miércoles, 5 de febrero de 2020

Domingo V del Tiempo Ordinario (A)


9-2-20                              DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO (A)

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Homilía de audio
Queridos hermanos:
Celebramos este fin de semana la Campaña contra el Hambre. El lema de este año es el siguiente: “Quien más sufre el maltrato al planeta no eres tú”. En el mundo y en la Iglesia tenemos muy presente ahora la preocupación por la ecología. En esta misma línea está el lema de este año.
- Este 2020 el proyecto que vamos a acometer, por petición de Manos Unidas de Asturias, los arciprestazgos de El Fresno, de Oviedo y de Siero está situado en la República Democrática del Congo. Se trata de mejorar el acceso al agua potable en una población rural. Es en el poblado de Isingy/Kipuka de la región de Kwango-Kwilu. El coste del proyecto se ha cifrado en 81.292 €.
En aquella región del Congo hay dos temporadas: la de lluvia, que va desde el 15 de mayo al 15 de agosto, y la seca. No hay red eléctrica (se usan pequeños grupos electrógenos y placas solares); en tiempo de las lluvias las carreteras son impracticables. Apenas hay infraestructuras sanitarias. No hay acceso a una red de aguas tratadas, por lo que la gente bebe y usa aguas contaminadas. Como consecuencia de ello, los principales problemas de salud de los habitantes de esta zona se deben a la ingesta de agua contaminada y a la falta de higiene, lo cual origina tifus, parásitos abdominales, infecciones respiratorias y malaria.
La mayoría de la población vive de la agricultura. Hay una tasa de paro en torno al 40 %. Las gentes disponen de menos de un dólar al día para sobrevivir. No hay demasiadas escuelas y los maestros reciben sueldos ínfimos, aunque los padres se esfuerzan en mandar a sus hijos a la escuela.
El 54 % de la población es femenina y son las responsables de las tareas del hogar, de alimentar a sus familias y de traer agua a sus casas. Esto supone mucho esfuerzo físico, y mucho tiempo, ya que van a buscar agua a pie, varias veces al día. En Kipuka la red de agua data de 1950, y está destrozada e inutilizada.
Unas religiosas que trabajan en aquella zona solicitan a Manos Unidas colaboración para poner en marchan en un año un sistema de perforación, bombeo de agua potable a depósitos y distribución de ese agua a través de cuatro fuentes. El bombeo funcionará a través de diez paneles solares. El proyecto dará agua a 150 hogares de la comunidad (1.200 habitantes), que serán los beneficiarios directos. Estos colaborarán con el 14 % de la obra, en lo que se incluye el transporte de materiales desde la capital a su población. El sistema de traída y canalización del agua mejorará la salud y la higiene de los habitantes.
Indirectamente se beneficiarán las personas que estén de paso y tengan dificultades para acceder al agua. Se computan unas 3.000 personas como los beneficiarios indirectos.
- Nos dice Jesús: “Porque tuve sed y me disteis de beber” (Mt. 25, 35). El mismo Papa Francisco nos recuerda en su encíclica Laudato si (n. 30) que “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano esencial, fundamental y universal, puesto que determina la supervivencia de las personas y por esto es condición para el ejercicio de los otros derechos humanos”.
- Aparte de la ayuda económica que podamos aportar a otras personas que no tienen fácil acceso al agua, también es conveniente que trabajemos por ser conscientes de lo necesario que es el agua en nuestra vida y que procuremos no desperdiciar el agua en nuestra actividad diaria: al ducharnos, al fregar, al lavarnos los dientes… El agua es un bien escaso y cada vez lo será más.
- No obstante, también tenemos que tener una visión más profunda y espiritual sobre el agua. Jesús decía subido a la cruz: “Tengo sed” (Jn. 19, 28). Esta frase le sirvió a Teresa de Calcuta para orar, para acercarse a Jesús, para dar a Jesús a otras personas. Jesús tenía sed física, pero también tenía y tiene sed de nuestras almas.
El agua y la sed ha sido muy utilizada por los escritores sagrados para expresar la relación con Dios. Así el salmista dice: “¡Oh Dios, estoy sediento de ti!” (Slm. 63, 2); “tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” (Slm. 42, 3); “como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío” (Slm. 42, 2s).
Y el mismo Jesús utiliza esta rica imagen del agua: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn. 4, 13s). Por eso, la Samaritana le pide de esta agua: “Señor, dame de esa agua; así no tendré más sed” (Jn. 4, 15).
Hoy la gente nos grita a los cristianos, a la Iglesia, como la Samaritana para que le demos agua: agua que calme su sed física, pero también agua que calme una sed más profunda. No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaria, no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que solo puede dar significado pleno a la existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer un discernimiento para evitar las aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas. Mas nosotros, los cristianos, no podemos dar esta agua divina, si antes no la tenemos nosotros. No puede pasarnos lo que denunciaba el profeta Jeremías a los judíos: “Porque mi pueblo ha cometido dos maldades: me abandonaron a mí, la fuente de agua viva, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jer. 2, 13). Si Cristo no sacia nuestra sed, ¿cómo vamos a saciar la sed de Cristo de los demás? Si no tenemos en nuestra vida de cada día el agua de Jesús, ¿cómo vamos a poder dársela a los demás? Y el imperativo de Jesús nos sigue a todos lados: “Porque tuve sed y me disteis de beber” (Mt. 25, 35).

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