jueves, 19 de junio de 2025

Corpus Christi (C)

22-6-2025                                          CORPUS CHRISTI (C)

Gn. 14, 18-20; Slm. 109; 1 Co. 11, 23-26; Lc. 9,11b-17

Queridos hermanos:

            En este domingo del Corpus y en el siguiente quisiera tratar los principios básicos que sostienen toda la Doctrina Social de la Iglesia. Esta Doctrina Social nos ayudará y enseñará a los católicos a realizar mejor eso que se nos propone como lema de este año: entregar nuestra vida a tantas personas dolientes, heridas, moribundas, solitarias, fracasadas, destrozadas, sin ilusión, sin futuro ni horizontes en sus vidas.

Esos siete principios son los siguientes:

1. El principio del bien común.

2. El destino universal de los bienes.

3. El principio de subsidiaridad.

4. El principio de participación.

5. El principio de solidaridad.

6. El principio de los valores, fundamentalmente estos cuatro: la verdad, la libertad, la justicia, el amor.

7. Finalmente, este último, el amor, es el valor principal, porque ha de ser el que dé UNIDAD a los demás valores.

Podríamos extendernos mucho sobre cada uno de ellos. Sin embargo, únicamente enunciaré algunos puntos de cada principio a fin de que queden claros. Mas no debo extenderme, pues estamos en el marco de una homilía y no en el de una conferencia o en el de una clase de universidad.

1. Principio del bien común:

Para la Doctrina Social de la Iglesia el principio del bien común es el primero de todos los principios: todos los bienes que existen en el mundo son bienes destinados para todos los seres humanos. La idea es clara: Dios creó todo lo que existe para todos los seres humanos, no solo para un grupo de personas. De ahí que el principio del bien común quiere mirar no solamente a un grupo de individuos, sino a todos los individuos; no a unas cuantas personas, sino a todas las personas. Por eso, este principio del bien común es una tarea que nos compete a todos, y de ahí que los bienes que existen sobre la tierra han de llegar a todos los seres humanos. Para nosotros, es un criterio que tiene que estar siempre claro y es el criterio que se exige en la conducción de la vida política; por eso, un político es aquel que debe trabajar el bien común y choca contra este principio cuando busca sus propios intereses, sus propios bienes o el bien particular; los bienes que hay en una nación son para todos y por eso se busca que haya una igualdad en la repartición de los bienes.

En defensa de este bien común debe de existir un sólido ordenamiento jurídico, la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa. El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo.

La responsabilidad de buscar y construir el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política. Pero el bien común de la sociedad y de los individuos no consiste únicamente en un simple bienestar socioeconómico. Se ha de ir más allá, pues el hombre no es solo materia. Como nos dice Jesús, “no solo de pan viven el hombre” (Mt. 4, 4a).

 

2. Principio del destino universal de los bienes:

El principio del bien común que guía la Doctrina Social de la Iglesia va muy unido al principio del destino universal de los bienes. Este principio nos recuerda a nosotros que todo cuanto existe tiene una dimensión y un destino universales (Gn. 1, 28-29). “Mediante el trabajo, el hombre, usando su inteligencia, logra dominar la tierra y hacerla su digna morada: De este modo se apropia una parte de la tierra, la que se ha conquistado con su trabajo: he ahí el origen de la propiedad individual. La propiedad privada y las otras formas de dominio privado de los bienes aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar, y deben ser considerados como ampliación de la libertad humana [...] al estimular el ejercicio de la tarea y de la responsabilidad, constituyen una de las condiciones de las libertades civiles (nº 176 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia). Sin embargo, “la tradición cristiana nunca ha aceptado el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la creación entera: el derecho a la propiedad privada como subordinada al derecho al uso común, al destino universal de los bienes (nº 177 del Compendio).

 Por lo tanto, la propiedad privada ayuda a que las personas puedan tener un mínimo de espacio para vivir, para que se respete su libertad; sin embargo, cuando la propiedad privada se excede y viola el principio universal de los bienes, entonces, la propiedad privada ha de estar sujeta al principio universal de los bienes. Dios creó todas las cosas, no para un grupo, sino para todos. De tal manera es así, que hay que buscar caminos para una justa distribución de los bienes y de las riquezas.

3. Principio de la subsidiaridad:

En la búsqueda del progreso y el desarrollo de toda persona humana, de todo ser humano, hay un principio que no se tiene muchas veces en cuenta. Es el principio de la subsidiaridad. Cada ser humano tiene una responsabilidad, ante sí mismo y ante los demás, como cada grupo, como cada sociedad, pero hay limitaciones que nosotros tenemos, y es ahí donde se necesita el apoyo subsidiario. Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. Es este el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre individuos y entre sociedades intermedias.” (nº 185 del Compendio). “No se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, y tampoco es justo quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos[1] (nº 186 del Compendio).


[1] Se refiere aquí a los totalitarismos, sean del signo que sean: de izquierdas o de derechas, en nombre de una religión o de otra, o por la acción de las multinacionales económicas que suplen y reemplazan gobiernos o estados.

jueves, 12 de junio de 2025

Santísima Trinidad (C)

15-6-2025                               SANTÍSIMA TRINIDAD (C)

Prov.8, 22-31; Slm. 8; Rm. 5, 1-5; Jn. 16, 12-15

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            En el día de hoy se celebra el domingo de la Santísima Trinidad y también en este día se celebra el domingo “Pro Orantibus”, es decir, por todos aquellos dedicados a la vida contemplativa: los fieles que están en conventos de clausura o fuera de ellos, y que su misión preferente es la de orar; orar al Dios Uno y Trino, y orar por toda la Iglesia y por todo el mundo.

            Voy a intentar profundizar un poco en algunas ideas que nos lleven a conocer y valorar la vida contemplativa que llevan hombres y mujeres en nuestra Iglesia desde el inicio de ella. Ellos oran por nosotros y por toda la humanidad.

            Cuenta S. Jerónimo de sí mismo que, siendo ya sacerdote y llevando una vida de privaciones, había algo de lo que no podía desprenderse: su biblioteca. Preciosa y valiosa biblioteca. Dice S. Jerónimo que ayunaba de comer manjares exquisitos, pero no podía pasar un solo día sin leer a Cicerón y otros clásicos de la literatura pagana. Hasta tal punto que, si intentaba leer los profetas o los evangelios, le horrorizaba su lenguaje inculto y los despreciaba en su interior. ‘Al no ver la luz, pues tenía los ojos ciegos, no me acaba de convencer que era por culpa de mis ojos y no del sol’, decía S. Jerónimo. Sucedió que, en una Cuaresma, cayó gravemente enfermo. Ya le daban por muerto y comenzaron a prepararle el entierro. En esta situación, S. Jerónimo se vio llevado ante Dios y allí le preguntaron de qué condición era, a lo que él respondió que era cristiano, pero se le replicó que eso era falso, que en todo caso él era ‘ciceroniano’, pues donde estaba su tesoro, allí estaba su corazón. Jerónimo no tenía razones para alegar, y se quedó sin palabras. Aquello era verdad. Sentía que su conciencia le atormentaba por haber buscado la alabanza y la gloria humana, y haberse recreado en ella. Así que comenzó a gritar al Señor y a pedir misericordia. Se le concedió retornar a la vida humana con gran sorpresa de los que ya le tenían por muerto. Fue tal el vuelco que dio a su vida, que puso su corazón y, por tanto, su tesoro en la Sagrada Escritura y ha pasado a la historia de la Iglesia como un gran comentador de la Escritura. A él se debe la traducción al latín de la Biblia; es lo que se conoce como la Vulgata.

            Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Hoy la Iglesia, nuestra Madre,  en su liturgia nos abre su Tesoro. ¿Cuál es el Tesoro de la Iglesia? Es Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nos lo abre y nos dice: 1) Tu corazón ponlo en el Padre. No busques otros apoyos, otras referencias. Confía en Dios, confía en su Providencia y su amor sobre ti. Él te guía y te acompaña siempre. El Padre del cielo cuida de ti. 2) Tu corazón ponlo en el Hijo. No busques otros señores. Él es nuestro único Señor. Jesús es la perla preciosa, y el tesoro escondido de que nos habla el Evangelio. Solo Él es el camino de la felicidad. 3) Tu corazón ponlo en el Espíritu Santo. No busques la vida en otras partes ni en otras cosas. El Espíritu es Señor y dador de vida. Solo Él puede darte la paz y el gozo verdadero.

            La Iglesia, además de abrirnos su Tesoro, también hoy nos abre su corazón y nos dice: En mi corazón están los hermanos y hermanas contemplativos. Hoy debéis rezar por ellos. Recordadlos y ayudadlos; ellos también necesitan de vuestra oración y cariño. El corazón de nuestra Iglesia diocesana está latiendo con la ofrenda de la vida y con la oración de los contemplativos. En nuestra archidiócesis hay clarisas en Villaviciosa. En Gijón hay agustinas y carmelitas descalzas, y en Oviedo hay benedictinas, salesas, agustinas, pasionistas y carmelitas descalzas. También hay seglares que llevan una vida apartada de oración, de silencio y de trabajo.

Los contemplativos no os olvidamos ante el Señor. No hace mucho le decía una amiga a una monja de clausura: ‘Tú te has ido, nos has dejado. Tú tienes vocación, pero a nosotros ¿qué nos va en ello…?’ Es verdad que se ha ido, pero no se ha alejado.

No os he dejado. Al contrario. Está más cerca, aunque, como el corazón, esté más dentro y, por eso, más escondida. Dios le ha dado esta vocación, porque le ama, porque ama a la Iglesia, porque ama a la humanidad, porque nos ama a nosotros, porque te ama a ti. Os va mucho en ello: la vocación contemplativa pertenece a todos los fieles y es para todos nosotros.

No me he alejado. Cuando un contemplativo está con Jesús en la oración, durante el día o durante la noche, nosotros estamos con él y con Él, como en una mesa de familia que Él, el Señor, preside y en la que nos está regalando su amor. El contemplativo procura servirnos, como una madre sirve a la mesa de sus hijos. Así, en la mesa de su corazón y de su oración estamos todos nosotros –con nuestras vidas, nuestras necesidades, nuestras preocupaciones, dudas, enfermedades, desesperanzas…- para ser presentados y escuchados por el Señor. Y Él, tan bueno, quiere que os sirva amor en abundancia, alegría de Espíritu, paz y paciencia. De este modo, desde el Corazón del Señor un contemplativo llega a nuestro corazón.

No os he dejado. Sí, es verdad, a muchos hermanos los contemplativos no los conocen ni nunca sabremos de ellos, pero han llegado a ser tan importantes que por cada uno y por los  contemplativos ofrecen con Jesús su vida cada día. Nadie debería sentirse solo; siempre, con la oración de los contemplativos, nos echan un cable, nos tienden la mano.

¿Es difícil darse cuenta de esta realidad? A veces sí, porque habitualmente no nos paramos a pensar que nuestro corazón está latiendo y regando nuestro cuerpo. Pero un día nos hacemos una herida y empieza a chorrear sangre y entonces nos percatamos que el corazón nos envía sangre a todo el cuerpo y tenemos vida. Por eso, a veces necesitamos tener heridas en el alma: insatisfacción, decepciones, fracasos, contrariedades, sufrimientos… para levantar nuestro corazón al cielo y saber que nuestra Vida es Dios. Solo Dios. Todo pasa y caminamos hacia Él. Pero estamos sostenidos, somos ayudados; alguien, una hermana o un hermano contemplativo, se acuerdan hoy de mí y puedo seguir caminando con confianza y llevar con paz y hasta con alegría mi cruz de cada día.

Allí donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Fijaos lo que nos dice hoy la Iglesia: allí donde está mi tesoro, es decir, mi Dios Uno y Trino, allí está mi corazón, es decir, los hermanos y hermanas contemplativos. Los hermanos y hermanas contemplativos tenemos nuestro corazón en el Tesoro de la Iglesia, y allí los contemplativos nos tienen a nosotros en el amor del Señor.

miércoles, 4 de junio de 2025

Pentecostés (C)

8-6-2025                                 PENTECOSTES (C)

Hch. 2, 1-11; Slm. 103; 1 Co. 12, 3b-7.12-13; Jn. 20,19-23

Homilía de vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            - ANTES DE LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO.

            Hemos estado escuchando estos días de atrás que los apóstoles y todos los discípulos de Jesús, tras la muerte de Este, se metieron en los sótanos, en madrigueras, huyeron lo más lejos que pudieron y procuraron disimular su creencia en Jesús. Estaban asustados, avergonzados de un Jesús fracasado y derrotado. Se habían llenado de miedo y de cobardía; estaban igualmente llenos de dudas. ¡Los milagros de Jesús parecían tan lejanos! Las palabras maravillosas de Jesús eran como sueños, que habían desaparecido al despertar en la dura realidad.

Estos discípulos se sentían engañados y también fracasados. Habían abandonado sus trabajos, sus casas, sus familias y no habían escuchado a la gente ‘prudente’ y no habían seguido el ejemplo de la gente sensata que se había quedado en casa, rezando a Dios, pero… en casa. Estos discípulos ya no se fiaban de Dios, pues les había engañado. Tenían el corazón endurecido y ya no veían a ese Dios como Padre, ya no escuchaban sus Palabras, ya no entendían nada.

            Aquellos discípulos que aún quedaban en Jerusalén eran personas que irían perdiendo la fe poco a poco, volverían a sus casas, a sus trabajos, a sus familias… con el rabo entre las piernas y se volverían unos descreídos. ¡Nadie más iba a engañarlos de nuevo con palabras bonitas! Ya se conoce el refrán: ‘Gato escaldado, huye del agua’.

            Así es como estaban los discípulos tras la muerte de Jesús. Varios textos del Nuevo Testamento nos lo indican: “…estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos…” (Jn. 20, 19); “…dos de los discípulos iban (huían) a un pequeño pueblo llamado Emaús…” (Lc. 24, 13).

            - VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO.

            Nos dice la primera lectura de hoy: “Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo…”

            Estos discípulos de Jesús y que estaban en estas condiciones de miedo, de cobardía, de falta de fe, con dudas y con el corazón endurecido son los que recibieron el día de Pentecostés el Espíritu Santo. ¿Qué fue lo que pasó entonces con los discípulos? ¿Siguieron como antes o cambiaron en algo?

            - DESPUÉS DE LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO.

            Nos dice la primera lectura que, tras la venida del Espíritu Santo, los discípulos de Jesús “empezaron a hablar en otras lenguas”. ¿Qué significa esto? Pues significa que los discípulos se llenaron de parresía. ¡Vaya ‘palabreja’! ¿Qué significa esta palabra? En el sentido etimológico, parresía significa ‘hablar libremente’, ‘hablar atrevidamente’. Parresía implica no sólo a) la libertad de expresión, sino también b) la obligación de hablar con la verdad para c) el bien común, incluso d) frente al peligro individual.

Con la parresía, el que habla usa su libertad y 1) elige la franqueza en vez de la persuasión, 2) elige la verdad en vez de la falsedad o el silencio, 3) elige el riesgo de muerte en vez de la vida, una vida tranquila, y la seguridad, 4) elige la crítica en vez de la adulación y 5) elige el deber moral en vez del auto-interés y la apatía moral.

Quien recurre a la parresía, sostiene una relación creíble hacia la verdad garantizada por ciertas cualidades morales; así mismo, quien recurre a la parresía, es un crítico de sí mismo, de la opinión popular, y de la cultura imperante o circundante; revelar la verdad lo coloca en una posición de peligro, pero insiste en hablar de la verdad, pues considera que es su obligación moral, social y/o política.

Cuando el Espíritu Santo te llena, estás lleno de Dios y de parresía espiritual. Si estás lleno de Dios y de su parresía, entonces:

1) las dudas se desvanecen, porque la certeza y la verdad de Dios se manifiestan en ti plenamente,

2) los miedos huyen de ti, porque con Él no temes a nada ni a nadie,

3) los fracasos no importan, pues los fracasos a los ojos de los hombres son frecuentemente éxitos y victorias a los ojos de Dios,

4) los que tienen el corazón endurecido y no ven, ni oyen, ni entienden, de repente… ven, oyen y comprenden todo, porque su corazón es de carne y no de piedra, su corazón es de Dios y no solo de hombre,

5) eres libre ante la mentira, ante la ‘prudencia’, ante la adulación, ante el egoísmo, ante el propio interés,

6) eres valiente para hablar y para comportarte, sin que te importen las consecuencias de lo que digan los demás de ti o lo que hagan los demás contigo.

7) tienes la sabiduría de Dios y ves todo con unos ojos nuevos. Estoy leyendo el libro de Ángeles González Méndez (Mántaras-Tapia de Casariego), que nos dejó hace unos años por el cáncer que padecía. Escribió un libro, que ha sido publicado tras su fallecimiento (con 48 años). En uno de sus párrafos dice: “Cuando te dicen que tienes CÁNCER todo tu mundo se te viene abajo. De repente, pasas a tener pasado y presente, el futuro desaparece, pienso que para siempre. Empiezas a plantearte la vida de otra manera y valoras mucho más, momentos que antes pasaban desapercibidos” [1]. Sí, lo mismo que el sufrimiento y la enfermedad te da una sabiduría nueva, Dios también te la da.

Y TODO ESTO FUE LO QUE PASÓ CON AQUELLOS DISCÍPULOS DE JESÚS, LLENOS DE MIEDO Y DE TERROR.

            - ¿TENEMOS CON NOSOTROS EL ESPÍRITU SANTO?

            Cuando en nuestra vida ordinaria u ocasionalmente hablamos con verdad, por el bien común y sin importarnos nuestra propia integridad o interés, entonces tenemos al Espíritu Santo y a su parresía.

            Cuando en nuestra vida ordinaria u ocasionalmente las dudas y los miedos huyen de nosotros, entonces tenemos al Espíritu Santo y a su parresía.

            Cuando en nuestra vida ordinaria u ocasionalmente nuestro corazón se reblandece y se abre a las personas que nos rodean, y las vemos, las escuchamos y las entendemos, entonces tenemos al Espíritu Santo y a su parresía.

            Cuando en nuestra vida ordinaria u ocasionalmente no miramos tanto el triunfar o el fracasar, cuando somos libres y valientes, cuando no nos dejamos llevar por lo políticamente correcto y no nos importa lo que los demás digan o piensen de nosotros, sino la verdad, la justicia y la voluntad de Dios, entonces tenemos al Espíritu Santo y a su parresía.

            Cuando en nuestra vida ordinaria u ocasionalmente Dios es lo más importante para nosotros, más que nosotros mismos, entonces tenemos al Espíritu Santo y a su parresía.

            Por lo tanto, la parresía no es simplemente la valentía que procede de la propia fuerza o conocimiento, sino que procede de Dios, que hace al débil fuerte, al ignorante sabio, al pecador santo...


[1] GONZÁLEZ MÉNDEZ, A., Sueños de ébano. Flamencos rosas, Círculo Rojo, 2019, 25.