miércoles, 12 de noviembre de 2025

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (C)

16-11-2025                 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (C)

 

                                              Mlq. 4, 1-2a; 3, 19-20; Slm. 97; 2 Ts. 3, 7-12; Lc. 21, 5-19

Homilía de vídeo.  

Homilía en audio.  

Queridos hermanos:

            En la exhortación Apostólica “SACRAMENTUM CARITATIS”, del Papa Bendicto XVI sobre la Eucaristía, en su número 46, se dice: Es conveniente que, partiendo del leccionario trienal, se prediquen a los fieles homilías temáticas que, a lo largo del año litúrgico, traten los grandes temas de la fe cristiana, según lo que el Magisterio propone en los cuatro «pilares» del Catecismo de la Iglesia Católica […]: la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana. Pues bien quisiera tratar durante varios domingos EL CREDO APOSTÓLICO. Utilizaré para ello el Catecismo de la Iglesia Católica.

            Cuando estuve en Roma para licenciarme en Derecho Canónico, en los años 1988-1990, sucedió la caída del Muro de Berlín y del comunismo en los países del Este. Nos contaron el caso de los católicos de Checoslovaquia, que no podían salir de su país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945). Con la caída del comunismo los últimos gobiernos de este signo político tuvieron que levantar un poco la mano y permitieron que los católicos hicieran una peregrinación en tren hasta Roma. Entre los viajeros había infiltrados muchos agentes del gobierno que espiaban a los peregrinos, a fin de reconocer a los líderes y luego actuar contra ellos a su vuelta a Checoslovaquia. Sin embargo, todos los agentes fueron reconocidos, porque, a las personas desconocidas para los peregrinos y que se hacían pasar por católicos, se les hacía recitar el Credo en latín. Por supuesto que los agentes no lo sabían y enseguida quedaban señalados y aislados, por lo que tenían que bajar del tren inmediatamente.

            El Credo ha sido (y es) señal de identidad de los cristianos desde los primeros años de existencia de la Iglesia. Esta “quiso recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y articulados destinados sobre todo a los candidatos al bautismo […] ‘Este resumen de la fe encierra en pocas palabras todo el conocimiento de la verdadera piedad contenida en el Antiguo y el Nuevo Testamento’ (San Cirilo de Jerusalén)” (n. 186 del Catecismo).

            El Credo resume la fe que profesamos los cristianos. El Credo “es la recopilación de las principales verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva de punto de referencia primero y fundamental de la catequesis” (n. 188). Este Credo lo recitamos en las Misas más importantes, en las celebraciones del Bautismo, de la 1ª Comunión y de la Confirmación.

Artículo 1. “Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.

Párrafo 1º: “Creo en Dios”.

- Creer en Dios es el fundamento de nuestra fe. Creemos en un solo Dios, ya que no adoramos a otros dioses. No adoramos, ni nos salvarán, ni nos perdonarán otros dioses distintos del único Dios. No creemos ni adoramos a las cosas materiales (joyas, oro, casas, coches, tierras…). No creemos ni adoramos a otras personas humanas, por muy fuertes, grandes, bellas, sanas, jóvenes o por muchas capacidades que tengan (jugadores de fútbol, cantantes, amigos, familiares…). No creemos ni adoramos ideologías, doctrinas, por muy bellas que sean. No creemos ni adoramos nuestro EGO... Solo creemos y adoramos a Dios, el único Dios. A Él lo amamos con todas nuestras fuerzas, porque ‘creer’ en Él supone amar a este Dios (nn. 199-201).

- ¿Cómo y por qué podemos conocer, adorar, creer y amar a Dios? No porque seamos inteligentes, no porque lo hayamos encontrado por casualidad, sino porque ha sido el mismo Dios el que se ha revelado a nosotros. ‘Revelar’ significa que Dios se ha mostrado al hombre, se ha acercado al hombre, se ha abajado al hombre. Y de este modo el hombre ha podido conocerlo, adorarlo, creer en Él y amarlo (nn. 206-207).

- El hombre creyente (y no creyente) es pequeño ante Dios. “Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la santidad divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: ‘¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!’ (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’ (Lc 5,8)” (n. 208).

- Dios es. Esta es una experiencia extraordinaria: cuando un hombre siente y percibe a Dios, exclama maravillado: ‘Dios es’. Es una sorpresa absoluta. El hombre que tiene una experiencia de Dios se da cuenta que conocía a Dios de oídas, de libro, en teoría, pero ahora sabe que ES verdad, siente que ES verdad. Pero Dios es tan grande, pertenece a otra dimensión de tal manera que no puede ser aprehendido, ni comprendido. Se sabe de Él y se le percibe como Alguien que ha sido desde siempre, y que será para siempre. Dice el salmo 102: “Ellos[1] perecen, mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan [...] pero tú siempre el mismo, no tienen fin tus años”.

- Desde esta perspectiva se comprende perfectamente que santa Teresa de Jesús haya compuesta esta poesía: “Nada te turbe, / Nada te espante. Todo se pasa, / Dios no se muda. La paciencia,  / Todo lo alcanza; Quien a Dios tiene, / Nada le falta: Sólo Dios basta (n. 227).

Párrafo 2º: El Padre.

- Hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina […] Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo” (n. 234). “La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto […] La intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo” (n. 237).

- Al designar a Dios con el nombre de ‘Padre’, el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: 1) que Dios es el origen primero de todo y 2) que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Nadie es padre como lo es Dios (cf. n. 239).


[1] Los hombres, los reinos, los imperios, las ciudades, las cosas…

jueves, 30 de octubre de 2025

Homilías semanales EN AUDIO: semana XXX del Tiempo Ordinario

Romanos 8, 12-17; Salmo 67; Lucas 13, 10-17

Homilía lunes XXX del Tiempo Ordinario

 

 

Efesios 2,19-22; Salmo 18; Lucas 6, 12-19

Homilía san Simón y san Judas, apóstoles

 

 

Romanos 8, 26-30; Salmo 12; Lucas 12, 22-30

Homilía miércoles XXX del Tiempo Ordinario

 

 

Romanos 8, 31b-39; Salmo 108; Lucas 13, 31-35

Homilía jueves XXX del Tiempo Ordinario 

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (C)

2-11-2025                   DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                   Sb. 11, 22-12, 2; Slm. 144; 2 Ts. 1, 11-2, 2; Lc. 19, 1-10

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            En el evangelio de hoy se nos presenta el caso de Zaqueo, jefe de publicanos y hombre rico. En tiempos de Jesús había en Israel diversos grupos sociales:

1) Existían los saduceos. Eran los ricos. Ellos nada más aceptaban los cinco primeros libros de la Biblia (el Pentateuco) y, como aquí no se hablaba de la resurrección de los muertos, los saduceos no creían en ella. Para los saduceos Dios “pagaba” en esta vida el cielo y el infierno. Así, cuando un hombre estaba enfermo, era pobre o tenía cualquier desgracia, ello era signo de que había pecado y Dios le castigaba en vida. Al contrario, cuando un hombre estaba sano, tenía riquezas y todo lo iba bien, era porque Dios veía que era bueno y santo, y lo premiaba en esta vida. Fueron los saduceos quienes, para poner a prueba a Jesús, le plantearon aquel caso de una mujer que se había casado con varios hermanos y de ninguno había tenido hijos. Luego le preguntaron que, al morir, de cuál de los hermanos sería mujer. Con ello querían decir que la resurrección era algo ridículo.

2) Un segundo grupo eran los fariseos. Estos creían en la resurrección de los muertos. Ellos elaboraban las normas que explicaban y aplicaban la Ley de Moisés; para ellos tenía más importancia la Ley de Moisés, y la interpretación que ellos daban, que el hombre. Los fariseos eran judíos fervorosos. En este grupo estaban Pablo, Nicodemo…

3) Un tercer grupo lo formaban los zelotes. Eran guerrilleros y soldados, y luchaban con armas contra los romanos y contra los judíos colaboracionistas, como los publicanos, y contra los judíos permisivos, como los saduceos. Se dice que dos de los apóstoles eran zelotes: Simón el menor y Judas Iscariote. ¿No recordáis que, en cierta ocasión en que Jesús hablaba de enfrentamientos, varios apóstoles sacaron unas espadas que llevaban escondidas, y también en el huerto de los Olivos? Se ve que iban preparados para la guerra.

4) También existían un grupo de judíos, denominados publicanos. Eran judíos que cobraban los impuestos de los compatriotas suyos a cargo de los romanos quedándose con una parte. Por ejemplo, los romanos les podían decir que cobrasen a cada compatriota 10 denarios y que 2 eran para ellos y que los otros 8 se los entregaran a los romanos. Pero muchos de estos publicanos cobraban 15 denarios; 8 para los romanos y 7 denarios para ellos. El negocio era redondo. A la vista de todos, los publicanos eran la escoria: para los saduceos por advenedizos y pertenecer a una clase social más baja; para los fariseos porque trataban con los romanos y se contagiaban de sus costumbres y estaban empecatados, estaban condenados al infierno sin remisión posible; para los zelotes por traidores y colaboracionistas; y para el pueblo llano porque los “sangraban” con los tributos. El evangelista-apóstol Mateo-Leví era publicano.

5) Finalmente, estaba el pueblo llano. Eran los más humildes: labradores, pescadores, artesanos, mendigos, etc. De aquí procedían la mayoría de los apóstoles y el mismo Jesús.

Es conveniente saber todas estas cosas para comprender mejor lo que hoy se nos relata en el evangelio. Zaqueo no sólo era publicano, sino que era jefe de publicanos y, además, rico. Zaqueo se entera que Jesús viene a su ciudad. Esto era un acontecimiento para todos los lugares por los que Jesús pasaba. Su fama de hombre santo, de profeta y de taumaturgo (hacedor de milagros) le precedía. Toda la ciudad y la gente de los alrededores estaban allí para ver a Jesús. También Zaqueo quería ver a Jesús. Nos dice el evangelio que Zaqueo era bajo de estatura. El se metía entre la gente y ésta, que lo reconoció y le tenía ganas, empezó a pellizcarlo, a darle patadas por la espalda y a darle collejas, a insultarlo, pero a él no le importaba, porque quería ver a Jesús. Cuando vio que era imposible ver a Jesús, entonces, previendo el camino que iba a seguir Jesús, se subió a un árbol por donde había de pasar. Y se subió al árbol como un mozalbete. Estaba haciendo el ridículo, poniéndose en evidencia, pero no le importaba, porque quería ver a Jesús. Por ver a Jesús Zaqueo soportó golpes, insultos, vejaciones. Por ver a Jesús Zaqueo se puso en ridículo y en evidencia, pero todo lo daba por bien empleado por ver un poco a Jesús, aunque fuera simplemente de lejos y al pasar. Entonces nos dice el evangelio: Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: ‘Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.’ ¿Por qué Jesús ve a Zaqueo y no ve al resto de la gente? Muy sencillo, porque los demás iban a ver a “Fernando Alonso”, a “Ana Rosa Quintana”, al “Barça”, al “Real Madrid”, en definitiva, iban a ver el espectáculo. Iban a ver los toros desde la barrera, pero no estaban dispuestos a perder nada de lo suyo ni de sí mismos por ver a Jesús. Jesús sabe todo esto y por eso ve a Zaqueo, ve el interior de Zaqueo y quiere hospedarse en su casa.

Fijaros en otro aspecto de las palabras de Jesús. Jesús dice a Zaqueo que baje del árbol, pues Jesús ve que Zaqueo se ha humillado y puesto en ridículo para verle, pero Jesús, que ama y ama de verdad, no quiere que Zaqueo prolongue la humillación más y le trata de tú a tú. Sólo el que ama le duele el dolor del otro como propio, le duele el ridículo del otro como propio.

Mas sigamos con el evangelio: “Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: ‘Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.’”
Sí, cuando Jesús habló a Zaqueo, éste se puso muy contento. Cuando Dios se fija en un hombre y le habla, enseguida la alegría toma posesión de ese hombre. Y ¿qué pasa con el resto de la gente de Jericó? Pues que la envidia se apodera de ellos. Y reparten “leña” contra Jesús y contra Zaqueo: ‘Este es un pecador y “el profeta” (Jesús) entra en casa de un pecador; no debe ser tan santo si anda con traidores, estafadores, ladrones, ricos…’ En realidad, repito que es pura envidia.

¿Por qué sabemos que lo de Zaqueo no era un mero espectáculo, un ver a “Fernando Alonso” o un poco de circo, o de “Aquí hay tomate”? Pues porque el evangelio nos cuenta que Zaqueo da signos de cambio en su vida: ‘Yo que tengo fama y merecida, como todos los publicanos, de pesetero; ahora daré la mitad de mis bienes a los pobres y si en algo he robado, devolveré cuatro veces más’.

¿A quién se nos parecemos más nosotros? ¿A Zaqueo o a los otros hombres de Jericó? ¿Estoy dispuesto a perder, a quedar en ridículo, a morir para encontrar a Jesús? Los que responden afirmativamente a esta pregunta sentirán cómo el Señor alza la vista ante ellos y les dice “baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. ¡Qué suerte tendremos en nuestra vida si, a la hora de nuestra muerte, Jesús nos dice como a Zaqueo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…”!

miércoles, 29 de octubre de 2025

Todos los Santos (difuntos) (C)

1-11-2025                               TODOS LOS SANTOS (C)

                                                              Ap. 7, 2-4.9-14; Slm. 24; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12

Homilía en audio.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            Cada año por estas fechas nos aproximamos a los cementerios, los limpiamos un poco, depositamos unas flores sobre las tumbas o al lado de los nichos, mandamos decir unas Misas. ¿Es simple­mente una tradición o una venerable costumbre? ¿Lo hacemos porque tenemos miedo de sus espíritus, que nos pidan cuentas por no preocuparnos de ellos o es por amor y respeto hacia ellos? ¿Lo hacemos porque, en definitiva, nos sentimos atemorizados ante el hecho de la muerte, que nos ha de llegar a todos, o porque quere­mos pedir a Dios que no les tenga en cuenta sus pecados y los admita en su seno? Todas éstas son preguntas que tenemos que hacernos y respondernos a nosotros mismos.

            ¿Cuál es el sentido de la muerte? Algunos hombres han dicho que el hombre es un absurdo[1], que es un ser para la muerte, que es como una cerilla que se enciende y enseguida se apaga: bien porque se consume rápidamente, bien porque una corriente de aire lo apaga.

            Vamos a hacernos algunas preguntas nosotros. (Yo las digo en alto, vosotros las contestáis en vuestro interior):

Sobre el sentido de la vida:

- ¿Cuál es el sentido de la vida?

- ¿Cómo encontrar el propósito de la vida?

            - ¿Qué es lo primordial para ti en la vida?

- ¿Qué hace que una vida merezca la pena?

- ¿Qué cosas valorarías si supieras que tu vida está por terminar en uno o dos meses? 

Sobre la muerte

- ¿De qué hablamos cuando hablamos de la muerte?

- ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de la muerte?

- ¿Somos conscientes de que vamos a morir?

- ¿Qué es lo que más te atemoriza de la muerte?

- ¿Cómo reaccionarías o has reaccionado ante una enfermedad grave o terminal?

- ¿Dónde está mi madre, mi padre, mi hijo, mi amigo…?

- ¿Volveré a verlos?

Sobre la vida y la muerte

- ¿Cómo se vive mejor, eludiendo la muerte o confrontándola?

- ¿Por qué y para qué estamos aquí?

- ¿Hay vida después de la muerte?

- ¿Qué legado queremos dejar en este mundo? 

            El hombre piensa que el tiempo va en su contra; corre rápidamente hacia la vejez, hacia la muerte. Por eso trata de parar el tiempo y estar en la eterna juventud. (Cfr. crecepelos para la calvicie; a las mujeres: que si las patas de gallo, que si cremas, que si el cutis, que si cirugía estética). Se intenta ser y estar siempre joven. Se envidia a las artistas que parece que no pasa la edad por ellas, pero… tienen peluca, patas de gallo, ojo de cristal…

            Vamos a mirar esta realidad, no solo desde el punto de vista personal, desde el punto de vista humano, desde la sola razón, sino también desde la fe en Jesús:

¿Qué nos dice Jesucristo, el Hijo de Dios? “Yo soy la resu­rrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivi­rá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 26). Por eso, para el cristiano la realidad de la vida y de la muerte es y tiene que ser diferente que para las personas que no tienen fe.

- El cristiano tiene una dialéctica de vida y muerte. El cristiano no tiene que esconder la cabeza bajo el ala, sino que ha de coger el toro por los cuernos. Todos deberemos hacerlo, antes o después.

- El hombre ha de pensar sobre su fallecimiento, sobre su desaparición. Es necesario. Pero también es bueno y necesario que podamos hablar de ello con otras personas, con nuestros seres queridos. Me ha tocado ser testigo de la soledad de los enfermos graves, que no pueden hablar de su futuro y de la muerte con sus seres queridos. Y viven esos instantes en la soledad. “No digas eso. Te vas a poner bien…” Tiene un cáncer terminal y se le dice que son gases o achuchones, pero que se va a poner bien.

- El cristiano, a medida que pasa la vida, ha de morir, pero al egoísmo, a su odio, a sus intereses, a su pecado. En definitiva, como dice S. Pablo, al hombre viejo. Y ha de nacer a la misericordia, al amor, a la generosidad, al preocuparse de los demás, al hombre nuevo. Así S. Pablo dice que no vive él, sino Cristo en él. Y Jesucristo dice “vivirá”, “no morirá para siempre”.

            - El hombre no es un absurdo, no es un ser para la muerte. Somos seres para la vida, para una VIDA CON DIOS, una vida que durará por siempre, una vida que la que todos seremos felices, pero una vida que hay que comenzar a construir aquí. Empezaremos a vivir cuando muramos, cuando muramos al pecado que nos esclavi­za, que no hace temer la muerte. Empezaremos a vivir cuando caminemos hacia Dios por el camino de la santidad de que os hablaba ayer.

            - El cristiano nunca ha de temer la muerte. Cristo es la resurrección y la vida, y Él está con nosotros hasta el fin del mundo. Él ha resucitado y por eso nosotros también resucitaremos.



[1] El famoso filósofo francés Sartre ve como un gran absurdo de la existencia humana, y dice: “Es absurdo que hayamos nacido, es absurdo que muramos”.