16-2-2025 DOMINGO VI
TIEMPO ORDINARIO (C)
Jr. 17, 5-8; Slm. 1; 1ª Cor. 15, 12.16-20; Lc. 6,17.20-26
Homilía en vídeo.
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
- El sábado 9 de marzo de 2019, en la
Catedral de Oviedo, fueron beatificados 9 seminaristas, que murieron
mártires entre 1934 y 1937, en la Revolución del 34 y en la Guerra Civil
Española.
Uno de estos seminaristas (Jesús
Prieto López) es de una de nuestras parroquias: de santa María de La Roda.
Vamos a tener un beato en los altares (hay muchos más de estas parroquias,
aunque no hayan sido canonizados y/o beatificados), pero Jesús Prieto va a ser
el primero de modo oficial. Quisiera en esta homilía contaros algunas cosas de
estos seminaristas.
Seis murieron en la Revolución de
1934. Fueron Jesús Prieto López
con 22 años. Ángel Cuartas Cristóbal, de Lastres y con 24 años. Mariano Suárez
Fernández, de El Entrego y con 23 años. César Gonzalo Zurro Fanjul, de Avilés y
con 21 años. José María Fernández Martínez, de Pola de Lena y con 19 años. Juan
José Castañón Fernández, de Moreda y con 18 años.
Tres murieron durante la Guerra
Civil: Luis Prado García, de san Martín de Laspra; murió el 4 de septiembre de
1936 y con 21 años. Manuel Olay Colunga, de Noreña; murió con 25 años el 22 de
septiembre de 1936. Sixto Alonso Hevia, de Luanco; murió el 27 de mayo de 1937
con 21 años.
-
Apenas había comenzado el curso, se iniciaron revueltas en las cuencas de
Mieres, Langreo... Exactamente, en la madrugada del día cinco. Toda esta fecha
transcurrió en el Seminario sin otra novedad que la inquietud y zozobra
producidas por las noticias que iban llegando, de cuanto sucedía.
Durante la noche, se oía el tiroteo
y éste se fue intensificando en la mañana del sábado, día seis. A medida que
las horas pasaban, la intranquilidad iba apoderándose de los seminaristas los
cuales, con la consiguiente cautela iban observando el curso de los
acontecimientos, especialmente el proceso del combate que se libraba hacia San
Lázaro, entre los que venían en
dirección a la ciudad y la fuerza pública que trataba de contenerlos. Al fin,
cesó el tiroteo a poco más de las dos de la tarde, tomándose este fenómeno como
indicio del final de la lucha. Enseguida atacaron al Seminario por todas
partes, principalmente por el lado de la plaza de Santo Domingo.
Precipitadamente, como se pueda, hay
que abandonar el Seminario; provéense los que hallan medios para ello de traje
de seglar y se lanzan hacia el campo por las ventanas y galerías sobre el prado
que se halla al lado atrás del edificio. De allí, en distintas direcciones. El
grupo más numeroso se introduce primeramente en un casa desalquilada y este
grupo, junto con algunos más que recogerán los revoltosos en puntos muy
variados, serán hechos prisioneros y conducidos a Mieres hasta el momento de
ser liberados por las fuerzas del Gobierno que entrarán en Mieres poco después
de mediodía del viernes, día 19.
Hubo varios que, al salir del
Seminario, atravesaron la carretera del Monte de Santo Domingo y lograron
refugiarse en uno de los sótanos de las casas adyacentes al lado Sur de la misma
carretera. Techo bajo, humedad en el suelo, frío en el ambiente.
Nos hallamos al atardecer del
mencionado día seis. Los que allí estaban, eran los siguientes: Ángel Cuartas
Cristóbal, de quinto año de Sagrada Teología; Mariano Suárez, de cuarto; Jesús
Prieto, de tercero; Gonzalo Zurro Fanjul, de segundo; José María Fernández
Martínez, de primero; Juan Castañón, de tercero de Filosofía. Estos eran los
que habían de sufrir la muerte y es curioso notar cómo cada uno de ellos
pertenecía a un curso diferente y todos los cursos tenían su representación.
Además de los citados, se hallaban allí el P. Esteban Sánchez, O.P. y otros dos
seminaristas Juan Alonso Pérez, de primero de Teología y José González García,
de tercero de Filosofía.
Allí pasaron toda la noche del seis
al siete y la mañana del día siete. Es admirable leer el relato del
sobreviviente José González y los diálogos que sostenían, fiel reflejo de su
disposición de ánimo. Tuvieron, naturalmente, sus tiempos de silencio; pero
aparte de eso, rezaron el Santo Rosario más de una vez, recibieron bendiciones
del P. Dominico y el que lo estimó conveniente se confesó con él, hicieron una
oferta común de ir todos a Covadonga si salían ilesos y otras ofertas
particulares. Hasta llegan a tratar sobre sí, en caso de que los fusilasen,
merecerían el glorioso título de mártires... Proponen dar un ¡Viva Cristo Rey!
¡Viva España Católica!, en caso de fusilamiento.
Entre doce de la mañana y una de la
tarde, después de haber pasado veinticuatro horas sin comer ni beber,
pareciéndoles que no había gente por los alrededores, se dispuso a salir uno de
ellos, Gonzalo Zurro. Saltó una tapia, atravesó una callejuela y un patio y al
salir a la calle fue descubierto: "Ya caíste, pájaro". Dijéronle que
no les pasaría nada; y, dando orden a los demás de que salieran, fiados en que
nada les harían sino presentarlos al Comité, salieron todos, a excepción del
P. Dominico y el seminarista Juan Alonso.
Los otros siete, con toda diligencia
custodiados, subieron por la travesía del Monte de Santo Domingo hasta dar
vuelta a la esquina, en dirección hacia San Lázaro. La gente que por allí se
había congregado no cesaba de gritar, insultándolos y apostrofándoles. Doblada
la esquina, habían andado unos pasos por la carretera, camino de San Lázaro,
cuando les ordenaron hacer alto junto a un portón. Pasaron muy breves minutos y
entonces uno de los que allí mandaban se puso en frente de Zurro, a unos cinco
metros a lo sumo. Zurro, al ver que la actitud que adoptaba era de disparar, gritó:
"¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!" Comienzan los disparos.
Caen mortalmente heridos los tres primeros: Gonzalo Zurro, Ángel Cuartas y
Mariano Suárez. Caídos los tres, el asesino disparó sobre el cuarto, José
González García, los tres últimos cartuchos del cargador, errando los tres.
Entonces otro revolucionario hizo sobre el mismo José por la espalda un disparo
de pistola, hiriéndole en el muslo de poca gravedad y cayó éste junto a los
compañeros. Los asesinos siguieron disparando, hasta que cayeron los otros tres
seminaristas: Jesús Prieto, José María Fernández y Juan Castañón. Finalmente,
fueron rematando a tiros y golpes a los que aún tenían algo de vida.
Hubo, sin embargo, una excepción:
José González. Al intentar disparar nuevamente contra él, salió al paso una
mujer diciendo: "Este no es de los curas", [pues no le veía corona].
Le interrogaron y contestó que, en efecto, no era cura sino estudiante. Uno de
los que allí estaban que parecía tener algo de mando, dio orden de llevarlo a
Mieres como prisionero...
Los seis seminaristas fueron más
tarde trasladados al cementerio y enterrados en montón con otros cadáveres. El
día 28 siguiente, a las tres semanas del fusilamiento, también domingo,
obtenido el correspondiente permiso de la Autoridad Militar, fueron
desenterrados por la Cruz Roja, convenientemente identificados y sepultados de
nuevo.
- Manuel Olay Colunga estuvo oculto durante la Guerra Civil hasta que
el 18 de Junio de 1937 fue descubierto y detenido. Estuvo preso en la ‘Iglesiona’
de Gijón cinco días, después de los cuales fue destinado a fortificar en San
Esteban de las Cruces, junto a Oviedo. Su hermana Faustina contó: “Según
dijeron los compañeros, a Manuel lo mandaron ir por un ladrillo y le tiraron un
tiro por detrás y lo mataron. A Manuel lo persiguieron porque estaba en el
Seminario, porque iba para sacerdote”.
Sixto Alonso Hevia
estaba pasando las vacaciones de verano en su casa, cuando estalla la guerra. A
él, junto con su padre, los encierran en la iglesia, que hacía de cárcel.
Motivo: ser católico el padre, y ser seminarista el hijo. En plena guerra fue
llamada su quinta al frente. Fue llevado a la parte de Cangas de Onís, aunque
estuvo poco tiempo. En seguida murió: El
día 27 de Mayo de 1937, estando en el puerto de Ventanielles, concejo de
Ponga, cuando se hallaba haciendo un poco de chocolate en un montículo, le
sorprendieron unos desalmados, le desnudaron de medio cuerpo arriba y le
apuñalaron, mientras clamaba a Dios y les suplicaba le dejasen morir.
Covadonga
nos narra este precioso detalle de su hermano Sixto: “También una cosa que
me tiene dicho mucho mi madre, después de que pasó todo, es que mi hermano
Sixto les decía: ‘-Si a mí me pasa algo. Vds. tienen que perdonar’. Mi padre le
contestaba que si alguna vez le pasaba algo que nunca les perdonaría. Mi
hermano decía que sí porque a él que no le importaba”.
Luis Prado García
estaba escondido desde el inicio de la Guerra Civil, pero fue descubierto y fue
llevado a Salinas. Una noche lo sacaron y lo llevaron a Gijón para matarlo. Un
médico que certificaba el fallecimiento de los fusilados había recogido sus
pertenencias personales y dio detalles de su muerte. Por ejemplo, de Luis decía que tenía 11
tiros y decía dónde: en el vientre, en una mano, en la cabeza. Le mandaron
levantar la mano y decir algo, y Luis dijo: “-¡Viva Cristo!” Y en la
mano le pegaron un tiro. Le volvieron a decir: “-Levanta la mano y di: ¡Viva
la República!” Volvió a levantar la mano y dijo: “-¡Viva Cristo!” Y
entonces le pegaron cinco tiros en el vientre. Y todavía dijo: “-¡Viva
Cristo!”, con las balas en el vientre y luego le dieron un tiro en la
cabeza.
Sus padres se llamaban José María Prieto y su madre Marcelina López Acebedo.
Tuvieron once hijos. Jesús fue el séptimo. Influyó mucho en su vocación D.
Jesús, párroco del Monte. Era un santo sacerdote que, lo mismo que a Jesús,
había enviado a otros chicos al Seminario, muchos de los cuales han sido y son
sacerdotes. Según nos dice Francisco, hermano de Jesús: “Los gastos del
Seminario los pagaba D. Jesús (el párroco) prácticamente casi todo, algo lo
pagábamos nosotros, pero casi todo él. Era bueno porque para él todo estaba
bien, no discutía con los hermanos. Todo estaba bien para él. Mi hermano era
trabajador, mucho. Claro que no trabajaba con nosotros porque tenía que
estudiar. Cuando había vacaciones, pues estudiaba igual con D. Jesús. Iba a la
escuela de D. Jesús, a la parroquia del Monte. Jesús no era de hablar mucho,
pero lo que decía lo hablaba en su sitio. Charlatán no era. Jugaba con los
hermanos, pero sin noción ni intención de maldad”.