miércoles, 28 de mayo de 2025

Ascensión del Señor (C)

1-6-2025                                 DOMINGO DE LA ASCENSION (C)

 

Hch.1, 1-11; Slm. 46; Ef. 1, 17-23; Lc. 24, 46-53

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            La Ascensión del Señor no es un episodio aislado, el último, de la historia de Jesús. Tampoco podremos verlo como un hecho independiente y separado de su misma Resurrección. La Ascensión del Señor es el punto final del evangelio y de la presencia de Cristo resucitado entre sus discípulos; y es también el inicio de la misión de la Iglesia representada en los apóstoles. Esta misión se funda en las palabras de Jesús: “…en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.

- MIRAR AL CIELO

            En la primera lectura se nos narra cómo los discípulos de Jesús se quedaron mirando para el cielo viendo cómo Él desaparecía entre las nubes delante de ellos. Los discípulos se sintieron huérfanos y abandonados al no ver más a Jesús entre ellos. Desde ese día los cristianos siempre buscamos con ansia a Jesús. Los cristianos no podemos estar solos; no podemos estar sin Él, pues nos sentimos desamparados, y por eso miramos al cielo. Pero los ángeles de Dios nos tocan el hombro y nos sacan de nuestro ensimismamiento: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse”.

- MIRAR A LA IGLESIA

            Sí, Dios nos saca de nuestra comodidad, de ese estar “pasmados” en tantas ocasiones mirando para el cielo, como esperando que la solución nos venga de arriba. Sí, Dios nos recuerda una y otra vez la misión que Cristo nos confío: “…en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”. ¡Hay tanto que hacer!

            MIRAR A LA IGLESIA. Hace años fui párroco en la zona alta de Somiedo: Valle del Lago, Gúa, Caunedo, el Puerto… En estas parroquias celebraba las Misas el último sábado de mes. Si nevaba y no se podía subir, ese mes se quedaban sin Misa y en invierno podían estar hasta 3 meses seguidos así. Un sábado me acompañaron dos amigos de Avilés: un chico y una chica (de 25 y 28 años de edad). Llevábamos la comida, pues íbamos a estar todo el día por allá. Llevábamos la ropa de celebrar, los libros, las formas, el agua, el vino… Salimos de Oviedo a las 9 de la mañana. A las 11 teníamos la primera Misa. A las 10,30 entramos en una iglesia destartalada y llena de goteras. En la sacristía no me podía revestir, pues estaba desarmada y llena de cascotes; al lado de la sacristía había una capilla y tampoco me podía revestir allí, pues ya me dijeron el primer día que llegué que el techo podía caer en cualquier momento. Una mujer mayor me dijo que había venido temprano para achicar el agua de las goteras, que estaba en el suelo. Celebré para 3 personas ancianas y para mis dos amigos. A ellos se les cayó el alma a los pies. Algo parecido sucedió en las otras cuatro parroquias: Misa de 12,15 horas; Misa de 13,30 horas; Misa de 16 horas; Misa de 17,15 horas. En una de las parroquias un hombre que vivía en Gijón y que iba a entrar en una de las Misas dijo a un vecino que estaba por allí trabajando: ‘¿Cómo no vienes a Misa?’ A lo que éste contestó: ‘Yo voy a la segunda’. Por supuesto, no había una segunda Misa en aquella parroquia y en ese día. Al terminar la última celebración, regresamos para Oviedo. Sé que mis jóvenes amigos venían pensando en todo lo que habían vivido. Por mi parte, yo ya estaba pensando en programar mi trabajo pastoral en Somiedo para el próximo curso, ahora que ya sabía un poco más a qué me enfrentaba, si es que me dejaban allí de párroco. Percibía en estas parroquias una gran pobreza, humana, pero sobre todo había una gran pobreza espiritual y de fe. Les faltaban medios, oportunidades y personas que les ayudasen con su fe y a profundizar en ella. Así estaba la vida de fe y la Iglesia por allá. Hoy, nueve años después, creo… que las cosas estarán mucho peor, pues los que iban entonces a Misa, ya habrán fallecido.

            MIRAR A LA IGLESIA. Por aquel entonces, al lunes siguiente a esta experiencia en las parroquias de la zona alta de Somiedo vino una persona desde una villa asturiana a hacer dirección espiritual y me contaba que tenían el templo cayendo. Habían pedido un presupuesto para arreglarla y les pedían 300.000 €. Este era el presupuesto para arreglar una iglesia que estaba casi vacía de fieles. Me decía esta persona, que es algo mayor que yo, que ella era la más joven de los que iban a los cultos, y me decía: ‘¿Arreglar la iglesia para qué? ¿Arreglar la iglesia para quién?’

            MIRAR A LA IGLESIA. Asimismo por aquellos días me encontré con un texto escrito por un fraile y que hablaba de la Iglesia; no del templo de piedra o de ladrillo, sino de los templos de carne, hueso y espíritu, es decir, de los cristianos: “Me duele la Iglesia. Veo el Cuerpo de Cristo ‘con fiebre’. En mi comunidad religiosa noto una degeneración: en conversaciones, en las formas, en las decisiones…. Va cada día decayendo más el espíritu. Es una de las consecuencias de esta cultura nuestra: amortigua las necesidades espirituales, ahoga, anestesia el mundo del espíritu dejando las personas en una vida natural, de la carne (a veces contranatural). Aquí veo esa pérdida progresiva del espíritu. Siento que ‘avanza este cáncer espiritual’, que va invadiendo terrenos y que hace insensible al Espíritu aquello que invade”.

- MIRAR A CRISTO, ESCUCHAR A CRISTO, OBEDECER A CRISTO

A día de hoy no tenemos mayores dificultades que tuvieron entonces los apóstoles o san Pablo u otros cristianos y santos en sus tiempos. Nuestra fe es cierta, la presencia y el amor de Dios son ciertos, el mandato del Señor es firme: “…en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”. Nosotros no hablamos en nuestro propio nombre, sino en el nombre de Cristo, el Hijo de Dios. Él nos pide que sembremos. A Él le corresponde cosechar.

Una y otra vez os repetiré las palabras de confianza absoluta del profeta Habacuc: “Aunque la higuera no eche sus brotes, ni den su fruto las viñas; aunque falle la cosecha del olivo, no produzcan nada los campos, desaparezcan las ovejas del aprisco y no haya ganado en los establos, yo me alegraré en el Señor, tendré mi gozo en Dios mi salvador. El Señor es mi señor y mi fuerza (Hab. 3, 17-19). Nada ni nadie podrá apartarnos de ese Dios, en el que creemos y al que amamos. Si la realidad de la Iglesia fuera maravillosa a los ojos de todo el mundo, tendríamos que predicar y vivir el evangelio con la misma fuerza y el mismo entusiasmo que si la realidad de esta Iglesia fuera un auténtico desastre.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Domingo VI de Pascua (C)

25-5-2025                               DOMINGO VI DE PASCUA (C)

 

Hch.15, 1-2.22-29; Slm. 66; Ap. 21, 10-14.22-23; Jn. 14, 23-29

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            - Hace años un turista fue a visitar en un país lejano a un hombre famoso por su santidad de vida y por su sabiduría. Al turista le sorprendió mucho que la casa de aquel hombre fuera solo una habitación, limpia y ordenada, y que únicamente contenía un catre, una mesa, dos sillas y unos libros.

‘¿Maestro’, le preguntó el turista, ‘dónde están los muebles?’ El sabio le contestó con la siguiente pregunta: ‘¿Y dónde están los suyos?’

‘¿Mis muebles? Yo solo soy un turista; estoy aquí de paso’. Y entonces a su vez el sabio le contestó: ‘Yo también estoy de paso’.

Hace un tiempo celebré la Misa de san Isidro en una parroquia. Una de las ideas que prediqué en la homilía fue la siguiente: Os voy a contar un secreto, y es que sufre lo mismo el hombre que tiene fe que el que no la tiene, padece un cáncer el hombre creyente y el ateo, pierde el trabajo el hombre creyente y el ateo, fracasa en su matrimonio, con sus hijos… el hombre que tiene fe y el que no la tiene, no aprueban las oposiciones lo mismo los hijos y nietos de los que tienen fe que los familiares de los que no la tienen. Nadie puede tener o buscar la fe para que no le venga algo malo en la vida. Cuando terminó la Misa, vino a la sacristía un hombre que no es de esta parroquia ni del concejo, y me decía que con mis palabras tenía para una semana de reflexión. Asimismo me contaba este hombre el caso de una sobrina suya de 52 años, a la que acababa de enterrar, y que dejaba marido y una hija. Y el marido le preguntaba a este hombre que cómo Dios hacía estas cosas.

Sí, para entender todo esto que acabo de decir hemos de verlo desde la perspectiva del hombre sabio del principio: Estamos de paso, debemos considerarnos como turistas que hemos de llevar a cuestas lo imprescindible y, sobre todo, hemos de saber que en cualquier momento podemos ser llevados de este mundo. Hace un tiempo moría un sacerdote en Gijón con 62 años. Era compañero de curso del obispo de Astorga. Este habló esa misma mañana del fallecimiento con la familia del sacerdote difunto y les dijo que al día siguiente los vería en persona y asistiría al funeral en Gijón. No pudo ser…, porque a las 17 horas de ese mismo día moría el obispo de un infarto. Sí, estamos de paso.

Las personas del mundo oriental ven la muerte como algo natural. Siempre la tienen presente. Sin embargo, las personas de nuestro mundo occidental vemos la muerte como una desgracia tremenda. Por ello, a nosotros nos cuesta morir, nos cuesta dejar este mundo, y echamos sapos y culebras contra ese Dios que permite o fabrica la muerte de niños, de padres, de personas inocentes. Ante la muerte, nos quejamos y protestamos, pues en realidad no creemos que haya otro mundo después de este. Por eso absolutizamos la vida, la salud, la juventud, la fuerza, el pasarlo bien, el tener cosas. Como consecuencia de todo esto somos codiciosos (queremos tener siempre más y más); estamos llenos de miedos a que nos quiten las cosas, a caer en la enfermedad, a morir; dudamos de Dios o directamente vivimos de espaldas a Él.

- El domingo pasado os decía que Jesús había comenzado en el evangelio de entonces a despedirse de sus discípulos. Hoy Jesús sigue con sus palabras de despedida. Jesús también estaba de paso y ahora está de mudanzas. Cumplida su misión deja la casa de la tierra y se muda a la casa del cielo, a la derecha del Padre.

Dice Jesús en el evangelio de hoy: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Hoy el Señor te da la oportunidad, una vez más, de decorar tu casa, tu morada, tu corazón con los muebles que desees:

+ Puedes ir a IKEA y coger muebles baratos y funcionales. Amuebla tu vivienda por poco dinero.

+ Puedes ir a otra mueblería de más postín y coger muebles de madera buena y no de conglomerado. Puedes coger muebles baratos que te duren un tiempo o puedes elegir muebles mejores que te duren para siempre.

+ O también puedes amueblar tu casa y tu corazón de Dios y de sus Palabras. Dios siempre fue nómada, compañero de camino de su pueblo. Dios sigue viajando en busca de una morada en el corazón de los hombres.

Conclusiones que podemos sacar en el día de hoy:

1) Nosotros, los hombres, nos instalamos y nos acomodamos tan profundamente, que ya no queremos movernos; ni siquiera la promesa del cielo y la tierra nueva nos interesan. Este es un peligro muy real y que nos afecta a todos en nuestro mundo occidental.

2) Nuestra fe en Jesucristo resucitado no nos hace ilusos; sí nos hace hombres esperanzados. No nos quita la ansiedad ante la mudanza final, pero sí nos da valor para ese tránsito final. No elimina las turbulencias que sufrimos en este mundo cambiante, pero sí nos da la paz. “La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la del mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.

3) Si Dios ocupa realmente nuestro corazón, si Dios hace morada en nosotros, si nuestros muebles son las Palabras de Dios y no las cosas materiales, entonces sabremos de verdad que estamos de paso y no sentiremos tanto nuestra partida de este mundo ni la de los que nos rodean. Es mucho mejor el otro mundo que este. En el otro mundo ya no estaremos de paso, porque es la meta final de toda la humanidad y de cada hombre en particular.

¡Que el miedo y la cobardía huyan de nosotros!

¡Que la paz de Jesús, no la del mundo, llene completamente nuestro ser!

miércoles, 14 de mayo de 2025

Domingo V de Pascua (C)

18-5-2025                               DOMINGO V DE PASCUA (C)

 

Hch. 14, 21b-26; Slm. 144; Ap. 21, 1-5a; Jn. 13,31-33a.34-35

Homilía en vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

            Todos hemos asistido en alguna ocasión a un acto de despedida, donde generalmente la persona homenajeada hace un pequeño discurso de lo que ha sido su vida laboral o artística, deportiva o cultural, subrayando aquellos aspectos, hechos o personas que más han marcado su vida en ese aspecto. Igualmente tengo la experiencia repetida de gentes que me dejan cartas o mensajes para sus familiares; quieren que se los entregue cuando hayan fallecido. Unas veces no se atreven a decirles estos mensajes antes de la muerte por vergüenza, otras para no hacerlos sufrir ante la proximidad de la muerte y de la separación, y otras porque piensan que no se van a sentir escuchados, y creen que, lo que van a decirles, tendrá mucha más fuerza, para sus familiares, tras su muerte que en vida…

            - Imaginaros que cada uno de vosotros vais a marcharos del lugar habitual en donde vivís y no vais a volver nunca más, que vais a dejar de ver y tratar a vuestros amigos, a vuestros familiares. Imaginaros cada uno de vosotros que la semana que viene os llega la muerte. Imaginaros cada uno de vosotros que podéis dejar unas palabras escritas o habladas a vuestras familias, amigos y conocidos. ¿Qué diríais?

            Si yo me fuera a morir la semana que viene y pudiera escribir o decir algo, hay dos palabras que me asaltarían inmediatamente y que se solaparían una a la otra: GRACIAS y PERDÓN.

            GRACIAS por todo lo bueno que he recibido de la vida, de mi familia, de mis amigos, de los conocidos, de tantas personas que han pasado a mi lado. Me han enseñado lo que no sabía, me han cuidado cuando yo no podía devolverles el favor, me han dado tanto gratis y sin esperar nada a cambio, me han corregido, me han llamado la atención, me han amado. Han compartido conmigo su tiempo, su presencia, su hogar, sus seres queridos, sus bienes y, sobre todo, su FE. GRACIAS por haberme escuchado y por haberme hablado, por haberme aguantado y soportado. PERO TAMBIÉN GRACIAS A DIOS, DE QUIEN VENGO Y A QUIEN VOY. ÉL ME ENVIÓ AQUÍ Y AHORA ME ESPERA ALLÍ.

            PERDÓN por todo lo malo que he hecho, que he dicho. PERDÓN por todo lo bueno que he dejado de hacer y de decir. PERDÓN por mis palabras de más, y de menos, debido a mi cobardía; pero también PERDÓN por mis silencios de más, igualmente debido a mi cobardía. Por el daño infligido, por haber escandalizado a muchos, por haber rechazado a muchos, por no haber sido sensible a las necesidades, de cualquier tipo, de tantos. Por el tiempo perdido, por mi egoísmo, por mi soberbia, por la mentira y la hipocresía de una vida que no se parece demasiado a lo digo. PERDÓN por tantas cosas que tantas personas saben y que yo no sé aún. Sé que me las va a decir todas el Señor, cuando lo vea.

            - Diría o escribiría más cosas, pero no es este el objeto de la homilía de hoy. El objeto de la homilía es la despedida de Jesús. Pues bien en el evangelio de hoy Jesús hace un discurso de despedida. Es un largo discurso, del que hoy hemos oído las primeras frases. Ha terminado la última Cena, ha tenido lugar el lavatorio de los pies, se ha anunciado la traición de Judas y este ya ha salido del Cenáculo…, y Jesús se despide de sus amigos y discípulos. Es verdad que los que quedan no son unos santos; en efecto, a continuación de estas palabras que acabamos de escuchar, Jesús predice a Pedro sus negaciones y que otros huirán como cobardes. Todos protestan diciendo que van a ser fieles a Jesús hasta la muerte. Jesús sabe todo esto, sabe que se muere, sabe que lo matan e inicia el discurso de despedida. Y Jesús en este comienzo de su discurso nos deja dos ideas:

            1) “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él”. Jesús es glorificado porque va a morir, y muere de una forma horrible: crucificado. ¿Qué tiene de glorificación la muerte? Y más aún: ¿Qué tiene de glorificación una muerte en cruz, que es una salvajada? La glorificación no consiste en lo que sucede, sino en por qué sucede. Y sucede por amor. Dios Padre ama a los hombres y quiere sacarlos de la oscuridad, del pozo de la ignorancia, del pozo de la muerte, del pozo de una vida sinsentido y quiere sacarlos a la luz, a la sabiduría, a la felicidad completa y eterna, al perdón, a la salvación, al Reino de Dios. Y Dios Padre está dispuesto a todo por ese amor sin medida que tiene hacia los hombres. Además, su Hijo Jesús participa de este mismo amor. Teniendo todo esto en cuenta, podemos decir que la glorificación no es la muerte ni la forma de la muerte. La glorificación es el amor de Dios Padre y de Dios Hijo que se va a realizar en pocas horas. Jesús lo sabe, y Jesús se lo dice a sus amigos y discípulos.

            2) “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. Por ello, cuando Jesús a continuación les pida que se amen unos a otros, es que Él ya lo está haciendo y lo va a hacer de un modo sublime. Porque sublime es dar la vida, que es lo más precioso que tenemos, por aquellas personas a las que amamos. ¿Os acordáis que hace poco os contaba aquí el caso de una madre y de su hijo? El niño le preguntó a la madre por qué era tan fea, pues las madres de los otros niños eran más guapa que ella, y la madre le dijo: ‘Porque, cuando eras muy pequeño, hubo fuego en tu habitación y las llamas ya lamía tu cuna. Entonces yo entré te cogí y te protegí con mis brazos, con mi pecho y con mi cara. De este modo me quemé la cara, los brazos y toda mi espalda’. A lo que le niño respondió: ‘Mamá, para mí eres la mujer más guapa de este mundo’.

            Como veis las dos primeras cosas que dice Jesús en su despedida son lo mismo: el amor. El amor que tiene Él y su Padre a todos los hombres, y pide a sus amigos que se amen del mismo modo para que este amor sea el distintivo de sus discípulos. Este amor de unos para otros es lo mejor que pueden hacer por Dios, es lo mejor que pueden hacer al resto de la humanidad y es lo mejor que pueden hacer por sí mismos. Nunca un hombre es más y mejor hombre como cuando ama, como cuando se olvida de sí por los otros, como cuando se entrega a los otros, como cuando no cuida de sí y sí cuida de los otros.

            Pensemos y reflexionemos en este trozo de la despedida de Jesús. Pensemos y reflexionemos también en nuestra despedida.

miércoles, 7 de mayo de 2025

Domingo IV de Pascua (C)

11-5-2025                              DOMINGO IV DE PASCUA (C)

 

Hch.13, 14.43-52; Slm. 99; Ap. 7, 9.14b-17; Jn. 10, 27-30

Homilía en vídeo. 

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            En este IV domingo de Pascua se celebra a Jesús, el Buen Pastor. Demos gracias a Dios por todas las personas que Él ha puesto a lo largo de nuestra vida como guías, maestros, educadores y pastores: por nuestros padres y familiares, por los profesores y vecinos, por los catequistas y sacerdotes, por tantas personas que nos han hecho tanto bien y, sin los cuales, nuestra vida no sería como es, ni nosotros seríamos como somos. Sí, estas personas nos han ayudado, pero en realidad era Jesús el Buen Pastor de todos y cada uno de nosotros. Cualquier cosa buena que nos hicieron nuestros padres a lo largo de la vida, en realidad era Jesús quien nos lo hacía a través de ellos. Cualquier cosa buen que nos hicieron los profesores o catequistas o sacerdotes o amigos u otras personas, incluso desconocidas para nosotros, en realidad era el mismo Jesús quien nos lo hacía a través de todos ellos. Jesús ha sido y es ese Buen Pastor que nos ha cuidado y nos cuida en todo momento. Esto es lo que celebramos en el domingo de hoy.

            - A la hora de hacer la homilía quisiera profundizar un poco en el evangelio de hoy, y quiero partir de las primeras palabras de Jesús. Dice Él: “Mis ovejas…” Efectivamente, Jesús va a referir el resto de las frases que dice en el evangelio a este sujeto, A SUS OVEJAS. ¿Quiénes son sus ovejas? ¿Pertenecemos nosotros al grupo de las ovejas de Jesús y, por lo tanto, de Dios?

“Mis ovejas escuchan mi voz”. Cuando estamos atentos a la voz de nuestra conciencia, escuchamos a Jesús, Buen Pastor. Cuando procuramos formar nuestra conciencia con lecturas, homilías, catequesis, charlas…, escuchamos a Jesús, Buen Pastor. Cuando leemos la Palabra de Dios, escuchamos a Jesús, Buen Pastor. Cuando estamos atentos a las necesidades de los demás, escuchamos a Jesús, Buen Pastor. Cuando hacemos examen de conciencia y de nuestros actos, escuchamos a Jesús, Buen Pastor.

“Yo las conozco (a mis ovejas), y ellas me siguen”. Jesús conoce a sus ovejas, nos conoce a nosotros mejor que nosotros mismos. Él nos ha creado, nos ha salvado, ha derramado su sangre por nosotros, está pendiente de nosotros… y por eso nos conoce tan bien. Pero solamente podremos seguirle cuando nosotros también le conozcamos a Él. Y para conocerle a Él, tenemos que tratarle con frecuencia mediante el diálogo, mediante la oración, mediante el trato benevolente y cariñoso con las otras personas. Entonces le conoceremos también a Él y le seguiremos. Nadie sigue a quien no conoce. Nosotros hemos de buscar el conocerle, el tratarle, el amarle y entonces sí que le podremos seguir.

Como consecuencia de todo esto, es decir, si escuchamos la voz del Buen Pastor, si nos conoce y si le conocemos y, finalmente, si le seguimos, entonces el evangelio nos apunta dos frutos:

1) “Yo les doy la vida eterna (a mis ovejas); no perecerán para siempre”. Cuantos más años cumplimos, más nos acercamos a la muerte. Un día nuestra vida se acabará, dejaremos de respirar, nuestro cerebro y corazón se pararán. Desapareceremos de nuestras casas, de entre nuestras familias, de entre nuestros amigos y conocidos. Cuántas veces pienso, cuando estoy por Oviedo o aquí por Tapia de Casariego, tantas personas que caminaron, que construyeron, que hablaron, que trabajaron, que vivieron aquí… y ahora ya no están. Cuántas personas se sentaron en esos bancos en los que ahora estáis sentados vosotros y ahora no están. Un día moriremos. Pues bien, Jesús nos dice que Él nos dará vida eterna, que nuestra muerte no será para siempre, que nuestra desaparición no será para siempre. El hombre ansía vivir y vivir para siempre en una situación mejor, en un mundo mejor. Eso nos lo dará Jesús.

2) “Nadie las arrebatará (a mis ovejas) de mi mano”. Las ovejas de Jesús estarán bien protegidas. No quiere decir esto que no tendremos enfermedades, ni problemas en las familias o en los trabajos. No quiere decir que no nos insultarán, o que no nos robarán, o que no estaremos tristes, o que no tendremos depresiones, o cualquier otro problema que se nos ocurra. En efecto, la protección de Jesús no significa un ‘seguro a todo riesgo’ en el sentido de que todo nos irá bien o que seremos felices siempre. La protección de Jesús significa que siempre estará a nuestro lado, que nos será fiel, que nos amará siempre, que nos perdonará siempre, que nos dará calor y luz siempre. Recuerdo que, cuando fuimos hace poco a Lourdes, supimos que, en una de las apariciones de la Virgen María a Bernardette, le dijo: “No prometo hacerte feliz en esta vida, pero sí en la otra”. Pues en ese sentido van las palabras de Jesús. Nuestros sufrimientos aquí tienen fin, la alegría que Jesús nos dará no tendrá fin jamás.

            - Termino. Porque hasta ahora he dicho un poco de lo que Jesús hace por nosotros. Pero también nosotros hemos de hacer algo por Él. Lo explico con este bello cuento:

“Una bella princesa estaba buscando un consorte. Nobles y ricos pretendientes llegaban de todas partes con maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos, tronos… Entre los candidatos se encontraba un chico, que no tenía ningún título nobiliario. Su riqueza consistía en su amor y su perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar dijo: ‘Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropa que la que llevo puesta. Esa será mi dote’. La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar. ‘Tendrás tu oportunidad. Si pasas esa prueba, me desposarás’. Así pasaron las horas y los días. El pretendiente permaneció afuera del palacio, soportando el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la mirada fija en la ventana de su amada, el valiente súbdito siguió firme en su empeño sin desfallecer un momento.

De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la figura esbelta de la princesa, que con un noble gesto y una sonrisa aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas, se hacían apuestas y algunos optimistas comenzaron a planear los festejos.

Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona salieron a animar al futuro monarca. Todo era alegría y jolgorio, pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la atónita mirada de los asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y, sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar donde había permanecido cien días.

Unas semanas después, mientras iba por un camino solitario, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa: ‘¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr la meta. ¿Por qué perdiste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste?’ Con profunda tristeza y con lágrimas mal disimuladas, el joven contestó: ‘La princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi amor’.

Cuando estamos dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos como prueba de amor y de fidelidad, incluso a riesgo de perder nuestra dignidad, merecemos al menos una palabra de comprensión o estímulo. Las personas tienen que hacerse merecedoras del amor que se les ofrece”. En efecto, en este caso Jesús es el joven pretendiente y nosotros la princesa. También Jesús espera de nosotros alguna respuesta. No solamente tiene Él que hacerlo todo y en todo momento. El Buen Pastor implica también buenas ovejas.