miércoles, 26 de noviembre de 2025

Domingo I de Adviento (A)

30-11-2025                             DOMINGO I DE ADVIENTO (A)

Is. 2, 1-5;Slm. 121; Rm. 13, 11-14a; Mt. 24, 37-44

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Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            Seguimos otro domingo más explicando el Símbolo de la Fe. Estamos aún con la primera verdad: “Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”.

            - El Catecismo de la Iglesia Católica dedica una serie de números a explicar el misterio de la creación:

            * En efecto, Dios ha creado el mundo por amor. El mundo no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. “Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad” (n. 295).

            * Dios creó el mundo de la nada. “Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear. La creación tampoco es una emanación necesaria de la substancia divina. Dios crea libremente ‘de la nada’ (Concilio de Letrán IV: DS 800; Concilio Vaticano I: ibíd., 3025): ‘¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere’ (San Teófilo de Antioquía)” (n. 296).

“La fe en la creación ‘de la nada’ está atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio: ‘Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes [...] Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia’ (2º M 7,22-23.28)” (n. 297).

            * Dios crea un mundo bueno. “Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad (‘Y vio Dios que era bueno [...] muy bueno’: Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación[1], comprendida la del mundo material” (n. 299).

            * Dios mantiene y conduce la creación. “Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No solo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza” (n. 301).

            - El escándalo del mal en la creación. Vemos cómo un poco más arriba se decía en el Génesis que Dios había hecho un mundo bueno, ‘muy bueno’ (Gn 1,4.10.12.18.21.31).

Si Dios Padre todopoderoso tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal[2]? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar” (n. 309).

Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo ‘en estado de vía’ hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección (n. 310).

Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien” (n. 311).

Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien” (n. 312). Escribió santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, en la prisión en la que lo tenía el rey Enrique VIII a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”.

“Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios ‘cara a cara’ (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra” (n. 314).


[1] Caso del profesor de religión que decía que había miembros puros e impuros en el hombre.

[2] El 26 de julio me llamó un amigo de Oviedo, porque tenía el hombro mal y había ido al HUCA. Me decía que la consulta estaba llena de gente joven esperando a entrar y a uno le faltaba una pierna o dos, o… Y me decía este amigo: ‘Yo que me quejaba de mi mala suerte, ¡qué bien estoy en comparación con aquellos otros jóvenes que allí estaban!’

miércoles, 19 de noviembre de 2025

Jesucristo, Rey del Universo (C)

23-11-2025     DOMINGO DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C)

                                                          Sm. 5,1-3; Slm. 121; Col. 1,12-20; Lc. 22, 35-43

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Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            Seguimos otro domingo más explicando el Símbolo de la Fe. Estamos con la primera verdad: “Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”.

Párrafo 2º: El Padre (continuación).

            - El dogma de la Santísima Trinidad estuvo desde muy temprano en la conciencia de la Iglesia. Ella lo recogió del mismo Jesucristo, quien al despedirse de sus discípulos les dijo: “Id, y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 19).

            Para tratar de profundizar y explicar a los cristianos esta verdad fundamental en nuestra fe se utilizaron diversas palabras que dieron claridad a este dogma: naturaleza y persona (n. 252). La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas. Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: ‘El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza’ (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). ‘Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina’ (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804)” (n. 253).

Distintas y en unidad. “Las Personas divinas son realmente distintas entre sí. ‘Padre’, ‘Hijo’, ‘Espíritu Santo’ no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: ‘El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo’ (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: ‘El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien actúa’ (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina” (n. 254). “‘A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo’ (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331) (n. 255).

A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno confía este resumen de la fe trinitaria: ‘Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje [...] Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero (n. 256).

El fin último de toda la salvación divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: ‘Si alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él’ (Jn 14,23) (n. 260).

Párrafo 3º: El Todopoderoso.

- De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Credo. Sí, Dios es Padre TODOPODEROSO. Lo uno va unido a lo otro. Dios es ‘más’ Todopoderoso, no cuando crea el universo entero, no cuando puede hacer y deshacer a su antojo, no cuando derrota a todos sus enemigos…, sino y sobre todo cuando, “por su misericordia infinita, muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados” (n. 270). Dios es ‘más’ Todopoderoso cuanto más ama, cuanta más misericordia nos muestra, cuanto más se abaja a nosotros, cuando nos entrega a su Hijo Único…

- El misterio de la aparente impotencia de Dios. “La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es ‘poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres’ (1 Co 2, 24-25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre ‘desplegó el vigor de su fuerza’” (n. 272).

Solo la fe puede aceptar este camino misterioso de la omnipotencia de Dios. “De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que ‘nada es imposible para Dios’ (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas del Señor: ‘el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo’ (Lc 1,49)” (n. 273).

Párrafo 4º: El Creador.

- La creación es el comienzo de la historia de la salvación, que culmina en Cristo. Desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo.

- “La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado: ‘¿De dónde venimos?’ ‘¿A dónde vamos?’ ‘¿Cuál es nuestro origen?’’"¿Cuál es nuestro fin?’ ‘¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?’ Las dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y nuestro obrar (n. 282).

- “La cuestión sobre los orígenes del mundo y del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas […] Estos descubrimientos nos invitan a admirar más la grandeza del Creador, a darle gracias por todas sus obras y por la inteligencia y la sabiduría que da a los sabios e investigadores” (n. 283). Sin embargo, “no se trata solo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos, ni cuándo apareció el hombre, sino más bien de descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios. Y si el mundo procede de la sabiduría y de la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal?, ¿de dónde viene?, ¿quién es responsable de él?, ¿dónde está la posibilidad de liberarse del mal? (n. 283).

- La inteligencia humana puede ciertamente encontrar por sí misma una respuesta a la cuestión de los orígenes. Y asimismo la existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras gracias a la luz de la razón humana. Pero la fe viene a confirmar el conocimiento que tenemos sobre la creación (Hb. 11, 3). En efecto, Dios ha revelado a los hombres, al pueblo de Israel la verdad de la creación como primer paso para revelar a continuación la Alianza de Dios con los hombres: Dios crea a los hombres por amor y los crea para otorgarles la salvación eterna, que es el máximo designio del amor de Dios a los hombres. De este modo, creación y salvación están indisolublemente unidos entre sí. Los tres primeros capítulos del Génesis expresan “las verdades de la creación, de su origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad, de la vocación del hombre, finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la salvación” (n. 289).

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (C)

16-11-2025                 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (C)

 

                                              Mlq. 4, 1-2a; 3, 19-20; Slm. 97; 2 Ts. 3, 7-12; Lc. 21, 5-19

Homilía de vídeo.  

Homilía en audio.  

Queridos hermanos:

            En la exhortación Apostólica “SACRAMENTUM CARITATIS”, del Papa Bendicto XVI sobre la Eucaristía, en su número 46, se dice: Es conveniente que, partiendo del leccionario trienal, se prediquen a los fieles homilías temáticas que, a lo largo del año litúrgico, traten los grandes temas de la fe cristiana, según lo que el Magisterio propone en los cuatro «pilares» del Catecismo de la Iglesia Católica […]: la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana. Pues bien quisiera tratar durante varios domingos EL CREDO APOSTÓLICO. Utilizaré para ello el Catecismo de la Iglesia Católica.

            Cuando estuve en Roma para licenciarme en Derecho Canónico, en los años 1988-1990, sucedió la caída del Muro de Berlín y del comunismo en los países del Este. Nos contaron el caso de los católicos de Checoslovaquia, que no podían salir de su país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945). Con la caída del comunismo los últimos gobiernos de este signo político tuvieron que levantar un poco la mano y permitieron que los católicos hicieran una peregrinación en tren hasta Roma. Entre los viajeros había infiltrados muchos agentes del gobierno que espiaban a los peregrinos, a fin de reconocer a los líderes y luego actuar contra ellos a su vuelta a Checoslovaquia. Sin embargo, todos los agentes fueron reconocidos, porque, a las personas desconocidas para los peregrinos y que se hacían pasar por católicos, se les hacía recitar el Credo en latín. Por supuesto que los agentes no lo sabían y enseguida quedaban señalados y aislados, por lo que tenían que bajar del tren inmediatamente.

            El Credo ha sido (y es) señal de identidad de los cristianos desde los primeros años de existencia de la Iglesia. Esta “quiso recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y articulados destinados sobre todo a los candidatos al bautismo […] ‘Este resumen de la fe encierra en pocas palabras todo el conocimiento de la verdadera piedad contenida en el Antiguo y el Nuevo Testamento’ (San Cirilo de Jerusalén)” (n. 186 del Catecismo).

            El Credo resume la fe que profesamos los cristianos. El Credo “es la recopilación de las principales verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva de punto de referencia primero y fundamental de la catequesis” (n. 188). Este Credo lo recitamos en las Misas más importantes, en las celebraciones del Bautismo, de la 1ª Comunión y de la Confirmación.

Artículo 1. “Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.

Párrafo 1º: “Creo en Dios”.

- Creer en Dios es el fundamento de nuestra fe. Creemos en un solo Dios, ya que no adoramos a otros dioses. No adoramos, ni nos salvarán, ni nos perdonarán otros dioses distintos del único Dios. No creemos ni adoramos a las cosas materiales (joyas, oro, casas, coches, tierras…). No creemos ni adoramos a otras personas humanas, por muy fuertes, grandes, bellas, sanas, jóvenes o por muchas capacidades que tengan (jugadores de fútbol, cantantes, amigos, familiares…). No creemos ni adoramos ideologías, doctrinas, por muy bellas que sean. No creemos ni adoramos nuestro EGO... Solo creemos y adoramos a Dios, el único Dios. A Él lo amamos con todas nuestras fuerzas, porque ‘creer’ en Él supone amar a este Dios (nn. 199-201).

- ¿Cómo y por qué podemos conocer, adorar, creer y amar a Dios? No porque seamos inteligentes, no porque lo hayamos encontrado por casualidad, sino porque ha sido el mismo Dios el que se ha revelado a nosotros. ‘Revelar’ significa que Dios se ha mostrado al hombre, se ha acercado al hombre, se ha abajado al hombre. Y de este modo el hombre ha podido conocerlo, adorarlo, creer en Él y amarlo (nn. 206-207).

- El hombre creyente (y no creyente) es pequeño ante Dios. “Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la santidad divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: ‘¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!’ (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’ (Lc 5,8)” (n. 208).

- Dios es. Esta es una experiencia extraordinaria: cuando un hombre siente y percibe a Dios, exclama maravillado: ‘Dios es’. Es una sorpresa absoluta. El hombre que tiene una experiencia de Dios se da cuenta que conocía a Dios de oídas, de libro, en teoría, pero ahora sabe que ES verdad, siente que ES verdad. Pero Dios es tan grande, pertenece a otra dimensión de tal manera que no puede ser aprehendido, ni comprendido. Se sabe de Él y se le percibe como Alguien que ha sido desde siempre, y que será para siempre. Dice el salmo 102: “Ellos[1] perecen, mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan [...] pero tú siempre el mismo, no tienen fin tus años”.

- Desde esta perspectiva se comprende perfectamente que santa Teresa de Jesús haya compuesta esta poesía: “Nada te turbe, / Nada te espante. Todo se pasa, / Dios no se muda. La paciencia,  / Todo lo alcanza; Quien a Dios tiene, / Nada le falta: Sólo Dios basta (n. 227).

Párrafo 2º: El Padre.

- Hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina […] Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo” (n. 234). “La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto […] La intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo” (n. 237).

- Al designar a Dios con el nombre de ‘Padre’, el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: 1) que Dios es el origen primero de todo y 2) que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Nadie es padre como lo es Dios (cf. n. 239).


[1] Los hombres, los reinos, los imperios, las ciudades, las cosas…