jueves, 16 de septiembre de 2021

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (B)

19-9-2021                   DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (B)

Sb. 2, 12.17-20; Sal. 53; Sant.3, 16-4, 3; Mc. 9, 30-37

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            - Dice Jesús en el evangelio de hoy: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. En esta iglesia parroquial, ¿quién es el más importante de los que aquí estamos? ¿Quién es el primero entre nosotros? Para responder a esta pregunta podemos hacerlo desde distintas perspectivas: desde la riqueza y, entonces, el más importante será el que tenga más dinero y más bienes; desde la fama y entonces el más importante será el más conocido y respetado; desde los títulos y los cargos y entonces el más importante será aquel que tenga en la pared de su despacho más diplomas y nombramientos. Veamos ahora quién es el más importante para la sociedad. En las revistas de ‘Hola’, ‘Semana’, en los programas televisivos “del corazón” se nos dice quiénes son las gentes importantes.

            De esta manera que estoy argumentando nos habla hoy la sociedad y el mundo. Pero esta manera de pensar hace que haya primeros, vencedores, famosos, pero también provoca la existencia de segundones, “tercerones”… y últimos. Si hay vencedores, es que hay también vencidos. Si hay gente con éxito, es que hay gente fracasada. Hay gente que nunca saldrá en las revistas del corazón, salvo que le toque la lotería, o saldrá en el apartado de sucesos, si mata a la mujer o al marido o a los hijos. Hace un tiempo me llamaba por teléfono una mujer, que tenía una hija estudiando en la Universidad. Esta chica se presentó a unos exámenes en septiembre y, de cuatro asignaturas, aprobó tres. Cuando lo supo, esta chica se hundió. ¿Por qué? Se hundió solo pensando que otro alumno, que también se presentó a la asignatura que ella suspendió, haya podido aprobar y, de este modo, ella quedará de menos ante él. Sí, tiene miedo a quedar como una tonta, como una fracasada, como una perdedora, como la última mona. ¿En qué hemos convertido este mundo, nuestra sociedad para que la gente tenga miedo de aceptar que no somos mejores ni peores por quedar por delante o por detrás de otras personas? Ya sabéis el famoso refrán: “Más vale ser cabeza de ratón que cola de león”.

- Una vez más Jesús no quiere subirse a esta “rueda”, a este modo de pensar del mundo y de la sociedad. Los apóstoles también estaban metidos en esta “rueda”: “por el camino habían discutido quién era el más importante”. Jesús enseñó entonces a sus discípulos y nos enseña ahora a nosotros. Nos pregunta quién quiere ser el primero, el más importante, el vencedor…, y nos da la receta infalible para llegar a ser esto: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Para ser el primero, ante Dios y ante los hombres, hemos de ser el último de todos, hemos de servir a todos, hemos de quedar por locos y tontos, como S. Francisco de Asís y la M. Teresa de Calcuta en sus inicios. El primero renunció a sus riquezas y honores, y a su futuro por Dios y por los hombres. Teresa renunció a la seguridad del colegio y del convento para ir a las zonas más pobres de Calcuta para estar con los más pobres. Y, efectivamente, siendo los últimos de todos y los servidores de todos, se convirtieron en los primeros y la gente los buscaba y admiraba: las multitudes seguían a S. Francisco, las multitudes dieron a Teresa de Calcuta un adiós popular y general cuando falleció.

Sigue Jesús enseñándonos en el evangelio de hoy a ser los últimos de todos y los servidores de todos: “Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: - El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. En los tiempos de Jesús, los niños eran los que no valían, los que no contaban…, eran los últimos. Pues Jesús coge a un niño y lo pone en el centro, lo abraza, y dice que quien abrace y acoja a un niño, a un enfermo de Alzheimer, a un anciano baboso… (al último de la sociedad de hoy), entonces acoge al mismo Jesús, al mismo Dios. Y, acogiendo al mismo Dios, que se hace último por nosotros y para nosotros, pasaremos a ser también los últimos de todo y de todos… como Dios[1].

Tenemos dos opciones: a) podemos seguir la sabiduría del mundo (la de las revistas del corazón) y procurar ser vencedores, ganadores, primeros, los más importantes o famosos. Esta sabiduría produce envidias, peleas, desórdenes, luchas, conflictos, codicias, ambiciones…, y también miedo-horror al fracaso; b) podemos seguir la sabiduría de Dios y ser los últimos. Como nos dice la segunda lectura, la sabiduría de Dios tiene como frutos la paz, la comprensión, la docilidad, nos llena de misericordia y de buenas obras para con los otros, nos otorga la sinceridad en nuestras acciones, en nuestras palabras y en nuestras intenciones.

Una vez que he explicado todo lo anterior, vuelvo a plantear la pregunta que hice al principio de esta homilía: En esta iglesia parroquial, ¿quién es el más importante de los que aquí estamos? ¿Quién es el primero entre nosotros? Pero no a los ojos de esta sociedad, sino a los ojos de Dios.


[1] Estamos hablando de la humildad y en ella hay una serie de grados de menor a mayor. (Copio del P. Alonso Rodríguez): “Llevar bien todas las ocasiones que se me ofrecieren de humildad; y en esto tengo que ir crecien­do y subiendo por estos tres grados: 1º Llevándolas con pacien­cia; 2º con prontitud y facilidad; 3º con gozo y alegría. Y no tengo de parar hasta tener gozo y regocijo en ser despreciado y tenido en poco, por parecer e imitar a Cristo nuestro Redentor, que quiso ser despreciado y tenido en poco por mí”.

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