miércoles, 23 de abril de 2025

Domingo II de Pascua (C)

27-4-2025       DOMINGO II DE PASCUA (domingo de la Misericordia) (C)

 

Hch. 5, 12-16; Slm. 117; Ap. 1, 9-11a.12-13.17-19; Jn.20, 19-31

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Como ya sabéis el segundo domingo de Pascua está dedicado a la Misericordia Divina; por eso, a este día se le conoce como el Domingo de la Misericordia.

             Voy a contaros una historia y, a partir de ella, reflexionaremos y trataremos de aplicarla a nuestra vida:

            Había un monje que se había ganado por méritos propios el sobrenombre de Fray Refunfuñón. Trabajador, sacrificado, generoso y piadoso como él solo. Pero exigente consigo mismo y con los demás; impaciente, irritable y refunfuñón como ninguno en su convento. No es que no intentase corregirse. Todo lo contrario. Pero, cuanto más se esforzaba por controlar sus nervios, y cuanto más se mordía su lengua, más crecían las tensiones y más se agravaba el problema.

            Durante unos ejercicios espirituales tuvo una experiencia de conversión muy profunda y sincera. En su corazón grande y generoso resonaba la exhortación del Apóstol: ‘Renunciad a vuestra conducta anterior: despojaos del hombre viejo, que se corrompe siguiendo sus apetencias engañosas. Renovaos espiritualmente: revestíos del hombre nuevo, creado según Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa’ (Ef. 4, 22-24). Y en su corazón grande y generoso Fray Refunfuñón decidió que había llegado la hora de dar por muerto al hombre viejo conflictivo y refunfuñón; ese hombre viejo que por tantos años había amargado su vida y la de otros. A partir de estos ejercicios iba a ser un hombre nuevo, modelo de paciencia, tolerancia, afabilidad y suavidad, imagen viva del divino Maestro Jesús.

Y manos a la obra. El último día de los ejercicios fue al cementerio, situado dentro del huerto monacal, cavó una fosa, y simbólicamente enterró al hombre viejo, con fervientes preces por su eterno descanso. Sobre el lugar puso una cruz con el epitafio: ‘Aquí yace el hombre viejo, Fray Refunfuñón, R.I.P.’.

Todas las tardes, después de terminar el trabajo, el buen monje acudía a su propia tumba y rezaba por el eterno reposo de Fray Refunfuñón. Todo iba tan bien por algún tiempo, que algunos compañeros pensaban ya rebautizarle con el nombre de Fray Afable. Pero al cabo de unas semanas el hombre viejo comenzó a dar señales de vida (no en la tumba, sino en el monje). Y un buen día se produjo una explosión como las de antaño, o más gorda aún. Al atardecer de ese día el pobre monje, triste y avergonzado de sí mismo, acudió al cementerio como de costumbre, y vio que algo había cambiado. Al pie de la cruz una nota anunciaba: ‘No está aquí. ¡Ha resucitado!’

Pero los ejercicios espirituales, y las luchas, y las plegarias, y la misma caída no habían sido en vano. Fray Refunfuñón había madurado sorprendentemente. Arrancó la cruz de la tumba y con ella volvió a casa más humilde y más sabio. De triste ¡nada! Contento y agradecido a Dios de ser como era; y sobre todo, contento y agradecido de tener un Dios como el que tenemos los cristianos. ‘El esfuerzo será mío’, le dijo al Señor; ‘y ese será mi modo de decirte que te amo. El éxito vendrá solo de ti; cómo, cuándo, y en la medida que tú quieras. ¡Bendito seas en todo y por todo, mi Señor!’

Lo peligroso e inmaduro hubiera sido enterrar sus fallos y defectos en el subconsciente, y revestirlos de virtud. Lo peligroso e inmaduro hubiera sido cruzarse de brazos, y justificar su conducta con un ‘¡Así soy yo!’ Lo peligroso e inmaduro hubiera sido enfadarse con Dios, o consigo mismo cada vez que recaía. Nada de eso. Fray Refunfuñón siguió luchando con su hombre viejo día a día, pero con gran paz, serenidad y humildad. En su lucha cotidiana mostraba su gran amor a Dios. Cada caída, llevada con humildad y paciencia, le acercaba más a Dios. Luchando con paz y serenidad, y sin preocuparse demasiado del éxito, disminuyeron considerablemente sus tensiones internas; y con ello, disminuyeron las caídas”.

            ¿Os gustó? Lo más importante de esta historia es la parte final, en la que el fraile no se hunde con la primera caída después de su 'entierro'. No se hundió, no se justificó. Humildemente se echó en los brazos de Dios sabiendo que todo bien y todo fruto bueno procede de Él, pero Él necesita nuestro esfuerzo. Esta es la Misericordia de Dios, la que está unida indisolublemente al hombre que lucha, cae, se arrepiente, confiesa su radical pobreza, se vuelve a agarrar a la mano tendida de Dios y se vuelve a levantar y, a la vez, es levantado por Él.

            Esto es lo mismo que ocurrió con el apóstol santo Tomás, 'Fray Pruebas'. También santo Tomás 'cayó' por su increencia y, una vez que palpó a Jesús resucitado, humildemente se agarró a Su mano para ser levantado.

            Todos caemos: unos por la ira descontrolada, otros por las dudas constantes de Dios y de su cercanía, otros por la codicia, otros por la lujuria, otros por la soberbia... Para todos ellos (para todos nosotros) Dios tiene la misma respuesta: su Misericordia que da vida, paz, fuerza, humildad, esperanza....

            ¡Que tu Misericordia, Señor, descienda sobre nosotros todos los días de nuestra vida!

viernes, 18 de abril de 2025

Domingo de Pascua (C)

20-4-2025                               DOMINGO I DE PASCUA (C)

 

Hch. 10, 14a.37-43; Slm. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            - El evangelio de la Vigilia Pascual nos narra cómo el domingo de madrugada, tres días después de la muerte de Jesucristo, unas mujeres, discípulas de Jesús, se acercaron al sepulcro en donde lo habían enterrado. Allí había dos ángeles que les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. HA RESUCITADO”. Vamos a tratar de profundizar un poco en estas palabras:

            * Aquellas mujeres buscaban a Jesús. Muchos hombres, a lo largo de toda la historia, han buscado a Jesús, a Dios. Ya sabéis aquella famosa frase de San Agustín: “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti” (Confesiones, Libro I, Capítulo I, 1). ¡Cuánto importa buscar a Jesús, necesitar encontrarlo! Una persona que dice no necesitar nada, que piensa no necesitar nada, ni de nadie, pienso que está muerto en vida. Una persona que no busca nada en esta vida o que no espera nada en esta vida ni de nadie, es una persona muerta en vida. Hace un tiempo leía esta noticia de periódico: Cada vez hay un porcentaje mayor de jóvenes, al menos en España, que ni estudian ni trabajan. Ellos responden a esa generación bautizada ya como “Nini” (ni estudian ni trabajan), y que, si tienen la suerte de encontrar un trabajo, lo abandonan en cuanto tienen derecho a prestación por desempleo. La persona que no busca, vegeta y se muere por dentro y por fuera. La persona que busca, vive. Por lo menos, las mujeres del evangelio buscaban. ¿Y nosotros?

            * ¿Dónde buscamos a Jesús? Pero, no sólo es importante buscar, sino también saber dónde buscamos. Decían los ángeles a las mujeres: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Sí, hay personas que buscan, pero en un lugar equivocado. En muchas ocasiones, cuando estoy entre la gente, me pregunto si conocerán al verdadero Dios y al que puede hacerles felices para siempre. Estamos todos tan atareados y tan nerviosos por terminar los estudios para encontrar trabajo…; estamos todos tan atareados y tan nerviosos para trabajar en un buen puesto para ganar más dinero…; estamos todos tan atareados y tan nerviosos para alcanzar la prejubilación o la jubilación para dejar de trabajar…; estamos todos tan atareados y tan nerviosos por dejar de trabajar para descansar…, y entonces nos morimos. Estamos todos tan atareados para ir de vacaciones aquí o allá, por probar esta comida o este restaurante, por tener esta propiedad o esta otra… Y en tantas ocasiones creo que el Señor ve que buscamos en lugar equivocado: buscamos lo que da felicidad y vida entre lo que está muerto. Hace un tiempo habló conmigo un señor, de unos 50 años, que estaba en actitud de búsqueda en su vida. Este señor buscaba a Dios. En una ocasión, hace ya bastantes años, hizo el camino de Santiago y sintió una paz como nunca la había experimentado. Supo que aquella paz procedía de Dios y era Dios. Desde entonces y, en cuanto puede, coge la mochila y se pone a caminar hacia Santiago de Compostela. Quiere volver a experimentar una vez más aquello que vivió hace ya años. Los amigos no le entienden; cree que está haciendo el idiota, pero él piensa que quienes hacen el idiota son ellos, pues buscan al que vive entre los muertos, pero él busca al que vive en donde experimenta vida, paz, esfuerzo, compañerismo, generosidad, silencio…

            * En el evangelio, los ángeles dicen a las mujeres que Cristo ha resucitado y, por lo tanto, vive. Jesús, que fue perseguido, escupido, insultado, azotado, burlado, crucificado, asesinado y enterrado, está vivo, VIVE. Nosotros, los cristianos, no seguimos a un muerto, sino a uno que está vivo. Ciertamente, su vida fue un fracaso, humanamente hablando, pero Dios le ha dado la razón frente a todos los que lo tomaron por loco y frente a quienes lo mataron.

            - En el evangelio del domingo de Pascua se cuenta cómo San Pedro y San Juan fueron corriendo al sepulcro, pues las mujeres les habían dicho que estaba vacío. Primero entró Pedro y luego entró Juan. Al entrar éste, dice el evangelio: “Vio y creyó”. Juan vio que el sepulcro estaba vacío y creyó que Jesús había resucitado y que estaba vivo. Él lo vio morir en la cruz, pero ahora “sabía” por la fe que Él estaba vivo.

            Hoy hay mucha gente que no cree en la resurrección de Jesús. Piensan que Jesús fue un hombre extraordinario, un maestro que supo enseñar muy bien cosas importantes de la vida y de los hombres, pero ha muerto; está bien muerto. En ocasiones me pregunto si sirve para algo seguir predicando el evangelio de Jesucristo o anunciando que éste ha muerto por todos los hombres y ha resucitado para todos los hombres. Y entonces me acuerdo de un cuento, que os voy a narrar ahora: “Cierto día, caminando por la playa, reparé en un hombre que se agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo mismo una y otra vez. Tan pronto como me aproximé, me di cuenta de que lo que el hombre agarraba eran estrellas de mar que las olas depositaban en la arena, y una a una las arrojaba de nuevo al mar.

Intrigado, le pregunté sobre lo que estaba haciendo, y él me respondió:

- Estoy lanzando estas estrellas marinas nuevamente al océano. Como ves, la marea es baja, y estas estrellas han quedado en la orilla; si no las arrojo al mar, morirán aquí por falta de oxígeno.

- Entiendo –le dije-, pero debe de haber miles de estrellas del mar sobre la playa… No puedes lanzarlas todas. Son demasiadas. Y quizá no te des cuenta que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa. ¿No estás haciendo algo que no tiene sentido?

El nativo sonrió, se inclinó y tomó una estrella marina, y mientras la lanzaba de vuelta al mar, me respondió:

- ¡Para ésta sí tiene sentido!”

            Sí, pienso que hoy día, como siempre, sigue teniendo sentido el evangelio de Jesucristo. Tiene sentido seguir haciendo el bien y trabajar por los demás. Tiene sentido predicar la muerte y resurrección de Cristo Jesús, aunque sólo unos pocos hagan caso de ello. Jesús hubiera venido al mundo por un solo hombre que lo hubiera necesitado. Hubiera anunciado el evangelio a ese solo hombre. Hubiera muerto por ese solo hombre, y hubiera resucitado por ese solo hombre. (Caso del profesor de religión, al que sus alumnos molestaban en el aula, pero fuera le pedían, por favor, que los abrazara, pues nadie lo hacía).

            Nosotros, los que hoy estamos aquí, en este templo, somos esas estrellas de mar afortunadas, a las que Jesús ha recogido de la arena, en la que moríamos por falta de oxígeno, y nos ha lanzado de nuevo al agua para que vivamos. Por eso, para nosotros sí que tiene sentido hoy día la Resurrección de Cristo. Es cierto que Jesús es más poderoso que el hombre del cuento y puede coger a todas las estrellas de mar que agonizan en todas las playas del mundo para devolverlas de nuevo al mar. Muchas no quieren; dicen que están bien donde están: en la arena, pero nosotros sí que queremos ser cogidos por Jesús y volver al agua. Nosotros queremos salir de la muerte en que estamos e ir a la vida que nos da Él en este día de Pascua.

jueves, 17 de abril de 2025

Viernes Santo (C)

18-4-2025                                          VIERNES SANTO (C)

 

Is. 52,13–53,12; Slm. 30; Hb. 4,14-16; 5,7-9; Jn. 18,1–19,42

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Decía ayer lo que significaba para nosotros, los cristianos, la Eucaristía: es Dios con nosotros, es presencia de Dios, es Alimento Divino.

            Hoy, día de Viernes Santo, vamos a seguir profundizando sobre lo que significa la Misa, la Eucaristía. Hoy nos detendremos en otro aspecto: Eucaristía como sacrifico y entrega. Sacrificio de uno mismo. Entrega a los demás.

            Durante la Misa, el sacerdote repite las mismas palabras de Jesús en la Última Cena: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros.

Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”.

Es decir, Jesús mismo en esa Última Cena, en esa única y eterna Misa del Jueves Santo anunció y, al mismo tiempo, hizo realidad lo que iba a pasar físicamente con Él unas horas más tarde, en el Viernes Santo.

Sí, la Misa es (por así decir) la repetición de la pasión de Jesús: de los insultos, de los golpes, de los escupitajos, de la burla, de la flagelación, de la coronación de espinas, del atravesamiento de manos y pies por los clavos, del descoyuntamiento de huesos, del desgarramiento de músculos y de la agonía de seis horas en la cruz. Cuando Jesús en la Última Cena dijo: “Cuerpo entregado por nosotros” y, cuando el sacerdote repite en cada Misa: “Cuerpo entregado por nosotros”, significa todo eso, todos esos dolores, esos sufrimientos, esa pasión. Para nosotros estas palabras (“Cuerpo entregado por nosotros”) no son palabras vacías, no son un espectáculo en el cine… En efecto, cada vez que un sacerdote dice estas palabras: “esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”, está haciendo presente esa pasión, esos tremendos dolores de Jesús en la cruz y todo ello por amor a nosotros, los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares.

Del mismo modo, cada vez que el sacerdote dice en la Misa que la Sangre de Cristo “será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”, se está diciendo que Jesús dio hasta la última gota de su flujo sanguíneo por nosotros. Para que nosotros vivamos, Jesús muere, y su muerte es violenta. Para que a nosotros se nos perdonen los pecados, Jesús es ajusticiado y desangrado.

Por todo esto decimos que la Misa, que la Eucaristía es la re-presentación de la pasión y muerte de Jesús en aquel día de Viernes Santo, hace ya casi 2.000 años. Cuando se separa el prefijo ‘re’ de la expresión que le sigue: ‘presentación’, LO QUE SE QUIERE INDICAR ES QUE ESA PASIÓN Y MUERTE SE HACE PRESENTE DE NUEVO EN CADA MISA. Por eso, la Misa es un acto de sufrimiento atroz (revivimos los dolores de Jesús y su muerte), pero al mismo tiempo es un acto de salvación, pues ahí está el perdón total de nuestros pecados y la apertura de las puertas del Reino de Dios para nosotros. En este sentido, la Misa es también un acto de alegría total y sin fin.

Pero igualmente podemos decir que, lo mismo que en la Misa se reviven los dolores de Cristo Jesús, también esa pasión se revive en la vida de tantos cristianos que son perseguidos, insultados y asesinados por su fe. Y de la misma manera esa pasión se revive en tantos cristianos…

que entregan su vida en el cuidado de enfermos (familiares suyos o no),

que atienden a personas necesitadas,

que escuchan a los que el Papa llama los hombres invisibles de nuestra sociedad (es decir, los que no cuentan),

que hacen una labor callada o ante los ojos de todo el mundo (como la M. Teresa de Calcuta) a fin de dar esperanza,

que se privan de cosas, materiales o no, para compartirlas con otros.

En definitiva, lo que trato de explicar es que la pasión de Cristo se vive, se revive y se hace presente en la Misa de cada parroquia o de cada templo, pero también en la vida diaria de los cristianos que se sacrifican por Dios y por los demás. O podemos decirlo también al revés: la pasión de Jesús se hace presente en la vida diaria de los cristianos que se sacrifican por Dios y por los demás, e igualmente en la Misa de cada parroquia o de cada templo. Las dos formas son distintas caras de la misma moneda.

Todo esto, y mucho más, es la Eucaristía para nosotros los católicos. ¡Bendito sea Dios que nos ha dejado tan gran tesoro en nuestras manos!

martes, 15 de abril de 2025

Jueves Santos (C)

17-4-2025                                          JUEVES SANTO (C)

 

Éx. 12.1-8.11-14; Slm. 115; 1ª Cor. 11,23-26; Jn. 13,1-15

Homilía de vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

Dios es nuestro Creador, es nuestro Padre. Es lo más grande que hay en el mundo entero, en el universo entero. Dios es lo más grande que hay en el pasado, en el presente y en el futuro. Quien tiene a Dios, lo tiene todo. Quien no tiene a Dios, no tiene nada.

            Pero este Dios, tan grande e inalcanzable para los hombres, quiso acercarse del todo a los hombres y lo hizo enviando a la tierra a su propio Hijo, que era Dios como Él, que era tan Dios como Él. Por lo tanto, Dios no solo nos entregó su amor, sino que hizo algo más (mucho más), nos entregó a su propio Hijo.

            Cuando Jesús estuvo entre nosotros, nos predicó el Evangelio y nos enseñó quién era Dios y cómo era Dios. Además, Jesús quiso permanecer entre nosotros hasta el final de los tiempos, aunque de un modo distinto a como había estado durante los 33 años de su vida terrena. Jesús quiso estar para siempre entre nosotros y no solo en una determinada parte de la tierra, sino en toda la tierra, en todas partes y con todos los hombres a la vez. Es en este momento cuando Jesús instituye la Eucaristía, es decir, hace la última Cena en la que nos entrega su Cuerpo para ser comido y su Sangre para ser bebida. ¡Atención!, el Cuerpo y la Sangre de Jesús es el mismo Jesús. Y este sacramento[1], que no es un símbolo ni una imagen, sino que es el mismo Jesús, es lo más grande que tenemos nosotros los cristianos en la tierra y de esto somos especialmente conscientes. Hace poco robaron un copón del sagrario de Figueras. Lo más grave, lo que nos hace más daño a los cristianos no es que nos roben un copón de plata, de oro, de hojalata…, sino que nos roben las hostias consagradas, que son el mismo Jesús.

            Sí, Jesús está realmente presente en el pan y el vino después de la consagración por parte del sacerdote en la Misa. Solo el sacerdote puede consagrar ese pan y este vino. Si faltaran los sacerdotes, no habría modo de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús.

            Sí, Jesús está realmente presente en esta Hostia consagrada y, para poder comulgarla y meterla en nuestro pecho, hemos de confesarnos y hemos de estar en gracia, es decir, limpios de todo pecado grave, pues no podemos mezclar lo santo con el pecado, lo puro con lo sucio.

            Sí, Jesús está realmente presente en el sagrario. Por eso, iluminamos con una vela roja esa presencia. Por eso, nos arrodillamos y hacemos una genuflexión ante Jesús presente en el sagrario. ¿Por qué razón creéis que dejo la iglesia de Tapia de Casariego abierta de la mañana a la tarde-noche? No es para que se puedan hacer visitas turísticas, o para disfrutar de la belleza de las imágenes, o para estar en un lugar silencioso y tranquilo. La iglesia está abierta para que los fieles puedan entrar, orar y adorar a Jesús presente en el sagrario. Solo eso da sentido a esta apertura de la iglesia.

            Sí, nosotros los cristianos católicos creemos realmente que Jesús está entre nosotros a través de la Eucaristía, en su Cuerpo y en su Sangre. Cualquier daño que hacen a este Jesús Eucaristía, nos lo hacen a nosotros y nos lo hacen de la manera más vivísima. Por este Cristo Eucaristía tenemos que estar dispuestos a dar nuestra vida. Ahí tenemos el ejemplo de Tarsicio, un niño que, en tiempos de las persecuciones de los emperadores romanos, llevaba la Comunión a los encarcelados, pues los guardias no sospechaban de él, al ser tan pequeño. Pero un día unos mozalbetes, intuyendo que llevaba esa Comunión consigo, quisieron arrebatársela, mas Tarsicio no se lo permitió y por eso lo mataron a pedradas.

            Si un día fuéramos plenamente conscientes de que Dios mismo está entre nosotros a todas horas, que lo podemos adorar, que le podemos hablar, suplicar, agradecer…, que podemos comerle y alimentar nuestro ser más íntimo de Él, sería algo extraordinario. Hace un tiempo estuve celebrando Misa en una parroquia. Hacía unos dos meses que no había podido ir por allí y en ese tiempo la iglesia estuvo cerrada, sin ser visitada por los feligreses de la parroquia. Las flores delante del altar estaban podridas. Pensé en celebrar la Misa y vaciar el sagrario. ¡Total, no lo visitaban! Pero, de repente, sentí en mi interior que se me decía: ‘Andrés, déjame. Yo quiero estar a su lado’. Y lo dejé.

            En definitiva, la Eucaristía para nosotros los cristianos es lo más sagrado que tenemos: es Jesús mismo, el Hijo de Dios, que ha querido quedarse con nosotros, es el gran regalo de Dios Padre. Por lo tanto, la Eucaristía es presencia verdadera de Dios.

            La Eucaristía es alimento para nuestros espíritus hambrientos. No podemos ni debemos jugar con ello, pues es su verdadero Cuerpo y su verdadera Sangre. Y todo esto lo celebramos en el día de hoy, Jueves Santo, día en que Jesús instituyó la Eucaristía.


[1] Sacramento significa ser signo visible de algo invisible. Es decir, el pan y el vino son visibles a nuestros sentidos, pero no se quedan simplemente en eso: en ser un pan común y un vino común, sino que en realidad es el verdadero Cuerpo de Cristo y la verdadera Sangre de Cristo.