miércoles, 26 de febrero de 2025

Domingo VIII del Tiempo Ordinario (C)

2-3-2025                                 DOMINGO VIII TIEMPO ORDINARIO (C)

Eclo 27, 4-7; Slm. 91; 1ª Cor. 15, 54-58; Lc. 6, 39-45

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

Hoy quiero comentaros estas primeras palabras de Jesús en el Evangelio de hoy. Dice así: “¿ACASO PUEDE UN CIEGO GUIAR A OTRO CIEGO? ¿NO CAERÁN LOS DOS EN EL HOYO?”

Efectivamente hay dos clases de ceguera. La primera ceguera es aquella persona que no ve. ¿Veis? Yo ahora cierro los ojos, tapo mis ojos y no veo. No veo absolutamente nada ni a nadie. Esta es una ceguera y, si yo voy caminando de esta manera, tropiezo y caigo. Y si yo voy guiando a alguien, pues nos caemos los dos. Esta es una forma de ceguera.

Pero hay otra forma de ceguera, que es más peligrosa, porque es menos evidente y es la ceguera de quien tiene los cristales sucios. Voy a poner un ejemplo de esto; es una especie de cuento, pero que quizás algunos lo conozcáis, pero ejemplifica muy bien lo que quiero decir: Hace unos años se casó una joven pareja y fueron a vivir a una casa que tenía un poco de prado. Había unos vecinos de ellos, que tenían otra casa. Bueno, pues un día vino el marido, aquel joven marido, vino a casa después de trabajar y, según entra en casa, le dice la mujer: ‘Oye, nuestros vecinos, la verdad es que son muy buenos, serviciales como los que más, pero ahí tienes a la vecina que está tendiendo la ropa y la tiende sucia. Yo creo que no la lava’. Y el marido, el joven marido, meneaba la cabeza y hacía un gesto como diciendo: ‘¡Vaya!’ Al día siguiente volvió otra vez la joven esposa a decir a su joven marido cuando volvió del trabajo: ‘Pero mira, mira’. Y el joven marido volvía a menear la cabeza. Por tercera vez volvió a pasar lo mismo y varios días pasó hasta que un día al joven marido limpió los cristales de la ventana de su casa. Y entonces dijo ya aquella mujer: ‘Oye, mira, hoy ya puso la ropa limpia para tender’. Claro, claro, si yo tengo los cristales sucios, pues lo que veré será suciedad.

¿De qué puedo tener yo los cristales sucios? Pues de rencor, de rabia, de odio. Cuando yo miro a los demás a través de mis cristales sucios de rabia y de rencor, lo que tengo y lo que observo es desconfianza; ‘No me fío de ti. Sí, sí. Ya me lo has armado varias veces. ¿Qué crees que no lo he pensado?’ Y tengo desconfianza de esa persona. Luego murmuro: ‘Porque esta es de etcétera’. En definitiva, por mis cristales sucios de odio, caigo en el hoyo del odio. Por mis cristales sucios de desconfianza, caigo el hoyo de la desconfianza; y el que me  siga por esos cristales sucios caerá en los mismos hoyos en los que yo he caído.

Asimismo, yo puedo tener los cristales sucios de codicia. Por eso, cuando tengo estos cristales sucios, buscaré todas las cosas materiales: un coche nuevo, aquel viaje, aquella comida, aquella ropa, una casa, y estos cristales sucios de codicia me llevarán al ansia de tener, a la envidia del que tiene más que yo, a la soberbia, porque yo tengo y tú no tienes en el miedo en el hoyo del miedo a perder lo que tengo en el hoyo de querer acumular más cosas en el hoyo de la envidia del que tiene más y en el hoyo de la soberbia. Y caeré en esos hoyos: en el hoyo del miedo a perder lo que tengo, en el hoyo de querer acumular más cosas, en el hoyo de la envidia porque otros tienen más que yo, o en el hoyo de la soberbia, porque yo tengo más que los demás. Y los que copien de mí, los que se dejen guiar por mí, caerán también en esos hoyos.

Asimismo, yo puedo tener las gafas sucias de egoísmo. Quien tiene las gafas sucias de egoísmo, buscará únicamente su propio provecho. Los demás no les importarán. Voy a contaros un caso que me pasó hace un tiempo. Habiendo fallecido mi madre, yo ocupaba del papeleo de la herencia de ella. Un día fui al banco y estaba allí arreglando con una empleada de banco los papeles, y en esto entra una señora, como de unos 70 años, en la oficina bancaria y, sin encomendarse ni a Dios, ni al diablo, ni pedir permiso, se entromete aquí, físicamente entre la empleada y yo, y con este tono de voz dice: ‘¡¡Oiga. Quiero hablar con la directora. Tengo un asunto que arreglar!!’ ‘Mire, es que la directora está ahí, pero no pueda atenderla. Tiene que marchar.’ ‘Oiga, que yo no veo que tenga a nadie. Yo soy cliente. A mi tiene que atenderme, como a todo el mundo’. La señora fue hasta el despacho de la directora, picó y desde dentro la directora preguntó qué quería y, al ver que deseaba ser atendida, le dijo: ‘Mire, es no puedo atenderla. Tengo que marchar inmediatamente’. Dijo la señora: ‘Nunca me ha pasado, esto que no me quieran atender. Miren, mírenlo todos. Ven, no tiene a nadie’. Lo dijo en voz alta para que todos en la oficina nos enteráramos. Y añadió: ‘Aquí no me pillan más’. Y se marchó. ¿Sabéis cuál fue la táctica que utilizó esta mujer? La táctica de la manipulación, la táctica del chantaje emocional. Además, se veía muy experta. ¿No veis cuando un crío quiere conseguir algo y empieza a llorar en medio de la calle para conseguirlo, y el padre o la madre, para callarle, le da lo que pide? Pues está mujer estaba acostumbrada a utilizar este chantaje y le debía funcionar, porque lo debía de hacer en bancos, supermercados, en el médico, con familiares, con conocidos y siempre le había funcionado. Quien utiliza esta táctica de manipulación o chantaje emocional, tiene los cristales manchados de egoísmo. ‘Lo único que me importa soy yo’. A los demás que les den por el saco. Y, como no consigo lo que yo quiero, entonces marcho, dejando con perdón, mi ‘cagadita’ para que se vea bien claro que no me quisieron atender. No es que no podían, es que no quisieron.

Igualmente, voy a poneros otro ejemplo del ‘cristal’ del egoísmo: Hace unos años leí la siguiente noticia en un periódico: “No hace mucho tiempo saludé a un viejo conocido. Actualmente tiene alrededor de 40 años y es asesor financiero. Como tenía algunos años de no verlo, le pregunté si se había casado y me contestó:

-Casado, en estricto sentido, no. Vivo en un departamento con una compañera de trabajo de 34 años. Y formamos una pareja “dink”.

-¿En qué consiste eso? –le pregunté.

-Muy sencillo –me respondió. En inglés se dice: ‘Double Income, No Kids’ (DINK: dos ingresos, sin tener hijos). De este modo nadie se compromete a nada. Estamos ‘a prueba’. Si nuestra relación funciona, quizá con el tiempo podríamos llegar a casarnos. Si no, nos diremos adiós y asunto concluido. La razón es porque no queremos tener ‘crisis’ en nuestra unión y sobre el tema de tener hijos, ¡ni pensarlo, son una complicación! Además, como los dos ganamos buen dinero, nos divertimos mucho: viajamos con frecuencia, hemos comprado varios coches, una moto… ¡Ah, y un par de cachorros preciosos! (Hasta aquí llegaba el relato del encuentro de los dos amigos. A continuación seguía el artículo periodístico).

¿Por qué fracasan las uniones ‘dink’? Porque son una burda caricatura del matrimonio. No tienen un profundo sentido ni para vivir la fidelidad ni menos para tener hijos. En esas relaciones todo es provisional. Luego entonces se pierde fácilmente el ‘para qué’ y las rupturas son casi inevitables porque impera la esclavitud del egoísmo.

¿Qué actualmente muchos matrimonios han terminado en la  separación? Sin lugar a dudas. Pero por fortuna existen un inmenso número de esposos, que no son ‘noticia’, como se suele decir, que día a día son fieles y no desean otra cosa que la felicidad y alegría de los miembros de su familia. Esto es lo que no hay que perder de vista y precisamente son los valores que hemos de tratar de conservar y promover en nuestro entorno familiar y social”.

            Después de estos ejemplos y razones, creo que entenderemos un poco mejor a qué puede referirse Jesús con eso de… “¿ACASO PUEDE UN CIEGO GUIAR A OTRO CIEGO? ¿NO CAERÁN LOS DOS EN EL HOYO?”

            Pidamos en la Misa de hoy no dejarnos guiar por ciegos y así no caeremos en el hoyo. Pidamos también a Dios no ser ciegos para caer nosotros mismos en el hoyo, ni guiar a otros a tantos hoyos como hay en la vida: hoyo del odio, hoyo de la codicia, hoyo del egoísmo, hoyo de la falta de fe, hoyo de no tener esperanza, hoyo de no encontrar sentido a la vida, hoyo…

miércoles, 19 de febrero de 2025

Domingo VII del Tiempo Ordinario (C)

23-2-2025                               DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (C)

1 Sm. 26, 2.7-9.12-13; Slm. 102; 1ª Cor. 15, 45-49;Lc. 6, 27-38

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            ¡Menudo evangelio que acabamos de escuchar! Parece esto el ‘más difícil todavía’. Sin embargo, aquí Jesús establece una limitación, pues este evangelio no es para todos, sólo para los que lo escuchan. Dice Jesús: “A los que me escucháis os digo...” Jesús se dirige… no a los que oyen y no retienen, no a los que oyen, comprenden y rechazan por ser imposible de cumplir o por no estar de acuerdo con esto. Este evangelio es para los que escuchan, aceptan, se fían de la persona que se lo dice (Jesús), porque saben que no les va a engañar.

            - En el evangelio de hoy Jesús habla de enemigos. Pero, ¿qué enemigos tenemos nosotros? Y ¿qué tenemos que hacer con nuestros enemigos? Hace un tiempo los árabes mataron a tres soldados israelíes; éstos lanzaron un ataque y mataron a algunas personas, entre ellas a un jefe espiritual de un grupo radical; a su vez los árabes en represalia volvieron a lanzar bombas y mataron a una niña judía de 5 años; a su vez los judíos lanzaron bombas a los campos de refugiados palestinos; a su vez... Como dice el refrán: “Al enemigo ni agua y en el desierto bacalao”.

Lisias, un ateniense del siglo V antes de Cristo, decía: “Considero como norma establecida que uno tiene que procurar hacer daño a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos”. Pero ya Shakespeare dijo: “Cuidado con la hoguera que enciendes contra tu enemigo, no sea que te chamusques a ti mismo”.

            - Preguntamos: “Señor, pero ¿quién puede amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen, rezar por los que nos injurian, hacer el bien sin esperar nada a cambio, ser bueno con los malvados y desagradecidos? ¿Quién?” Respuesta: “Nadie”. Hemos de ser así de sinceros. De otro modo, la Iglesia, yo… os estaríamos engañando. Este evangelio nunca podrá ser cumplido... desde uno mismo, SOLO PODREMOS CUMPLIRLO DESDE DIOS:

En efecto, nadie podrá amar a los enemigos, si antes no se ha visto como enemigo de Dios y, A PESAR DE ELLO, amado por Dios.

Nadie podrá hacer el bien al que lo odia, si antes no se ha visto odiando y rechazando a Dios con su vida y sus obras, y, A PESAR DE ELLO, uno percibe claramente por toda respuesta que Dios le sigue haciendo el bien.

Nadie podrá bendecir a los que le maldicen, si antes no se ha visto bendecido por Dios, cuando ha maldecido él mismo a ese mismo Dios directamente o a través de sus amados hijos.

Nadie puede hacer el bien sin esperar nada a cambio, si antes no ha tenido la experiencia en su vida de que Dios le ha hecho (y sigue haciendo) el bien una y otra vez, a pesar de su miserable respuesta.

¿Cuántas veces nos hemos confesado y hemos sigo acogidos por Dios con cariño y paciencia, y no hemos sentido sus gritos y sus recriminaciones diciéndonos que ya estaba bien, que a ver cuándo espabilábamos o nos reformábamos de una vez?

            POR ESO, TODO ESTO SOLO LO PUEDE HACER CON LOS DEMÁS QUIEN HA TENIDO EXPERIENCIA DE QUE DIOS LO HA HECHO PRIMERO CON ÉL MISMO. Así es como han funcionado los santos.

- Sí, el creyente en Cristo no puede hacer de la venganza parte de su equipaje de vida; su respuesta a las acciones de los otros, aunque sean dolorosas y malignas, han de proceder desde la bendición, desde el amor, desde la oración, al igual que Jesús. Si no, como nos dice el evangelio de hoy: ¿qué mérito tendríamos?

“Ocurrió durante la última guerra mundial. En el campo de batalla, un joven soldado encontró a un enemigo que estaba herido en el suelo. Por un momento dudó en acercarse a él. No se fiaba. Apuntándole con su fusil, fue acercándose poco a poco. El enemigo le pidió ayuda. Después de ver que no estaba armado, le ayudó. Lo cargó a sus espaldas y lo sacó de aquel lugar. Le llevó a un bosque cercano. Allí intentó ayudarle como pudo. Le hizo un vendaje y le dijo: ‘Creo que con esto podrás aguantar. Cuando recuperes las fuerzas, podrás volver con los tuyos. Espero no luchar nunca contra ti’.

El enemigo no le dijo nada. Se llevó la mano a un bolsillo, sacó una cadenita de oro y se la dio en agradecimiento. Y el joven soldado se marchó.

Pero a la mañana siguiente, se produjo una fuerte batalla y el joven soldado quedó herido gravemente en una pierna. Fue tomado prisionero por el enemigo. Lo llevaron a un campo de concentración. Y allí fue atendido por una enfermera enemiga, que hizo todo lo posible por curarlo. Le atendió con mucho cariño, porque en él veía reflejado a su hijo que también estaba luchando en la guerra.

El joven soldado no sabía cómo darle las gracias. Ni su propia madre le hubiera cuidado tan bien. Buscó en uno de sus bolsillos y sacó aquella cadenita de oro para dársela en agradecimiento. Cuando la enfermera vio aquello, con voz temblorosa le preguntó: ‘¿Cómo has conseguido esto?’

El joven se lo explicó todo, y al instante, la enfermera comenzó a llorar de alegría, porque aquella cadenita de oro que le entregaba, pertenecía a su querido hijo”.

            - Vamos a escuchar de nuevo las palabras del evangelio de hoy: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros’”.

Resumiendo: Los principios del evangelio que acabamos de escuchar se basan en dos grandes pilares: 1) Ya lo dicen muchas religiones, hay que tratar a los demás como queremos que ellos nos traten a nosotros. 2) El segundo pilar va mucho más allá. Al ser hijos de Dios tenemos que actuar con la misma generosidad de Dios, es decir, Jesús nos pide que seamos tan santos como Dios, que es la fuente de toda santidad.

jueves, 13 de febrero de 2025

Domingo VI de Tiempo Ordinario (C)

16-2-2025                              DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO (C)

Jr. 17, 5-8; Slm. 1; 1ª Cor. 15, 12.16-20; Lc. 6,17.20-26

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            - El sábado 9 de marzo de 2019, en la Catedral de Oviedo, fueron beatificados 9 seminaristas, que murieron mártires entre 1934 y 1937, en la Revolución del 34 y en la Guerra Civil Española.

            Uno de estos seminaristas (Jesús Prieto López) es de una de nuestras parroquias: de santa María de La Roda. Vamos a tener un beato en los altares (hay muchos más de estas parroquias, aunque no hayan sido canonizados y/o beatificados), pero Jesús Prieto va a ser el primero de modo oficial. Quisiera en esta homilía contaros algunas cosas de estos seminaristas.

            Seis murieron en la Revolución de 1934. Fueron Jesús Prieto López[1] con 22 años. Ángel Cuartas Cristóbal, de Lastres y con 24 años. Mariano Suárez Fernández, de El Entrego y con 23 años. César Gonzalo Zurro Fanjul, de Avilés y con 21 años. José María Fernández Martínez, de Pola de Lena y con 19 años. Juan José Castañón Fernández, de Moreda y con 18 años.

            Tres murieron durante la Guerra Civil: Luis Prado García, de san Martín de Laspra; murió el 4 de septiembre de 1936 y con 21 años. Manuel Olay Colunga, de Noreña; murió con 25 años el 22 de septiembre de 1936. Sixto Alonso Hevia, de Luanco; murió el 27 de mayo de 1937 con 21 años.

- Apenas había comenzado el curso, se iniciaron revueltas en las cuencas de Mieres, Langreo... Exactamente, en la madrugada del día cinco. Toda esta fecha transcurrió en el Seminario sin otra novedad que la inquietud y zozobra producidas por las noticias que iban llegando, de cuanto sucedía.

            Durante la noche, se oía el tiroteo y éste se fue intensifi­cando en la mañana del sábado, día seis. A medida que las horas pasaban, la intranquilidad iba apoderándose de los seminaristas los cuales, con la consiguiente cautela iban observando el curso de los acontecimientos, especialmente el proceso del combate que se libraba hacia San Lázaro,  entre los que venían en dirección a la ciudad y la fuerza pública que trataba de contenerlos. Al fin, cesó el tiroteo a poco más de las dos de la tarde, tomándose este fenómeno como indicio del final de la lucha. Enseguida atacaron al Seminario por todas partes, principalmente por el lado de la plaza de Santo Domingo.

            Precipitadamente, como se pueda, hay que abandonar el Seminario; provéense los que hallan medios para ello de traje de seglar y se lanzan hacia el campo por las ventanas y galerías sobre el prado que se halla al lado atrás del edificio. De allí, en distintas direcciones. El grupo más numero­so se introduce primeramente en un casa desalquilada y este grupo, junto con algunos más que recogerán los revoltosos en puntos muy variados, serán hechos prisioneros y conducidos a Mieres hasta el momento de ser liberados por las fuerzas del Gobierno que entrarán en Mieres poco después de mediodía del viernes, día 19.

            Hubo varios que, al salir del Seminario, atravesaron la carretera del Monte de Santo Domingo y lograron refugiarse en uno de los sótanos de las casas adyacentes al lado Sur de la misma carretera. Techo bajo, humedad en el suelo, frío en el ambiente.

            Nos hallamos al atardecer del mencionado día seis. Los que allí estaban, eran los siguientes: Ángel Cuar­tas Cristóbal, de quinto año de Sagrada Teología; Mariano Suárez, de cuarto; Jesús Prieto, de tercero; Gonzalo Zurro Fanjul, de segundo; José María Fernández Martínez, de primero; Juan Casta­ñón, de tercero de Filosofía. Estos eran los que habían de sufrir la muerte y es curioso notar cómo cada uno de ellos pertenecía a un curso diferente y todos los cursos tenían su representación. Además de los citados, se hallaban allí el P. Esteban Sánchez, O.P. y otros dos seminaristas Juan Alonso Pérez, de primero de Teología y José González García, de tercero de Filoso­fía.

            Allí pasaron toda la noche del seis al siete y la mañana del día siete. Es admirable leer el relato del sobreviviente José González y los diálogos que sostenían, fiel reflejo de su dispo­si­ción de ánimo. Tuvieron, naturalmente, sus tiempos de silencio; pero aparte de eso, rezaron el Santo Rosario más de una vez, recibie­ron bendiciones del P. Dominico y el que lo estimó conve­niente se confesó con él, hicieron una oferta común de ir todos a Cova­donga si salían ilesos y otras ofertas particulares. Hasta llegan a tratar sobre sí, en caso de que los fusilasen, merecerían el glorioso título de mártires... Proponen dar un ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!, en caso de fusila­miento.

            Entre doce de la mañana y una de la tarde, después de haber pasado veinticuatro horas sin comer ni beber, pareciéndoles que no había gente por los alrededores, se dispuso a salir uno de ellos, Gonzalo Zurro. Saltó una tapia, atravesó una callejuela y un patio y al salir a la calle fue descubierto: "Ya caíste, pájaro". Dijéronle que no les pasaría nada; y, dando orden a los demás de que salieran, fiados en que nada les harían sino presentarlos al Comité, salie­ron todos, a excepción del P. Dominico y el seminarista Juan Alonso.

            Los otros siete, con toda diligencia custodiados, subieron por la travesía del Monte de Santo Domingo hasta dar vuelta a la esquina, en dirección hacia San Lázaro. La gente que por allí se había congregado no cesaba de gritar, insultándolos y apostrofándoles. Doblada la esquina, habían andado unos pasos por la carre­tera, camino de San Lázaro, cuando les ordenaron hacer alto junto a un portón. Pasaron muy breves minutos y entonces uno de los que allí mandaban se puso en frente de Zurro, a unos cinco metros a lo sumo. Zurro, al ver que la actitud que adoptaba era de dispa­rar, gritó: "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!" Comienzan los disparos. Caen mortalmente heridos los tres primeros: Gonzalo Zurro, Ángel Cuartas y Mariano Suárez. Caídos los tres, el asesi­no disparó sobre el cuarto, José González García, los tres últi­mos cartuchos del cargador, errando los tres. Entonces otro revolucionario hizo sobre el mismo José por la espalda un disparo de pistola, hiriéndole en el muslo de poca gravedad y cayó éste junto a los compañeros. Los asesinos siguieron disparando, hasta que cayeron los otros tres seminaristas: Jesús Prieto, José María Fernández y Juan Castañón. Finalmente, fueron rematando a tiros y golpes a los que aún tenían algo de vida.

            Hubo, sin embargo, una excepción: José González. Al intentar disparar nuevamente contra él, salió al paso una mujer diciendo: "Este no es de los curas", [pues no le veía corona]. Le interro­garon y contestó que, en efecto, no era cura sino estudiante. Uno de los que allí estaban que parecía tener algo de mando, dio orden de llevarlo a Mieres como prisionero...

            Los seis seminaristas fueron más tarde traslada­dos al cementerio y enterrados en montón con otros cadáveres. El día 28 siguiente, a las tres semanas del fusilamiento, también domingo, obtenido el correspondiente permiso de la Autoridad Militar, fueron desenterrados por la Cruz Roja, convenientemente identificados y sepultados de nuevo.

            - Manuel Olay Colunga estuvo oculto durante la Guerra Civil hasta que el 18 de Junio de 1937 fue descubierto y detenido. Estuvo preso en la ‘Iglesiona’ de Gijón cinco días, des­pués de los cuales fue destinado a fortificar en San Esteban de las Cruces, junto a Oviedo. Su hermana Faustina contó: “Según dijeron los compañeros, a Manuel lo mandaron ir por un ladrillo y le tiraron un tiro por detrás y lo mataron. A Manuel lo persiguieron porque estaba en el Seminario, porque iba para sacerdote”.

Sixto Alonso Hevia estaba pasando las vacaciones de verano en su casa, cuando estalla la guerra. A él, junto con su padre, los encierran en la iglesia, que hacía de cárcel. Motivo: ser católico el padre, y ser seminarista el hijo. En plena guerra fue llamada su quinta al frente. Fue llevado a la parte de Cangas de Onís, aunque estuvo poco tiempo. En seguida murió: El día 27 de Mayo de 1937, estando en el puerto de Ventanie­lles, concejo de Ponga, cuando se hallaba haciendo un poco de chocolate en un montículo, le sorprendieron unos desalmados, le desnudaron de medio cuerpo arriba y le apuñalaron, mientras clamaba a Dios y les suplicaba le dejasen morir.

Covadonga nos narra este precioso detalle de su hermano Sixto: “También una cosa que me tiene dicho mucho mi madre, después de que pasó todo, es que mi hermano Sixto les decía: ‘-Si a mí me pasa algo. Vds. tienen que perdonar’. Mi padre le contestaba que si alguna vez le pasaba algo que nunca les perdonaría. Mi hermano decía que sí porque a él que no le importaba”.

Luis Prado García estaba escondido desde el inicio de la Guerra Civil, pero fue descubierto y fue llevado a Salinas. Una noche lo sacaron y lo llevaron a Gijón para matarlo. Un médico que certificaba el fallecimiento de los fusilados había recogido sus pertenencias personales y dio detalles de su muerte. Por ejemplo, de Luis decía que tenía 11 tiros y decía dónde: en el vientre, en una mano, en la cabeza. Le mandaron levantar la mano y decir algo, y Luis dijo: “-¡Viva Cristo!” Y en la mano le pegaron un tiro. Le volvieron a decir: “-Levanta la mano y di: ¡Viva la República!” Volvió a levantar la mano y dijo: “-¡Viva Cristo!” Y entonces le pegaron cinco tiros en el vientre. Y todavía dijo: “-¡Viva Cristo!”, con las balas en el vientre y luego le dieron un tiro en la cabeza.


[1] Sus padres se llamaban José María Prieto y su madre Marceli­na López Acebedo. Tuvieron once hijos. Jesús fue el séptimo. Influyó mucho en su vocación D. Jesús, párroco del Monte. Era un santo sacerdote que, lo mismo que a Jesús, había enviado a otros chicos al Seminario, muchos de los cuales han sido y son sacerdotes. Según nos dice Francisco, hermano de Jesús: “Los gastos del Seminario los pagaba D. Jesús (el párroco) práctica­men­te casi todo, algo lo pagába­mos nosotros, pero casi todo él. Era bueno porque para él todo estaba bien, no discutía con los hermanos. Todo estaba bien para él. Mi hermano era traba­jador, mucho. Claro que no trabajaba con nosotros porque tenía que estudiar. Cuando había vacaciones, pues estudiaba igual con D. Jesús. Iba a la escuela de D. Jesús, a la parroquia del Monte. Jesús no era de hablar mucho, pero lo que decía lo hablaba en su sitio. Charlatán no era. Jugaba con los hermanos, pero sin noción ni intención de maldad”.