7-9-2025 DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (C)
Sb. 9, 13-19; Slm. 89; Flm. 9b-10.12-17; Lc. 14, 25-33
Queridos hermanos:
- El evangelio que
acabamos de escuchar nos parecerá exigente y duro; tan duro que, incluso
algunos de nosotros, podemos decir que es una metáfora. Sin embargo, las
palabras de Jesús están bien claras. Dios no quiere sólo nuestra asistencia a
Misa, ni nuestros rezos, ni nuestras limosnas, ni que simplemente nos
confesemos católicos. Eso es demasiado poco. Dios nos quiere a nosotros, por
entero.
Jesucristo en el
evangelio de hoy nos expone una serie de condiciones para seguirlo, para ser
discípulo suyo. Veámoslas:
* “Si alguno se viene conmigo y no pospone a
su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus
hermanas, e incluso a sí mismo, no puede
ser discípulo mío”.
* “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío”.
* “El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”.
Es verdad, muchos de
nosotros anteponemos muchas cosas y muchas personas a Dios: + Por ejemplo,
cuando nos hacen daño de palabra, de obra o de omisión y no somos capaces de perdonar
por amor a Dios; entonces es que anteponemos otras cosas a Dios y a su
evangelio. + Por ejemplo, cuando un joven dice que no tiene tiempo de ir a Misa
el domingo porque tiene exámenes, pero sí que saca tiempo para irse a distraer
algo o para ir al cine o para ir a tomar algo o para ir a la playa. + Por
ejemplo, cuando en Taramundi había gente que no tenía tiempo de ir a la Misa de los domingos, pero el
lunes moría algún vecino y entonces sí que esa gente sacaba tiempo para ir el
miércoles al funeral. Es decir, saco tiempo para ver una película, o un partido
de fútbol, o una carrera de coches, o una telenovela, o para Internet…, pero
Dios queda en el último lugar. + Por ejemplo, hace poco me contaba una persona
cómo su hijo estuvo reñido con Dios durante un año completo, porque su marido
había estado enfermo de cáncer. El hijo había suplicado insistentemente a Dios
que lo curase y, como no lo había hecho y el padre había fallecido, este hijo
se había enfado con Dios y no le había dirigido la palabra ni había acudido a
los cultos ni al templo en un año. + Por ejemplo, cuánto trabajo nos cuesta
desprendernos de objetos materiales que vamos acumulando mes tras mes. Estamos
muy pegados a ellos. Digo esto porque con frecuencia, al terminar la confesión,
pongo a algunas personas el desprenderse de 2 ó 3 objetos personales y ¡qué
trabajo les cuesta hacerlo!
Pero también he visto lo contrario: + Por ejemplo,
cuando decimos que es primero la obligación que la devoción es, con frecuencia,
para dejar a Dios en segundo lugar. Hacia 1995 fui un verano a ayudar en una
parroquia alemana (en Wadersloh [diócesis de Münster]). Allí conocí a Frau
Adrian, una madre con 7 hijos, la cualre Münster]) o a ayudar en una parroquia alemana
(Wadersloh u mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, sacaba tiempo, además de para hacer su trabajo
en casa y fuera de casa, para ir a Misa cada día. Me decía ella que era de
donde sacaba fuerza para llevar adelante a su familia. El hijo mayor tenía unos
20 años y el pequeño unos 2 años, y todo el mundo colaboraba en aquella casa,
pero era Frau Adrian quien sostenía toda la familia y a quien acudían todos con
los problemas más distintos. + Por ejemplo, cuando un padre separado y con dos
niñas pequeñas me contaba que, estando sus hijas con los abuelos maternos y
estando él preocupado de la educación religiosa de sus hijas, de que amaran a
Dios, les pidió a sus hijas que requiriesen a los abuelos que las llevaran un
domingo a Misa. Las dos niñas, de unos 10 y 9 años, así lo hicieron. Al saber
esto el padre, muy emocionado les dijo que Dios había engordando tanto en el
cielo de satisfacción, que varios ángeles tuvieron que salirse del cielo, pues
no cabían. La más pequeña contestó sorprendida a su padre: “¿De verdad, papi?” Y es que amar a Dios más que a los hijos, no es
“mandar a estos a la porra”, sino que este hombre lo ha hecho de tal manera
que, para ella y para sus hijas, Dios es lo más importante. Y esto entra
perfectamente dentro del mensaje de Jesús en el evangelio de hoy.
Esto es el evangelio
de Jesucristo: anteponer a la llamada de la sangre (hermanos, padres, mujer,
hijos) la llamada de Dios; anteponer a Dios sobre la propia vida; anteponer a
Dios sobre mis bienes, mi razón o mis razones; coger nuestra cruz de cada día
(dolores, incomprensiones, ataques personales e injustificados por parte de
otros, etc.) y apretándola y sujetándola fuertemente seguir los pasos de Jesús.
Cuando yo soy capaz de hacer esto, es
cuando puedo llamarme y ser discípulo de Jesús.
* Ante esta explicación
y haciendo un examen de mi vida, ¿puedo ser llamado por los demás, por Dios
“discípulo de Jesús”? Ante esta explicación y haciendo un examen de mi vida,
¿puedo considerarme “discípulo de Jesús”?
* Oigamos una vez más
las palabras de Jesús en el evangelio de hoy:
“Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a
su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí
mismo, no puede ser discípulo mío”.
“Quien no lleve su cruz detrás de mí, no
puede ser discípulo mío”.
“El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”.
¿Puede realmente alguien ser de verdad discípulo de Jesús, o más bien
esto es una utopía y algo inalcanzable para cualquier hombre de carne y hueso?
- La respuesta ante
esta pregunta está contenida, a mi modo de ver, en la primera lectura que
acabamos de escuchar. Dice así: "¿Quién
conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu santo Espíritu
desde el cielo?" Y sigue diciendo la lectura que
sólo con la sabiduría de Dios y de su Santo Espíritu podrán ser rectos los
caminos de los hombres; sólo con esta sabiduría divina podrán aprender los
hombres lo que le agrada al Señor, y sólo esta sabiduría los salvará.
Hace
pocos días se leía la 1ª carta a los
Corintios donde S. Pablo decía: "A
nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una
locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio
del Espíritu". Todo esto es una verdad como un puño. Sólo se puede
entender la voluntad de Dios y las palabras de Dios, si Él acude en nuestra
ayuda con el Espíritu, que es quien nos lo explica todo y quien nos guía para
que la palabra y la voluntad de Dios se cumplan en nosotros. Por ejemplo, ¿cómo
vamos a entender el evangelio de hoy, si no es con la asistencia del Espíritu?
¿Cómo vamos a vivir el evangelio de hoy, si no es con la asistencia del
Espíritu?
En definitiva, todo
esto y todo lo que procede de Dios sólo lo podremos entender si Él viene en
nuestra ayuda; en caso contrario, como decía S. Pablo, nos parecerá una
locura. Sólo el Señor puede hacer que nosotros lleguemos a vivir esto. Quien ha
probado de las mieles de Dios, de sus amores puede llegar a entender esto y a
posponer todas las personas y las cosas ante el mismo Dios, porque Él es lo
único eterno.