su voluntad que la mía, aunque hacer la voluntad de Dios signifique mi muerte: Leyenda del “Quo vadis, Domine?”

            - Pero, ¿cuándo sé yo que amo a Dios con todas mis fuerzas? ¿Si me salen lágrimas al pensar en Él? ¿Si digo que prefiero la muerte antes que vivir sin Él? No. Sabemos que amamos a Dios con todas las fuerzas cuando amamos a los hombres que nos rodean. Dice san Juan, el evangelista: “Si no amamos a los hombres que vemos, cómo vamos a amar a Dios a quien no vemos” (1ª Jn. 4, 20).

En el evangelio de hoy nos pone Jesús el ejemplo del buen samaritano. El samaritano era para los judíos como hoy para algunos de nosotros puede ser un ser despreciable y/o dañino. Alguien del que no se espera que nos pueda ayudar; al contrario, alguien del que se puede esperar cualquier daño[1]. Pues bien, a aquel samaritano, al ver al malherido, -dice la traducción- que “le dio lástima”. Esto está mal traducido. Yo tengo lástima cuando veo un gato pillado por un coche o una paloma coja. Pero es muy distinto el ‘tener lástima’ a lo que dice realmente el verbo en griego. El verbo griego dice que al samaritano se le removieron las entrañas. Cuando a una madre le muere un hijo, a esa sí que se le remueven las entrañas y no siente simplemente lástima. Otro ejemplo puede ser el de aquella mujer alemana en la segunda guerra mundial que tenía a un hijo en el ejército alemán del frente ruso. En el año 1944, durante la retirada de los alemanes, los rusos penetraron en Alemania y un soldado ruso entró a pasar la noche en la casa de aquella señora. Ella se le tiró al cuello, lo besó, le quitó las botas y los calcetines, le curó las llagas de los pies, le preparó el baño, le dio de comer y le puso para dormir sábanas limpias. Al día siguiente, después de desayunar, al marchar el soldado ruso le preguntó que por qué hacía todo eso por él si era su enemigo, y la señora le contestó que solo esperaba que, si su propio hijo se encontraba con su madre en Rusia, esta le atendiera como ella le había atendido a él. La madre alemana, al atender al soldado ruso, estaba cuidando a su hijo. Se le conmovieron las entrañas por puro amor de madre.

Desde esta perspectiva podemos entender mucho mejor los sentimientos y la reacción del samaritano: atendió al herido, lo llevó sobre su cabalgadura, mientras él iba de pie, y lo llevó a una posada en donde lo cuidó toda la noche. Al tener que marchar al día siguiente, pidió al posadero que lo cuidara y le dio dos denarios como pago. El jornal entonces de un obrero era de un denario al día. Más o menos como hoy pueden ser 50 €, o 60 €. Vamos a poner que el samaritano entregó al posadero unos 120 € por un hombre que ni conocía. Eso hizo el samaritano.

            Cuanto más amemos a Dios, cuanto más venimos a Misa, cuanto más rezamos…, más tenemos que amar a las personas que nos rodean. En caso contrario, seremos unos farsantes. Dios quiere el bien de todos los hombres y ama a todos los hombres, por tanto, si yo amo a Dios, inmediatamente amo a los hombres, porque son hijos de Dios y hermanos míos.

            Amar al prójimo como a uno mismo significa:

            - No tener envidia del bien de los demás.

            - No murmurar de los demás…, aunque sea verdad.

            - Perdonar TODO el mal que nos hayan hecho.

            - Orar por todos, incluso por los enemigos.

            - Ayudar con nuestras limosnas.

            - Disculpar siempre los fallos de los otros.

            - Sonreír a quien no te sonríe. Saludar a quien no te salu­da.

            Recordar la pregunta: “¿Qué tenemos que hacer para entrar en el cielo?” Jesús nos contesta de modo bien claro en el evangelio de hoy: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.


[1] En algunas partes de Oviedo la gente pasa con un cierto temor, porque en aquellos lugares existen centros de acogida de inmigrantes menores de 18 años, que son muy conflictivos y que causan problemas a los educadores, a los policías, a los vecinos, a los transeúntes.