miércoles, 22 de enero de 2020

Domingo III del Tiempo Ordinario (A)


26-1-2020                   DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (A)




Homilía en vídeo
Homilía de audio.
Queridos hermanos:

            Hace unos años el Papa Juan Pablo II quiso instituir el segundo domingo de Pascua como el domingo de la Misericordia (de Dios). Y así se viene haciendo todos los años desde entonces. Pues bien, ahora el Papa Francisco quiere dar una mayor relevancia a la Palabra de Dios y por eso desea dedicar un domingo al año a esta. Así, este tercer domingo del Tiempo Ordinario estará dedicado a partir de ahora a la Palabra de Dios.

            En efecto, en la constitución dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II se dice: “es necesario que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la Palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual” (DV 21).

            - Para los católicos siempre ha sido muy importante la Misa, y esta Dios y la Iglesia la han protegido y exaltado de mil maneras: con el tercer mandamiento de la Ley de Dios, con el mandato de Jesús de “haced esto en conmemoración mía” (Lc. 22, 19), con el precepto dominical, es decir, la obligatoriedad de acudir a la Misa los domingos y días festivos, con la fiesta de las primeras comuniones de los niños y los años previos de preparación para ellas, con la fiesta del Corpus Christi, con exposiciones del Santísimo, con la práctica de la visita al sagrario, con la Adoración del Señor, con las comuniones espirituales… Sin embargo, no ha ocurrido lo mismo y con tanta fuerza con la Palabra de Dios, aunque desde el Concilio Vaticano II (año 1965) para acá se ha hecho mucho en este sentido.

            En efecto, un cristiano tiene que alimentarse fundamentalmente en las dos Mesas: en la Mesa de la Eucaristía y en la Mesa de la Palabra de Dios. Si no fuera de este modo, la Eucaristía sin la Palabra de Dios se iría reduciendo a ritos vacíos y a pura magia, pero la Palabra de Dios sin la Eucaristía quedaría en pura teoría y palabrería. De hecho, como se nos dice en los evangelios, la institución de la Eucaristía realizada por Jesucristo está acompañada de la Palabra de Dios (Mt. 26, 30; Mc. 18, 26).

            - Al inicio del libro del profeta Ezequiel se dice así: “Me dijo (Dios): -Hijo de hombre, come este libro (se refiere a Palabras de Dios) y ve luego a hablar al pueblo de Israel. Yo abrí la boca, y él me hizo comer el libro, diciéndome: -Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y me supo dulce como la miel” (Ez. 3, 1-3).

            Me voy a detener ahora en la Palabra de Dios, pues un auténtico católico ha de nutrirse de las dos mesas. Ciertamente para acercarse a la Biblia es mejor hacerlo de la mano de alguien que conozca la Sagrada Escritura y nos indique trozos de ella y cuáles son los mejores momentos para hacerlo, según nuestras circunstancias personales, y asimismo nos ayude en la interpretación de la Biblia. Todos los que estamos aquí hemos escuchado la Palabra de Dios, por ejemplo, cuando acudimos a los cultos que se dan en los templos, pero ¿cuántos de nosotros hemos cogido entre nuestras manos la Biblia y de un modo sistemático y constante la hemos leído? ¿Hemos leído el Nuevo Testamento entero alguna vez? ¿Hemos leído el Antiguo Testamento entero alguna vez?

            De seminarista yo me acostumbré a leer todas las noches antes de acostarme dos capítulos del Antiguo Testamento y uno del Nuevo, y así pude leer la Biblia entera y varias veces y pude descubrir pasajes nuevos y aspectos en los que no había caído. Hoy día puedo decir que la Biblia para mí es como un álbum de fotos, en donde reconozco textos que el Señor me ha regalado y han tocado mi corazón a lo largo de mi vida.

            - Como os acabo de decir, para acercarse a la Biblia es mejor hacerlo de la mano de alguien que te pueda ir orientando y aclarando las dudas que te vayan surgiendo. Pero además, existen algunos métodos para acercarse a esta Palabra de Dios. Uno de estos métodos se llama la ‘lectio divina’. Voy a deciros (por alto) en qué consiste y así para que podáis llevarlo a la práctica:

Primero, hago la oración preparatoria. En ella recuerdo que Dios está conmigo. Caigo en la cuenta de que no estoy solo. Aunque pueda tal vez sentirme así, no estoy solo. Dios y el Espíritu Santo están conmigo. Recuerdo también que Dios me habla por medio de su Palabra. Ya en mi vida voy apreciando y respetando cada vez más esa Palabra de Dios. Sé que, si me preparo, si me siento necesitado de su Palabra, Él me va a hablar por medio de Ella.

            Segundo, leo muy despacio el pasaje o el trozo de la Biblia, que me propongo orar.  Lo leo primero todo de una vez.  Luego sigo con los siguientes pasos:

            Tercero, me fijo en qué dice el texto. Si me ayuda, subrayo con  un lápiz.

            Cuarto, me fijo en qué ME dice el texto. Sin prisas recorro el texto y profundizo en él y me dejo interpelar por él… y lo procuro trasladar a mi vida concreta.

            Quinto, ¿qué le digo? Tengo una conversación con Jesús. Puedo escribirla, si quiero. Le digo lo que me salga del corazón en ese momento.

            Sexto, nos miramos Jesús y yo. Abandonada toda palabra, saboreo la escena que he leído y meditado. La saboreo y revivo como si estuviera presenta. Veo a Jesús, oigo a Jesús. Contemplo saliendo de mí mismo, de mis problemas, de mis preocupaciones, de mis egoísmos... Ahora solo importa Él.

            Séptimo, nos despedimos. Hago una oración de agradecimiento. Con mis propias palabras, con mucha sencillez, le doy las gracias por todo el bien que Él me va concediendo.

            Que Dios nos conceda leer la Palabra, conocer la Palabra y amar la Palabra.

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