4-8-2013 DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
Jesús
se fue convirtiendo, con el paso del tiempo, en un hombre, en un profeta y en
un maestro que era referente para toda la gente de Israel: le presentaban
enfermos para que los curase, escuchaban sus palabras, le preguntaban todas las
dudas, le pedían que les enseñase a orar, y también (como hoy) le pedían que
intermediara en problemas de familiares (Marta y María, y en casos de
herencias). Como veis, estos problemas de las herencias no suceden sólo ahora,
sino que ya hace 2000 años también estaban presentes. Vamos a analizar el caso
y veremos las enseñanzas que Jesús deseaba que aprendieran los que le
escucharon entonces, pero que igualmente nosotros hoy día podemos y debemos
aprender de Él.
Por
lo visto, unos padres murieron. Estos padres tenían dos hijos y ambos debían
heredar, bien fuera mitad por mitad, bien fuera un porcentaje uno y otro
porcentaje distinto el otro hijo. Pero parecer ser que uno de los hijos se
quedó con toda la herencia y no quería dar nada a su hermano. Por eso, el
hermano al que no se le había dado su parte se quejó a Jesús diciendo: “Maestro, dile a mi hermano que reparta
conmigo la herencia”. Jesús, al
conocer el caso, podía haber adoptado dos posiciones: 1) ‘¡Qué razón tiene
este hombre y tengo que hacer lo posible para que el hermano le entregue, en
justicia, lo que es suyo y lo que los padres les dejaron para ambos’. Esto es
lo que todos esperábamos que hiciera Jesús: que diera a cada uno lo suyo, pues
eso era lo justo. 2) También es cierto que Jesús podía haber dicho: ‘¡Ay, ay,
ay! A mí no me metáis en líos de dinero. Yo sólo estoy para las cosas espirituales
y de Dios. Paisano, vete al juzgado y denuncia los hechos, y que el juez te dé
lo que te corresponde por testamento (si lo hay) o por ley’. Bueno, en este
caso podríamos haber dicho que Jesús se había lavado las manos, aunque era
correcto el consejo que le daba.
Sin embargo,
Jesús no dijo ni lo primero ni lo segundo. Jesús dijo otra cosa que desconcertó
entonces al que pedía su parte de la herencia y a los que escucharon sus
palabras. En efecto, dijo Jesús: “Hombre,
¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?” Ésta parece que es la
segunda respuesta, es decir, que Jesús se desentendía de aquel lío, pero, y
aquí está lo importante, añadió: “Guardaros
de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de
sus bienes”. Y Jesús termina el evangelio diciendo que no hay que
amasar riquezas para sí, sino ser rico ante Dios. Vamos a profundizar en
estas palabras de Jesús:
1)
Lo peor del caso que presentan a Jesús no es que un hermano robe a otro lo que
en justicia le debe. NO. Lo peor es que
el hermano que se quedó con toda la herencia puso por encima del amor a su
hermano, por encima de la voluntad de sus padres, por encima de lo que era
justo…, puso su codicia y su amor y apego a las cosas materiales por encima de
todo lo demás: Para este hombre eran más importante las cosas materiales
que su hermano, las cosas materiales que sus padres, las cosas materiales que
la justicia, las cosas materiales que la mala fama que pudiera tener por su comportamiento ante sus vecinos y
conocidos, las cosas materiales que la voluntad de Dios.
2)
Pero Jesús también vio en el hermano que
se había quedado sin nada, además de la injusticia que le había hecho su
hermano de sangre, que en su corazón
también había: a) codicia de las cosas materiales, b) rencor y odio contra su
hermano, y c) un deseo de utilizar lo más sagrado (la mediación de Jesús y de
Dios) para conseguir sus fines y objetivos. Y sus fines eran recobrar las
cosas que eran suyas, acrecentar la mala fama de su hermano, y vencer a su
hermano y humillarlo cuando tuviera que repartir a la fuerza con él la
herencia. Todo esto lo observó Jesús. Por eso dijo refiriéndose a los dos
hermanos (al que se había quedado con todo y al que se había quedado sin nada),
pero también refiriéndose a todos los que escuchaban sus palabras: “Guardaros de toda clase de codicia. Pues
aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.
3)
Todos hemos nacido desnudos y sin poseer nada. Todos moriremos desnudos (bien
porque al incinerarnos nos quemen la ropa o mortaja que nos pongan al morir,
bien porque esa ropa no nos sirva de nada en la sepultura) y sin podernos
llevar nada para allá. Mirad el ejemplo de los faraones: Amontonaban riquezas,
se las metían todas en sus tumbas y pirámides hasta que, con el paso del
tiempo, se las fueron robando. Por eso, dice la primera lectura: “Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y
acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado”. Tantas
veces he sido testigo de dinero y bienes logrados por una familia o unos
padres, para que los descendientes lo dilapiden en unos pocos años. Por ello, no nos agotemos a ganar y acaparar bienes
materiales, pues nuestra vida eterna no depende de nuestros bienes y lo que
importa es ser rico ante Dios y no ante los demás.
En el
accidente ferroviario de Santiago de Compostela murieron 79 personas. Cada uno
tenía sus estudios, sus ilusiones, sus bienes materiales…, pero nada de eso les
sirve ahora. Fueron llamados por la muerte cuando menos lo esperaban. Ahora sólo les importa si eran ricos ante
Dios y no ante sí mismos o ante los demás. Por eso, en la segunda lectura
se nos dice a todos: “Buscad los bienes
de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los
bienes de arriba, no a los de la tierra […] No sigáis engañándoos unos a otros.
Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo”.
4) La codicia
es el deseo obsesivo e irrefrenable de tener cosas materiales y que éstas sean
lo principal en la vida. Se aman las cosas con todo el corazón, con toda la mente,
con todo el ser y con toda el alma. Por eso, la codicia,
como dice la segunda lectura, es una idolatría, o sea, un falso Dios, que
produce frutos terribles: ira y
rencillas entre los hombres: Necesitamos comer, vestidos, vivienda, descanso,
cultura, etc., pero muchas veces queremos más cosas y por las cosas nos
peleamos: recuerdo que supe el caso de una mujer que hace unos años se enfadó
porque se repartió un plus de productividad en su empresa y a otros se lo
dieron y a ella no. Tenía toda la razón, humanamente hablando, pero la codicia
le hizo mirar mal, a partir de entonces, a los compañeros, a los jefes, no
dormir, murmurar, trabajar a disgusto, etc. O también tenemos ejemplos de
tantas familias rotas por las herencias. Envidia:
la persona que es poseída por la codicia siente envidia de otras personas que
tienen cosas materiales, o se enfadan con otras personas que se las pueden
quitar. Ansiedad, nerviosismo y falta de
paz: Se desea un coche mejor, una casa mejor, un abrigo mejor, una
bicicleta mejor. Se desea más dinero, por eso se trabaja más horas, se juega a
juegos de azar y se procura no gastar y que otros gasten para uno (caso de mi
prima y su pretendido novio). El corazón de uno lo ocupan las cosas, nunca se
tiene bastante y roban la paz de nuestro ser. Afecta a las relaciones familiares y a la educación de los hijos:
Por ejemplo, la codicia produce que un padre o una madre no puedan tratar mucho
con sus hijos ni los eduquen por estar más pendientes de sus trabajos, de sus
éxitos profesionales, de conseguir más bienes materiales que… de sus hijos.
Supe de un caso en que un padre reñía a su hijo en medio de una discusión: ‘Todo
el día trabajando para traerte cosas y así me lo pagas’. Y el hijo contestaba:
‘Eso; tú me has dado cosas: ropas, moto, viajes, etc., pero no me has dado
cariño. Cuando yo tenía problemas o quería jugar contigo, tú nunca tenías
tiempo’. La codicia endurece el corazón del hombre contra el hombre. La codicia también produce
alejamiento de Dios: ‘Trabajo toda la semana y, para un día que puedo
dormir, no voy a ir a Misa; además, para ser un buen cristiano no hace falta ir
a Misa’. Y éste, que es ‘buen cristiano’, no tiene tiempo para Dios, para
escuchar su Palabra, para rezarle, para estar con otros cristianos. Ya lo dice
Jesús: "No se puede servir a Dios y
al dinero. Porque se aborrecerá a uno y se amará al otro". Dice
Jesús: Quien ama al dinero, a las cosas, aborrece a Dios.
Para terminar os voy a dar dos buenos remedios contra la
codicia, son unos remedios infalibles: * Haced pocos gastos superfluos y
evitaréis rodearos de tantos ‘cacharritos’: cosas innecesarias. * Dad limosnas
y así seréis ricos para Dios, aunque al final de la vida tengáis menos cosas
materiales de vuestra propiedad.