jueves, 2 de diciembre de 2021

Domingo II de Adviento (C)

5-12-2021                              DOMINGO II DE ADVIENTO (C)

Baruc 5, 1-9; Slm 125; Flp. 1, 4-6.8-11; Lc. 3, 1-6

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            En el día de hoy, segundo domingo de Adviento, quisiera predicar dos ideas en la homilía:

            1) San Juan Bautista nos dice en el evangelio a todos nosotros: “Preparad el camino al Señor”, y de este modo “todos verán la salvación de Dios”. El otro domingo os decía que era conveniente hacer un plan para vivir este Adviento y así prepararnos mejor para vivir la Navidad (es decir, la llegada de Jesús a nuestras vidas). Espero que algunos de vosotros, o casi todos, o todos los hayáis hecho. Sin embargo, hemos de saber que el que sí que ha hecho un PLAN para nosotros en este tiempo de Adviento, y en toda nuestra vida, es Dios. Sí, en efecto, tenemos que estar muy atentos al PLAN de Dios para nosotros. Nuestro plan y el PLAN de Dios nos ayudan a ‘preparar el camino de Dios’ y, de esta forma, ‘todos podemos ver la salvación que Dios tiene destinada para nosotros’.

            Así como el domingo pasado os explicaba algunas posibilidades del plan de Adviento que podemos hacer. Hoy me detendré en el PLAN que Dios nos puede tener hecho. En cualquier esquina puede estar Dios esperándonos. Pongo un ejemplo:

            Recibí una llamada telefónica de un muy buen amigo. Me dio mucho gusto su llamada y lo primero que me preguntó fue: -¿Cómo estás? 

Y sin saber por qué le contesté: -Muy solo. 

-¿Quieres que hablemos?- me dijo.

Le respondí que sí y me dijo: -¿Quieres que vaya a tu casa? 

Y respondí que sí. Colgó el teléfono y en menos de quince minutos él ya estaba tocando a  mi puerta. Yo hablé por horas de todo, de mi trabajo, de mi familia, de mi novia, de mis deudas, y él, atento siempre, me escuchó. Se nos hizo de día; yo estaba totalmente cansado mentalmente. Me había hecho mucho bien su compañía y sobre todo que me escuchara, que me apoyara y me hiciera ver mis errores. Me sentía muy a gusto y cuando él notó que yo ya me encontraba mejor, me dijo: -Bueno, me voy, tengo que ir a trabajar. 

Yo me sorprendí y le dije: -¿Por qué no me habías dicho que tenías que ir a trabajar? Mira la hora que es. No dormiste nada. Te quité tu tiempo toda la noche.

El sonrió y me dijo: -No hay problema; para eso estamos los amigos. 

Yo me sentía cada vez más feliz y orgulloso de tener un amigo así. Lo acompañé a la puerta de mi casa... y, cuando él caminaba hacia su  automóvil, le grité desde lejos:  -Y a todo esto, ¿por qué llamaste anoche tan tarde? 

El regresó y me dijo en voz baja: -Es que te quería dar una noticia...

Le pregunté: -¿Qué pasó?

Y me dijo: -Fui al doctor y me dijo que estoy muy enfermo.

Yo me quedé mudo... Él me sonrió y me dijo: -Ya hablaremos de eso. Que tengas un buen día.

 Se dio la vuelta y se fue. Pasó un buen rato para cuando asimilé la situación y me pregunté una  y otra vez, por qué cuando él me preguntó cómo estaba me olvidé de él y solo hablé de mí. ¿Cómo tuvo la fuerza de sonreírme, de darme ánimos, de decirme todo lo que me dijo, estando él en esa situación? Esto es increíble... Desde entonces mi vida ha cambiado. Suelo ser menos dramático con mis problemas y disfrutar más de las cosas buenas de la vida. Ahora aprovecho más el tiempo con la gente que quiero...”

Moraleja de la historia: observemos más a nuestro alrededor. No nos detengamos solo en nuestros problemas, en nuestras soledades, en nuestras vidas. Los demás también existen y necesitan de nosotros. Si lo hacemos así, entonces estaremos haciendo caso a lo que nos dice hoy san Juan Bautista en el evangelio: “Preparad el camino al Señor”, y de este modo “todos verán la salvación de Dios”. Además, estaremos cumpliendo el PLAN que Dios tiene para nosotros y para nuestra vida.

2) En un funeral que hace un tiempo prediqué sobre ‘la crisis de los 40’. Decía en aquella homilía que en torno a los 40 o a los 50 años algunas personas, tanto hombres como mujeres, se plantean su vida. Han conseguido con esfuerzo una preparación, un trabajo, una familia, pero… consideran que están en la mitad de su vida y que esta está llena de mucha rutina y que el tiempo se les está escurriendo de entre los dedos. Por eso, algunas de estas personas dejan su familia y cortan con todo para aprovechar los últimos ‘rayos de juventud’.

            Sin embargo, en ningún momento dije, ni quise decir, que la ‘crisis de los 40’ es sinónimo o igual a la crisis matrimonial. NO. Esta crisis de los 40 se puede dar en varones y en mujeres, en casados y en solteros, en sacerdotes y en monjas. De hecho, la mayoría de mis compañeros sacerdotes que ‘han colgado los hábitos’ lo han hecho en torno a esta edad.

            Si buscáis en Internet sobre esta realidad (‘crisis de los 40’), veréis que hay una abundante bibliografía sobre ello. Os reseño a continuación algunas de las cosas que he encontrado en la red: El término crisis de la mediana edad o crisis de los 40 se usa para describir un período de cuestionamiento personal, que comúnmente ocurre al alcanzar la mitad de la edad que se tiene como expectativa de vida. La persona siente que ha pasado la etapa de su juventud y la entrada a la madurez. En ocasiones, las transiciones que se experimentan en estos años, como el envejecimiento en general, la menopausia, el fallecimiento de los padres o el abandono del hogar por parte de los hijos pueden, por sí solas, disparar tal crisis. Otros estudiosos apuntan diversos motivos: inseguridad, responsabilidad excesiva, rutina desde hace mucho tiempo, parejas conflictivas, darse cuenta de los errores cometidos, aburrimiento, falta de objetivos claros, etc. El resultado puede reflejarse en el deseo de hacer cambios significativos en aspectos clave de la vida diaria o situación, tales como la carrera, el matrimonio o las relaciones románticas.

En cualquier caso, no es una enfermedad; sino una fase de transición personal, que se puede vivir con mayor o menor intensidad.

En la homilía del funeral decía (y digo) que este momento puede y debe ser superado. Si uno se para únicamente en sí mismo y se mira al ombligo, tomará una serie de decisiones que puede afectar de modo negativo a los que tiene a su alrededor: esposo/a, pareja, hijos, padres, amigos, feligreses, monjas de la misma comunidad… Si uno reflexiona, pide ayuda, acepta su vida tal y como es, y piensa en los que le rodean, puede superar este momento de crisis de la mediana edad.

Como testimonio personal, puedo deciros que en algún momento de mi vida, hace ya algunos años, he pensado si merecía la pena seguir siendo sacerdote, si había merecido la pena no haber comenzado una relación con una mujer y tenido unos hijos, no haber desempeñado otro trabajo, no haber vivido aquí o allí como sacerdote (en Suiza, en Salamanca, en el Vaticano, en Italia, en Alemania…), y pensé (y pienso) que no todo lo podía vivir, que no soy perfecto, que tampoco lo hubiera sido si hubiera elegido cualquiera de las otras posibilidades, que acepto mi situación y que soy feliz en ella, y que Dios me quiere tal y como soy, y en donde ahora mismo estoy.

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