domingo, 12 de agosto de 2018

Asunción de María a los cielos


15-8-2018                   ASUNCION DE LA VIRGEN MARIA (B)
                                   Ap. 11,19a;12,1.3-6a.10ab; Slm. 44; 1Co. 15,20-27a; Lc. 1,39-56

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Queridos hermanos:
            Hace un tiempo hablaba con una persona de 38 años. Es una persona licenciada, con un puesto importante en una empresa privada, de reconocido prestigio dentro de su ámbito laboral. Esta persona había estudiado hasta el COU en colegios religiosos. Esta persona tiene fe en Dios, aunque habitualmente no practica, por lo que ni reza a diario, ni acude a la Eucaristía semanalmente, ni se confiesa. No practica, pero no se trata de un rechazo, sino más bien de una cierta desidia. En medio de la conversación le pregunté: “¿Cómo va tu relación con Dios?” Esta persona se quedó muy extrañada de la pregunta y me dijo que no la entendía. Me preguntó si quería decir que si iba a Misa o que si rezaba o que si creía en Dios, y yo le insistía que no le preguntaba eso, ni me interesaba eso, sólo le preguntaba ‘¿cómo era su relación con Dios?’: si lo amaba, si se sentía amado por Él, si le hablaba y sentía su respuesta, si percibía la compañía de Él en su vida de cada día. Finalmente, me contestó que no, y que era la primera que vez que escuchaba eso, y que desconocía que eso se pudiera dar o existir. También me preguntó si esa relación con Dios podía acontecer en todas las personas.
            ¿A qué viene esta anécdota? Pues viene a enlazar con unas palabras de san Pablo: “El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas. Por el contrario, quien posee el Espíritu (de Dios) lo discierne todo”. Estas palabras de san Pablo tienen  hoy, por desgracia, plena actualidad, incluso entre los cristianos bautizados. Hemos recibido la gracia bautismal, la 1ª Comunión, quizás el sacramento de la Confirmación, el sacramento del matrimonio y/o el del orden, pero... somos hombres y mujeres mundanos, que al no tratar de Dios y con Dios, que al dejarnos imbuir por los valores del mundo frente a los valores del evangelio, entonces... las palabras de Jesús carecen de sentido y no podemos entenderlas. Por desgracia, hoy existen cristianos para los que es más importante lo que se dice en ‘Sálvame Deluxe’ o lo que dice la famosa o el famoso de turno, que lo que dice el Evangelio o la Iglesia; hay cristianos para los que es más importante lo que dice su ideología política o de partido, que lo que dice el Evangelio o la Iglesia. De esta manera, nos convertimos en seres mundanos que no captamos el lenguaje del Espíritu de Dios. Hace unos años pasaba por la calle Campomanes de Oviedo y vi colgada en la fachada de una casa un letrero que decía: “Fernando, gracias por hacernos felices”. (Fernando Alonso acababa de ganar la Fórmula 1). Fernando Alonso ganó dos Fórmulas 1. Después nada. A mí personalmente me parece muy bien que Fernando gane premios y cuantos más mejor, pero... sería triste que nuestra felicidad proviniera únicamente de las cosas externas y luego, ante Dios y sus “cosas”, permaneciéramos indiferentes o pasivos. ¿Por qué todo el país vibró hace años con el triunfo de Fernando y no vibra con “las cosas de Dios”? Nos sucede lo que decía san Pablo: “El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas.”
            ¿Quién puede comprender a Dios y las cosas de Dios? ¿Quién puede comprender las palabras de Dios y su voluntad? Sólo aquellos que tienen el Espíritu de Dios. ¿Cómo se consigue este Espíritu? ¿Cómo pueden los fieles, cómo podemos nosotros tener ese Espíritu para que, cuando Dios pase a nuestro lado, lo reconozcamos? Para comprender a Dios, es decir, para COMPRENDER A CRISTO hemos de seguir las huellas y el ejemplo de su Madre, María. Ella fue una mujer que estaba metida de llena en el mundo, en la sociedad de su época, en sus preocupaciones y problemas más sencillos (pensemos en cómo se puso de camino inmediatamente en cuanto supo que su prima Isabel estaba encinta, o cómo se dio cuenta y preocupó de los novios a los que les faltaba el vino en sus bodas y no quería que quedaran en ridículo), pero también fue un mujer totalmente abierta a Dios y, por tanto, contemplativa[1]. Su vida de coherencia, de honradez, de humildad, de generosidad, de laboriosidad, de silencio, de oración, de fe hizo posible que la visita del Arcángel Gabriel fuese comprendida por María y no se quedara en el aspecto puramente externo: “¡¡He tenido una aparición de ángeles!!” María, abriéndose a la gracia de Dios, pudo escuchar las cosas de Dios, comprender las cosas de Dios y, a través de ello, pudo acoger a Cristo en su seno y en su corazón. Como nos dice el Santo Padre Juan Pablo II en su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, María llegó a comprender las cosas que Jesús enseñó, pero sobre todo comprendió a su Hijo, “pues entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio” (Rosarium Virginis Mariae, n. 14). En definitiva, Juan Pablo II nos propone a María como modelo a seguir en nuestra vida ordinaria para poder llegar a Cristo, para que, por el Espíritu de Dios, lleguemos a comprender a Cristo mismo y así lleguemos al Padre.
            En definitiva, María es tipo para la Iglesia, y para los fieles del camino de conversión permanente.

            Pidamos que Dios Padre nos regale su Espíritu para que comprendamos a su Hijo Jesucristo.
            Pidamos a Dios que nos otorgue la humildad de María, la cual abierta al Espíritu divino por la contemplación permanente, vivió inmersa en el mundo y con igual fuerza supo discernir las cosas de Dios, acoger en su seno al Hijo de Dios, comprenderlo y ser su mejor discípula.

[1] ¿Qué es la contemplación? De modo sencillo, se puede decir que ésta es la apertura total a Dios, centrar la atención, la mirada solamente en El. En esta situación Dios toma posesión del contemplativo y lo transforma en El.

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